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Etiqueta: Guanacaste

La explotación de la hospitalidad: turismo en Guanacaste, Costa Rica

Marinus Gisolf*
Agosto, 2024

El turismo depende de dos componentes básicos: el transporte y la hospitalidad. Estos dos componentes han experimentado grandes cambios a lo largo de la historia. El caso del desarrollo de los medios de transporte está bien documentado, pero es este último elemento, el de la hospitalidad, el que ha recibido mucho menos atención. La práctica de la posada o la recepción de huéspedes en una casa residencial es tan antigua como la propia humanidad, y se denomina la hospitalidad social. No obstante, la comercialización de esta hospitalidad despegó a partir del siglo XVII, y alcanzó proporciones industriales ya en el XIX, con los balnearios y los spas. Después de la segunda guerra mundial, esta forma de hospitalidad siguió las tendencias de mercado del capitalismo, y destaca la separación cada vez más llamativa entre cliente y proveedor. Es el turista, como cliente, quien es exigente dentro del marco comercial de la hospitalidad, como mercancía con valor de mercado; mientras que la relación original huésped-anfitrión desaparece del panorama. Una vez que las grandes inversiones internacionales empezaron a desplegarse en Costa Rica, no sólo cambió el concepto de la hospitalidad, sino, lo que es más importante, toda la estructura económica de una provincia, en este caso, Guanacaste.

Cae la tarde en Tamarindo, distrito costero de esta provincia costarricense. La calle paralela a la playa empieza a llenarse de gente tras el calor de la tarde. Frente a un pequeño bar abierto se detiene un gran 4×4 -supuestamente de alquiler- del que se bajan tres cuarentones de complexión robusta que conversan en voz alta en inglés. El acento delata un origen tejano. Uno de ellos entra en el pequeño bar para comprar cerveza, dos «six-pack». Paga con un billete de 50 dólares, y recibe diez mil colones de cambio de la mujer que está detrás de la barra. Se hacen bromas sobre los miles de colones que el hombre recibe de cambio. En esencia, son unos 20 dólares, y él ha pagado unos 30 por sus 12 latas de cerveza; casi dos dólares y medio por lata, que apenas cuesta un dólar en la tienda.

Los efusivos norteamericanos vuelven a su carro y se marchan, mientras la mujer detrás de la barra los mira con desprecio, y un cliente local con una gaseosa en la mano niega con la cabeza. “Estúpidos gringos,” piensan. “Estúpidos costarricenses con su astucia campesina,” piensa el gringo. Ambos se desprecian. El costarricense que intenta explotar al turista, y el turista que quiere derrochar todo en su semana de vacaciones al año, y no le importa ese jaleo del dinero, y menos aún esos estúpidos locales. El desprecio de los gringos afecta, sobre todo, a las mujeres locales. Entre ellas las hay, en efecto, quienes intentan sacarles todo el dinero posible a los norteamericanos; esencialmente un mercado infeliz de relaciones sociales asimétricas. El joven cliente de la gaseosa, el que presenció la escena de las cervezas, Carlos es su nombre, paga. La mujer de la barra le dedica una cálida sonrisa. Carlos se pone el casco, se sube a su moto y se va al pueblo de Cartagena, más arriba, a entrenar con su equipo de fútbol.

Lugares del litoral de Guanacaste, como Tamarindo, El Coco o Flamingo, tienen muy poco que ver con el resto de Costa Rica, y parecen ser enclaves dentro de la provincia. Muchos turistas llegan a ‘resorts’ de playa a través del aeropuerto internacional de Liberia y, tras aterrizar, siguen en coche de alquiler o en autobús de lujo a toda prisa hasta el destino de playa, porque de eso se trata y no del camino hasta él. No se trata de unos pocos hoteles de playa, sino que ahora han surgido grandes ‘resorts’ con cientos de habitaciones, piscinas gigantescas y varias opciones de restaurantes. Es el tipo de ‘resort-hotel’ que forma un pueblo en sí mismo, y pretende mantener al turista dentro de su propio cerco, fuertemente vigilado: las comidas y el entretenimiento están incluidos en el precio.

¿A cuáles bolsillos va el dinero que entra? ¿Entra realmente o se queda parcialmente en el país de origen de las cadenas hoteleras internacionales? Si bien, todas estas enormes inversiones extranjeras ayudan al mercado de divisas de Costa Rica, al mismo tiempo es necesario plantear la cuestión de su utilidad esencial para las comunidades rurales de esta provincia de Costa Rica. El inglés, tan vital para el turismo y aún tan poco hablado en América Latina, es entonces un escollo mayor a la hora de andar por ahí con pantalones negros y camisa blanca con corbatín negro, sonriendo a los clientes. Fíjese en Carlos, que trabaja media jornada en un hotel boutique de playa, de propiedad suiza, y también juega al fútbol en segunda división, con lo que ha ganado lo suficiente para comprarse una moto.

Así que, lo que investigan principalmente los científicos locales gira en torno a la pregunta clave ¿de qué región costera se trata? ¿La región como espacio según la mirada de los turistas, o como los inversores u otros extranjeros esperan crearlo? ¿O el hogar de una población local? Se trata del turismo como producto de exportación, como ocurrió con la exportación de carne en la misma región el siglo pasado: miles de hectáreas de bosque fueron sacrificadas para servir a las cadenas de hamburguesas norteamericanas. Los dos factores principales que provocaron las mayores fricciones en toda esta región costera, según los científicos de las universidades locales, fueron la falta de participación y, por tanto, de implicación de la población local y, además, la injerencia exterior de las grandes empresas multinacionales a través de inversiones directas. Son precisamente estos dos elementos los que dieron origen al término neocolonialismo, que muchos investigadores utilizan para referirse al fenómeno.

Lo que en las universidades se analiza principalmente es el cambio dentro del propio sistema capitalista. Económicamente, en las modernas economías de mercado, el concepto de riqueza se refiere únicamente a lo que tiene valor monetario. Los bienes o servicios cuyo valor no puede expresarse en términos monetarios -valor de cambio de mercado- no se incluyen en el concepto de riqueza. Esto significa, entre otras cosas, que la naturaleza pura tampoco está incluida, ya que no representa un valor de mercado -financiero. La destrucción de la naturaleza no se registra entonces como una pérdida contable. Por el contrario, la tala, el arranque o la caza de flora y fauna es un componente importante para aumentar la riqueza, desde el punto de vista de las economías de mercado.

Esta vertiente formal, en la que el valor de algo lo determina el mercado, se ha impuesto en la actualidad. Esto ha llevado cada vez más al uso del capital para ganar más dinero sin ser productivo. La especulación en bolsas es un ejemplo de ello, al igual que el comercio de bienes inmuebles –más que todo en zonas de playas-, de seguros, o divisas. Esta forma de comerciar sin añadir ningún valor a un producto o a una comunidad o a un país entero, que no se enriquece ni en un céntimo, ha tomado protagonismo. La mentalidad de la gente se ha adaptado a ella y, hoy en día, lo que importa mucho más es cuánto se gana y no cuánto produce alguien, física, mental o culturalmente. Es esta premisa la que ha llegado a dominar en el mundo occidental y cada vez más en el resto del mundo. No sólo eso, en una de las mayores actividades económicas del mundo que puede resumirse bajo el concepto de turismo, podemos observar una evolución similar.

Se han escrito miles de artículos sobre qué es y cómo funciona el turismo, y es uno de los fenómenos sociales más estudiados de los últimos 50 años. Y no sólo eso: casi todo el mundo occidental ha sido turista alguna vez, así como anfitrión de viajeros. La actividad turística es o debería ser una copia fiel de la sociedad en la que se desarrolla. Si no es así, como en el caso de Guanacaste, surgen tensiones sociales. Estas cuestiones se relacionan entonces directamente con el desarrollo de lo que a veces se denomina postcapitalismo: el predominio de la forma del capitalismo sobre su fondo como influencia exterior a Costa Rica. De nuevo, suenan entonces las campanas de las influencias neocolonialistas.

La hospitalidad comercial se reduce a un eslogan publicitario que promueve lo idílico y lo paradisíaco. La autenticidad del encuentro entre lo local y lo extraño se transforma así en un mundo experiencial de fastuosa belleza, impresionantes fenómenos naturales, animales exóticos de bellos colores, e incluso se tiende al cuento de hadas. En esencia, gira entonces en torno al encuentro del turista consigo mismo y al reflejo de sus propias emociones. La apariencia en sí y, por tanto, la superficialidad, son las consecuencias, mientras que la forma domina sobre el contenido. Se trata de espacios impersonales, como los que ofrecen las cadenas hoteleras internacionales, que propugnan lo mismo en todo el mundo, basándose en estándares occidentales con un toque autóctono aquí y allá.

Entre estas tendencias globales, la gastronomía es quizá la más llamativa: los tacos mexicanos, las pizzas italianas, las paellas españolas, los sushis japoneses o el curry indio hace tiempo que se han adaptado a un sabor unitario, despojando a los ingredientes individuales de sus aromas y sabores más intensos. Se oye entonces el grito de la uniformidad, que sólo indica que la forma en que se produce el encuentro entre el forastero y el lugareño sólo cubre lo externo y los auténticos elementos sustanciales quedan cada vez más disimulados. La forma de este tipo de turismo hace hincapié en el presente, remitiendo el pasado -o el futuro- a los museos. El turismo como forma intenta ignorar el tiempo, donde los turistas pueden comer y beber cuando quieran sin preocupaciones. La dictadura del tiempo, a la que la mayoría de los occidentales suelen estar sometidos en sus propios lugares de residencia, se levanta entonces brevemente.

Al igual que en el capitalismo como forma, la ganancia monetaria se ha desvinculado cada vez más de la productividad. Este tipo de turismo ha perdido muchos vínculos con una hospitalidad original, y la propia experiencia del turista ocupa un lugar cada vez más central. Son estas experiencias las que deben animar al turista a rendirse de nuevo tras sus vacaciones al estricto patrón de días, meses, años: la dictadura del calendario. En sus vacaciones, el turista no huye tanto de su ciudad natal como de la presión del tiempo, que no le permite ni un segundo de descanso. El turismo contemporáneo, como expresión de una hospitalidad comercial que aboga por los espacios impersonalizados y lo intemporal, encaja a la perfección con la vertiente formal del capitalismo y, por tanto, con el neoliberalismo pragmático.

Para los turistas occidentales que visitan Costa Rica, la playa puede ser un espacio ajeno a ellos, pero han venido para adueñarse de ella, desnudarse hasta el mínimo permitido -o incluso menos- y tomar el sol tranquilamente, a menudo con personal a mano para proporcionarles bebidas y aperitivos. Esto es lo que estos turistas han venido a buscar, porque esto es en lo que les han hecho creer: el paraíso tropical “virgen”, con las hermosas playas casi rubias, las palmeras que susurran suavemente, casi ni un alma que ver, con sólo el murmullo arremolinado y decreciente de un oleaje ondulante mezclado con el breve piar de pájaros, y un ligero olor a agua de mar -el Océano Pacífico casi no deja olor en esta región.

Sin embargo, un puñado de futbolistas gritando, las risas chillonas de las señoras locales, y una radio tintineante, no están entre esas estampas idílicas, como tampoco lo está el olor a cebolla frita o a carne asada. Una población local para la que la playa tiene una función totalmente distinta choca entonces frontalmente con lo que quieren los inversionistas extranjeros. Éstos no sólo compran los terrenos para sus grandes complejos hoteleros, sino que también piensan que pueden adueñarse de las playas, aunque pertenezcan al Estado y deban seguir siendo accesibles a todo el público. En este contexto también se oye el grito del neocolonialismo.

