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Etiqueta: excepcionalidad

Tocar fondo

Por Memo Acuña
Sociólogo y escritor costarricense

Una publicación de un querido amigo guatemalteco hacía la comparación del comportamiento del entorno en las finales de fútbol tanto en su país como en Costa Rica. Se refería a las celebraciones que sin violencia se desarrollaron en el estadio Mario Camposeco, sede del equipo Xelajú, flamante campeón con su sétima copa obtenida.

Mientras tanto, colocaba una imagen de los bochornosos actos ocurridos a gran escala en la final del fútbol costarricense recientemente desarrollada.

En respuesta a su post, algunos comentarios se apresuraron a recordar cuánto sentimiento de superioridad hemos mostrado los costarricenses a lo largo de la historia, tal vez por el desarrollo institucional que fuera fortaleza durante décadas, tal vez por la ausencia de ejército, tal vez por la construcción idílica y fantasiosa del eje democracia-paz-estabilidad.

Quisiera detenerme en el segundo de los enunciados.

Hasta hace poco, la narrativa de paz como emblema se sostenía. Y era sostenida e impulsada por los grupos hegemónicos a quienes les interesaba diseminar esa noción fantasiosa de la horizontalidad en las relaciones sociales, la ausencia de conflictos bélicos a la usanza centroamericana, la posibilidad de los pactos sociales y las transiciones políticas sin mucho desorden y con un alto control social.

Esta narrativa era diseminada sin problemas por los diferentes estratos y grupos sociales. Había un proyecto en el que La paz narrativa y La Paz en la práctica eran valores universales en una sociedad como la costarricense.

Esto ha cambiado porque las reglas del juego sociopolítico han cambiado. A los grupos hegemónicos no les interesa ya sostener esa premisa tan identitaria de un proyecto que fue asumido por el colectivo de una forma pasivo-agresiva.

Los intereses de esos grupos no están en el país. Y sus interlocutores ya no son los voceros de los partidos políticos.

Más de 112 grupos criminales operan en Costa Rica y son ellos los que controlan los territorios, las agencias individuales, las microeconomías familiares de quienes han sido excluidos por un sistema económico y político que por más de 40 años ha avasallado al ser humano y su esencia.

Las reglas del juego democrático son otras. Otra la interfaz que dibuja un escenario quebrantado, vulnerable, a punto de tocar fondo si no es que ya.

Quiero hacer aquí una precisión y una disculpa conceptual. Durante muchos años en mi ejercicio sociológico utilicé la expresión “Costa Rica se está centroamericanizando” para hacer referencia al aumento de la violencia y la desigualdad, dos ideas precursoras con las que alguna vez se construyó eso que llamábamos los académicos “la excepcionalidad costarricense”.

Es decir, en ausencia de violencia y siendo uno de los países con menos desigualdad a nivel regional, podríamos ver por encima de los hombros a nuestros vecinos. Y si, con tono de superioridad, racismo y burla.

Qué daño nos hizo la idea de la excepcionalidad. Porque si para afuera lo éramos, hacia adentro el germen de la violencia y la ruptura de la convivencia y la igualdad imaginada, empezaba a cristalizar un nuevo proyecto social basado en la competencia, el individualismo y la construcción de un enemigo social interno, que ha erosionado nuestras formas más básicas de coexistencia comunitaria.

Acabamos de pasar una semana de terror en esta materia. El bochorno sin comparación vivido en el Estadio Alejandro Morera Soto debe ser leído en una clave más amplia. Si la base material está quebrada, la dimensión sociocultural está aniquilada. Ya no sabemos cómo divertirnos ni a nivel subjetivo ni colectivo. No sabemos respetarnos. No sabemos convivir.

Si para pasarla bien debemos acudir a la violencia contra el otro; si para divertirnos debemos asistir a la muerte de dos caballos en un desfile de caballistas, es porque inexorablemente hemos tocado fondo.

Trato de encontrar una fecha significativa en la cual podamos colocar un diálogo nacional para revertir esto.

Se me ocurre 2025: el primer cuarto de siglo de una época absolutamente disruptiva. Aprovechar este momento porque del fondo no salimos si no apalabramos en la enfermedad social, económica y cultural en la que nos hemos convertido.

¿Es solo la economía lo que se debe reactivar?

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Minutos antes de conversar en un espacio sobre arte y cultura que desarrollo de forma habitual en redes sociales, el poeta, periodista y promotor cultural colombiano Miguel Iriarte me actualizaba la dimensión clara y humana del impacto de la pandemia en su país.

  • “Hoy han fallecido 500 personas”, me dijo.
    Lo interrogué: –
    “¿Solo hoy?”
    Si, confirmó.

