Proteccionismo y libre mercado: la estridencia como argumento

Luis Paulino Vargas Solís

Director CICDE-UNED

Presidente Movimiento Diversidad

Uno de los errores cometidos en el decenio de los treinta del siglo pasado, y que incidió en el agravamiento de la Gran Depresión, fue la competencia irracional, incluso caótica, hacia el proteccionismo, en que se vieron atrapadas las potencias económicas del mundo en aquel momento. Esto ilustra que, bajo determinadas circunstancias, el proteccionismo puede ser realmente perjudicial, como sin duda lo es cuando atiende a estrechos objetivos gremiales o sectoriales, con descuido de intereses o necesidades más amplias.

Aclararemos que el concepto “proteccionismo” hace referencias a políticas que, de manera explícita o disimulada, por medio de impuestos, subsidios u otro tipo de restricciones, limita, o del todo bloquea, las importaciones que pudieran dañar determinados sectores de la economía nacional.

Es fácil –y goza de gran cartel en los medios de comunicación comercial– recurrir a generalizaciones que, con gran ligereza, construyen una imagen demoníaca del proteccionismo. Lo cual, como no es difícil de entender, es una forma alternativa de hacer la glorificación del “libre mercado”. Si a este último se le atribuyen virtudes milagrosas, si se cree que el automatismo de su funcionamiento garantiza equilibrios óptimos y virtuosos y un mundo de armonías perpetuas, pues de ello se desprende que la interferencia proteccionista es un mecanismo perverso que altera el virtuoso equilibrio del mercado y perturba su reinado glorioso y feliz.

Si nos remitimos a su fundamentación teórica, hemos de indicar que toda esta estridente cháchara sobre el proteccionismo y a favor del libre mercado, no pasa de ser un mero exabrupto ideológico, por lo demás bastante vulgar. Ya Walras –hace sus buenos 140 y tantos años– intentó ponerle una careta científica al asunto, con su teoría del equilibrio general, la cual hubo de recurrir al artificio del “subastador” para poder llegar a la conclusión deseada. Lo cual suponía tomar un atajo que pintaba de paradoja y contradicción toda la propuesta: la economía capitalista “descentralizada” quedaba explicada a partir de un mecanismo totalmente centralizado.

Pero eso era solo el principio del desastre. Veblen hizo un hazmerreír de todas las simplonadas de aquella teoría sobre el consumo, como Sraffa tuvo tiempo para buscarle las pulgas y demostrar que la teoría decía lo que explícitamente ella prohibía que se dijera. Keynes les hizo un completo desbarajuste tan solo con confrontar la teoría con las limitaciones de lo humano y las realidades de las instituciones que la humanidad requiere para vivir, y peor cuando demostró que el dinero no es un “velo” que recubre las transacciones reales, sino que su papel (al modo de pasaje entre presente y futuro) podría tener, y de hecho tenía, consecuencias importantísimas. Todavía Joan Robinson se dio tiempo para ironizar –con aquel, su humor tan fino– sobre lo absurdos de la teoría del capital. Pero como no hay peor astilla que la del propio palo, fueron Sonnenschein, Debreu y Mantel los que, queriendo arreglar el desaguisado, terminaron de amolarla. De ahí en adelante, el paciente, ya en estado terminal, quedó muerto y cadáver.

Esa es la teoría económica neoclásica, que sustenta toda la biliosa perorata sobre proteccionismo y libre mercado. No obstante lo cual, es una ortodoxia ampliamente dominante, gracias a los servicios que, como aparato ideológico muy sofisticado, brinda a intereses muy poderosos.

Pero vuelvo adonde inicié: el proteccionismo. Que este puede ser dañino. Si, ciertamente lo puede ser. Así nos lo demuestra la historia. Puede ser dañino, dije, bajo ciertas circunstancias. No necesariamente bajo otras circunstancias. Y esto es lo que pierde de vista el parloteo contra el proteccionismo. Acaso debido a su interés ideológico o tal vez por ignorancia supina. Sobre eso no me pronuncio.

El caso es que incluso Inglaterra aplicó políticas proteccionistas. Y lo hizo no obstante haber sido cuna de la revolución industrial y primera potencia industrial en la historia del capitalismo. Pero lo cierto es que, en su momento, incluso se limitaron las importaciones de textiles baratos provenientes de la India para así propiciar el fortalecimiento de la industria textil inglesa. Pero, en serio ¿Alguien puede creer que el éxito industrial inglés no se vio favorecido por su poderosa flota, su enorme imperio y los monopolios coloniales?

Luego vinieron Alemania, Francia, Estados Unidos, Japón, los “tigres del sudeste asiático”. Y China en el período más reciente. Todos, sin excepción recurrieron (recurren en el caso chino) al proteccionismo para lograr su avance hacia el estadio propio del capitalismo rico. Ningún caso es igual a otro. Cada uno tiene sus particularidades, según la propia historia, cultura e instituciones, y de acuerdo al momento particular en que se sitúan. Pero lo que sí es cierto es que, invariablemente, se interfirió en los mecanismos del mercado y se aplicaron políticas proteccionistas. Jamás se logró optando por el libre mercado abstracto. Siempre hubo una visión estratégica que miraba mucho más allá de lo inmediato.

Esos países se hicieron ricos y ahora “tiran la escalera”: no nos quieren permitir a los demás que subamos por ella. Nos prohíben hacer hoy, lo que hicieron entonces. Que, de seguro, tendríamos que hacerlo a nuestra manera, puesto que, inclusive, la crisis ambiental así lo exige.

Pero lo cierto es que China no les ha obedecido y ello ha sido determinante para lograr lo que han alcanzado. Para países pequeños y débiles como el nuestro, el camino parece estar bloqueado. Con el apoyo de gente que, desde adentro, vocifera estridencias. No sé si por interés ideológico o por ignorancia supina. Sobre eso no me pronuncio.

 

Tomado del blog: https://sonarconlospiesenlatierra.blogspot.com

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