No obstante, el capitalismo siempre ha tenido un lado de contenido desde el punto de vista del capital y, sobre todo, de la productividad. Una iniciativa requiere una inversión, y ésta debe conducir a la producción de bienes o a su valor agregado. Este valor se relaciona directamente con los costos involucrados. Como tal, la inversión inicia una vida económica y con el capital se reproduce. Sin embargo, este concepto de contenido ha pasado a un segundo plano, sobre todo después de la segunda guerra mundial, mientras que ahora prevalece el lado formal: el valor de algo sólo lo determina el mercado.

Ni la producción capitalista dirigida a generar riqueza, ni la hospitalidad social del turismo dirigida a generar experiencias sociales han desaparecido, sino que simplemente perviven en el seno de las comunidades de todos los continentes del planeta -en unos más que en otros. La hospitalidad social implica entonces un encuentro entre anfitriones por un lado y huéspedes por otro. Los huéspedes se comportan como tales y expresan su gratitud por la acogida que se les ha dispensado. No existen entonces espacios impersonales, sino lugares acogedores, donde uno puede sentirse como en casa. Uno escucha, observa y aprende, y esto se aplica entonces a ambas partes. La importancia de la cultura y, por tanto, del pasado, es inseparable de este encuentro con extraños, porque se trata de lo propio, que se pone a prueba frente a la mirada de los foráneos.

Tradicionalmente, las formas de acoger a los extranjeros se han establecido culturalmente en las comunidades. Mientras que en el turismo del siglo XXI las habitaciones de hotel son espacios impersonales para dormir, carentes de emociones, en nuestras propias casas o con nuestros anfitriones, un dormitorio es un lugar cálido, donde se han aferrado muchas emociones a lo largo del tiempo. Son encuentros entre «nosotros» y «ellos», donde en realidad somos ambos a la vez. El encuentro se toma en serio y se le dedica tiempo. Los visitantes intentan transformar espacios que les son extraños en lugares familiares, y buscan ante todo un vínculo de amistad con sus anfitriones. Es este encuentro entre personas, que puede darse en cualquier parte del mundo, el que sirve de base para ampliar los horizontes de cada uno: uno se encuentra en el reflejo con el otro.

Un día conducía por una playa llamada Brasilito, en el noroeste de la costa de Costa Rica, también en Guanacaste, y vi un par de coches de policía aparcados. Me detuve y miré por la ventanilla. Había obreros municipales instalando bolardos de hormigón, mientras un pequeño grupo de lugareños miraban y gritaban enojadamente. Unos ocho policías observaban desde una pequeña distancia. Me bajé y vi rápidamente de qué se trataba: los bolardos se habían colocado para impedir el acceso en carro a la playa. Instintivamente, yo también me enfadé. Hacía tiempo que se había prohibido acampar en la playa, pero para que los excursionistas de la zona fueran a comer allí con sillas y mesas, ollas y sartenes, se necesitaban coches o carretas de bueyes. Eso ya no era posible, cortando una tradición sobre todo cultural. Hice unas cuantas fotos y me sentí como un periodista.

Así que se trataba de una ordenanza municipal, razoné, destinada a hacer esta playa más idílica para los turistas, sin la interferencia de las alegres familias locales. No era tan novedoso, ya que esto había ocurrido antes en la cercana playa Conchal, con el hotel Meliá Resort de 300 habitaciones cerca. Al parecer, se quiere evitar el choque entre dos tipos de hospitalidad, y cada uno tendría su propia playa; una extraña solución que plantea una interrogante sobre el concepto de soberanía y, por tanto, de neocolonialismo.

La mera masificación de la hospitalidad comercial en los llamados países del Tercer Mundo, los impactos medioambientales y climáticos resultantes y los flujos de dinero asociados se centran en última instancia en satisfacer necesidades evocadas artificialmente desde los países occidentales. Se plantea entonces la cuestión de hasta qué punto las vacaciones no son más bien una compulsión, impuesta por la dictadura del tiempo de la mano de la presión de las economías de mercado, que convencen a la gente de que necesitan viajar. La hostelería comercial funciona cada vez más como una vasta maquinaria en la que se absorbe al público. Aunque en Costa Rica la potencia colonial original hace tiempo se retiró, sigue existiendo la presión occidental – ahora no sólo de Europa, sino sobre todo de los Estados Unidos – para aumentar su influencia económica en este tipo de países pequeños. Algunos lo llaman neocolonialismo, otros, influencias neoimperialistas, o incluso se oye el grito de la aplanadora globalizadora.

No hace mucho acompañé a Carlos, el camarero futbolista, al campo de fútbol de Cartagena, donde iba a dirigir un entrenamiento de colegiales estadounidenses de entre 13 y 15 años, que venían a jugar al fútbol y a conocer el país. Los chicos con algunos padres se alojaban con familias de allí, y todo el conjunto formaba una gran familia que se comunicaba entre sí utilizando las manos, y sobre todo los pies, con algunas palabras en inglés de por medio. Carlos organizó una sesión de entrenamiento con algunos compañeros y también con los jóvenes del club local. El tiempo era mucho más fresco por la tarde, el sol estaba más bajo, y ya empezaban a proyectarse sombras más largas. Los jóvenes corrían, gritaban y entraban en contacto con otra cultura a través del deporte. Lo que más me gustó fue que Carlos estaba disfrutando, rugiendo palabras en inglés como si dominara el idioma, y todos los demás estaban completamente implicados. Respirando entusiasmado después, me confesó: “en realidad son como nosotros, ¿verdad?”

Un turismo que no se basa tanto en su vertiente formal de una estricta relación cliente-proveedor, sino en el contenido de un encuentro basado en la hospitalidad social y las normas locales que conlleva, ofrece al estresado hombre occidental una oportunidad de ir más allá del cuidado de su propio cuerpo y bienestar. Escapar del yugo del tiempo puede ser un motivo para que muchos se suban a un avión o a un tren, pero sigue siendo una medida temporal que aporta poco al propio desarrollo humano, y es improductiva en ese sentido. Así pues, el turismo de contenidos no es tanto una liberación de la dictadura del tiempo, sino un ejercicio para adquirir nuevas experiencias y, sobre todo, para buscar al «otro», tan importante para descubrirnos a nosotros mismos.

Sin embargo, los países receptores de turismo tienen que enfrentar una actividad económica que a menudo no encaja en sus modos de vida tradicionales. El resultado es una adaptación forzada o un rechazo espontáneo. Esta adaptación puede consistir simplemente en aprovecharse de las diversiones que buscan los turistas, como por ejemplo cobrar demasiado dinero por una cerveza. Pero es algo superficial y concierne a la forma. Estadísticas sobre Guanacaste demostraron recientemente que sigue siendo la provincia más pobre del país, con un elevado desempleo entre su población rural, una indicación clara que, desde el punto de vista económico, la productividad está relativamente baja a pesar de las enormes inversiones extranjeras directas en el sector inmobiliario y turístico.

El desarrollo de la actividad turística en Guanacaste requiere de una planificación a largo plazo, basada en fundamentos teóricos y prácticos. En el presente ensayo he propuesto algunos conceptos que sirven para distinguir los diferentes elementos de que consiste el turismo en esta zona y sus influencias en el desarrollo económico y social. Para la urgente reconceptualizión del manejo y planificación del desarrollo turistíco en Guanacaste es indispensable contar con las herramientas teóricas necesarias para poder fundamentar futuras decisiones.

* Consultor turístico y escritor e investigador. Ha publicado los libros The Functionality of the Tourist Supply Chain (2005) y El Turista y la sostenibilidad (2009), además de una considerable cantidad de artículos académicos en diferentes revistas especializadas de Costa Rica y otros países. También es el autor y gestor del sitio web tourismtheories.or , en el que expone su obra y pensamiento acerca del fenómeno turístico, y que además sirve de repositorio de muchos de sus artículos. Con el presente ensayo, el señor Gisolf participa como autor invitado en el OBTUR.

Esta es una publicación de la Universidad Nacional, compartida con SURCOS por el Observatorio de Turismo, Migraciones y Sustentabilidad de la Región Chorotega (OBTUR).

Fuente: https://www.obtur.una.ac.cr/index.php/la-explotacion-de-la-hospitalidad-turismo-en-guanacaste-costa-rica

Arnoldo Mora respalda palabras del rector Gustavo Gutiérrez Espeleta

Estimado y respetado señor Rector Gustavo Gutiérrez Espeleta: sus lúcidas y patrióticas palabras, se inspiran en el espíritu de Rodrigo Facio, y en las mejores ideas y principios de aquellos maestros, que han hecho grande a la Universidad de Costa Rica.

Puede estar seguro señor Rector, que usted no está solo; la gran mayoría del pueblo costarricense en cuyas venas corre la sangre de los héroes de 1856, se identifican con su actitud y sus palabras.

Reciba nuestro apoyo solidario y fraterno.

Arnoldo Mora Rodríguez

SURCOS comparte el video en el cual el rector de la Universidad de Costa Rica expone los conceptos a los cuales se refiere el doctor Arnoldo Mora Rodríguez.

Que la factura que paguemos, no nos violente la paz

Licenciado Miguel Ureña Cascante.

Miguel Ureña Cascante

Este martes 23 de julio se reabrió el paso sobre el puente La Amistad, camino a Guanacaste, acceso primario a Nicoya, puente que le costó a Costa Rica miles de toneladas de atún, y por una cantidad importante de años, y a pesar del pago, una obra que se deterioró y fue necesario intervenir.

En los procesos de negociación, siempre uno observa cuánto invierte y cuánto gana, sin duda, se deteriora por diversas razones, hasta el clima mismo ayuda, la sismicidad, la humedad, la sequía, en fin, todo se invierte, se hace, a cambio de una utilidad para el país mismo.

Nosotros seguimos con dudas, de cuánto hipotecamos, a cambio de tan necesario puente.

Hoy después de una inversión millonaria, que no la paga el presidente, la pagamos todos los ticos, se reabre y se pone al servicio de la economía regional, reduciendo el tiempo de llegada a esa linda porción de tierra tica.

Menos combustible, menos tiempo de conducción, menos desgaste vehicular, en fin, eso nos trae beneficio, pero cuánto más pagaremos todos, en ese análisis costo beneficio para tener vigente el uso de tan necesario instrumento.

El Río Tempisque, icono de la región, es sin duda la antesala de las maravillas naturales que resguarda esta tierra tocada y tallada por la mano de Dios, tierra de longevos, zona azul le dicen, porque sus habitantes logran con facilidad como guayacanes superar las expectativas de vida misma.

Tramar de las marimbas, el silbido o grito de un sabanero, palmoteando la coyunda, con el 28 en el cinto, su cutacha y la cubierta en la cintura, con el pañuelo seca su rostro ante su jornal quehacer.

Ni que se diga del potrillo o yegua, para colgar las alforjas y trasladarnos por largas distancias y descansar a la sombra del frondoso árbol de guanacaste, y comerse el gallo pinto con torta de huevo, envuelto en hoja de plátano, y el maduro con natilla y al final el agua dulce o un peinado paz tras.

Manjares de mi tierra, instrumentos para el desarrollo y transporte, que aunque traigan más inversión en turismo, algo se queda como gota de sudor que sacrifica su pueblo, algo debemos pagar, trae desarrollo cuesta, grandes condominios, las lapas y loras deben cuidarse de las hélices de las avionetas, el venado ya no duerme tranquilo, su hábitat esta invadido por el desarrollo. Algo debemos pagar…

Algo debemos pagar, para asegurarnos que las tanquetas de los contenedores viajen menos quizás con rumbo a Peñas Blancas o al mismo aeropuerto para trasladar mercadería para afuera o para adentro.

