Hernán Alvarado
En dos columnas precedentes se comentaron algunos aspectos derivados del juicio que emprendieron tres líderes de la selección de Costa Rica contra un par de federativos [1]. Al linchamiento mediático de los jugadores se agregó, aparentemente de manera inconexa, una publicación sobre el ingreso mensual de Keylor Navas. En efecto, el diario L’equipe publicó la lista de los jugadores mejor pagados, resultando el tico uno de los seis del París Saint Germain y el octavo del país galo, con un millón de euros al mes. Sin embargo, no se sabe cuánto paga en impuestos, cuánto compensa una carrera profesional demasiado corta; cuánto equivale a una pensión que los jugadores no tienen; ni qué es salario y qué bonos o incentivo por rendimiento extraordinario; tampoco si se incluye ahí parte del fichaje. O sea, solo es otro dato escandaloso que sufraga la subasta futbolística -pues ahí ni mercado hay-, cual cereza en el pastel de la desinformación.
Eso recuerda, en Costa Rica, la campaña neofascista contra los pensionados, que explotó originalmente la indignación por algunas pensiones altas conseguidas por integrantes de la «clase política». Campaña sucia que publicó, por ejemplo, solo montos nominales, omitiendo que la mayoría paga hasta un 55 % de impuestos -porcentaje usurero y discriminatorio-. No obstante, resultan ínfimos comparados con lo que reciben los jugadores de fútbol exitosos. Impresiona que esos muchachos obtengan con su talento sumas tan superiores a los más altos salarios del sector público y privado. Así que las más altas pensiones de los catedráticos universitarios lucen ridículas pese a lograrse tras tres décadas de ahorros y hazañas académicas. Lo mismo el salario de los jueces que soporta su independencia para seguridad de todos y que se obtienen tras una larga carrera cargando enormes responsabilidades. Asimismo, palidece el sueldo de los gerentes bancarios, entre los más competitivos, que se propone atraer y retener un talento sobreestimado por una sociedad que idolatra el dinero.
Finalmente, tras el infortunado juicio palpita un tema escamoteado, el de la autoridad; lo más rescatable del entuerto. [2]. Apenas lo rozaremos. En estrategia y táctica, el director técnico es soberano, facultad que suele ejercer de manera vertical. A nivel de selección, esa autoridad absoluta busca resolver dos problemas concatenados: la cohesión que requiere la acción colectiva y el escaso tiempo de entrenamiento. Pero ahí se alojaron las quejas, reclamos y resistencias de quienes denunciaron abusos o autoritarismo en Brasil 2014. Entonces, como ahora, se denunció maltratos del DT que incluían a miembros del cuerpo técnico. Así que tal vez el manejo del estrés no fuera una virtud del timonel colombiano. Sin embargo, sus defensores se han mofado de los quejumbrosos porque consideran que así se impone disciplina, al estilo militar; posiblemente porque los jugadores son «vagos» que se acarrean a latigazos («la letra con sangre entra»). Para esa moral, el DT debe imponer su voluntad y el modo carece de importancia.
Tal posición menosprecia algo esencial del alto rendimiento: el factor psicológico. Sin la aquiescencia de los jugadores, ningún planteamiento táctico, por genial que sea, ni ningún orden disciplinario, por justo que parezca, puede alcanzar el éxito deseado. No puede haber buen fútbol sin motivación, la que supone automotivación. No hay disciplina eficaz que no sea voluntaria y consciente. Cuando un grupo de jugadores se siente amedrentado o humillado por la autoridad, sea del DT o de los directivos, no necesita ponerse de acuerdo para perder; bastará el desgano causado y que el adversario, desde luego, haga su parte. Por tanto, los reclamos no coinciden con el papel del equipo en la cancha. Si fuera verdad que el DT abusó de su autoridad, habría que considerarlo un factor del «éxito» alcanzado, tal como algunos lo creen. Pero carece de sentido, los jugadores no son esclavos y la esclavitud tuvo que ser abandonada precisamente por improductiva. Por eso, cabe la sospecha de que las quejas se exageraron en un conflicto muy mal manejado. Aunque siempre se podrá replicar que por eso no se fue más lejos.
Resulta difícil, en suma, hallar alguna certeza en medio de la turbia turbulencia mediática que ha pringado la imagen de federativos, entrenadores y jugadores. Más vale, entonces, confiar en el mejor criterio de los jueces. Pero nada impide lamentar ahora que la discordia haya desbordado la intimidad de un grupo tan exitoso y querido. Resulta triste constatar que la gran hazaña de los ticos en el «grupo de la muerte» tuviera un desenlace tan deslucido.
Al mismo tiempo, lo acontecido informa sobre por qué ese fútbol sigue estancado, desperdiciando el talento de sus jugadores[3]. Esto es absoluta responsabilidad de los directivos y verifica, de carambola, la profunda crisis de liderazgo que sufre el país, desde hace décadas. Si bien es comprensible que los jugadores hayan querido reparar su honorabilidad, daño y restitución quizá solo existen en su imaginación. Pese a que su tentativa les ha reivindicado parcialmente, pagaron el doble precio de quedar, otra vez, al alcance de las lenguas viperinas.
Imagen principal tomada de Diez
[1] La sentencia «salomónica» de los jueces absolvió penalmente a los directivos y les condenó civilmente. Según ellos, sí hubo daño moral por declaraciones que no les constaban, pero les dieron el beneficio de la duda porque la información provenía nada menos que del presidente de la Federación. Eduardo Li salió como único perdedor, porque los jueces sospecharon de su «falso testimonio», quedando pendiente de una investigación ulterior.
[2]Tema que alcanzó, dicho sea de paso, en la «dialéctica del amo y el esclavo» de Hegel, su más alta dignidad filosófica. Ver: Kojève, A (1982) La dialéctica del amo y el esclavo en Hegel. Buenos Aires: La Pléyade. Casualmente, el pasado 1 de abril del año en curso, en Surcos apareció un artículo de Arnoldo Mora titulado: «Hegel y Marx: la dialéctica del amo y el esclavo».
[3]Si bien lo de Brasil 2014 fue un progreso, porque se enfrentó de mejor manera a las más grandes selecciones, no se superó la meta alcanzada en Italia 1990.
Fuente: https://gazeta.gt/malas-decisiones-y-linchamientos-mediaticos-iii/