«Ser la mamá que se levanta a la hora perfecta, que hace 50 tareas del día, que va al trabajo, le va bien y además es amorosa, tiene un costo personal enorme»

Diana Massis

Marcia Aguiluz

«Tengo 47 años, nací en Costa Rica, producto de una relación entre mi madre tica (de 35 años) y mi padre hondureño (de 63 años). De pequeña me decían que era «hija natural», porque mis padres no se casaron y no convivían juntos. Soy la menor de 13 hermanos y hermanas, la mayoría de los cuales no conocí por ser hijos de diferentes mamás», cuenta la abogada costarricense Marcia Aguiluz en el artículo «¿Qué significa ser mujer en Centroamérica?»

Como feminista y defensora de los derechos humanos, Aguiluz da un panorama crudo y certero de los muchos males, discriminaciones y violencias que azotan a las mujeres de la región.

Pero también pregunta y se pregunta, no solo en busca de respuestas sino para intentar empoderar a las mujeres y generar cambios. Sociales y personales.

Si pudiera desbaratar el patriarcado, dice, lo primero que desbarataría sería «la culpa que tenemos las mujeres y que llevamos en el cuerpo. La culpa de no ser perfecta. La culpa de no ser amada si no soy de tal manera. La culpa de tener hijos. La culpa de no tener hijos. La culpa de irme de mi casa. La culpa de quedarme. La culpa de trabajar fuera de casa. La culpa de quedarme en casa».

¿Cómo las violencias determinan a la mujer centroamericana?

En términos de homicidios, feminicidios, robos, los delitos tradicionales, Centroamérica claramente es una de las regiones más violentas del mundo.

A las mujeres la violencia nos cruza, nos atraviesa en el alma y lo vivimos de miles de formas.

Las cifras son escandalosas. Algunos ejemplos: sólo en 2022 hubo 1.128 feminicidios a nivel regional; en Guatemala entre enero y abril de 2022 se documentaron 1.013 casos de violación de niñas y adolescentes, y en Nicaragua cada 2 horas ocurre un caso de violencia sexual, alrededor de 15 por día.

Está además, la violencia del rol que se nos impone.

Lo digo siempre con mis amigas: ¡qué jodido!, ¿verdad?: cuando sos niña le debés obediencia a tus papás; cuando te casás, se la debés a tu marido; cuando eres madre a tus hijos y cuando envejecés, a tus papás porque tenés que regresar a cuidarlos.

¿Cuándo es el momento en que las mujeres somos libres?, ¿por qué siempre tenemos que estar al servicio de alguien más? Es tremendamente violento si lo ves en una línea de tiempo: ¿cuándo es el momento de nosotras?

Al hacer ese análisis en una mujer rural, en una que vive en Honduras, en una mujer lesbiana o trans, en una mujer migrante o con discapacidad, el panorama es aún más tremendo.

¿Y qué pasa con el estereotipo de la centroamericana voluptuosa, alegre, colorida? ¿Existe, convive?

Uno de los grandes problemas de los estereotipos es que nos imponen una forma de actuar.

Que se diga que la mujer centroamericana es alegre, que siempre está contenta, nos pone en un pedestal en el que es difícil caminar, aún cuando sea un estereotipo positivo. Tampoco nos da libertad, porque no tenemos derecho a enojarnos o a quejarnos.

El estereotipo de que la mujer centroamericana siempre está contenta también puede ser perjudicial, opina Aguiluz. Getty Images

Durante algunos años nos han hablado de que Costa Rica es el país más feliz del mundo y eso tiene su carga. Las trabajadoras de maquilas en Honduras ganan un salario que ni siquiera paga la canasta básica, pero aún así tienen que estar alegres.

¿Tenemos las condiciones para ser verdaderamente felices? ¿o se nos encasilla para que no rechacemos lo que nos está haciendo infelices?

Dices que te sientes profundamente centroamericana, ¿cómo es esa identidad?

Una identidad que hemos construído a lo largo de las amistades, de la lucha, los afectos, las rabias que nos da la injusticia de ver los comunes denominadores de los gobiernos, no importa si son de derecha o de izquierda.

Tenemos tantas raíces en común, a la vez tantos desafíos y una élite muy mezquina, ¿verdad?

Muchas veces hemos llorado. Yo conocí a Berta Cáceres (líder y activista indígena), trabajé con ella y recuerdo cuando me llamaron el día que la asesinaron en 2016 para decirme «mataron a Berta» y vos decís, pero ¿qué es esto?

