Raúl Aguilar Piedra, In memoriam

Vladimir de la Cruz

Nacimos el mismo año, 1946. Nos conocimos en la Universidad de Costa Rica al mismo tiempo. Raúl Aguilar Piedra y yo fuimos contemporáneos de estudios, tuvimos, y compartimos muchos profesores. Nos egresamos casi al mismo tiempo.

Yo docente de la Universidad gracias al apoyo y la confianza que me tuvo el Profesor Rafael Obregón Loría, Director de la Escuela de Historia y Geografía, de ese entonces, quien me abrió las puertas para la docencia universitaria, cuando había cierta resistencia para que lo hiciera por mi militancia y dirigencia comunista estudiantil de esos años. Con el Profesor Obregón Loría ambos hicimos una extraordinaria, invaluable y fecunda amistad.

Don Rafael, o Don Rafa, como cariñosamente le llamábamos todos sus alumnos, era, como Docente, como Profesor, un Gran Amigo de sus estudiantes, especialmente de aquellos, que éramos los “pegados” a él, los que lo buscábamos para un consejo, una guía, una hoja de ruta para alguna investigación que se nos ocurría, para algún proyecto de estudio o de investigación, los que constantemente demandábamos de su sabiduría, de su amplísima y enciclopédica cultura, los que buscábamos el “dato” preciso de algún suceso histórico o de algún personaje de la Patria. Acostumbraba a regalarnos sus libros recién los publicaba salidos del Taller de Encuadernación. Siempre, y me atrevo a decir que, a cualquier hora, Don Rafa, estaba disponible, accesible y como generoso colaborador, sin egoísmos académicos de ningún tipo. Ahí estaba, también, el joven estudiante Raúl Aguilar Piedra, demandándole ayuda y buscando apoyo.

Fui asistente académico dos años de Rafael Obregón Loría y de él aprendí muchísimo. Lo traté, lo viví, y disfruté de su amistad, como pocos de sus cercanos alumnos y asistentes. Algunos de sus estudiantes seguimos sus pasos en el campo de la Historia y la Geografía, y en la Gran Logia de Costa Rica.

Raúl tuvo la oportunidad de empezar a trabajar en el Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, recién creado en 1974, institución con la noble e importantísima misión de rescatar, conservar y destacar todo lo relacionado con la Heroica epopeya del pueblo costarricense, en su Gesta Nacional, de la lucha contra los filibusteros norteamericana, jefeados por William Walker, en Costa Rica y en Centroamérica, especialmente en Nicaragua. Su tesis de graduación fue sobre el Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, como una responsabilidad del Estado costarricense ante la defensa del patrimonio nacional.

Justo, el Profesor Rafael Obregón Loría, con motivo del centenario de la Campaña Nacional contra los filibusteros, había tenido la tarea histórica, por encargo del Rector de la Universidad, su gran amigo, Rodrigo Facio, y por iniciativa propia, de hacer la investigación relacionada con esos hechos, la que culminó con su libro originalmente llamado “La Campaña del Tránsito 1856 – 1857”, luego publicado con los nombres de “Costa Rica y la guerra contra los filibusteros” y “Costa Rica y la Guerra del 56 (La Campaña del Tránsito)”, convirtiéndose esta Obra, hasta hoy, en el trabajo más importante que se ha hecho sobre ese capítulo de Nuestra Historia Patria.

Quienes fuimos alumnos de don Rafa aprendimos, no solo de su Obra, sino de su fervor patrio, de su admiración por los Héroes de aquella Guerra Nacional, de sus principales figuras, del Presidente Juan Rafael Mora, de su hermano, el General Joaquín Mora, del General José María Cañas, de Juan Santamaría, de la Pancha Carrasco y de tantas otras figuras y personajes que nos los presentaba, de carne y hueso, como eran. Pero, también nos hablaba del Crimen de Estado, y de quienes actuaron en él, asesinato aún no reparado, que se cometió contra Mora y Cañas, con su pérfido fusilamiento en 1860. Siempre nos enseñó que la abolición de la pena de muerte en Costa Rica, primero su inaplicación en 1878, y luego su abolición, en 1882, se debía justo a ese infame fusilamiento, ya que el Presidente Tomás Guardia Gutiérrez, quien admiraba profundamente al General Cañas, aquel asesinato lo había impactado, hasta llevarlo a tomar esa importante decisión.

El General Tomás Guardia, y los Presidentes liberales que le siguieron, Bernardo Soto y Próspero Fernández eran otros personajes admirados por don Rafa, como lo fue también de José María Castro Madriz.

La Guerra del 56 y del 57 era para nosotros, los estudiantes y alumnos de don Rafa, un capítulo muy importante de nuestra formación académica y profesional.

Probablemente fue este sello de don Rafa el que llevó a Raúl Aguilar Piedra a vincularse desde su inicio al Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, llegando a ocupar su Dirección desde 1977 hasta el 2010, siendo su Primer Director.

Como Director le tocó desarrollar el Museo, de fortalecerle su misión y sus objetivos históricos, de ampliarle sus bases informativas y documentales, de irlo enriqueciendo poco a poco, con las limitaciones institucionales que tenía, de fortalecerle las diversas temáticas que hoy tiene el Museo, entre ellas, biografías, la parte museográfica y museológica, los trabajos genealógicos, especialmente de Alajuela, Obra que asumió Rafael Obregón Loría, por muchos años de investigación, que culminó con ocho tomos publicados por el propio Museo. También la tarea de recopilar todo lo humanamente posible que pudiera rescatar relacionado con la Campaña de 1856 y 1857 en libros, revistas, documentos, periódicos, colecciones especializadas de obras de arte, estampillas, de numismática, en fin, de todo lo que tuviera que ver con su Museo.