Algo debemos pagar, no importa si usted está en Limón o en Cartago, la factura llega a Hacienda, y de ahí se pagan los “cincos” de esa reparación.

No hay almuerzo gratis dicen los ancianos, pero cuánto deberemos pagar si son días, meses o años.

Quien diantres lo sabrá, por eso, cuando mire el listón patriótico de la reinauguración, pregúntese qué paga usted, qué paga él, qué pagan ellos, qué pagamos todos.

Adelante Guanacaste, tierra querida y adorada, el folclorista y el gui pi pía, el uyuyuy bajura, el tronar de los cascos de la bestia sobre el pavimento, hoy se hacen notar más que antes, cuando las calles eran de tierra o barro.

Pero nos debemos preguntar, cuando éramos felices y nadie lo sabía, hoy vamos camino al desarrollo, pero ojalá sin combustible en el arroyo, para tener agua limpia y cristalina, y no una factura para toda la vida.

Felices 200 años, feliz reinauguración del Puente La Amistad, que la factura que paguemos, no nos violente la paz.

UCR: La lectura se aprende a disfrutar, si hay libros

Estudiantes de cuarto, quinto y sexto grado en un nuevo espacio de lectura en su escuela, ubicada en Río Grande de Nicoya.

Ante la carencia de libros y bibliotecas, la acción social universitaria interviene espacios escolares

El proyecto de Rinconcitos de Lectura de la Universidad de Costa Rica hizo entrega de un nuevo espacio, esta vez, en el cantón de Nicoya

Ya nos sorprendimos de que en Costa Rica escolares avanzados de 10 años no supieran leer ni escribir, fue un dato revelador que lo dio a conocer el IX Informe del Estado de la Educación en el 2023.  

La sorpresa y la desazón aumentan al saber que el 16 % de los centros educativos públicos en el país cuentan con una biblioteca, o al menos con la disponibilidad de libros.  

En estas condiciones, el saber leer y escribir pasa por lo más básico, disponibilidad de libros y ciertamente de espacios que fomenten una actitud positiva hacia la lectura.  

La Universidad de Costa Rica, a través de su editorial (Sistema Editorial de Difusión de la Investigación – Siedin – UCR) trabaja para dotar de espacios de lectura y de libros a algunos centros educativos, ubicados en zonas del país que presentan bajos indicadores de desarrollo humano.  

Este fue el caso de la escuela Arturo Sandoval Monje, en Río Grande de Nicoya, que se benefició del espacio entregado el pasado 19 de julio, y que podrá ser disfrutado por cerca de 50 estudiantes.

Emoción por  tocar los libros

El entusiasmo demostrado por los y las estudiantes por su nueva “biblioteca” será impulso para que un primer libro atrape su atención, tal vez luego vendrá un segundo y un tercero.

Los murales son pintados por estudiantes universitarios de la Intersede de Alajuela dirigidos por el docente Lic. José Pablo Ureña Rodríguez. Foto: Laura Rodríguez Rodríguez, UCR.

El Rinconcito de Lectura es un espacio lúdico que busca motivar el juego y la inspiración, el espacio es un aula reacondicionada y decorada por estudiantes de la Intersede universitaria de Alajuela con ese fin. Murales, libreros, rompecabezas de foami y otros elementos dan albergue a los libros y a sus nuevos infantes lectores.

Libros de excelente calidad

La oportunidad de que un escolar tome un libro en sus manos es única y se debe aprovechar, por lo que la Universidad se preocupa y ocupa de entregar materiales de excelente calidad.  

Los libros entregados son en parte un aporte voluntario de personas que los donan. Al respecto, el responsable del proyecto, Euclides Hernández Peñaranda, explica que se han recibido materiales de excelente calidad y que se ha logrado mantener un buen catálogo. A la vez, los rinconcitos también han recibido donaciones de editoriales que han entregado libros de texto educativos.   

El primer Rinconcito de Lectura fue inaugurado en la Escuela Náhuatl en Upala, le siguió uno adicional en la Escuela Corazón de Jesús en Puerto Quemado de Bagaces; el tercero ya se abrió en Rincón Grande de Nicoya; y se sumarán unos adicionales en La Cruz, Santa Cruz y Hojancha.

Disfrute de la lectura en el Rinconcito de Lectura, inaugurado en Nicoya.

La recolección de libros continuará con la iniciativa  «Compartí tus libros» en el segundo semestre de este 2024.

Lo cierto, es que cada material responde a una cuidadosa selección que está destinada a encantar a quien lo tome en mano.  

La inauguración del tercer Rinconcito de Lectura se realiza en el contexto del Festival de Bienestar que conmemoró con acción social universitaria el Bicentenario de la Anexión del Partido de Nicoya, del 16 al 20 de julio.

Fuente: https://www.ucr.ac.cr/noticias/2024/7/23/la-lectura-se-aprende-a-disfrutar-si-hay-libros.html

Guanacaste, entrañable tierra

Iglesia colonial de San Blas, en la ciudad de Nicoya, la cual data de 1644 y ha sido restaurada varias veces. Foto: Elmer García y Marta Fermina Valdez

En el bicentenario de la anexión del Partido de Nicoya

Luko Hilje (luko@ice.co.cr)

Como lo han sustentado los geólogos, el territorio actual de Costa Rica no existía hasta hace unos 100 millones de años, durante el denominado período Cretácico. Para entonces, el actual continente americano estaba representado por dos gigantescas masas terráqueas —equivalentes a subcontinentes—, pero desconectadas, pues entre ellas había una gran brecha, en la cual se entremezclaban las aguas de los océanos Atlántico y Pacífico. Eso sí, en medio de un archipiélago con islas de varios tamaños y formas, en ese entorno marino sobresalía una bastante grande, que los científicos llamarían Guanarivas —nombre híbrido, de Guanacaste y Rivas—, tan solo con fines descriptivos, pues cuando se le bautizó así ya había perdido su aspecto de ínsula, y estaba incrustada en tierras continentales.

Ese proceso de inserción de Guanarivas estuvo asociado con varios fenómenos naturales, los cuales ocurrieron en un intervalo infinitamente lento, de millones de años. Estos consistieron en el afloramiento de vastas porciones rocosas desde el fondo marino —gracias a la llamada tectónica de placas— y numerosas erupciones volcánicas, fenómenos que fueron complementados con incesantes procesos de erosión y meteorización de inmensas rocas, así como de la sedimentación resultante del desgaste de éstas, favorecida esta última por las lluvias y las corrientes de agua. Tan dilatado fue todo, que no fue sino hace apenas unos tres millones de años que se completó la formación del territorio de Costa Rica, más una gran parte del de Panamá y una porción del sur de Nicaragua, lográndose así la actual configuración del istmo centroamericano.

Además del indiscutible valor de este providencial puente, que —con el territorio de Costa Rica como núcleo— fue el que le dio significado a América como un único e indivisible continente, para quienes somos biólogos tiene un significado adicional y de inmensa importancia. En efecto, esa especie de pasadizo hizo posible que, de manera paulatina, las plantas y los animales que habitaban los dos hemisferios originales pudieran desplazarse en un sentido u otro, para colonizar poco a poco el hemisferio opuesto. A este fenómeno migratorio se sumó el llamado endemismo, que alude a la aparición de nuevas especies, que son propias y exclusivas de un determinado lugar. Al fin de cuentas, son la migración y el endemismo los principales factores que permiten explicar que, a pesar de su reducido tamaño, Costa Rica posea una diversidad tan alta de especies de flora y fauna.

En la bajura guanacasteca

En el caso de la actual provincia de Guanacaste —en contraste con el resto del territorio nacional—, varios de los fenómenos geomorfológicos citados le confirieron una topografía muy peculiar. Es por ello que, con excepción de las alturas asociadas con los cuatro bellos volcanes que las flanquean por el oriente (Orosí, Rincón de la Vieja, Miravalles y Tenorio), su territorio está conformado por extensas planicies, cuya baja altitud las torna muy cálidas.

Estas son condiciones idóneas para que la incesante y pródiga fuerza del mundo vegetal se exprese de manera muy contrastante. Es así como, en estas bajuras, el bosque, de árboles imponentes y frondosos durante la estación lluviosa, como caobas, cedros, ceibas, cenízaros, cocobolos, espaveles, gallinazos, guanacastes, guapinoles, guayabones, higuerones, javillos, mayos, ojoches, pochotes y ronrones, se transmuta de manera radical al llegar la estación seca; no incluyo los nombres científicos de estas especies por razones de espacio, además de que estos nombres son mucho más atractivos.

Es esta estacionalidad —como la denominamos los biólogos— la que hace que, con pocas excepciones, los árboles pierdan su follaje por completo durante la estación seca. Aquí el bosque seco tropical, propio de la vertiente Pacífica de Mesoamérica, alcanza su máxima expresión, y aunque es cierto que los árboles defoliados parecen esqueléticos, en algunos emergen copiosas e intensas floraciones, como las rosadas del roble de sabana, al igual que las amarillas del poro-poro, el saragundí y el cortez amarillo. Es oportuno aclarar que, aunque las floraciones rojas del malinche y las lilas del jacaranda son también fabulosas, ambas son especies importadas, la primera de África, y la segunda de Suramérica.

Fue este entorno, de vastos territorios, el que habitaron los indígenas chorotegas, quienes aprovechaban los recursos naturales, tanto terrestres como marinos, de manera armoniosa. De su vida cotidiana y sus costumbres, se cuenta con valiosas crónicas de la época de la conquista española, entre las que sobresalen las del célebre Gonzalo Fernández de Oviedo, quien estuvo 22 años en América, y nos legó cinco volúmenes muy ricos en información; por cierto, en uno de ellos aparece el primer croquis del golfo de Nicoya, que data de 1529.

En cuanto a la flora utilizada por los indígenas, él destaca al nance como un apetecido árbol frutal, al palo brasil como fuente de pigmentos para teñir telas, y al jobo por sus propiedades medicinales. Finalmente, resaltó la abundancia de Quercus oleoides, la única especie de roble o encino de bajura que hay en el país, el cual produce bellotas comestibles.

En relación con la fauna mayor —aunque con otros nombres—, menciona al por entonces muy común venado cola blanca y a su pariente, el cabro de monte, más varias especies de felinos (jaguar, puma y león breñero). También al coyote, al tigrillo, a un oso hormiguero, una ardilla, un conejo y un armadillo, al igual que a una especie de zorrillo hediondo. Llama la atención que no se refiera al mono congo, la danta, el ocelote, los chanchos de monte o cariblancos, y el zorro pelón, que cita en sus relatos para otras zonas del país.

Ahora bien, aunque en el siglo XIX, ya en la época republicana, varios cronistas extranjeros nos legaron vívidas descripciones del paisaje de Guanacaste, solo el danés Anders S. Oersted lo hizo con mirada de biólogo. En efecto, al transitar por ahí a inicios de marzo de 1847 —en plena estación seca—, relataba que «toda esta región ofrece una vista desértica, árida y monótona en esta época del año. El terreno y la vegetación, o sea, toda la fisonomía de la región, es igual en toda esta parte de Costa Rica […], y en alto grado diferente a los que uno se encuentra en el resto del país. Aquí no se encuentran ni las altas y empinadas pendientes montañosas, ni los profundos valles con ríos impetuosos. Acá todas son tierras bajas y planas, solamente interrumpidas aquí y allá por pequeños cerros y cordilleras bajas. Llanuras grandes y casi desnudas, apenas cubiertas por una delgada alfombra de hierbas y con árboles solitarios, bajos y retorcidos, hacen que la fisonomía de esta región luzca llamativamente contrastante con el resto del trópico exuberante».

Sin embargo, a pesar del agobio provocado en su ánimo por este paisaje yermo, Oersted no pudo omitir la mención de otras maravillas de la estación seca.