Para mí ser centroamericana es sentir en la piel el dolor, los desafíos, las luchas y también las alegrías de mis hermanas y hermanos centroamericanos. Yo los siento en mi corazón y los vivo en mi piel.

De niña te decían que eras hija natural, ¿cómo te marcó?

Muchísimo porque siempre me hizo sentir menos.

Tenía una hermana mayor y ella era la hija del matrimonio, era la importante y todos los demás hermanos y hermanas hijos de mi papá, éramos de otra categoría.

Crecí con el inconsciente de que necesitaba ser más y debía destacar para ser digna de ser hija de papá. Por supuesto, una de pequeña no racionaliza, pero cuando lo veo en retrospectiva, sin duda alguna marcó muchísimo.

¿Se cuestiona aún que las mujeres que podamos tomar decisiones respecto de nuestra vida, sexualidad, maternidad?

Hay tres claves que guían mi trabajo como defensora: la lucha por la dignidad, por la igualdad y por la libertad, que no son iguales para todas las personas.

Como feminista no puedo decirle a una mujer «usted tiene que salir a trabajar y no hacerle la comida a su marido». Es una imposición violenta.

El tema es que las mujeres sean libres para decidir. Si su libre elección es quedarse en casa y tener diez hijos, aplaudo esa elección. Si quieren ser madres es maravilloso, pero de una manera consciente, no con la carga, la culpa y la señalización de que tiene que ser de esa manera.

La muerte de Berta Cáceres en 2016 tuvo un impacto regional e hizo que surgieran muchas preguntas sobre lo que estaba pasando en Centroamérica. Getty Images

Que las mujeres decidan lo que quieren para sus vidas, démonos esa posibilidad.

¿Cómo te has liberado en tu vida personal?

Es una lucha diaria. No llega un momento en el que uno dice: me liberé de todo esto.

Quizás empecé a transformarme hace unos 20 años, pero hace unos diez me convertí al feminismo y lo digo con orgullo: soy feminista.

Creo que es la primera liberación: reconocerme como una persona que cree en ciertas cosas.

Y antes que eso, la liberación de mí misma. He sido tremendamente estructurada, con metas muy claras y roles asumidos, y me llegó el cuestionamiento interno de decir, ¿qué es lo que hace que quiera esto?, ¿por qué cuando tenía 29 años dije es hora de formar una familia o me voy a quedar solterona? Y en efecto, lo hice.

Luego llegó el momento en el que pensé, esto no es lo que yo quiero.

Así que tomé decisiones que he considerado liberadoras, como un cierto estilo de vida familiar, criar a mis hijos bajo ciertos valores, crear una relación distinta con mi mamá.

Las mujeres tenemos esta cuestión con nuestras madres, donde les ponemos un peso muy grande.

Mi mamá era servidora doméstica, no tuvo acceso a la educación y yo crecí cuestionándola. ¿Por qué permitió esto? Una de mis liberaciones ha sido honrar eso, reconocer su fortaleza y que hizo lo mejor que pudo con lo que tenía.

¿Y con los hijos cuál ha sido la liberación?

Tengo mellizos, un niño y una niña, y hoy los crío equivocándome todo el tiempo y pidiéndoles disculpas, que no es cosa fácil, porque en los primeros años de sus vidas tenía que ser la mamá perfecta.

Era mi concepción, y el mensaje que les estaba dando les generó ansiedad porque en ese nivel de perfección también era tremendamente exigente.

¿Qué estoy haciendo colocándoles un ideal de mujer que no existe?, me pregunté.

Ser la mamá que se levanta a la hora perfecta, que se acuesta a la hora perfecta, que cumple las 50 tareas del día, que va al trabajo, le va bien y además es amorosa, tiene un costo personal enorme.

Entonces fue rebobinar y decir no, no, perdón, perdón, no soy la mamá perfecta. Y conversar con ellos desde la imperfección, algo tan simple como decirles, bueno, resulta que yo también tomé licor cuando era adolescente, también me enamoré de una persona, hice estupideces.

Creo que la peor trampa que nos ha jugado el patriarcado a las mujeres es este ideal de perfección que también estaba transmitiéndole a mis hijos y que no existe.

En el artículo te refieres al aborto en Centromérica, donde es ampliamente penalizado, ¿el cuerpo de las mujeres le sigue perteneciendo a otros?

Nunca ocurrió de otra manera en Centroamérica. Ningún país permite el aborto libre, solo en algunos está permitido en situaciones extremas.

Hace poco en Costa Rica tuvimos el caso de una niña de 12 años que tuvo una bebé y el presunto violador, que era su padrastro, parece que la secuestró. No solamente hay una bebé desaparecida, sino una niña de 12 años con una hija y el sistema no detectó que había un problema.

