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Etiqueta: Juegos Olímpicos

Betty Cuthbert y su récord de oros olímpicos

Gabe Abrahams

Hasta el día de hoy, Betty Cuthbert ha sido el único ser humano capaz de ganar el oro en las tres pruebas de velocidad individuales que se disputan en los Juegos Olímpicos. Nadie ha conseguido tamaña hazaña salvo ella. Esta es su apasionante biografía.

Elizabeth «Betty» Cuthbert nació el 20 de abril de 1938 en Ermington, un suburbio de Sídney, Nueva Gales del Sur, Australia.

Betty Cuthbert tuvo una hermana gemela, junto a otros dos hermanos, y su infancia fue feliz. Años después declaró: “Mis padres siempre me alentaron y tuve una buena vida familiar. Siempre nos enseñaron a respetar las cosas y a otras personas”.

Tras asistir a la Escuela Pública de Ermington y a la Escuela secundaria, Cuthbert empezó a trabajar en una guardería e inició su relación con el atletismo, el deporte que la encumbraría a la gloria. Sus entrenamientos se endurecieron rápido y los resultados no tardaron en llegar.

El 16 de septiembre de 1956, con tan solo 18 años, Betty Cuthbert pulverizó la plusmarca mundial de los 200 metros, con un registro de 23,2 segundos, y se convirtió en una de las grandes favoritas para los Juegos Olímpicos de Melbourne de ese mismo año.

Pocas semanas después de su primera gran gesta, Cuthbert no defraudó y, en los Juegos celebrados en su país, consiguió ganar la medalla de oro olímpica en las pruebas de 100 metros, 200 metros y relevo 4×100 metros. Un triple oro olímpico histórico.

En la final de 4×100 metros, la velocista australiana además logró una nueva plusmarca mundial.

Cuatro años después, tras conseguir nuevos logros y plusmarcas, Cuthbert volvió a participar en unos Juegos Olímpicos, los de Roma de 1960, en los cuales tuvo mala suerte. Una inoportuna lesión en la eliminatoria de los 100 metros, obligó a Betty a decir adiós a la competición sin cumplir ninguno de sus objetivos. Un golpe que, sin embargo, sirvió para que la atleta se creciese.

En los siguientes Juegos Olímpicos, los de Tokio de 1964, Cuthbert así pues se vengó de lo ocurrido y, ante un público entregado, volvió a ganar una medalla de oro. Su cuarto oro olímpico. Ganó los 400 metros lisos con un tiempo de 52 segundos.

Con esa nueva medalla, Betty Cuthbert dejó dos récords extraordinarios para la posteridad. El de único ser humano capaz de ganar el oro olímpico en las tres pruebas de velocidad individuales que se disputan en los Juegos. Y el de único ser humano ganador de esos tres oros olímpicos y el de la prueba de relevo 4×100 metros. Hasta hoy, ningún hombre o mujer ha superado ninguno de esos dos registros. Tras su última gesta, Cuthbert se retiró de la competición.

Ya en 1969, los médicos le diagnosticaron a la exatleta esclerosis múltiple, una enfermedad degenerativa. Y, a pesar de eso, esta continuó realizando actividades ligadas a causas humanitarias, entroncadas con movimientos de cristianos progresistas. Cuthbert se convirtió en una defensora comprometida de su enfermedad y en una activista incansable en la concienciación de la sociedad sobre la misma.

En el año 2000, durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Sídney, Betty Cuthbert fue una de las portadoras de la antorcha olímpica y, en el 2012, ingresó en el Hall of Fame de la IAAF, la federación internacional de atletismo. Un reconocimiento importante que redondeaba otros anteriores como el de la MBE (Most Excellent Order of the British Empire), es decir la Orden del Imperio Británico, que recibió en 1969.

Betty Cuthbert murió finalmente el 6 de agosto del año 2017, con 79 años de edad, en Mandurah, Australia. Y, al día siguiente de su fallecimiento, la organización del Campeonato Mundial de Atletismo de Londres le dedicó un merecido minuto de silencio.

Después de enterarse del fatal desenlace, la australiana Cathy Freeman, campeona olímpica y mundial de los 400 metros, afirmó acertadamente sobre ella: “Betty ha sido una inspiración. Estoy muy feliz de haber conocido a un modelo a seguir tan extraordinario”.

Marlene Mathews, doble medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Melbourne de 1956 en los que Cuthbert logró tres oros olímpicos, añadió: “Nunca he conocido a nadie que tuviera tanta fe y determinación. Fue esa fe la que la mantuvo en pie durante tanto tiempo y en los momentos más difíciles”.

Poco más se puede decir sobre la gran campeona Betty Cuthbert, el único ser humano que ha sido capaz hasta el presente de ganar el oro olímpico en las tres pruebas de velocidad que se disputan en los Juegos y de añadir además el oro en el relevo 4×100 metros, salvo quizás un deseo de que su memoria permanezca entre nosotros. De que su memoria no se olvide. Parece evidente que así será.

