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QUE EL FIN DEL MUNDO NOS PILLE BAILANDO

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Todos hemos tenido nuestros propios fines de mundo. Porque se nos van seres queridos, seres de luz que se convierten en algo fijo en el firmamento que a veces puede ser una estrella o un pensamiento. También porque lo conocido se nos vuelve incertidumbre, porque en un segundo nos cambia la vida para siempre.

Al contrario de la interpretación que las escrituras bíblicas nos proponen acerca de un momento al que todos acudiremos al juicio final en medio de una debacle colectiva, que por cierto ya la hemos empezado a vivir como especie desde hace tiempo, el fin del mundo supone para cada uno y cada una un cambio en el estado de cosas tal y como la conocíamos: un apocalipsis para cada cual.

Ahora mismo, mientras escribo estas reflexiones, un contingente humano, uno más de tantos que han caminado los últimos años las anchas carreteras regionales, ha salido del sur de México con la esperanza de cruzar todo su territorio, llegar a frontera con Estados Unidos e intentar pasarla. Para todos ellos, para todas ellas, el fin del mundo es hoy, es ahora, mientras caminan, mientras intentan construir una nueva vida.

Narrar lo que nos ha ocurrido como civilización, pero ante todo como personas, durante la pandemia es un acto político y sanador. Es político porque revela la construcción de una estrategia, de un proceso de negociación con el entorno, de las formas mediante las cuales establecimos jerarquías, prioridades y las fuimos ejecutando con el día a día. Y es sanador porque nos permite decir aquello que nos produjo miedo e incertidumbre, nos paralizó, nos inmovilizó o nos provocó las más diversas reacciones.

Decir la pandemia es buscar con las palabras precisas su significado y hacerlo visible.

Eso fue justamente lo que la escritora y periodista guatemalteca Vania Vargas hizo con su libro «El cuaderno del fin del Mundo» publicado en su país por Editorial Celsius 232, del proyecto cultural Ocote. A simple vista el libro asemeja justamente un cuadernillo, una especie de libreta que la autora tomó un buen día en medio de los primeros momentos de pandemia, para empezar a detallar de forma precisa el paso del tiempo, un tiempo sanitario y urgente, la diferencia entre el día y la noche, la oscuridad y la luz, la transformación de su propio cuerpo a medida que el cuerpo social iba también siendo modificado por los efectos devastadores del virus en un país cuyo sentido de orfandad institucional provoca enojo, sí, pero sobre todo tristeza. Y la tristeza hay que transmutarla en poesía.

Coincidí con Vania el primer fin de semana de junio en la Feria Internacional del Libro de Xela (FIL XELA) en Guatemala, evento que, a pesar de los pesares, a pesar de un estado omiso en materia cultural y literaria, ha resistido el paso del tiempo ya en cinco ediciones, pandemia incluida. Fui invitado a presentar una publicación sobre la Centroamérica que me he permitido conocer y esa otra Centroamérica histórica. Allí fui a dar con mis huesos, como diría Víctor Manuel en una canción de camino, ya conocida.

Vania fue la persona dedicada de la feria y en la actividad homenaje realizada para brindarle el reconocimiento, compartió una hermosa reflexión sobre su propio acto de moverse como fuero interno, como ritual al que todos, todas alguna vez hemos acudido, acudimos, acudiremos. Decía Vania:

“En una región en donde la única manera de sobrevivir parece ser marcharse, yo reconozco que la mía ha sido una errancia privilegiada. Soy de los que decidieron irse de su ciudad natal, porque sentían que estaban destinados a hacerlo, sentían que estaban obligados a hacerlo o querían hacerlo profundamente, por la curiosidad innata de averiguar si la vida que imaginaban estaba detrás de las montañas que abrazan al pueblo, esas, tan verdes, que inevitablemente se transforman en la distancia, y dejan de ser verdes, para convertirse en el azul de todo lo que fluye, aunque no se muevan. Yo también quería ser parte de ese milagro.

Entonces, el “allá” que imaginábamos, de este lado, se convirtió, del otro lado, en un nuevo punto de partida que ve de vuelta hacia otro “allá” que ciertos días añoramos. “Allá”: cuatro letras, un palíndromo imperfecto que en su camino de vuelta nos dejará con la sensación de una significativa ausencia.

Ir y venir se convirtió en el péndulo de nuestro tiempo, en el movimiento que le bombea sangre a la vida. Una especie de parpadeo entre dos realidades que nos conforman y nos transforman, nos marcan y nos desdibujan. Somos de aquí, pero no pertenecemos. No somos de allá, nos define el camino, el tránsito, el recorrido, el siempre volver sobre los lugares abandonados.

Así, entre el llamado, la necesidad y la vocación de marcharse se van acumulando los años. Uno se va, pero nunca se va del todo. Uno vuelve, pero nunca vuelve del todo”.

Y entonces presentó su libro en el que con maestría periodística pero sobre todo literaria, nos compartió un hermoso registro en primera persona o en la persona de todos, sobre ese tiempo-no tiempo que nos tocó vivir como especie humana. Su poema II, que forma parte de un cuerpo de 35 textos en prosa, retrata quizá con total conciencia del momento, lo que sentimos y como se nos inscribió en el cuerpo:

II

El despertador sigue sonando a la misma hora, cinco días a la semana y yo le obedezco. Arreglo mi cama, me meto a bañar y empiezo la rutina del encierro. La costumbre es la ilusión de la que se sostiene la nueva normalidad para no terminar de desmoronarse. EL fantasma de la realidad conocida avanza despacio, sobre el caos, viendo hacia atrás. Porque, hacia adelante, su miopía choca contra la bruma.

Resulta evidente que a cada quién le sucede el momento último, de la forma que lo conciba. Reconstruirnos así es un acto de resistencia. Solo desearía que, al decir de Joaquín Sabina y que alguna vez la querida Chavela Vargas rasgara con su voz, ese momento fuera importante, esclarecedor, sanador, tanto, que nos tomara bailando desde adentro para afuera.

 

Fotos archivo personal. Feria Internacional del Libro en Xela, Guatemala. 4 de junio

Feria Internacional del Libro de Xela, migrantes, pandemia

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