Nuevos insecticidas y una eventual gran extinción de las especies

Freddy Pacheco

Jugando a exterminadores, empresas productoras de insecticidas, «afinaron» su puntería hacia los euros y desarrollaron unos químicos tóxicos capaces de bloquear las transmisiones nerviosas de los cerebros de los insectos. Creados para arrasar con las plagas de insectos chupadores, altamente dañinos para la agricultura, como son los hemípteros que se chupan la savia de múltiples tejidos vegetales, que además transmiten enfermedades causadas por bacterias y virus.

 En vista de que los insectos dañinos provocan millonarias pérdidas en el cultivo de pastos, algodón, granos, leguminosas, papas, arroz, frutales y verduras, desde hace años las compañías fabricantes de pesticidas sabían que la síntesis de insecticidas específicos para tratar las plagas de esos hemípteros, les harían subir significativamente sus acciones en las bolsas de valores: ¡Y lo lograron!

Con los insecticidas IMIDACLOPRID, THIAMETHOXAM (TMX) ya CLOTHIANIDIN, que son capaces de penetrar el cerebro de los insectos, causándoles la muerte. Empresas principalmente chinas y alemanas como Bayer, desde entonces, han visto muy aumentadas sus ganancias, pero a un costo ambiental, que como veremos, es inconmensurable.

Luego de un debate que parecía no terminar, en pro y en contra de su uso,   alrededor de la hipótesis de que la brutal caída en las poblaciones de abejas inicialmente en Europa, era provocada por el uso de esos insecticidas NEONICOTINOIDES, aún después de más de un millar de estudios científicos, persistían dudas sobre tales resultados. 

Pero, al fin, investigaciones realizadas en Escocia, en las universidades hermanas de Dundee y St. Andrews, han confirmado que los niveles de insecticidas neonicotinoides, causan tanto el deterioro de las células cerebrales de los abejorros, como el consiguiente bajo rendimiento de las colonias de abejas (https://phys.org/news/2015-02-neonicotinoid-insecticides-impair-bee-brains.html).

Los resultados de tal proyecto publicados en la revista anotada, demuestran por primera vez que aún las trazas de los tóxicos encontradas en el néctar y el polen de las plantas, son suficientes para dañar el cerebro de las productoras de miel.

En resumen, los resultados mostraron que a niveles muy bajos esos tóxicos provocaron una reducción del 55% en el número de abejas vivas, una reducción del 71% en las células de cría sanas y una reducción del 57% en la masa total de abejas por colmena. ¡Toda una catástrofe!

  Las consecuencias son mayores si, más allá de la producción de miel, recordamos que el 90% de las plantas silvestres y el 75% de los alimentos cultivados, dependen de la polinización. Por ello, no solo se afecta «uno u otro» ecosistema, sino que se amenaza con limitar un sector primordial de la economía mundial, regional y local, al afectar el fundamental abastecimiento de alimentos necesarios para la supervivencia del Homo sapiens y otras especies

Así que, más determinantes habrán de ser las prohibiciones que permitan mañana, no pasado mañana, ir mitigando los efectos persistentes de tan potentes pesticidas. Esa es nuestra tarea, suya y mía, amigo lector.