Oh, oh, la guerra

Alberto Salom Echeverría

Introducción

Después de trajinar por el mundo ya durante siete décadas, comprendo ahora más que nunca que, no puedo escribir sobre la guerra solamente desde una perspectiva estrictamente teorética, o puramente politológica, sin que se vean involucrados mis principios éticos y morales. Ya no estoy tan joven, me digo a mí mismo, pero sí con más ganas de vivir que nunca, para disfrutar a mis nietos, hijos y familiares en general, a mis amistades e intentar llevar a la práctica lo aprendido, marcado por una filosofía no violenta. Además, seguro de que el complejo mundo de hoy requiere para entenderlo de una simbiosis de saberes, pensares y sentires, o bien de una sinergia entre todo ello. Estoy cierto también que, en la actualidad una conflagración entre potencias, como la que se podría desatar en el llamado “conflicto ruso-ucraniano”, puede conllevar a la destrucción de la vida en “nuestra casa común”, así de simple.

La guerra, albergo la convicción, riñe con los principios éticos y humanistas que constituyen el meollo de mi formación integral como ser humano. Por esa razón, escribo sobre la guerra con el espíritu conturbado; no solo por los males que ella trae consigo a las personas que se enlistan como soldados e inclusive a la población civil que no está directamente implicada en el conflicto pero que lo padece, sino porque por añadidura, en dependencia de las naciones que se vean enfrascadas en el conflicto armado, puede resultar, un mal para todo el orbe. La guerra hoy, entre potencias militares, deviene infinitamente más destructiva que los supuestos problemas que pretende resolver.

Sin embargo, no puedo dejar de señalar que, una gran parte de los seres humanos están aún cegados por consideraciones ideológicas que los llevan a seguir justificando la guerra, de un lado o del otro, por cruel que esta sea; en eso, este sector de la especie humana diría que se ha vuelto testarudo hasta donde no más, o bien se ha vuelto totalmente inconsciente.

Si las guerras han estado presentes en nuestra especie desde épocas prehistóricas, como existe evidencia ya entre científicos, principalmente antropólogos especializados en la paleontología, es procedente que nos preguntemos si en esta época, seremos capaces de resolver nuestras hondas diferencias por otro medio que no sea la guerra. De todo esto trata este ensayo.

¿Es la humanidad una especie inherentemente violenta? ¿Desde cuándo la especie humana hace la guerra?

En filosofía política en el período de la Ilustración surgen dos teorías radicalmente contrapuestas en lo relativo a la violencia que está asociada a ciertos comportamientos del ser humano. Una de las dos corrientes se expresa en la teoría que tuvo como uno de sus más preclaros exponentes al inglés Thomas Hobbes (n. en 1588 m. 1679). El filósofo y politólogo fue un prolífico autor, quien escribió entre sus obras principales “el Leviatán” en el año 1651. En ella sostiene la tesis de que “el hombre” es malo por naturaleza. Esa es la razón por la que Hobbes pensaba que, desde el principio de los tiempos existió “la guerra de todos contra todos”. El “hombre” -consideraba Hobbes- es un lobo para el “hombre”, es la sociedad la que lo educa.

Muchos de los seguidores de los postulados de Hobbes, cayeron en la simpleza de considerar al “Homo Sapiens” (antecesor del Homo Sapiens Sapiens, como se le denomina a la especie humana), un animal brutal por haber sido un predador. Este comportamiento, generalmente se sustenta en el hecho de que el Homo Sapiens se extendió fuera de África, a través de Eurasia y desde otros puntos, eliminando a los demás grandes simios bípedos. La peregrina tesis fue planteada originalmente por Raymond Dart, quien se dedicó a investigar la prehistoria, dejando plasmados sus escritos en 1925. Estos se popularizaron en 1961 gracias a Robert Ardrey en su conocida obra “Los hijos de Caín”. De allí se sigue la falacia según la cual, como los Sapiens eran cazadores, su tendencia fue consustancialmente predadora y esa sería la razón por la que, los hombres prehistóricos se habrían convertido en seres agresivos por naturaleza. La falacia remata con el simplismo de que la guerra consistiría en una cacería de hombres, similar a la caza de animales llevada a cabo por los homínidos y los antecesores directos del Homo Sapiens Sapiens. De esta manera, el ser humano habría heredado de sus ancestros un carácter violento intrínseco. Volviendo a Hobbes, es preciso indicar que, el pensador postuló el despotismo ilustrado como la única vía de contener la maldad supuestamente innata en la especie humana. ¡Menuda solución!