Efectivamente, colmados sus ojos y su piel por lo que atestiguaba al avanzar, muy temprano, hacia el norte, expresaba que «de nuevo brillaba la luna de manera espléndida, y un fuerte viento soplaba desde el noreste; este viento de tierra sopla regularmente todas las madrugadas. Apenas asomaban los primeros rayos del sol, cuando el viento se calmó. Uno se pone a meditar: hacia el este, el sol se levantaba detrás de los volcanes Orosí y Rincón [de la Vieja], cuyos imponentes picos parecían arder entre llamaradas; hacia el oeste, las grandes áreas de pastizales del Pacífico, el aire tranquilo, liviano y claro como el éter, así como el agradable y casi enervante aroma de las flores de las Acacias y Malpighias. Todo esto producía una impresión poderosa e inolvidable». De estas plantas, la primera corresponde al aromo (Vachellia farnesiana) congénere de los cornizuelos, y la otra pareciera ser pariente de la acerola. Y, agregaría yo, también las deliciosamente penetrantes fragancias del chan, el madroño, el sacuanjoche y el guácimo.

El muy vasto Partido de Nicoya

A propósito de haciendas y territorios, es oportuno aquí retroceder en el tiempo, hasta 1821, año clave, pues fue cuando ocurrió la independencia de los países centroamericanos.

Al respecto, un hecho a destacar es que para entonces los países que conformaban la llamada Capitanía General de Guatemala no son exactamente los mismos representados en la actualidad en América Central; a ellos se sumaba Chiapas —hoy perteneciente a México—, y no aparecía Panamá, que era parte de la Gran Colombia.

En tal sentido, desde la época de la colonia, cuando las poblaciones de los indígenas chorotegas habían sido drásticamente mermadas, y ellos vilmente despojados de sus tierras ancestrales, existía un territorio denominado Partido de Nicoya. Tan vasto era, que equivalía a toda la actual península de Guanacaste, al punto de que sus límites eran el río Tempisque y su afluente el río Salto por el este, mientras que por el norte lo eran el lago de Nicaragua y el río La Flor, ambos en territorio nicaragüense; como el océano Pacífico lo delimitaba por el occidente y el sur, todas las actuales playas guanacastecas pertenecían al Partido de Nicoya. En realidad, correspondía a casi todo el territorio de la actual provincia de Guanacaste, con excepción de Abangares, Cañas, Tilarán y Bagaces.

Para entender a cabalidad la compleja historia del Partido de Nicoya, quizás las dos principales obras sean El río San Juan en la lucha de las potencias (1821-1860) (2001), de la recordada historiadora Clotilde Obregón Quesada, y Nicoya: su pasado colonial y su anexión o agregación a Costa Rica (2015), de los reputados historiadores Luis Fernando Sibaja Chacón y Chester Zelaya Goodman. Y en ambas se capta con meridiana claridad que esas feraces vastedades de la bajura guanacasteca no siempre estuvieron regidas por el mismo régimen político-administrativo.

Por ejemplo, Obregón relata que —aunque no siempre se denominó Partido— esa unidad territorial y administrativa fue una gobernación anexa a la de Nicaragua desde la conquista española hasta 1558, para después, por unos 35 años (1558-1593) tornarse independiente. Posteriormente, por apenas nueve años (1593-1602) estuvo unida a Costa Rica, para poco después, y por nada menos que 184 años (1602-1786), ser independiente de nuevo. Finalmente, volvió a estar unida a Nicaragua por 23 años, aunque de manera paulatina se fueron cimentando importantes lazos económicos y políticos con Costa Rica, hasta que, de manera voluntaria, en una memorable acta suscrita en Nicoya el 25 de julio de 1824 por algunos dirigentes políticos locales, encabezados por Manuel Briceño Viales, Toribio Viales Cabrera, Ubaldo Martínez Reina y Manuel García Mendoza —cuyo facsímil aparece en el libro de Sibaja y Zelaya—, se decidió su anexión o incorporación a Costa Rica.

Ese hecho, que data de hace dos siglos, es el que se celebra el próximo 25 de julio, y que justifica el presente artículo; además, diez años después también se incorporaría a Costa Rica la por entonces denominada Guanacaste, hoy Liberia. Ello ocurrió sobre todo por conveniencia comercial, pues había más vínculos de este tipo con Costa Rica que con Nicaragua, además de que en este último país se sufría una gran inestabilidad política.

En síntesis, el territorio del Partido de Nicoya no siempre perteneció a Nicaragua, como lo han alegado los gobiernos de dicho país una y otra vez a lo largo de la historia. Al respecto, en Internet se puede hallar un video de Cable News Network (CNN), que data de setiembre de 2013, en el que, en una de sus arengas —y con las bravuconadas que lo caracterizan— el sátrapa Daniel Ortega Saavedra se deja decir que Costa Rica despojó a Nicaragua de Guanacaste, y que ello fue «un acto de fuerza, de guerra». Esto es ignorancia o mala fe, pues ello ocurrió en un cabildo abierto y no en un conflicto bélico. ¡Sobran las palabras!

Lo de Ortega y otros que lo antecedieron no son más que impertinencias y majaderías, pues no tienen asidero en la realidad, como lo demuestran de manera irrefutable los historiadores Obregón, Sibaja y Zelaya. En tal sentido, toda pretensión demagógica y chovinista de su parte se esfuma ante el muy bien cimentado cuerpo de evidencias documentales, propias de esas dos obras, emergidas del ámbito estrictamente académico. Por cierto, Zelaya —hoy con 84 años de edad— es un historiador muy connotado, así como un destacado docente —de cuyas enseñanzas pude disfrutar en la etapa de Estudios Generales, en la Universidad de Costa Rica— y, aunque costarricense hoy, nació en Granada, Nicaragua, y también ha escrito bastante sobre la historia de su patria natal.

Ahora bien, cabe hacer aquí una digresión para referir que cuando, a inicios de 1856, el líder filibustero William Walker reclamó a favor de Nicaragua los territorios del Partido de Nicoya y de Liberia, además de ignorar lo hasta aquí narrado, hizo otra jugarreta.

En efecto, en el Mapa oficial de Nicaragua, 1856 [derivado] de los recientes levantamientos ordenados por el Presidente Patricio Rivas y el General William Walker —impreso en colores en Nueva York—, no solo incluyó dichos territorios, sino que les adicionó los de Abangares, Cañas, Tilarán y Bagaces. Y, por si no bastara, les sumó los de los actuales cantones de Guatuso, Upala, Los Chiles, Río Cuarto, San Carlos y Sarapiquí. ¡Claro! Su intención era —como lo ha sustentado el amigo historiador Raúl Arias Sánchez— disponer de toda la cuenca del río San Juan y una inmensa porción de su región sureña, en menoscabo de Costa Rica, con miras a la construcción de un canal interoceánico, iniciativa apadrinada por John H. Wheeler, embajador estadounidense en Nicaragua. Pero, esto, risible de por sí —si no fuera por la seria amenaza que representaba para la integridad del territorio de Costa Rica—, hoy alcanza matices caricaturescos, cuando algunos sectores de la prensa nicaragüense afines a Ortega usan este mapa para sus fines.

El truculento mapa que en 1856 Walker ordenó imprimir en la casa gráfica Albert H. Jocelyn, en Nueva York. Cortesía: Museo Histórico Cultural Juan Santamaría.

Antes de concluir esta sección, es oportuno referirse al topónimo Moracia. Fue instituido por el Congreso de Costa Rica, en acatamiento de una solicitud formulada por los propios lugareños, en un acta suscrita el 25 de mayo de 1854, para así agradecer al presidente Juan Rafael (Juanito) Mora Porras su apoyo. Efectivamente, según el eximio historiador Rafael Obregón Loría en su libro Costa Rica y la guerra contra los filibusteros (1991), en un momento de tirantez por reclamos de Nicaragua, a inicios de 1854 don Juanito viajó con una comitiva a la zona de Guanacaste, para reafirmar su vínculo con Costa Rica; por cierto, fue en esa oportunidad que su cabecera fue bautizada con el nombre Liberia. Cabe indicar que el topónimo Moracia —alusivo a su apellido— fue derogado el 20 de junio de 1860 por los enemigos políticos de don Juanito, nueve meses después de su derrocamiento.

Sin embargo, lo que no pudieron borrar fue que, conducido por don Juanito, un día de marzo de 1856 llegó a Liberia el Ejército Expedicionario, para instalar ahí su Cuartel General en Marcha. Además, que poco después, el día 20, un Jueves Santo, en una batalla fulminante se derrotó en la hacienda Santa Rosa —a unos 40 km de ahí— al ejército filibustero de Walker, comandado por el coronel húngaro Louis Schlessinger. De esta manera, se defendieron la soberanía y la libertad de Costa Rica, y los nombres de Moracia o Guanacaste quedaron inscritos con letras indelebles en los anales de la historia patria, al igual que de la centroamericana.

Guanacaste, emporio de haciendas ganaderas

Antes de referirnos a la ganadería en Guanacaste, que fue la principal actividad económica desde la época colonial, es oportuno un paréntesis para aludir al nombre de la provincia, que proviene del árbol homónimo —hoy símbolo nacional de Costa Rica—, bautizado Enterolobium cyclocarpum por los botánicos. De raíz indígena, su nombre común se originó de las voces aztecas quauitl (árbol) y nacaztli (oreja), debido a que su fruto se asemeja a una oreja; así consta en el libro Diccionario de costarriqueñismos (1919), del famoso lingüista Carlos Gagini Chavarría. Y, como a menudo los nombres comunes de las plantas varían entre países, en México también se le denomina huanacaxtle, huinacaxtle, huinecaxtli, huienacaztle, ahuacashle, cuanacaztle, nacaztle, cuanacaztli, cuaunacaztli, nacaxtle y orejón, mientras que en El Salvador se le llama conacaste; asimismo, se le conoce como corotú en Panamá, orejero y caracaro en Colombia, y carocaro en Venezuela.

Para retornar al paisaje de Guanacaste a mediados del siglo XIX, casi toda la provincia —por entonces denominado departamento de Guanacaste— estaba habitada por apenas 9112 personas, el 11% de la población nacional, que era de 100.174 individuos; así consta en el libro Bosquejo de la República de Costa Rica (1851), de Felipe Molina Bedoya. 

En cuanto a sus pobladores, los había de diversas etnias, pues a los indígenas se sumaron los españoles, al igual que los criollos —españoles nacidos en América— y numerosos negros traídos de África por los españoles; los historiadores Sibaja y Zelaya incluyen en su libro datos muy reveladores al respecto. En consecuencia, y de manera inevitable, sobrevinieron los cruces, así como el intercambio y combinación de genes entre estos grupos, para dar origen a personas mestizas —hijas de blancos e indios—, mulatas —de blancos y negros— y zambas —de indias y negras—, en un auténtico crisol de etnias.

Sin embargo, más allá del color de la piel, cada quien portaba sus propios rasgos culturales, reflejados en su lenguaje, comidas, costumbres, tradiciones, música, etc., por lo que esta mescolanza genética dio pie a un sincretismo y una cultura muy peculiar y rica, única en Costa Rica. Como una elocuente muestra, basta con revisar la exquisita obra Diccionario de guanacastequismos (2010), de Marco Tulio Gardela, prologada de manera muy certera por el escritor Miguel Fajardo Korea; oriundo de Nicoya, Miguel es un reconocido poeta y gestor cultural, a quien por fin tuve el gusto de conocer en persona este año en Liberia.