El aborto es un tema que genera divisiones y debates en Centroamérica. Getty Images

Los datos de violencia sexual son atroces. Decir que se quiere proteger la vida del feto es el discurso fácil.

Las estadísticas donde existe aborto seguro muestran que se hacen en etapas tempranas, que bajan las cifras de mortalidad materna, ocurren menos en mujeres adultas y si se acompaña de educación sexual y políticas de prevención, disminuyen.

Si el objetivo fuera reducirlos, las políticas serían de otra naturaleza, pero en Centroamérica son punitivistas, y la penalización es claramente castigadora: ¿cómo se atrevió usted a desafiar el mandato de maternidad?.

Cuando algunas personas dicen ‘es que las mujeres lo van a agarrar como deporte’, yo digo: ¿qué te hace pensar que las mujeres somos tan estúpidas, tan irresponsables?, porque si las creyéramos sujetas pensantes, tendrían la inteligencia para decidir qué es lo mejor para sus vidas.

Los grupos que se oponen al aborto se han apropiado de los conceptos de protección de la vida y de la familia, ¿cómo lo han logrado?

Es uno de los de los grandes desafíos, las narrativas que estos grupos han creado, porque quién va a estar en contra de la vida. Han tenido la habilidad de desarrollar en palabras sencillas temas muy complejos.

Recientemente aprobaron en Perú un proyecto de ley que le otorga protección al feto, derecho a la vida, a la salud, al desarrollo de la personalidad, una serie de cosas que uno dice, pero ¿qué es esto tan absurdo?, ¿en qué momento empezamos con estos retrocesos tan fuertes?

Y por lo menos en Centroamérica lo vinculo a la presencia fuerte de grupos fundamentalistas en la política y al desdibujamiento del Estado laico.

Antes podíamos tener a las Iglesias, la católica y algunas evangélicas, manifestando sus opiniones, pero ahora los tenemos en los partidos, están construyendo política pública. Y las élites políticas entendieron que tienen mercados cautivos y han generado alianzas fuertes con estos grupos, donde ellos también han pedido sus cuotas.

También hablas de la violencia que sufren las mujeres defensoras de los derechos humanos y las mujeres políticas, ¿se las ataca en su escencia más que en su labor?

Tiene que ver con con su identidad de mujer, con su cuerpo, con las palabras que usan. Los ataques son personales, se les va a cuestionar en relación a su personalidad.

Menciono el ejemplo de una diputada costarricense que es gordita, que decía que se lo pensaba antes de sacar una foto comiéndose un postre, porque si la mostraba iban a venir cientos a atacarla, a decirle que por ser gorda no tenía derecho a comerse ese postre.

Hay un impacto psicológico distinto, y es difícil desprendernos cuando están atacando lo central: nuestro cuerpo o nuestra familia.

En el caso de mujeres defensoras, la mayoría de los ataques son amenazas: ‘le vamos a hacer esto a tus hijos’ ¿Y qué hace uno cuando le dicen eso? Deja lo que sea.

Planteas que en las labores de cuidado la brecha sigue siendo inmensa y mencionas «la carga mental», ¿cómo la describirías?

Es toda la labor de gerencia y logística que hay que hacer para lograr algo. Ese tiempo que gastás en pensar y coordinar.

Algo tan sencillo como la entrada a clases de los hijos en febrero; pues desde que salen de vacaciones en diciembre, estoy pensando en qué fecha necesito pagar la matrícula, comprar los útiles, a dónde voy a conseguir los uniformes, si tienen el bulto escolar, y lo tengo que pensar dos meses antes para que estén listos, a diferencia del padre que sabe que van a entrar a clases en febrero.

Esto está completamente invisibilizado y las mujeres somos parte del problema, de cómo lo asumimos y cómo nos cuesta soltarlo también.

Si pudieras desbaratar algo del patriarcado, ¿qué sería lo primero en echar abajo?

Desbarataría la culpa que tenemos las mujeres y que llevamos en el cuerpo. La culpa de no ser perfecta. La culpa de no ser amada si no soy de tal manera. La culpa de tener hijos. La culpa de no tener hijos. La culpa de irme de mi casa. La culpa de quedarme. La culpa de trabajar fuera de casa. La culpa de quedarme en casa.

Imagínate un mundo libre de culpas para nosotras, es que sería maravilloso.

Esta entrevista fue elaborada para la versión digital de Centroamérica Cuenta, un festival literario quese celebró en República Dominicana entre el 16y el 21 de mayo.

Fuente: https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-65603764