La otra corriente, tiene como destacado expositor a Jean Jacques Rousseau, quien nació en Ginebra, Suiza en el año 1712 y murió en 1778. También fue, como lo había sido Hobbes, un pensador y escritor fecundo en la literatura. Respecto al tema que nos ocupa, Rousseau por contraposición al filósofo inglés, creía en la bondad del “hombre” desde su nacimiento; sin embargo, consideraba que, el espíritu concupiscible que induce a los seres humanos a la codicia, la ambición desmedida por lo material, o a la liviandad en el goce de los placeres de la carne, radica en la sociedad. En consecuencia, es esta la que lo corrompe. El desarrollo de su pensamiento en todos estos extremos está contenido fundamentalmente en “El discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres”, obra escrita en 1755. Rousseau, como es harto conocido, tuvo una enorme influencia en la Revolución francesa y se le considera un precursor del romanticismo, por su amor a la naturaleza. El hombre en su estado salvaje subrayaba Rousseau, no era proclive a las pasiones, pero, al revés de Hobbes, fue inducido “al estado de guerra más horrible” por la sociedad.

Ambas teorías aquí expuestas, fueron consideradas por ambos pensadores, inmanentes al ser humano, pues tanto la maldad desde la perspectiva de Hobbes le es innata, como la bondad, desde la óptica de Rousseau fue considerada una cualidad inherente a cada uno de los individuos de la especie. No obstante, de acuerdo con lo expresado, hay una contraposición radical entre los dos planteamientos por lo que cada una de las corrientes emplea métodos y busca soluciones muy distintas en la corrección de los problemas sociales.

Algunos estudiosos, en sus investigaciones llegaron a la conclusión, muy conectada con la hipótesis de Hobbes, de que las guerras han acompañado a la humanidad desde épocas prehistóricas, de acuerdo con evidencias de heridas con armas encontradas en Europa, en esqueletos de homínidos hace aproximadamente 35.000 años.

Otros científicos, más recientemente, han intentado demostrar que la premisa anterior, de una prehistoria salvaje y bélica es tan solo un mito y que el ser humano no ha hecho siempre la guerra. A continuación, traigo a colación una conclusión contundente a la que llegan varios científicos contemporáneos estudiosos de la neurociencia, mediante una cita textual de la investigación que hicieron. Ellos afirman que: “el comportamiento violento no se determina genéticamente. Incluso si está condicionado por ciertas estructuras cognitivas, el entorno familiar y el contexto sociocultural tienen un papel importante en su génesis. Además, muchos trabajos, tanto en Sociología o Neurociencia como en Prehistoria, evidencian que el ser humano sería empático por naturaleza. La empatía, e incluso el altruismo, habrían sido los catalizadores de la humanización.” (Cfr. Mirylene, Patou-Mathis. “El Ser Humano no ha hecho siempre la guerra”, Le Monde Diplomatique, Francia. Julio, 2015.)

Concluyo este apartado dejando sentado que, uno de los postulados más aceptados en las investigaciones antropológicas, de la historia y la arqueología modernas, considera que la guerra surge aparejada a la economía de producción y el consiguiente cambio radical que esto conllevó en las estructuras sociales en el período Neolítico, hace unos diez mil años. Por añadidura, es preciso tener presente que la violencia en el ser humano es un impulso que generalmente conduce a conductas fuera del estado normal de las personas, pero que, puede ser canalizado para proveerse de la fuerza necesaria para acometer una tarea o emprender una iniciativa. Hago la advertencia de que, en modo alguno debe caerse en el error de confundir la violencia con la guerra. Al hablar del fenómeno de la guerra es indispensable primero conceptualizarla.

¿Qué es la guerra, según algunos autores? ¿Qué se espera obtener de ella? ¿Qué puede ocurrir si, como muchas personas temen ahora, el conflicto “ruso ucraniano” por ejemplo, se convierte en una hecatombe por el uso de armas nucleares?

Acudo primero, para conocer debatiendo, al estratega Prusiano que nació en 1780 y murió en 1831, Karl von Clausewitz. Expresa Clausewitz en su extraordinario escrito “De La Guerra”, lo siguiente: “…no solo la guerra “debe tener necesariamente un carácter político y medirse con criterios políticos” o “que la guerra no es un simple acto de política, sino un instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, proseguidas por otros medios” (Cfr. Moliner González, Juan A. (2018), “¿Qué es la ética militar?”, IEEE, España. Documento Marco 16/2018).