Ahora bien, para retornar a la ganadería como actividad económica, su historia es de larga data en la región. Para la época en que el naturalista Oersted recorrió Guanacaste, casi todo su territorio estaba ocupado por medio centenar de haciendas, algunas realmente gigantescas, al punto de que una de ellas, La Catalina, medía 19.665 hectáreas; así se capta en el prolijo libro La hacienda ganadera en Guanacaste: aspectos económicos y sociales 1850-1900 (1985), de Wilder Gerardo Sequeira. Por cierto, Oersted estuvo en Santa Rosa y Sapoá, ambas pertenecientes a los descendientes del guatemalteco Agustín Gutiérrez de Lizaurzábal, quien con la nicaragüense Josefa Peñamonge y La Cerda procreó una amplia prole en Costa Rica, que se ha extendido hasta hoy.

Como una curiosidad, los nombres de las haciendas guanacastecas eran los siguientes: Abangares, Ánimas, Boquerones, Ciruelas, Cuipilapa, Culebra, El Amo, El Jobo, El Real, El Viejo, Guapote, Hedionda, Higuerón, La Catalina, La Cueva, La Chocolata, La Palma, Las Cañas, Las Ciruelas, Las Trancas, Las Ventanas, Llano Grande, Mateo, Miravalles, Mogote, Monteverde, Murciélago, Naranjo (Bagaces), Naranjo (Liberia), Orosí, Palo Verde, Paso Hondo, Pelón de la Altura, Pelón de la Bajura, San Jerónimo (Bagaces), San Jerónimo (Liberia), San Rafael, San Roque, Santa Isabel, Santa María, Santa Rosa, Santo Tomás, Sapoá, Tempisque, Tenorio, Tierra Blanca, Ujarrás y Zapotal.

Cabe destacar que la mayoría de estas haciendas no tenían conexión directa con el antiguo Camino Real, que comunicaba el Valle Central con Nicaragua y el resto de Centroamérica, el cual se utilizaba desde la época colonial con fines comerciales, sobre todo. Por cierto, a partir de Esparza, y en un recorrido de 79,5 leguas (unos 443 km), los hitos geográficos de dicha ruta eran los siguientes: La Barranca, Aranjuez, Guacimal, Terrero, Abangares, La Palma, El Higuerón, Las Cañas, Bagaces, El Potrero, El Pijije, El Guanacaste, El Colorado, Los Ahogados, El Pelón, Las Cruces o Tempatal, Estero de las Salinas, El Naranjo, Río Ostional, La Flor, y La Sebadilla o Juan Dávila; así consta en un informe suscrito en 1848 por Ramón de Minondo, Director de Obras Públicas, el cual apareció en la prensa (El Costa-Ricense (No. 98, 21-X-1848).

Ahora bien, en cuanto a los dueños de las haciendas, aunque algunos eran latifundistas ausentistas —residentes en el Valle Central o en Nicaragua—, Sequeira demuestra que la gran mayoría vivían en Liberia, y algunos en Bagaces.

Cada uno de ellos delegaba sus responsabilidades de administración en un mandador, quien era la autoridad máxima en su respectiva hacienda; entre otras actividades, se encargaba de seleccionar y contratar la fuerza laboral (sabaneros, peones, cocineras y criadas). A su vez, contaba con dos subalternos: el caporal, y el capataz o sobrestante. El primero se dedicaba de manera exclusiva al ganado, por lo que llevaba el inventario de las reses, así como a su transporte y entrega, cuando se vendían. Por su parte, el capataz dirigía y supervisaba a los sabaneros y a los peones. Esta información, y mucha más, sumamente valiosa —incluidos los testimonios de varios ancianos que laboraron ahí— aparece en el capítulo Trayectoria histórica de la hacienda Santa Rosa: sus propietarios a lo largo del tiempo, escrito por los historiadores Brunilda Hilje Quirós y William Solórzano Vargas, para el libro Santa Rosa, paraje de biodiversidad y escenario de la libertad, que me correspondió editar.

Como lo relatan estos autores, los sabaneros eran las figuras más visibles de la hacienda. Tras destacar que «constituían la fuerza laboral más importante», especifican que «a ellos les correspondían todas las tareas relacionadas con el ganado, lo cual incluía recoger los animales para bañarlos, curarlos de garrapatas, tórsalos y otros parásitos, ponerles la marca o “fierro” de su patrón, y amansar caballos. Además, muchos eran, y aún lo son, verdaderos artesanos en la elaboración de gruperas, cinchas, albardas, coyundas y otros implementos, que constituían sus herramientas de trabajo y los aperos de su caballo».

A los sabaneros se sumaban los peones, cuya labor principal era desyerbar con machete los pastizales, aunque también picar leña para la cocina, cavar pozos para abastecer de agua al ganado, y construir o reparar las cercas de encierros donde se protegía a las reses, ya fuera enfermas, prontas a parir, o recién paridas.

Finalmente, de inmensa importancia era la labor de las cocineras, pues de ellas dependían por completo todos —el mandador, el caporal, el capataz, los sabaneros y las peonadas—, para poder contar puntualmente con el desayuno, el almuerzo y la cena cotidianos. Tan pesadas y agobiantes tareas culinarias eran complementadas con las de las criadas, que tenían a su cargo la limpieza de los dormitorios, al igual que el lavado y el planchado de la ropa de esa muchedumbre.

La mítica pampa guanacasteca

En mi infancia, la percepción que tenía de Guanacaste estaba moldeada en mi mente por las imágenes que el poeta santacruceño José Ramírez Sáizar dejó plasmadas en el Himno a la Anexión de Guanacaste, que entonábamos cada 25 de julio en la escuela. En él convergen topónimos bellamente sonoros, como Diriá y Nicoya, la exaltación de la valentía del legendario indígena chorotega Curime —novio de la princesa Nosara—, y la irrenunciable y autónoma decisión de los pueblos nicoyano y santacruceño de sumarse a Costa Rica, encarnada en la frase «De la Patria por nuestra voluntad».

A propósito del nombre de dicho himno, a menudo se incurre en el error de decir que toda Guanacaste se anexó a Costa Rica, cuando lo cierto es que —como ya se indicó—, los actuales cantones de Abangares, Cañas, Tilarán y Bagaces siempre fueron parte del territorio costarricense. Asimismo, algunos autores han cuestionado el uso del término anexión, y sugieren reemplazarlo por uno más apropiado, como agregación, unión o incorporación, acerca de lo cual los expertos Sibaja y Zelaya hacen un breve pero muy esclarecedor análisis histórico. En realidad, no percibo nada incorrecto en aquel término pues, según la Real Academia Española, anexar significa «unir o agregar algo a otra cosa con dependencia de ella», y Guanacaste —por importante que sea en varios sentidos— es tan solo una parte o una región de Costa Rica; como una curiosidad, en el título de su libro, Sibaja y Zelaya incluyen los de anexión y agregación, de manera un poco salomónica.

Para retornar a mi relación con Guanacaste, ya en la adolescencia visualizaba tan lejanos parajes como territorios planos y extensos, que emergían de la Cordillera Volcánica en el oriente, para desvanecerse en el océano Pacífico. En la prensa radial y escrita se aludía a ellos con términos como pampa, sabana, llano, llanura, bajura y planicie, que, por cierto, no significan exactamente lo mismo en términos biogeográficos. Además, en el Liceo de San José tenía dos queridos compañeros de raíces guanacastecas, quienes narraban cosas de sus terruños; ellos eran Leonardo Soto, oriundo de Carrillo o de Nicoya, y Mayela Jaen Castellón, puntarenense de nacimiento, pero de padres guanacastecos.

Sin embargo, yo ignoraba por completo la dimensión social de lo que acontecía en esas míticas comarcas. Que había grandes latifundios pertenecientes a acaudalados terratenientes y, en consecuencia, sabaneros y grandes peonadas de pobres, lo conocí y aprendí en los albores de mi educación secundaria, cuando uno de mis hermanos compró y llevó a casa el libro Memorias de un pobre diablo, de Hernán Elizondo Arce, Premio Nacional de Novela en 1964. De padre domingueño y madre orotinense, llegado a Guanacaste de niño, y de adulto convertido en maestro rural, Elizondo no solo atestiguó de primera mano el drama cotidiano de estas atribuladas gentes, víctimas de las arbitrariedades y de la explotación, sino que, con magnífica y conmovedora pluma, supo narrar tantos dolores y penas.

Ahora bien, aunque en nuestra niñez y adolescencia dos de mis hermanas mayores nos llevaban al mar en Puntarenas —en un viaje de ida y vuelta el mismo día, gracias que el tren salía de madrugada y regresaba a media tarde—, para el verano de 1967 cambiaron de plan, y esa vez visitamos playa Sámara, en Guanacaste. Viajamos en autobús hasta Nicoya, nos hospedamos en una pensión céntrica, y ellas contrataron a un señor para que nos llevara en yip hasta dicha playa, pues no había otro medio de transporte, salvo el caballo.

El resultado de esa aleccionadora travesía lo sinteticé hace unos años, en un artículo intitulado Pobres diablos… ¡y diablas! (Informa-tico, 20-XI-06), así: “Al siguiente verano, en las vacaciones familiares fuimos a conocer Guanacaste y, mientras mis ojos y mi piel disfrutaban de los sorprendentes paisajes de nuestras bajuras y sus paradisíacas playas, mi corazón andaba por otro lado: captando en vivo lo que el libro retrataba, en aquellos ranchos tugurientos a la vera de los resecos y empolvados caminos, en el olor del humo emergiendo de paupérrimos fogones, en las interminables cercas de púa delimitando los amarillentos jaraguales de los latifundios, en los cuerpos retostados y enjutos, de las extenuantes faenas bajo esos inclementes soles, así como de tantas hambres acumuladas”.

Debo decir que el esclarecedor y vibrante libro de Elizondo, más esa visita a Guanacaste, me marcaron de por vida en cuanto a mi sensibilidad y mi compromiso social.

Mi acercamiento a Guanacaste

Aunque ese fue el único viaje que hice a Guanacaste en mis tiempos de colegial, con el inicio de mi carrera en Biología en la Universidad de Costa Rica (UCR) tuve la fortuna de retornar, pues la singularidad biológica y ecológica de esa región demandaba visitarla.

Fue así como en el curso de Historia Natural de Costa Rica, impartido por el recordado Sergio Salas Durán, empecé a familiarizarme con los aspectos geológicos, edáficos, climáticos, botánicos, zoológicos y ecológicos de esa región, que él conocía muy bien, pues residió un tiempo en el Parque Nacional Santa Rosa; por cierto, Sergio nos legó una crónica intitulada El tesoro del Parque Nacional Santa Rosa, que incluí en el citado libro que me correspondió editar, rico en información acerca de la historia natural de esos parajes. Años después, para efectuar observaciones de campo, visitamos esta localidad en los cursos de Ornitología y Herpetología —incluidas las arribadas masivas de tortuga lora—, en tanto que en el de Biología Marina estuvimos en Playas del Coco y Bahía Culebra; los respectivos profesores fueron Douglas Robinson, Gary Stiles y Carlos Villalobos Solé.

En el verano de 1973, dado que se necesitaban especímenes para las clases de laboratorio, recorrimos otros puntos, como asistente de los profesores Manuel María Murillo Castro y Carlos Valerio Gutiérrez, en los cursos de Zoología de Invertebrados y Zoología de Vertebrados, respectivamente. En el primer caso, íbamos como ayudantes Freddy Pacheco León, José Antonio Vargas Zamora y Wilberg Sibaja Castillo, y con don Manuel visitamos las playas de Brasilito y Conchal, para recolectar invertebrados marinos; era una época de pésimos y polvorientos caminos, y dormimos en tiendas de campaña. En el segundo caso, fuimos a varios sitios, y con Carlos y Wilberg recuerdo haber pernoctado en tiendas de campaña en los predios de la hacienda La Pacífica, en Cañas —por entonces de los esposos Werner y Lilly Hagnauer, conservacionistas suizos—, al igual que en una hacienda de la familia Baldioceda, al pie del volcán Orosí, mientras soportábamos muy fuertes ventoleras.