Cuando don Rafa estaba trabajando sus genealogías de Alajuela, a finales de la década de 1880, fui contratado para impulsar, en ese momento un proyecto ambicioso de Historia General de Costa Rica, que salió publicado en 5 volúmenes, impreso en España, a todo lujo, como no se había publicado nada aquí de esa forma. Allí agrupé a Historiadores y colegas de generación. Entre ellos invité a don Rafa, mi Gran Maestro, para participar de la Obra, con algunos capítulos especiales, para los cuales me depositó su total y absoluta confianza. Tenía que competir con mi compañero Raúl Aguilar el tiempo de don Rafa.

Raúl le demandaba más tiempo. Estaba presionado con los plazos de terminación del trabajo de las genealogías, y así también ejercía presión sobre don Rafa. Yo me acoplaba a las disponibilidades de tiempo de don Rafa para que me atendiera a mí, en los capítulos del libro con los que él me iba a colaborar. Era frecuente, y en muchas ocasiones, que nos encontráramos, Raúl y yo, en casa de don Rafa, cuando vivía 100 metros al sur de la Corte Suprema de Justicia, en una casita azul, cuya pequeña oficina, con ventana a la calle, apenas daba espacio para que los tres estuviéramos allí, a veces hasta las 11 de la noche, alternando en las consultas y conversando amenamente sobre diversos temas del momento, o de los trabajos que teníamos en desarrollo con don Rafa. Lo que evoco en este momento son aquellas noches de intenso trabajo, en que don Rafa parecía incansable, inagotable, dándonos su sabiduría, enseñándonos son su maravilloso ejemplo su Oficio de Historiador, fortaleciendo hacia él nuestra admiración y el afecto que le profesábamos como discípulos permanentes que fuimos siempre de don Rafa, Raúl uno de ellos, quizá de los pocos que pudimos tratarlo y tenerlo muy cerca de esa forma.

Terminé mi trabajo. Don Rafa el suyo con ambos. Raúl continuó con el Museo a cargo sobre su espalda y hombros.

Raúl logró que el Museo creciera, desde su primera instalación hasta que le dieron todo el antiguo Cuartel de Armas de Alajuela, edificios históricos, de carácter patrimonial, de finales del Siglo XIX.

Como Director fue sumamente laborioso, silencioso en su trabajo, él mismo era de hablar bajo, de amplia cultura, humilde en su forma de ser, modesto, sin arrogancias de ningún tipo, ni hacía alarde de su sabiduría enciclopédica, que había llegado a tener sobre la Guerra de 1856-1857, de excelente trato, sencillo y afable, que lo exhibía como una persona muy especial. Como su Maestro, don Rafa, siempre fue generoso con quien demandaba un dato, una ayuda, una guía de investigación o la precisión de un dato histórico que él conocía, especialmente sobre la Campaña Nacional.

Al frente del Museo estaba comprometido de cuerpo y alma a la Institución, haciendo del Museo la gran institución que hoy es. En el Museo investigó, editó y desarrolló una gran labor editorial, de esta Institución. Treinta y tres años al frente del Museo le ha dejado su indeleble huella.

Cuando se hablaba con Raúl sobre la Guerra del 56 y 57 sabía respetar las opiniones, aún cuando no las compartiera, pero siempre procuraba dirigir la conversación hacia las fuentes que podían enriquecer el intercambio de opiniones.

Con Raúl el Museo llegó a tener vida intensa, de las más destacadas de las instituciones culturales del país, por las actividades que programaba como exposiciones permanentes y temporales, mesas redondas, en algunas yo participé, presentaciones de libros, simposios, conferencias, congresos, nacionales e internacionales que allí se han realizado, montaje de obras de teatro, conciertos y encuentros. El Auditorio “Juan Rafael Mora Porras”, que tiene el Museo, es un sitio de encuentro con la Historia y la Cultura Patria desde todos los campos del saber.

Por su labor el Museo llegó a recibir el Premio Libertario “Florencio del Castillo” que otorga la Fundación Pax Costarricensis, y a él, como Director, la Universidad Nacional le otorgó el Premio “Omar Dengo” en mérito a “su labor educativa y cultural en defensa del patrimonio histórico costarricense”.

Fue fundador, en el 2015, de la Academia Morista Costarricense, donde recibió el reconocimiento de Miembro de Honor. También recibió la Medalla de Oro del Bicentenario Morista. Armando Vargas, fundador e impulsor de esta Academia, ha propuesto que una Silla de la Academia lleve su nombre, en lo que estoy de acuerdo.

Como funcionario público fue un ejemplar trabajador y ciudadano modelo. Bastaría señalar que se trasladaba casi 30 kilómetros diarios para ir a su trabajo, su segunda casa. Como Don Rafa siempre fue generoso con quien buscaba su ayuda o amparo investigativo.

Su Obra escrita tiene el reto de recogerse totalmente. Lo recordaré, entre sus múltiples facetas, no solo por los encuentros en casa de don Rafa, sino como un buen conversador y gran lector, como un buen amigo y una buena persona.

Costa Rica, con su muerte, ha perdido a uno de sus mejores hijos, a un gran ciudadano, a una persona que profesaba amor por la Patria, y la Cultura e Historia Nacional han perdido a uno de sus mejores baluartes.

 

Fotografía tomada de: Museo Histórico Cultural Juan Santamaría Costa Rica