Turismo y desarrollo sostenible en Guanacaste

Freddy Pacheco León

¿Quién podría afirmar que hay otro lugar en el planeta, con un ramillete de bellas playas como las que muestra el litoral guanacasteco? Las habrá más extensas, como la matancera de 21 kilómetros de Varadero, Cuba, o de arenas más blancas, como son tan usuales en el Caribe mexicano, por ejemplo, o con sitios ideales para surfear, como en el Pacífico central y sur de nuestro país. En fin, hay para muchos gustos y caprichos, pero, mis amigos, un conjunto de playas extraordinarias y diversas, donde la exuberante flora y la fauna son parte de ellas, solo en Costa Rica se pueden encontrar, y en Guanacaste en particular. Además, el litoral Pacífico, con instantes de extraordinaria e indescriptible belleza multicolor, nos ofrece las puestas del sol más deslumbrantes que alguien se podría imaginar.  Y si a ello le sumamos, como uno de sus mayores bienes, el buen trato, amabilidad y simpatía de los guanacastecos que se esmeran por atender a los turistas nacionales y extranjeros, que visitan las siempre cálidas aguas, durante los 12 meses del año, pues habrá poco que agregar.

Ya sea en temporada verde, con sus refrescantes lluvias, usualmente matinales, y en temporada seca, cuando precisamente en los Estados Unidos, Canadá y Europa, las temperaturas árticas invitan a huir hacia el país que está siempre en “primavera”, la receta está completa; pocos condimentos habría que agregar.

Sin embargo, y esto hay que anotarlo, nos atrevemos a afirmar que la mayoría de los costarricense, no somos conscientes de esta riqueza nacional. Del deber que tenemos de preservarla, de la necesidad de velar por ella constantemente. De tratar de dormir, ojalá, con un ojo abierto, como hacen nuestros delfines, para evitar que se le dañe.

Ha sido noticia que, un solo cantón, con 94 km de costa, como es Santa Cruz, se está mostrando un crecimiento urbano muy significativo, como nunca antes había sucedido. Por lo resumido al inicio, es muy comprensible que ello esté sucediendo, pues sin desmerecer en lo más mínimo e injustamente, el resto de litoral guanacasteco (y costarricense en general), en los 289 km2 de Santa Cruz, se concentran varios de los más valorados atributos humanos y ambientales de nuestra querida provincia.

Sobre ello, cabe una observación de especial relevancia. Todas las muchas construcciones que se están desarrollando en el cantón, un récord nacional, tienen aprobadas las correspondientes viabilidades ambientales, por la Secretaría Técnica Nacional Ambiental (Setena). Así lo ordena la Ley Orgánica del Ambiente aprobada en 1995 (Ley Nº 7554) que, por cerca de 29 años, se ha constituido en la columna vertebral de la conservación ambiental de Costa Rica. Legislación visionaria, que vino a regular muy oportunamente, el desarrollo que se vislumbraba hace más de tres décadas, después de que nuestro país había mostrado, vergonzosamente al mundo, la más alta tasa de deforestación del planeta, y una sobrepesca que había hecho descender las poblaciones marinas a niveles irracionales. Legislación que determinó la creación de la Setena y otros organismos especializados en la preservación ambiental, que evitaron, cual si fuesen “vacunas”, fundamentales para enfrentar virus dañinos como el del Covid-19, el avance de la destrucción ambiental que ya hacía notar sus consecuencias. Aunque, paradójicamente, el liberiano ministro de Ambiente en ese entonces, René Castro, se opuso a su aprobación y luego a su ejecútese, éste se logró y por eso valoramos grandemente sus virtudes. Tanto que, muy seguramente, sin ella, hoy quizá estaríamos lamentando la destrucción de ese “ramillete de playas” que nos enorgullece y muchos otros ecosistemas.

Pues bien, resulta que informa la prensa, el año pasado cerca de 950 mil metros cuadrados de construcción, equivalentes a más del 10% de todos los proyectos de desarrollo en el país, se asentaron en Santa Cruz. Y como acotamos, en su totalidad con sus correspondientes estudios de evaluación ambiental, diseñados precisamente, para prevenir, controlar, mitigar y compensar, si así fuere posible, los impactos negativos sobre el ambiente, inherentes a todo proyecto de desarrollo. Sin esos instrumentos, no cuesta imaginar lo que habría sucedido en Costa Rica y su ambiente, durante los últimos 30 años.

Es pues incorrecto argumentar que las normas de la Ley Orgánica del Ambiente, sean un obstáculo para el progreso; que no son más que zancadillas para el desarrollo; que es algo que impide la inversión en proyectos; que hasta para hacer una casita, “a la señora de Purral le exigen así tanate de papeles”, como dijo Chaves, para justificar la presentación de un proyecto de ley (¡que no firmara su ministro de Ambiente!), donde se desplaza al principal órgano multidisciplinario, técnico – científico, que dirige la Setena, sustituyéndolo por un único funcionario de tinte político. Proyecto que, insólita e inconstitucionalmente, fue visto y aprobado, en la comisión legislativa de “Reforma del Estado” (presidida por el diputado Eli Feinzaig), cuyas funciones ¡no tienen nada que ver con los asuntos ambientales!, como sí lo es la Comisión Especial de Ambiente, de la Asamblea Legislativa, donde debió de haberse tramitado.

Legislación ambiental que, se sabe ampliamente, es parte del desarrollo sostenible que busca garantizar la sostenibilidad ambiental, y en el caso particular que provoca este comentario, la salud ambiental de nuestras playas y el resto del litoral guanacasteco.

Finalmente, los ticos todos, pero particularmente los jóvenes, han de reafirmar su compromiso con la preservación ambiental. Y los guanacastecos, en particular, el deber de velar porque su tierra siga siendo asiento de la belleza natural que la caracteriza, para lo cual es imprescindible, que el nuevo proyecto de la Ley Orgánica del Ambiente jamás sea aprobado en el plenario de la Asamblea Legislativa.