Así que esos fueron mis primeros acercamientos a la pampa guanacasteca, que dejó de ser mítica en mis sentidos. Desde entonces, sus desbordantes paisajes y ese afecto tan peculiar de los locuaces lugareños, de talante espontáneo, abierto y sincero, se incrustaron para siempre, y permanecen gratamente palpitantes en mi corazón.

Ahora bien, en el verano de 1974, ya graduado yo como bachiller en Biología, tomé el curso de Ecología de Poblaciones en la UCR —auspiciado por la Organización para Estudios Tropicales (OET)—, el cual fue coordinado por los ya citados Douglas, Gary y Sergio. Y fue así como, junto con compañeros de varios países latinoamericanos, permanecimos una semana en la Estación Biológica Palo Verde, y otra semana en Monteverde, lugar donde confluyen las provincias de Guanacaste, Puntarenas y Alajuela.

Al año siguiente retorné a Palo Verde dos veces, como asistente en dicho curso y, en años posteriores visité localidades de Abangares, Cañas, Bagaces y La Cruz, en varias giras, ahora como profesor en la Escuela de Ciencias Ambientales de la Universidad Nacional (UNA). Recuerdo que a fines de setiembre de 1983, con varios colegas pudimos recorrer en una buseta unos 200 km del territorio provincial, a través de la Carretera Interamericana —que corre por gran parte del curso del antiguo Camino Real—, para penetrar en Nicaragua por Peñas Blancas, pues desde la UNA se deseaba apoyar a dicho país en el campo agrícola y forestal, en respuesta a una solicitud que hiciera su gobierno. Asimismo, en una ocasión formé parte de una comitiva que, invitada por el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE), debía visitar Tilarán para evaluar y proponer soluciones ante el riesgo de que descomunales masas flotantes del pasto llamado gamalote (Paspalum fasciculatum) dañaran estructuras clave en la represa hidroeléctrica de Arenal.

Asimismo, fue durante los años de estadía en la UNA, hasta 1990, que, como parte de las actividades del Programa Interinstitucional de Protección Forestal (PIPROF), conformado por colegas del Instituto Tecnológico de Costa Rica (TEC), la Dirección General Forestal (DGF) y la UNA, visitamos Guanacaste reiteradas veces para asesorar a los productores forestales en el manejo de plagas; ahí estuvimos con Marcela Arguedas Gamboa, Mariela Bermúdez Mora y Manuel Víquez Carazo (TEC), Carlos Manuel Araya Fernández (UNA), Luis Quirós Rodríguez y Félix Scorza Reggio (DGF). Ello me permitió volver a algunos sitios conocidos, así como familiarizarme con otros nuevos, al punto de recorrer, en diferentes momentos, localidades de los once cantones de la provincia: Liberia, Nicoya, Santa Cruz, Bagaces, Carrillo, Cañas, Abangares, Tilarán, Nandayure, La Cruz y Hojancha.

Es pertinente indicar que, aunque con PIPROF efectuamos giras por todo el país durante muchos años, la recurrencia de visitas a Guanacaste obedeció a las plantaciones resultantes del programa de incentivos para la reforestación impulsado a partir del gobierno de don Rodrigo Carazo Odio (1978-1982). En realidad, por muchos años la ineficiente ganadería de carne había provocado muy altas tasas de deforestación en Guanacaste, asociadas con el establecimiento de vastos pastizales; ese lamentable fenómeno fue lo que el célebre ecólogo Joseph Tosi, del Centro Científico Tropical (CCT), denominó «potrerización» del país.

Y, para finalizar mis recorridos de entomólogo por Guanacaste, después de muchos años de no hacerlo, en abril de 1998 retorné, cuando ya trabajaba en el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE). Lo hice para tomar muestras de moscas blancas (Bemisia tabaci) y de los virus que transmite, como parte de un proyecto mundial, coordinado en América Latina por el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), en Colombia. Me acompañó Alexis Serrano, por entonces asistente de mi colega Pilar Ramírez Fonseca, en el Centro de Investigación en Biología Celular y Molecular (CIBCM), de la UCR. Fue una jornada maratónica, de cinco días consecutivos, por Bagaces, Carrillo, Cañas y Tilarán, a las que se sumaron tres localidades (Abangaritos, Lepanto y Jicaral) que están en la península de Nicoya, pero pertenecen a Puntarenas.

Además de esta iniciativa, entre 2001-2004 participé, esta vez en el campo forestal, en el proyecto Cerbastán, desarrollado en la hacienda La Pacífica —ahora de Stephan Schmidheiny—, financiado por la Fundación Avina, creada por este conservacionista y filántropo suizo. Eso implicó la dirección de la tesis de doctorado del estudiante salvadoreño Francisco Soto Monterrosa, referida al efecto de diversificar plantaciones de cedro y caoba con otras especies de valor agroforestal, para reducir el ataque de esas maderas preciosas por la larva del barrenador de los brotes (Hypsipyla grandella).

Para concluir este recuento acerca de mi relación con el paisaje guanacasteco, además de recorrer sus planicies y bajas serranías, así como de disfrutar numerosas veces de sus bellísimas playas en años posteriores, pude estar al pie del Orosí —como lo indiqué en páginas previas—, al igual que de los volcanes Miravalles y Tenorio, todos de hermosos perfiles. Asimismo, tuve el gusto de visitar la cima del Rincón de la Vieja junto con el colega Juan Bravo Chacón, lo cual hicimos en enero de 1984 con los amigos Ricardo Sol Arriaza, Luisa Castillo Martínez y sus pequeños hijos Felipe y Alejandra.

Ahora bien, más allá de lo geográfico, hay una dimensión humana que ha enriquecido mi vida, y es el trato que tuve, en el Valle Central, con varias personas nacidas en Guanacaste, o de raíces guanacastecas. Dos de ellas fueron los ingenieros agrónomos Abundio Gutiérrez Matarrita y Héctor Zúñiga Rovira —poeta este último, así como autor de la letra y la música de la muy famosa canción Amor de temporada—, más el ya citado Carlos Valerio —oriundo de Tilarán— y el liberiano Edmundo Abellán Cisneros, compañero en la UNA como docentes. A ellos se suman varios alumnos ahí, hoy destacados profesionales forestales, como David Guadamuz Leal, Ángel Guevara Villegas, Marco Rodríguez Li, Felipe Vega Monge, Francisco Ramírez Noguera y Rafael Ángel Sánchez Rojas. Y, ya después, desde el CATIE colaboré con la UNA y la UCR en dirigir o participar en las tesis de licenciatura de Paúl Gómez Matarrita, Jorge Aguirre Araya y Ricardo Noguera Peñaranda, también exitosos profesionales en los campos agronómico o químico.

Por cierto, en la UNA dirigí o participé en tesis de maestría sobre el manejo de animales vertebrados plaga en el noroeste del país. Realizadas en Cóbano y Curú —en la península—, así como en Bagaces y Cañas, fueron las de Maritza Guido Martínez con pericos, Javier Monge Meza con ardillas, Martín Lezama López con roedores, y Juan Diego Alfaro Fernández con zanates; de ellos, Maritza es salvadoreña y Martín nicaragüense. Además, dirigí la tesis de licenciatura de Javier, sobre la rata de la caña, en Cañas.

Finalmente, de particular importancia fue mi relación con el santacruceño Douglas Cubillo Sánchez, al que conocí de estudiante en agronomía en la UNA, y a quien años después dirigí su tesis de maestría, además de que participé en la de doctorado, ambas en la UCR, referidas a plagas de tomate y banano, respectivamente. Sin embargo, dadas su inteligencia, iniciativa, alta calidad profesional, generosidad y don de gentes, nuestra relación fue más cercana, pues lo contraté como mi asistente en el CATIE, en lo cual me acompañó por cinco años; nunca tuvimos un solo disgusto y, de tan fructífera interacción, publicamos 18 artículos en revistas científicas, así como 12 de carácter divulgativo, para agricultores. Muy lamentablemente, falleció joven, cuando estaba en la plenitud de sus labores profesionales, como lo relaté en el artículo A Douglas Cubillo, en el recuerdo (Nuestro País, 8-II-2017).

Palabras finales

Jubilado desde hace varios años, mis recorridos como científico por Guanacaste —tratando de contribuir en los campos agrícola y forestal— quedaron atrás en el tiempo. Ahora mis viajes son de descanso, restringidos a la visita ocasional a alguna de sus playas, de esas que abundan en cada recodo del irregular y caprichoso litoral Pacífico, a cuál más de atractiva.

Eso sí, cuando visito Guanacaste no puedo dejar de evocar a Hernán Elizondo, quien —como lo consigno en mi artículo—, hace pocos años advertía lo siguiente: “He insistido mucho en algo, en lo que me adelanté a los hechos […]. Las playas están en manos de los extranjeros. El turismo por un lado es bueno; por otro, terminaremos como en México, jalando valijas. Al norte de Acapulco hay barriadas miserables. Allá pasó lo que pasa aquí con Papagayo”. Ojalá que las autoridades nacionales, provinciales y cantonales, junto con las propias comunidades, puedan crear opciones productivas —lejos del frenesí inmobiliario y la casi subasta de playas—, que generen empleos bien remunerados y que dignifiquen a los lugareños, a la vez que propicien el verdadero desarrollo de la provincia.

En cuanto a mi relación actual con Guanacaste, ahora como aficionado a la historia, en años recientes me he interesado en entender mejor la manera en que el entorno y las gentes de la antigua Moracia contribuyeron al éxito logrado en la Campaña Nacional contra el ejército filibustero del esclavista William Walker —incluida la gloriosa batalla de Santa Rosa, por supuesto—, lo cual permitió garantizar y consolidar la integridad territorial y política de Costa Rica. Hay aún tanto por descubrir, esclarecer y difundir, que… ¡ahí seguiremos!

Es decir, Guanacaste permanece presente en mi vida. Y lo ha estado por ya tantos años que, desde que descubrí Pampa, le pedí a Elsa, mi esposa, que cuando yo muera, en mi funeral se entone la melodía de esa canción.

En realidad, musicalizado por el gran compositor santacruceño Jesús Bonilla Chavarría, se trata de un poema del alajuelense Eulogio Porras Ramírez quien, cautivado por sus paisajes y sus nobles gentes, le cantó a Guanacaste con amor filial, como lo narro en el artículo Aníbal Reni, desde la pampa guanacasteca (Informa-tico, 21-VII-08). Ese poema, que llega hasta lo más hondo del alma, culmina así: «Pampa, pampa. Te vio el sabanero / y ya nunca te puede olvidar; / en su potro se escapa ligero / tras el fiero novillo puntal. // Luego viene la tarde divina / y el contorno se mira sangrar; / hay marimbas que treman lejanas / y la pampa se vuelve inmortal».

Informe crítico sobre inseguridad y desarrollo turístico e inmobiliario en el litoral de Guanacaste

Informe crítico sobre inseguridad y desarrollo turístico e inmobiliario en el litoral de Guanacaste según datos de 2023 ¿amenazas al desarrollo o producto de un modelo de desarrollo desigual? 

Un texto escrito por Esteban Barboza Núñez y publicado en el 2024 por el Observatorio de Turismo, Migraciones y Desarrollo Sostenible, de la Sede Regional Chorotega de la Universidad Nacional (UNA), en su introducción menciona que el tema de la seguridad en el turismo siempre ha ocupado un lugar preponderante en la agenda de los Estados, los inversionistas, los desarrolladores, y los turistas mismos.