Debo, antes de proseguir advertir que los dos tomos de la obra de Clausewitz son de una gran calidad desde el punto de vista teórico, de estrategia militar. Leí completa la obra en mis estudios de ciencias políticas, y he releído parcialmente después, partes de ella. De su valor no me cabe duda alguna. Pero como he advertido que hoy no tengo ningún reparo en criticar lo que considero errado, voy a explicitar para ustedes mis consideraciones. Clawsewitz aborda la temática desde un punto de vista politológico en la Europa de hace 200 años.

No voy a usar ningún argumento de autoridad que resulte descalificador, porque los considero deleznables. Lo digo, por la alusión que he hecho a que es una obra de hace 200 años. Más bien, he mencionado la fecha para tener en cuenta el contexto tan diferente del mundo de entonces respecto del que vivimos hoy. Es decir, es más bien una consideración con el afamado estratega militar. Por ejemplo, en algún momento de su enjundioso documento, Clausewitz razona que “las guerras entre las naciones civilizadas (¿?) son mucho menos crueles y destructivas que las libradas entre salvajes… debido a los avances que existen en esas sociedades y la forma de relacionarse entre ellas, pero no forman parte de la guerra por sí mismas; ya existen antes del comienzo de las hostilidades.” (Cfr. Clausewitz, K.V. (1999) “De la Guerra”. (Volúmenes I y II), Madrid: Ministerio de Defensa.) Esta frase, extraída fuera del contexto del siglo XIX, resultaría completamente abstrusa, por incomprensible y abyecta, por despreciable y rastrera.

Solo echando una rápida mirada sobre algunas de las guerras actuales, bastaría para comprender lo desajustado que serían las consideraciones de Clausewitz acerca de “las naciones civilizadas”. Considérese por ejemplo, la intervención de Los Estados Unidos en Viet Nam, donde se emplearon bombas de gases quemantes contra las personas; o en Iraq, cuyos bombardeos inmisericordes cayeron indiscriminadamente sobre la población civil; o el estallido de las primeras bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en Japón, que las hicieron estallar básicamente con el ánimo de probar su efecto devastador sobre ciudades enteras, ya que a esas alturas de la II guerra mundial, tal acto de barbarie y salvajismo resultaba totalmente innecesario; o la actual guerra que libran Ucrania y Rusia, la primera fuertemente armada y respaldada por las potencias occidentales y la segunda considerada una de las principales potencias militares de la contemporaneidad. En ninguno de los dos casos ha habido ahorro de crueldad. Por lo tanto, no saquemos a Clausewitz fuera de contexto, porque más de una persona cerraría su libro de inmediato.

La segunda observación de peso respecto de la obra mencionada es que la misma, no es una obra que tenga consideraciones de tipo ético. Aquí sí que no le hago al autor ninguna concesión. La ética no es, obviamente, una perspectiva del siglo XXI; de la ética y la moral nos hablaron prolijamente los pensadores griegos de la Antigüedad. En mi concepto, no existe en la ciencia teoría desprovista de consideraciones éticas y morales. En ese sentido la bioética es una disciplina y a la vez una perspectiva, cuyo concurso es imprescindible en la investigación. Están descartados los experimentos con seres humanos que no respeten rigurosamente su dignidad. ¿Qué pensar del empleo de la violencia y la fuerza -como dice el autor Moliner González-, que tiende a escalar a los extremos y hacia la guerra absoluta, en donde no hay limitaciones en sistemas de avisos, procedimientos, tecnología y personas implicadas? O sea, que en la teoría y en la concepción ideal de la guerra de Clausewitz, tan utilizada por los estrategas militares occidentales, los principios y restricciones éticas y las consideraciones de la Guerra Justa, no tienen cabida. De hecho, dice que “la guerra es un asunto tan peligroso que los errores debidos a la benevolencia son los más graves de todos” (Clausewitz, 1999: 180). O sea, la benevolencia en la guerra era para Clausewitz tan solo un error por el que se paga muy caro. En ella, no se atienden códigos éticos ni morales. Imaginemos tan solo, ¿en qué quedan todos los convenios y acuerdos internacionales sobre el respeto a los prisioneros de guerra, sin consideraciones éticas y tratados sobre derechos humanos? En la vida contemporánea, con todo y convenios se irrespetan los derechos humanos de prisioneros de guerra y de la población civil; ¿Qué pensar, si como lo propuso Clausewitz, no tuvieran lugar tales convenios internacionales?

