Microempresas en Costa Rica: sobreviviendo al límite

Luis Paulino Vargas Solís

Según la encuesta del INEC sobre microempresas (año 2022), en Costa Rica hay cerca de 411 mil empresitas de este tipo. Son emprendimientos minúsculos: en el 75,5% de los casos, solo hay una persona laborando; en un 12,5% adicional, hay dos personas. O sea: el 88% de estas microempresas emplean solamente una o dos personas (incluyendo a la persona dueña).

En total, proveen empleo a poco más de 647 mil personas, lo que nos da un promedio de 1,57 empleos por cada microempresa. Representan aproximadamente el 30% del empleo total en Costa Rica. Eso significa que aportan 5,4 veces el número de empleos que proveen las zonas francas.

Estas últimas, como sabemos, gozan de toda clase de privilegios. Las microempresas, en cambio, deben bregar con condiciones extremadamente adversas y limitantes.

Cierto que cuentan a su favor con una retórica de lo más florida y corronga. Políticos, cámaras empresariales, prensa. Nadie desea contener su exuberancia verbal, si de las microempresas se trata. Pero, en la práctica, su pan de cada día es el abandono y el olvido. Incluso la banca de desarrollo, es, para ellas, solo un cuento de hadas.

Puede que algunas sean exportadoras. Pero, con toda seguridad, la enorme, enorme mayoría, están orientadas hacia el mercado interno. Y ese mercado interno se les vuelve cada día más hostil. Primero, porque está sometido a fuertes presiones restrictivas: el sector público bajo el amarre asfixiante de la regla fiscal, y los salarios que, por todo lado, van en caída libre. Súmele que las importaciones entran cada vez más baratas y gozan de toda clase de graciosas concesiones.

Son, con gran diferencia, empresitas informales (el 98,3% no están inscritas; el 80,5% ni siquiera llevan registros contables; el 99,0% no tienen un salario fijo asignado). Los ricos de Costa Rica dicen que, por ser informales, son “evasoras” de impuestos. Bonita manera de criminalizar a quien lucha cotidianamente para no morirse de hambre. Bonita manera, asimismo, de encubrir sus indecentes y carísimas “ingenierías financieras”, gracias a las cuales se “ahorran” en forma “legal” el pago de muchísimos miles de millones en impuestos.

En las microempresas trabajan básicamente personas con bajo nivel educativo (43,9% solo tiene primaria; un 86,3% jamás hizo estudios universitarios). Recuérdese que Costa Rica es un país donde, desde hace muchos años, y hasta hoy día, se decidió que las personas que no cumplen con los requisitos que solicitan las transnacionales de zona franca, no tienen derecho a trabajar. Pues, vea usted, esas son las personas que están en las microempresas.

En conclusión: las microempresas son el último hilito de esperanza al que se aferran centenares de miles de personas, para no caer en el desempleo. Ni más ni menos. De otra forma, las tasas de desempleo fácilmente se triplicarían, hasta sobrepasar cómodamente el umbral del 30%.

Todo esto nos confirma dos cosas: el ruidoso fracaso del modelo de desarrollo vigente, y la absoluta falsedad de la retórica hueca de los gobiernos.