Atentados terroristas, epidemias, pandemias, guerras, desastres naturales, delincuencia, crimen organizado, y otros eventos inusitados pueden tener graves consecuencias adversas en un destino turístico específico, o bien a nivel sistémico, señala el informe.

Agrega que un destino sin turistas no puede funcionar; y la inseguridad o una imagen negativa en ese rubro definitivamente tienen efectos devastadores en el destino como tal, debido a la disminución drástica de turistas e inversionistas (Boyakye, 2010).

A partir de estas premisas, continúa el autor, el objetivo de este informe crítico es explorar la relación entre seguridad y exclusión en el sistema turístico del litoral de la provincia de Guanacaste, en el noroeste de Costa Rica, a partir del análisis de los principales índices de inseguridad del año 2023, según el Organismo de Investigación Judicial.  Para conseguir tal objetivo, en primera instancia se revisa y discute los principales indicadores y estadísticas de criminalidad en la región para el año 2023, un año récord en homicidios, robos, hurtos y asaltos, entre otros delitos. 

Entre los capítulos de este texto del investigador y académico de la UNA Esteban Barboza Núñez, se encuentran: Seis indicadores de inseguridad, Seguridad y turismo, La construcción del litoral guanacasteco como destino turístico, y Cuando el frío no está en las cobijas.

Le invitamos a descargar el documento compartido con SURCOS por el autor.

Enjambre de minería subterránea de oro en Costa Rica – informe de investigación

Según una investigación revelada hoy existen al menos 59 solicitudes de concesiones para exploración minera subterránea que acaparan 779,52 km2 es decir aproximadamente un 1,52% del territorio nacional. Estas solicitudes en trámite abarcan los cantones: Abangares, Cañas, Tilarán, Alajuela, Atenas, San Ramón, Palmares, San Mateo, Orotina, Puntarenas, Monteverde, Montes de Oro, Esparza Turrubares, Puriscal y Mora, es decir abarcan cuatro de las siete provincias del país: Guanacaste, Alajuela, Puntarenas y San José.

Esta información es parte de una investigación “Solicitudes de Concesión de Minería Subterránea de Oro y Plata en el Pacífico de Costa Rica” realizada en el catastro y archivo minero de la Dirección de Geología y Minas realizada por Jennipher Martínez Ramírez y Mauricio Álvarez Mora del proyecto “Geografía y Diálogos de Saberes” (ED-3526) del Programa de Kioscos Socioambientales de la Vicerrectoría de Acción Social y la Escuela de Geografía de la Universidad de Costa Rica.

Como parte de la investigación se realizó un geovisor en línea donde de manera sencilla se puede ubicar las solicitudes y un manual para que las comunidades tengan acceso fácilmente a las áreas y puedan revisar estos expedientes en trámite. Es posible observar que hay solicitudes que incluyen buena parte de la ciudad de Palmares o San Mateo, San Luis de Monteverde y ciudades completas como Miramar o Guacimal de Puntarenas.

Estas 77.952 hectáreas en trámite de concesión equivalen a poco menos que la superficie de todo el cantón de Guácimo (801,48 km2) que está de número 22 en tamaño de todos los cantones del país. Si lo comparamos con cantones más pequeños que Guácimo las solicitudes abarcaría completamente los cantones: Poás, Santa Ana, Barva, Santa Bárbara, Monteverde, San Rafael, La Unión, San José, Palmares, Alvarado, Escazú, Goicoechea, Moravia, San Isidro, Santo Domingo, Alajuelita, Curridabat, Montes de Oca, Belén, Tibás y San Pablo.

En términos de producción agrícola es mayor a toda el área de café (77.352,5 ha) sembrada según la Encuesta Nacional Agropecuaria 2022 realizada por el INEC si lo comparamos con otros cultivos básicos es la suma del área sembrada de arroz (33.586,4 ha), frijol (8.653,30 ha), maíz (7.175,90 ha), yuca (7.084,40 ha), papa (2.912,4), naranja (13.220,70 ha), melón (1.673,00 ha) y palmito (3.231,90 ha).

Los cantones donde hay mayor cantidad de área solicitada para las concesiones son Tilarán con 113,3 km2, Puntarenas 112 km2, Montes de Oro 78 km2, Abangares 57,47 km2 y San Ramón 37,91 km2. Además, hay un grupo importante de 276, 7 km2 de solicitudes que se encuentran en dos cantones o más.

Estás solicitudes se tramitaron trece en 2019, siete en 2020, diecisiete en 2021, dos en 2022, diecinueve en 2023 y dos en el presente año. Un total de veinte empresas y personas son las que tramitan estas solicitudes donde destacan Edgar Gamboa Espinoza y la empresa Terrasun Resources S. A que juntos soliciten casi la mitad (el 48%) del área total de las solicitudes, esto representa un 0,72% del territorio nacional. Además, figuran empresas como Geoexploraciones de Occidente SRL (4 solicitudes), Sofía Solís Cedeño (3), ECOMINAS S. A (2) Jorge Eduardo Vargas Ramírez (2), Carlos Alexander Hernández (2), Eco Inversión Centroamericana S. A (2) Jacqueline Pérez Navarro (2) Cooperativa autogestionaria para la explotación de minerales y procesos sostenibles. COOPEVETA R.L (2), Cooperativa Autogestionaria para la explotación, beneficiado de materiales y protección ambiental R.L(2) Cooperativa Autogestionaria para la Orfebrería y Comercialización de Joyas R.L(2), Gerling Navarro Porras (2) y con una solicitud: Carlos Muños Álvarez, Proyecto Terris Sociedad Anónima, CR S. A, Eduandi S.A, Mina OROTEX S. A, Cooper Huatilar y Cuarzo Dorado San Miguel Sociedad Civil.

Otro de los resultados que arrojó la investigación, es la concentración de personas consultoras ambientales. En 60 expedientes se encuentran los nombres solamente de 9 personas y/o empresas de consultoría. Así mismo, en varios casos aparecen personas consultoras ambientales que en otros expedientes son los solicitantes y desarrolladores.

Antecedentes.

En nuestro país históricamente el principal mineral de interés ha sido el oro. A partir de 1820 existen registros de explotación de oro en la provincia de Puntarenas en los distritos de Esparza y Montes del Aguacate. Según el investigador Rolando Castillo (1997), se pueden definir 4 ciclos mineros históricos en el país. El primero (1820-1843) en el distrito minero de Abangares en la provincia de Guanacaste. El segundo (1890-1930) en el mismo distrito y en Miramar y Guacimal ambos de la provincia de Puntarenas explotados por compañías extranjeras. El tercero en la década de los ochenta de “oro aluvial” de ríos en la Península de Osa y Burica al sur de la provincia de Puntarenas.

Y el cuarto fue desde 1990 hasta la fecha, caracterizado por la llegada de transnacionales con técnicas de cielo abierto por lixiviación con cianuro. En este cuarto ciclo se hizo la apertura de la mina Macacona en Esparza y Mina Beta Vargas en Chomes, que, tras una serie de irregularidades y problemas, no pudieron terminar su ciclo de explotación. A esta se les sumó la mina Miramar en donde hubo un accidente y la de Crucitas que fue anulada la concesión por irregularidades.

Las solicitudes de explotación de este último ciclo llegaron a cubrir más del 20% del territorio nacional, mientras los permisos de explotación, solicitudes de descongelación y concesiones de explotación cubrieron unos 850 km2 lo que equivale casi al 2% del territorio (Álvarez, 2015)

Desde el año 2010 en el país está prohibida la minería metálica a cielo abierto, solo es posible realizar minería metálica en forma subterránea. Según la Dirección de Geología y Minas (DGM) el Estado ha reservado los cantones de Abangares, Golfito y Osa para el desarrollo de minería artesanal y en pequeña escala.

El 9 de noviembre del 2010 la ley N° 8904 para Declarar a Costa Rica Libre de Minería Metálica a Cielo Abierto fue aprobada por unanimidad de los 49 diputados presentes. En ella se archivan todos los proyectos de minería metálica a cielo abierto en trámite que no tengan una concesión válidamente otorgada. Incluso se archivan aquellos que no han presentado trámites de evaluación ambiental o que no han obtenido un permiso de exploración, pues no podrán obtener una concesión de explotación. Dentro de esta ley existía un transitorio que les permitía a los mineros artesanales o coligalleros trabajar con mercurio en la recuperación de oro.

Mapa 1. Expedientes de minería subterránea de oro y plata.

Fuente: Elaboración propia con base en los expedientes de la Dirección de Geología y Minas.

Recursos:

Proyecto ED-3526 Geografía y Diálogos de Saberes de la Escuela de Geografía y el Programa Kioscos Socioambientales de la Vicerrectoría de Acción Social Universidad de Costa Rica.

Kioscos Ambientales UCR

Homenaje a los caídos de Santa Rosa

Por Luko Hilje

¡Buen día, amigos! El miércoles en Santa Rosa, Guanacaste, entre varios y hermosos actos culturales, se rindió un sentido tributo a los caídos en la batalla del 20 de marzo de 1856, que ese año cayó en Jueves Santo.

Como lo pueden ver y escuchar en el video adjunto, con los acordes por fondo del Duelo de la Patria -del gran músico nacional Rafael Chaves Torres, y estrenado en el sepelio del general Tomás Guardia Gutiérrez, combatiente en Nicaragua durante la Campaña Nacional-, se dispararon varias salvas de rifle. 

El conmovedor momento fue filmado por nuestro contertulio Robert Sosa, miembro del grupo cívico La Tertulia del 56.

Para que nunca se nos olviden, he aquí la lista de los héroes que ofrendaron su vida por Costa Rica ese día:

Santos Álvarez (cabo: El Mojón)

Francisco Carbonero (soldado: San José)

Agustín Castro (sargento 2°: San José)

Justo Castro (1º subteniente: San José)

Juan García (soldado: San Juan), José María Gutiérrez (capitán: San José)

Agapito Marín (soldado: San Vicente)

Ramón Marín (soldado: San Juan)

Carlos Mora (soldado: San Miguel)

José María Mora (soldado: Escazú)

Sotero Mora (soldado: Puente Ancho)

Braulio Pérez (sargento 2°: Pacaca)

Agustín Prado (sargento 2°: San Antonio)

Carmen Prado (soldado: San Francisco)

Manuel Quirós (capitán: San José)

Manuel Rojas (2° teniente: Cartago)

Pedro Sequeira (soldado: El Mojón)

José Zeledón (soldado: San José)

Nota: El Mojón es hoy Montes de Oca; San Juan del Murciélago es Tibás; San Vicente es Moravia; y Pacaca es Villa Colón; asimismo, San Antonio y San Miguel pertenecen a Desamparados, y San Francisco a Cartago. Por su parte, Puente Ancho era una localidad de San José, pero no es el actual Paso Ancho.

Compartido con SURCO por Luko Hilje.

Turismo y desarrollo sostenible en Guanacaste

Freddy Pacheco León

¿Quién podría afirmar que hay otro lugar en el planeta, con un ramillete de bellas playas como las que muestra el litoral guanacasteco? Las habrá más extensas, como la matancera de 21 kilómetros de Varadero, Cuba, o de arenas más blancas, como son tan usuales en el Caribe mexicano, por ejemplo, o con sitios ideales para surfear, como en el Pacífico central y sur de nuestro país. En fin, hay para muchos gustos y caprichos, pero, mis amigos, un conjunto de playas extraordinarias y diversas, donde la exuberante flora y la fauna son parte de ellas, solo en Costa Rica se pueden encontrar, y en Guanacaste en particular. Además, el litoral Pacífico, con instantes de extraordinaria e indescriptible belleza multicolor, nos ofrece las puestas del sol más deslumbrantes que alguien se podría imaginar.  Y si a ello le sumamos, como uno de sus mayores bienes, el buen trato, amabilidad y simpatía de los guanacastecos que se esmeran por atender a los turistas nacionales y extranjeros, que visitan las siempre cálidas aguas, durante los 12 meses del año, pues habrá poco que agregar.

