Los cincuenta años de la UNA y el ethos de sus fundadores(I)

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y catedrático de la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA).

De aquella Universidad Nacional de Costa Rica (UNA), que fuera fundada hoy hace medio siglo, un 15 de febrero de 1973, durante la tercera administración de José Figueres Ferrer (1970-1974) queda, como suele suceder, la institucionalidad que se ha venido consolidando con el paso del tiempo de larga duración histórica. El riesgo de que la propia institucionalidad se haya convertido en un fin sí mismo existe, y resulta ser el producto de una encrucijada inevitable una vez que la fase carismática (Max Weber, dixit) de la “dominación” (entendida en el buen sentido del término, no en el peyorativo), propia del proceso fundacional se fue agotando, de manera gradual y casi imperceptible, durante la primera década de su existencia, para entrar en otro proceso de racionalización y burocratización creciente, como resultado de la influencia y las presiones externas a la institución, especialmente de las fuerzas conservadoras y los medios de comunicación interesados en encuadrar a la UNA, dentro de los intereses del establecimiento político imperante, e incluso de aquellos que responden a los poderes fácticos, por lo general hostiles a los procesos democráticos.

A lo anterior, se une la fragilidad de la “memoria histórica” de la gran mayoría de las gentes, como un factor que se acentúa con la llegada de nuevas generaciones de académicos, estudiantes y administradores que, por lo general, ya no vienen impregnados del ethos que quisieron imprimirle a la institución sus fundadores. Además la nueva universidad recogía la herencia del importante proyecto académico que representó la vieja Escuela Normal de Costa Rica, fundada en 1915, por Alfredo González Flores, un presidente reformista que marcó una ruptura dentro de la república liberal.

Convendría entonces, examinar o explicitar ¿cuáles fueron las visiones y las expectativas de los fundadores de la entonces nueva institución universitaria, ubicada en la ciudad de Heredia, sin que aquellos se hicieran manifiestos, como por arte de magia, para la totalidad de las gentes que intervinieron en la vida de la naciente universidad. Lo cierto que algunos de sus fundadores más importantes como el sociólogo y presbítero Benjamín Núñez Vargas y el abogado, politólogo y notorio dirigente liberacionista Francisco Morales Hernández, entre otros que no vienen por ahora a mi memoria, se inspiraron e impulsaron un modelo universitario, propuesto por el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro (autor de obras tan importantes como EL PROCESO CIVILIZATORIO) que buscaba, entre otras cosas, una integración horizontal de los saberes y disciplinas universitarias, partiendo de una sólida base humanista y propedéutica que encontraron eco en muchos de los académicos y estudiantes de aquellas generación que dieron el punto de partida a la nueva universidad.

La existencia de los certificados integrados que se aprobaban en bloque en las distintas carreras, a diferencia de las redes curriculares de cursos, con años o niveles, por lo general verticales marcaban un nuevo paradigma educativo en la institucionalidad universitaria de Costa Rica. Todo esto, sin que el nuevo proyecto abandonara en lo esencial muchas de las premisas de lo que fuera el espíritu de la Reforma Universitaria, de 1954, promovida por Rodrigo Facio Brenes desde la Rectoría de la Universidad de Costa Rica (UCR), la que marcó un parteaguas en el fortalecimiento de los valores humanistas, al lado del conocimiento científico y los saberes disciplinarios e interdisciplinarios en las universidades públicas de Costa Rica.

No en vano, el propio Benjamín Núñez Vargas, quien fuera el primer rector de la UNA (1974-1977) había sido parte importante de la Cátedra de Fundamentos de Sociología en la UCR, y se había impregnado del espíritu de aquella Reforma Universitaria tan importante, durante la segunda mitad de los años cincuenta y los sesenta del siglo anterior. El propio Núñez nos dejó un importante opúsculo, bajo el título de LA UNIVERSIDAD NECESARIA, el que muy pocos académicos y estudiantes se preocuparon de examinar con detenimiento para asumirlo como hecho consciente, esencial para marcar los vectores más importantes del propio proceso fundacional, evitando convertirlo en una mera consigna con propósitos electorales, dentro de la toma de decisiones en la administración y la política universitaria.