La tercera observación que planteo estriba en algo que estimo es lo medular. Dice nuestro estratega que la guerra es un instrumento de la política, que es la continuación de la política por otros medios. Hasta hace poco tiempo me parecía un aforismo genial. Pero la verdad, ahora lo encuentro descabellado. A lo sumo, la guerra continúa cuando la política se acabó y no veo ninguna continuidad entre una actividad y la otra. Tienen en común que en ambos casos se busca el poder, pero en la guerra el instrumento por excelencia por el que se pretende el poder, son las armas y, cuando se tiene poderío militar y económico, las armas nucleares, para reducir, si se puede, a cero al enemigo, como lo buscan con denuedo Rusia y Ucrania. O, como los Estados Unidos y Rusia, cada país por su lado, cuando buscaron derrotar a los talibanes en Afganistán. En la política en cambio, por encarnizada que sea la lucha, el instrumento principal es la palabra, escrita o hablada. Pocas veces acudo a los diccionarios para buscar definiciones de conceptos politológicos, sin embargo, en este caso lo voy a hacer para aclarar lo elemental. Según la definición de Oxford, la continuidad es una circunstancia de sucesión o bien, ocurre al hacerse algo sin interrupción. Por su parte la RAE define continuidad como la unión natural que tienen entre sí las partes del continuo. En su segunda acepción dice: cualidad o condición de las funciones o transformaciones continuas. Parece más bien que lo único que hay entre la política y la guerra, es una suspensión de la primera para que siga la otra, o viceversa. Es decir, lo que hay se llama una solución de la continuidad, para que nazca un proceso regido por otra lógica.

Me viene bien acudir a un tercer pensamiento sobre la guerra, porque coincidentemente aclara bastante las cosas relacionadas con el postulado anterior de Clausewitz. Se trata de la siguiente frase, que se le atribuye a Albert Einstein: “no sé -habría dicho- cómo será la tercera guerra mundial, solo sé que la cuarta será con piedras y lanzas”. O sea, con toda la razón Einstein o, en todo caso, un pensador pacifista, tuvo el talento de visualizar con mucha certeza, el efecto devastador que tendría una tercera guerra mundial. El calentamiento global se vería acicateado con el lanzamiento de las bombas nucleares u otras superiores a estas. Posiblemente el mundo como lo conocemos desaparecería, o la vida en él.

Termino con un extraordinario “platillo”, que les ofrezco por generosidad de mi parte … Dijo don Quijote, mi admirado don Quijote de la Mancha y uno de mis mejores amigos, aunque él mismo no lo sepa, en el discurso sobre las armas y las letras, ocasión en la que compara a un estudiante con un soldado: “…veamos si es más rico el soldado. Y veremos que no hay ninguno más pobre en la misma pobreza, porque está atenido en la miseria de su paga, que viene o tarde o nunca, o lo que gabeare (robare) por sus manos, con notable peligro de su vida o de su conciencia. Y a veces suele ser su desnudez tanta, que un coleto (vestidura hecha de piel, con mangas o sin ellas, que cubre el cuerpo ciñéndolo hasta la cintura) acuchillado le sirve de gala y de camisa, y en la mitad del invierno se suele repara de las inclemencias del cielo, estando en la campaña rasa, con solo el aliento de su boca, que, como sale de lugar vacío, tengo por averiguado que debe de salir frío, contra toda naturaleza. Pues esperad -continuó “el ingenioso Hidalgo” siempre tan socarrón- que espere que llegue la noche para restaurar de todas estas incomodidades en la cama que le aguarda, la cual, si no es por su culpa, jamás pecará de estrecha; que bien puede medir en la tierra, los pies que quisiere, y revolverse en ella a su sabor, sin temor que se le encojan las sábanas. Lléguese, pues, a todo esto, el día y la hora de recibir el grado de su ejercicio: lléguese un día de batalla; que aquí le pondrán la borla en la cabeza, hecha de hilas, para curarle algún balazo, que quizá le habrá pasado las sienes, o le dejará estropeado de un brazo o pierna. Y -dijo en esta parte de su razonamiento para rematar- cuando esto no suceda, sino que el cielo piadoso le guarde y conserve sano y vivo, podrá ser que se quede en la mesma pobreza que antes estaba, y que sea menester que suceda uno y otro rencuentro, una y otra batalla, y que de todas salga vencedor, para medrar en algo; pero este milagro vence raras veces…” A don Quijote es mejor tomarlo en serio (Cfr. Cervantes S. Miguel. “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”. dcom@art-enterprise.com Unión Europea, 2004. T.I. PP. 350)