Ya sea en temporada verde, con sus refrescantes lluvias, usualmente matinales, y en temporada seca, cuando precisamente en los Estados Unidos, Canadá y Europa, las temperaturas árticas invitan a huir hacia el país que está siempre en “primavera”, la receta está completa; pocos condimentos habría que agregar.

Sin embargo, y esto hay que anotarlo, nos atrevemos a afirmar que la mayoría de los costarricense, no somos conscientes de esta riqueza nacional. Del deber que tenemos de preservarla, de la necesidad de velar por ella constantemente. De tratar de dormir, ojalá, con un ojo abierto, como hacen nuestros delfines, para evitar que se le dañe.

Ha sido noticia que, un solo cantón, con 94 km de costa, como es Santa Cruz, se está mostrando un crecimiento urbano muy significativo, como nunca antes había sucedido. Por lo resumido al inicio, es muy comprensible que ello esté sucediendo, pues sin desmerecer en lo más mínimo e injustamente, el resto de litoral guanacasteco (y costarricense en general), en los 289 km2 de Santa Cruz, se concentran varios de los más valorados atributos humanos y ambientales de nuestra querida provincia.

Sobre ello, cabe una observación de especial relevancia. Todas las muchas construcciones que se están desarrollando en el cantón, un récord nacional, tienen aprobadas las correspondientes viabilidades ambientales, por la Secretaría Técnica Nacional Ambiental (Setena). Así lo ordena la Ley Orgánica del Ambiente aprobada en 1995 (Ley Nº 7554) que, por cerca de 29 años, se ha constituido en la columna vertebral de la conservación ambiental de Costa Rica. Legislación visionaria, que vino a regular muy oportunamente, el desarrollo que se vislumbraba hace más de tres décadas, después de que nuestro país había mostrado, vergonzosamente al mundo, la más alta tasa de deforestación del planeta, y una sobrepesca que había hecho descender las poblaciones marinas a niveles irracionales. Legislación que determinó la creación de la Setena y otros organismos especializados en la preservación ambiental, que evitaron, cual si fuesen “vacunas”, fundamentales para enfrentar virus dañinos como el del Covid-19, el avance de la destrucción ambiental que ya hacía notar sus consecuencias. Aunque, paradójicamente, el liberiano ministro de Ambiente en ese entonces, René Castro, se opuso a su aprobación y luego a su ejecútese, éste se logró y por eso valoramos grandemente sus virtudes. Tanto que, muy seguramente, sin ella, hoy quizá estaríamos lamentando la destrucción de ese “ramillete de playas” que nos enorgullece y muchos otros ecosistemas.

Pues bien, resulta que informa la prensa, el año pasado cerca de 950 mil metros cuadrados de construcción, equivalentes a más del 10% de todos los proyectos de desarrollo en el país, se asentaron en Santa Cruz. Y como acotamos, en su totalidad con sus correspondientes estudios de evaluación ambiental, diseñados precisamente, para prevenir, controlar, mitigar y compensar, si así fuere posible, los impactos negativos sobre el ambiente, inherentes a todo proyecto de desarrollo. Sin esos instrumentos, no cuesta imaginar lo que habría sucedido en Costa Rica y su ambiente, durante los últimos 30 años.

Es pues incorrecto argumentar que las normas de la Ley Orgánica del Ambiente, sean un obstáculo para el progreso; que no son más que zancadillas para el desarrollo; que es algo que impide la inversión en proyectos; que hasta para hacer una casita, “a la señora de Purral le exigen así tanate de papeles”, como dijo Chaves, para justificar la presentación de un proyecto de ley (¡que no firmara su ministro de Ambiente!), donde se desplaza al principal órgano multidisciplinario, técnico – científico, que dirige la Setena, sustituyéndolo por un único funcionario de tinte político. Proyecto que, insólita e inconstitucionalmente, fue visto y aprobado, en la comisión legislativa de “Reforma del Estado” (presidida por el diputado Eli Feinzaig), cuyas funciones ¡no tienen nada que ver con los asuntos ambientales!, como sí lo es la Comisión Especial de Ambiente, de la Asamblea Legislativa, donde debió de haberse tramitado.

Legislación ambiental que, se sabe ampliamente, es parte del desarrollo sostenible que busca garantizar la sostenibilidad ambiental, y en el caso particular que provoca este comentario, la salud ambiental de nuestras playas y el resto del litoral guanacasteco.

Finalmente, los ticos todos, pero particularmente los jóvenes, han de reafirmar su compromiso con la preservación ambiental. Y los guanacastecos, en particular, el deber de velar porque su tierra siga siendo asiento de la belleza natural que la caracteriza, para lo cual es imprescindible, que el nuevo proyecto de la Ley Orgánica del Ambiente jamás sea aprobado en el plenario de la Asamblea Legislativa.

Ciclos de aumento en el ritmo de construcción concuerda con episodios de movilización en comunidades costeras de Guanacaste

Arturo Silva Lucas

El pasado de 13 de julio el Colegio Federado de Ingenieros y Arquitectos de Costa Rica (CFIA) hizo público el comunicado en el cual confirma que Guanacaste es la provincia que registra mayor intención de metros cuadrados (m²) de construcción para proyectos urbanísticos y habitacionales durante el primer semestre del año 2023. Desde el Observatorio de Turismo, Migraciones y Desarrollo Sostenible de la Universidad Nacional (OTMS) hemos apuntado en boletines anteriores esta tendencia ascendente desde el año 2014 [1] [2].
Los datos previamente publicados por el OTMS señalan que durante el año 2022 y el primer semestre del 2023 los cantones de Nicoya, Santa Cruz, Carrillo, y, en menor medida, Liberia como los que concentran la mayor cantidad de m² destinados a proyectos urbanísticos, habitacionales, y en tercer lugar de tipo comercial. En Nicoya resaltan los destinos costeros de Nosara y Samara; en Santa Cruz las playas de Tamarindo y Cabo Velas. En el cantón de Carrillo el distrito de Sardinal, lugar donde se ubica Playas del Coco. Por su parte en el cantón de Liberia sobresale el distrito cabecero del mismo nombre y Playa
Nacascolo. Estos siete destinos se consolidan como puntos calientes del mercado de bienes raíces postpandemia. También, por el tipo de construcción se confirma que en Guanacaste se consolida la oferta turística residencial por sobre otras como la hotelería tradicional.
Lejos de ser un crecimiento de m² inédito, datos que abarcan desde los años 1984 a 2022 demuestran una tendencia afín, especialmente, desde la entrada del siglo XXI. Una primera lectura de los datos recolectados del Instituto Nacional de Estadística y Censo (INEC) y analizados por el OTMS evidencian que la provincia de Guanacaste vive un segundo repunte de inversión igual de importante a la experimentada entre los años 2002 y 2007, hasta la crisis financiera global del 2008 que supuso la desaceleración del mercado inmobiliario a escala planetaria. Con la diferencia que el actual repunte evidencia un ritmo mayor en un periodo de tiempo más corto. Mientras que en el pico de inversión del 2007 llegó a 711,195 de m² en periodo de siete años; para el 2022 alcanzó los 724,315 m² en solo dos años luego descenso a causa de la pandemia. Con una tendencia creciente que parece se mantendrá en este 2024.

Un análisis más detallado sobre la tendencia de inversión inmobiliaria en Guanacaste permite reconocer correlaciones relevantes vinculadas a episodios conflictivos. La revisión bibliográfica de los principales conflictos socioambientales en la provincia vinculados a desarrollos turísticos inmobiliarios en los cuales se haya utilizado repertorios de acción colectiva directa como bloqueos, marchas, perifoneo, vigilias y/o sentadas evidencia que suceden con cada aumento de inversión turística inmobiliaria. Desde el inicio de la explosión inmobiliaria en el año 2000 hasta el 2021 se registran diecisiete acciones directas importantes en cuatro comunidades del norte hacia el sur de la provincia:
La Lorena (Santa Cruz): En el año 2000 la comunidad de La Lorena registró cuatro movilizaciones en contra de la intención del Hotel Meliá Conchal de tomar agua del acuífero Nimboyores para abastecer sus instalaciones [3]. Posteriormente, en el 2014 y 2018 se registran dos últimas movilizaciones de la comunidad por el mismo motivo [4].

Sardinal (Carrillo): En el 2008 la comunidad de Sardinal registró siete movilizaciones en oposición a la instalación de un acueducto para trasladar agua de los acuíferos locales a un conglomerado residencial en Playas del Coco [3]. Posteriormente en el 2019 se registra una última movilización en contra de la inauguración formal del acueducto [5].
Potrero (Santa Cruz): en octubre del 2014 la comunidad de Potrero realizó una sentada frente a las oficinas administrativas del acueducto rural que incluyó un enfrentamiento con la Fuerza Pública. Posteriormente realizó una vigilia nocturna en las bombas de agua que abastecen a la comunidad. Las dos acciones manifestaban un rechazo a la pretensión de varios complejos residenciales de la zona de tomar agua para abastecer sus instalaciones [6].
Nosara (Nicoya): El 5 de junio del 2021 grupos organizados marcharon en apoyo a un reglamento que pretende regular el crecimiento de residencias turísticas en Nosara y áreas circundantes al Refugio de Vida Silvestre Ostional. El acto fue en respuesta a la suspensión del reglamento provocado por un desarrollador inmobiliario de la zona [7].
Esto permite llegar a unas primeras conclusiones del fenómeno turístico inmobiliario en Guanacaste. Primero, que el ritmo de inversión actual provincial evidencia una mayor recuperación que en el periodo previo de 2002 al 2007. Segundo, cada ciclo de aumento de inversión parece estar vinculado a episodios de protestas y movilización social en comunidades costeras de la provincia. Tercero, la relación inversión inmobiliaria y conflictos socioambientales se mueve históricamente hacia las playas al sur de la provincia a partir de la ubicación de las cuatro comunidades señaladas.

Notas
[1]. Barboza Núñez, E. (marzo, 2023) Boom inmobiliario dispara construcción en zonas costeras de Guanacaste
[2]. Díaz Soto, M. (agosto, 2023) Al cerrar el primer semestre de 2023, Guanacaste concentra el 25% del total de metros tramitados para construcciones de tipo habitacional en el país
[3]. Silva Lucas, A. (2019) Conflictividad hídrica en Guanacaste como consecuencia del desarrollo turístico: el caso de la comunidad de Sardinal. En: Agua y Poder en Costa Rica 1980-2017. Felipe Alpízar R,; editor. Centro de Investigación y Estudios Políticos, Escuela de Ciencias Políticas, Vicerrectoría de Investigación, Universidad de Costa Rica.
[4]. Silva Lucas, A. (2018). Lorena (Guanacaste): Agua, territorio y espacios de representación. Alba Sud, 05/12/2018
[5]. Silva Lucas, A. (2019). Inauguración del acueducto CocoOcotal: ruptura y profundización del modelo turístico en Guanacaste. Alba Sud, 13/03/2019
[6]. Bolaños Blanco, C. (2016) Conflictos socioambientales por la gestión del agua: el caso de la comunidad de Playa Potrero, Guanacaste. Trabajo Final de Graduación para optar por el grado de Licenciatura en Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Costa Rica.
[7]. Silva Lucas, A. (2021) Nosara se moviliza en apoyo al reglamento de construcciones. Alba Sud 24-06-2021