De inmediato le comenté sobre lo que ha sido abril y mayo en Costa Rica, un país tan construido sobre una narrativa de la excepcionalidad y la superioridad biológica. Ya esa narrativa ha ido dando paso a otras construcciones discursivas sobre la necesidad de un nosotros contingente, necesario para salirnos del impacto institucional, sanitario y social en el que estamos sumidos.

Pero ese nosotros no es para nada fácil. Las dimensiones humanas de la tragedia son tales que no permiten ni siquiera tener una conversación pública y relajada sobre las implicaciones de decisiones tomadas sobre la suspensión presencial y virtual del curso lectivo en el sistema educativo costarricense, los efectos de medidas parciales en materia de movilidad y otras acciones tomadas para tratar de frenar el aumento exponencial de casos positivos.

Todo ha sido dramático en Costa Rica, hasta la forma en que tratamos de dialogar sobre estos temas. No nos estamos escuchando porque simplemente no hay comunidad ni imaginada ni construida posible que pueda hablarse, luego de 40 años ininterrumpidos de proyecto sociocultural orientado al individualismo, la competencia y el mercado como orientador de lo social.

Al momento de escribirse esta nota, se contabilizan 3.962 personas fallecidas según datos oficiales emanados por el Ministerio de Salud costarricense. Son 3.962 historias, biografías, vínculos familiares y afectivos que han partido sin tener el ritual de la despedida por parte de los suyos.

Ambiente COVID-19 en San José. Mercado Central

Mucho se ha dicho ya sobre la necesidad de reactivar la economía. Pareciera ser un discurso necesario, único. Pero en medio de un modelo que justamente privilegia lo económico por sobre lo humano, se ha dejado de lado la dimensión psicosocial y subjetiva que debe restituirse primero, para después reactivarse. Es necesario comprender que una economía con subjetividades vaciadas y con miedo, no funciona ni garantiza igualdad y equidad.

Pensar entonces en reactivar lo humano, pasa por algunas interrogantes:

¿Cómo serán los encuentros sociales a partir de ahora, los abrazos, las conversaciones? La confianza en el otro, la otra, ¿será la misma? ¿Cuál política pública será implementada para reactivar de forma inmediata el afecto y la certidumbre?

En días recientes se promovió en Costa Rica una campaña llamada “Frenar la ola” orientada a concientizar acerca de la necesidad del cuido personal para minimizar el impacto de una fuerza pandémica incontenible, que está ganando la batalla a la institucionalidad en salud en el país.

Para quienes hemos perdido familiares, amigos, conocidos en estos días una acción así cuenta en lo socioafectivo. Algunas voces intelectuales y académicas han mirado con desdén esta iniciativa, pero yo la defiendo como acción restaurativa de lo emocional. Urgen propuestas que se ocupen de esa otra dimensión tan necesaria para la vida: la del sentido y el afecto sobre la racionalidad economicista.

Durante las primeras semanas de contingencia sanitaria en el 2020, las investigadoras Silvia Citro y María Luz Roa, pertenecientes a un equipo interdisciplinario de Antropología del cuerpo y la performance, con sede en Argentina, ya advertían sobre la urgente necesidad de reinscribir nuevas dinámicas subjetivas e intersubjetivas para contender como colectivo las trampas de discursos basados en el restablecimiento de los cuerpos y las economías:

“Construir desde lo colectivo, nuevas artes de re-existir, nuevas micropolíticas colaborativas que nos devuelvan la forma de ser sujetxs alegres y ya no sólo vectores, que brinden abrazos virtuales y no sólo enfermedades. No se trata sólo de entretenernos como pasa-tiempo, sino de entre-tenernos para re-existir con otrxs y vivir-en-el-tiempo”. (Recuperado de https://latfem.org/pandemia-yo-me-quedo-en-casa-pero-en-communitas/)

Quizá sea el momento de reescribir ciertos contratos donde lo importante no pase por la contabilización y el mercado. Existir para encontrarnos pareciera ser esa nueva promesa civilizatoria a la que debemos apostar como humanidad, como país. Esto pasa necesariamente por redibujar las arquitecturas de la política, el arte de la convivencia, el rigor del sentido comunitario. Nos desafían los tiempos.

Imágenes: informa-tico.com y Semanario Universidad

Ficciones ticas

Ricardo Quirós Z, comunicador social

Ficción #1: la excepcionalidad tica

No deja de generar cierto asombro el revuelo con el que la gente se ha tomado el incremento sostenido de los casos de coronavirus en la última semana. Sin duda, hasta ahora la atención a la pandemia desplegada por las instituciones de salud pública (si del Estado benefactor tan ninguneado) y liderada con excepcional paciencia y destreza por el ministro Daniel Salas ha logrado contener y mantener bajo control la diseminación de la pandemia durante estos 3 meses.

