No todo tiempo histórico es de revolución
Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense
COLUMNA LIBERTARIOS Y LIBERTICIDAS (19)
Tercera época
No todo tiempo histórico es de revolución, ni las revoluciones al igual que los tiempos de reacción y conservadurismo pueden eternizarse, por lo que terminan dando lugar a toda una fauna de regímenes políticos producto del accionar humano, y que resultan por lo tanto imperfectos, llegando a desviarse de sus enunciados o propósitos originales, e incluso a desfigurarse de una manera tal, que se tornan incluso irreconocibles para muchos de los que dieron hasta su vida o su libertad por ellas: todo esto es más terrible para quienes viven lo suficiente para darse cuenta de esa inmensa tragedia.
Toda revolución da lugar a su oponente que es la contrarrevolución restauradora del orden social y político anterior, lo que muchas veces suele suceder en el interior mismo de los regímenes posrevolucionarios: la dictadura napoleónica lo fue frente a la gigantesca oleada revolucionaria que la antecedió, el régimen estalinista frente a la revolución rusa de los soviets de 1917, representando un “socialismo” o “comunismo” que nunca llegaron a ser, excepto como un espantajo para las fuerzas de la reacción, o un mito en el que siguieron creyendo varias generaciones de luchadores en todo el mundo, y así sucesivamente. La revoluciones, esas sacudidas extraordinarias que experimentan cada cierto tiempo las sociedades humanas, al cabo de unos lapsos de adormecimiento y pasividad que resultan no ser muy cortos, logran transformaciones muy importantes en las condiciones de vida y el sentido que la existencia puede asumir para millones de seres humanos. Sin embargo, sucede también que, a semejanza del discurrir de las aguas de un gran río subterráneo y silencioso, las sociedades humanas van materializando en el transcurso del tiempo de la larga duración histórica, una serie de transformaciones en el campo de la cultura y de la convivencia social que con toda justicia pueden ser calificadas como “revolucionarias”: El siglo XX presenció la revolución de las mujeres, la de los jóvenes, y otras luchas de innumerables colectividades urbanas y rurales que fueron expandiendo los derechos de la población, sin estar necesariamente ligadas al devenir de las grandes revoluciones políticas que tuvieron lugar en ese tiempo, y enfrentándose valerosamente a las viejas tradiciones religiosas y culturales que actuaron, muchas veces, como factores represivos, sobre todo en sus versiones más integristas y autoritarias.
Las luchas ciudadanas, a lo largo del todo el siglo XIX y buena parte del XX, que nos antecedió, para materializar los enunciados de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la gran revolución francesa de 1789, son un buen ejemplo de ello. Sin embargo, todavía a estas alturas del devenir histórico no se han podido materializar muchas de las expectativas generadas por algunos de los innumerables enunciados de la Filosofía de la Ilustración o de Las Luces, enunciadas durante el siglo XVIII, más bien sucedió, en sentido contrario, que se produjo un empuje deshumanizante, durante los dos siglos transcurridos, dándose el hecho de que “la ciencia (ya) entronizada por la Ilustración no aspiraba ya al conocimiento, sino a la explotación y el dominio de la naturaleza desencantada. Ya lo vimos. El resultado fue una progresiva racionalización, una reducción de la realidad del sujeto, bajo el signo del dominio, del poder (Gilberto Lopes CRISIS POLÍTICA DEL MUNDO MODERNO Uruk Editores San José Costa Rica 2021). Dicho de otra manera, esa racionalización impulsada desde el siglo de las luces, nos ha conducido a una deshumanización creciente, en un mundo donde la sed de ganancia, unida al creciente dominio de la tecnología terminaron por tergiversar las expectativas surgidas de aquella gran revolución, cuyas ondas expansivas se extendieron mucho más allá de los límites de la metrópoli colonial francesa. Los parientes pobres de la francofonía, conformada por ese universo ficticio de hablantes de la lengua francesa, situados en las diversas latitudes del planeta, fueron esos haitianos afrodescendientes que se sacudieron del yugo de la esclavitud, quienes tuvieron que pagarle a la Francia Imperial el equivalente a miles de millones de dólares, a valores actuales, durante más de un siglo, a partir de 1825, so pena de una invasión y reocupación de su territorio, por el “delito” haber sacudido sus cadenas en 1791, haciendo huir a los dueños franceses de sus plantaciones azucareras en Saint Domingue. Aquí las esperanzas revolucionarias se convirtieron en una larga pesadilla que dura hasta nuestros días. Es por eso que decimos que no todo tiempo histórico es de revolución ni siquiera en aquellos países que vivieron alguna intensa y profunda, con el paso del tiempo lo que permanece son los regímenes surgidos de aquel impulso prometeico y frenético inicial, ese que termina resonando como un eco lejano.
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