Lamentablemente es tiempo de poner los pies en la tierra y entender que estamos en una pandemia, un problema de magnitud global; si países desarrollados con sistemas de salud robustos y políticas de atención social integrales han sufrido el embate del Covid 19, ¿qué nos hace pensar que estamos exentos de ese doloroso tránsito?

A pesar del ministro Salas, la Virgen de los Ángeles y el incansable esfuerzo del sector salud, el país tarde o temprano alcanzará un incremento exponencial de los casos y con cifras dolorosas que nadie quiere ver. Hemos ganado un tiempo valioso que nos permitió prepararnos mejor, pero el asunto apenas comienza. Pareciera que como sociedad apelamos a la ficción para salvarnos, como que seguimos esperando ese gol de último minuto que muchas veces nos da la clasificación.

Lo cierto es que la realidad, es decir, la ciencia y la estadística nos dicen otra cosa, datos que nos asustan, que nos hacen entrar en negación y voltear la cara a otro lado. Al final, se terminará sacrificando al ministro estrella; entonces diremos que “por dejar que las cosas salieran de control” y como otros funcionarios públicos destacados, terminará en el paredón de la opinión pública, azuzada por los intereses electoreros de ciertos políticos en campaña tempranera.

Ficción #2: Los nicas: el origen del todo mal

Ahora que las cosas empeoran, que mejor manera de evadir la realidad que culpar al otro, al de afuera, es decir a los nicas, que en el imaginario tico son el origen de todo mal y desgracia que afecta al país. Y entonces aflora la xenofobia histórica en sus más grotescas expresiones: “que construyan un muro”, “que hagan redadas y los deporten en camiones”, “que cierren la frontera” (cerrada desde hace meses, por cierto), que manden toda la policía a la línea fronteriza (¿Aja…y quien cuidará su barrio?).

Y entonces cuando uno trata de establecer un dialogo medianamente cuerdo sobre el problema te estampan en la cara la sentencia xenofóbica de moda “Vas a ver, cuando te estés muriendo tu respirador lo tendrá un nica”. Pero, el asunto es mucho más complejo. Los nicaragüenses que viven en el país en condición migratoria regular tienen tanto derecho como cualquier otra persona tica toda vez que pagan seguro social e impuestos (eso que muchos ticos no pagan).

¿En el caso de los indocumentados, ya saben que serán deportados a la primera y que no recibirán atención médica, entonces a qué vienen? ¿Será que solo vienen a Costa Rica? ¿Honduras y El Salvador estarán exentos de tan “desafortunada plaga”? ¿Y por qué están en restricción ciertos cantones que no son fronterizos? Todas esas preguntas las respondió el ministro estrella cuando dijo (un poco en clave) que el aumento tiene que ver con actividades agrícolas y de empaque (léase empacadoras de agroexportación). Si probablemente en esta migración irregular “hay de piña”, también de banano y en unos meses más de café. Se sabe desde hace años que, al amparo de una condición migratoria irregular, contratistas y empresarios se aprovechan para emplear mano de obra migrante sin las menores garantías sociales ni derechos laborales.

Ficción #3: El sur también existe

Pero mientras estamos distraídos vigilando si se nos meten los nicas por el norte, nos olvidamos que la frontera sur también existe y que el vecino país tiene la nada despreciable cifra de 16.000 casos. Esa otra frontera, mucho más permeable y difusa, ha sido zona de paso permanente en los últimos años para los más oscuros negocios: contrabando de licores, cigarrillos y otras hierbas, trata de personas, narcotráfico, etc. Por demás está decir que, en pocos meses, la actividad cafetalera atraerá la migración de mano de obra panameña, principalmente del pueblo Ngäbe-Buglé. Entonces seguro diremos que el problema son los “indios panameños”

Ficción #4: No me toca a mí

Al calor de los más airados discursos contra la migración y los reclamos por “nuestros derechos”, nadie parece estar pensando en que este año, con las fronteras cerradas (como pedimos) y en plena crisis económica, no habrá quien vaya a cortar caña y coger café. La falta de mano de obra posiblemente golpeará la producción agrícola y con ello profundizará la crisis galopante. ¿Será que estamos dispuestos a ir a ensuciarnos las manos cogiendo café? La respuesta obvia es la de siempre: “no me toca a mí” “yo estudie”. Y mientras tanto seguiremos yendo a tomar las birras a la clandestina de Gelo, celebrando el partido en molote con los compas y viendo aquel “lance” que te conté.

Compartido con SURCOS por Juan Carlos Cruz Barrientos.

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