Cuando la esperanza compite y gana

Por Memo Acuña. Sociólogo y escritor costarricense

Hicieron su aparición por primera vez en los Juegos Olímpicos de Río en 2016. Entonces el contexto global de la población en condiciones de refugio hacía referencia a la realidad europea, con un Mar Mediterráneo como fosa común para cientos de miles de personas que intentaban llegar a las costas de países como Grecia, España e Italia, para salvar su vida.

Se desarrollaba la crisis en Siria, que aún no cesa y más bien comparte condiciones con otras crisis que generan el desplazamiento de millones de personas en el mundo. Hoy la cifra se calcula en 100 millones de personas en condiciones de refugio.

Cuando el primer equipo olímpico de personas refugiadas emergió en Río, generó una serie de preguntas sobre su representatividad y especificidad. Era un equipo de personas viviendo con este estatus en países diferentes a los de su origen y fueron acogidos bajo el emblema olímpico de la deportividad. Cinco años más tarde, volverían a aparecer en los juegos de Tokio, llevados a cabo en 2021 como consecuencia de la pandemia planetaria que paralizó cualquier actividad un año antes.

En París 2024, 36 atletas provenientes de 11 países distintos conforman el equipo olímpico de personas refugiadas. En esta oportunidad, se desempeñarán en 12 deportes diferentes: acuáticos (natación), atletismo, bádminton, boxeo, breaking, piragüismo (eslalon y esprint), ciclismo (en ruta), judo, tiro, taekwondo, halterofilia y lucha (estilo libre y grecorromana), de acuerdo con la información consultada en la página oficial del Comité Olímpico Internacional.

Abrir espacio a una población con estas condiciones, que ha debido luchar en grado sumo por salvar su vida, protegerla y reconstruir su proyecto personal y aún familiar, solo habla de un hálito de esperanza que asoma en medio de crisis humanitarias sin comparación experimentadas a nivel contemporáneo. La esperanza constituye finalmente ese esfuerzo colectivo por trascender y ponerse en el pecho una medalla, quizá la más importante jamás otorgada: la de la dignidad.

Israel fuera de los Juegos Olímpicos

Una campaña señala que es importante entender la necesidad de vetar a Israel de las justas deportivas de París 2024, esta notabilidad se da por la significancia que ha tenido el deporte en situaciones de guerra y colonialismo.

‘’El boicot deportivo fue una de las herramientas psicológicas más poderosas para terminar con el apartheid en Sudáfrica’’ – Desmond Tutú

Israel ha prohibido a deportistas de Palestina volver a Gaza, también les ha prohibido desfilar con sus trajes típicos, inclusive han vetado hasta 250 atletas de Palestina a participar en competencias deportivas. También se suma la destrucción masiva de los centros de deporte de alto rendimiento y de instalaciones para uso recreativo. Existe también el caso del estadio Yarmouk que lo convirtieron en campamento de detención para palestinos.

El movimiento de vetar a Israel de las olimpiadas ha tenido mucho peso en Sudáfrica, donde se pueden evidenciar estos anuncios.

Impulsan campaña: Un veto por la paz en las olimpiadas

Al Comité Olímpico Internacional: 

«Como ciudadanos y ciudadanas de todo el mundo, les exhortamos a vetar a Israel de los Juegos Olímpicos hasta que su gobierno detenga el ataque a civiles inocentes en Gaza». El próximo mes, el mundo volcará su mirada en los Juegos Olímpicos de París. 

36 000 personas que podrían haber disfrutado viendo las olimpiadas con nosotros desde Gaza están muertas. A los niños y niñas que alguna vez soñaron con competir les han arrancado piernas y brazos. 

Y a menos que algo cambie, el gobierno israelí seguirá bombardeando Gaza mientras los deportistas compiten en su nombre. Israel acaba de anunciar su intención de continuar la guerra durante siete meses más. 

Mientras el planeta se une en torno a los Juegos Olímpicos, tenemos la oportunidad de enviar un mensaje al mundo: la comunidad internacional no tolerará el asesinato masivo de civiles. La presión se está incrementando para que los atletas israelíes puedan competir, pero no bajo la bandera de Israel. 

El Comité Olímpico se reúne el 12 de junio, ¡juntemos un millón de firmas exigiendo el veto de Israel hasta que su gobierno detenga el ataque a las vidas palestinas! 

Enlace de la votación: https://secure.avaaz.org/campaign/es/olympics_ban_loc/?whatsapp 

Alain Mimoun y su largo camino hacia el oro olímpico

Gabe Abrahams

Alain Mimoun, o Ali Mimoun Ould Kacha (1921-2013), nació el 1 de enero de 1921 en el distrito de Maïder en la ciudad de Telagh, Argelia, en una familia árabe y bereber de campesinos muy pobres.

Mimoun fue el mayor de siete hermanos y un alumno aplicado en la escuela primaria. Al terminarla, solicitó una beca para continuar sus estudios, pero las autoridades coloniales francesas no se la concedieron.

Tras ese revés, Mimoun trabajó de obrero de la construcción y en una ferretería y decidió que quería marcharse a Francia en busca de un futuro mejor, lo cual consiguió en 1939 al alistarse en el ejército francés.

Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Mimoun participó en numerosos combates contra la Alemania nazi y sus aliados, a la vez que inició su relación con el atletismo. Estuvo presente en la campaña de Túnez, en la campaña de Italia, en la invasión aliada de Francia, etc.

Concluida la guerra, Mimoun abandonó el ejército, se fue a vivir a París y empezó a dedicarse en cuerpo y alma al atletismo, consiguiendo, en 1948, su primera gran gesta deportiva. En los Juegos Olímpicos de Londres de ese año, Mimoun terminó segundo en la prueba de los 10.000 metros y se colgó la medalla de plata olímpica.

Un año después, en el Campeonato del Mundo de campo a través, llamado por aquel entonces Cross de las Naciones, Mimoun ratificó su condición de gran campeón al conseguir proclamarse Campeón del Mundo individual y por equipos con Francia.

Ya en 1950, Mimoun siguió con su racha de excelentes resultados. En el mundial de campo a través, volvió a triunfar al lograr ser subcampeón mundial individual y campeón mundial por equipos. Y, en el Campeonato de Europa de atletismo, quedó segundo en las pruebas de 5.000 metros y 10.000 metros.

1952 fue uno de los mejores años de la carrera deportiva de Alain Mimoun. En los Juegos Olímpicos de Helsinki, quedó segundo en las pruebas de 5.000 metros y 10.000 metros, ganando otras dos medallas de plata olímpicas. Y, en el Campeonato del Mundo de campo a través, repitió su actuación de 1949, proclamándose tanto campeón individual como por equipos.

En 1954 y 1956, Mimoun volvió a ser Campeón del Mundo individual de campo a través, consiguiendo también la plata y el oro por equipos respectivamente.

En 1956, antes de los Juegos Olímpicos de Melbourne que se iban a celebrar en otoño, Mimoun tenía en mente lograr el oro olímpico que se le había resistido hasta la fecha. Antes de los Juegos, Mimoun abandonó el islam y se convirtió en católico, supo que iba a ser padre por primera vez y deseó con todas sus fuerzas alcanzar el oro olímpico. Envuelto en esa situación, el 1 de diciembre de 1956 el veterano corredor participó en la carrera de maratón de los Juegos y puso las cosas en su sitio.

Bajo un calor sofocante y teniendo como máximo rival al mítico Emil Zátopek, pasada la mitad de la prueba, Mimoun lanzó un ataque a un ritmo sostenido y se marchó hacia la meta en solitario, cruzándola finalmente en medio de un público entregado. «Cuando entré en el túnel del estadio y salí a la pista, aclamado por 100.000 espectadores, viví los mejores minutos de mi vida», explicó Mimoun más tarde.

Tras su gesta olímpica, en el Campeonato del Mundo de campo a través de 1958, Mimoun aún pudo proclamarse subcampeón del mundo individual y por equipos. A partir de entonces, quedó en el puesto 34 en el maratón de los Juegos Olímpicos de Roma 1960, ganó alguna medalla por equipos en mundiales y consiguió títulos franceses. En 1966, alcanzó el último.

Después de su retirada del deporte de alta competición, Mimoun se convirtió en una figura de culto y recibió innumerables reconocimientos. En Francia, recibió hasta cuatro premios Legión de Honor. El día a día del corredor a lo largo de su extensa carrera deportiva, sin embargo, había sido muy distinto a la imagen que las autoridades francesas pretendían transmitir con sus premios.

En octubre de 2002 y marzo de 2012, Mimoun reconoció públicamente que, en medio de sus grandes éxitos deportivos, había sufrido unas pésimas condiciones laborales, una vivienda insalubre y hambre en Francia, por no recibir ayudas del Estado francés. Mimoun explicó lo siguiente: «Yo era camarero en un café. No tenía suficiente para comer. Gané cuatro medallas olímpicas mientras vivía en una pequeña casa de dos pisos. Un apartamento de una habitación sin calefacción, ducha ni WC». Mimoun mostraba en sus explicaciones la otra cara de la República Francesa.

Alain Mimoun pasó los últimos años de su vida rodeado de su mujer Germaine y su hija Pascale-Olympe, teniendo al deporte como el centro de sus actividades. Con su corazón dividido entre su Argelia natal y Francia, llegó a la vejez corriendo o haciendo caminata rápida cada día durante 15 km.

Alain Mimoun finalmente falleció el 27 de junio de 2013 a la edad de 92 años en Saint-Mandé, cerca de París, siendo enterrado el 9 de julio de 2013 en el cementerio católico de Bugeat, en concreto en una capilla particular que se había hecho construir tras su conversión al catolicismo. Dejó una larga lista de gestas deportivas y un gran recuerdo entre los aficionados. Fuera de las oportunistas declaraciones de los políticos franceses, la mejor declaración sobre Mimoun tras su fallecimiento la realizó su compañero Michel Jazy. Una declaración que retrataba a Mimoun. «Alain fue un modelo a seguir para mí. Me despertaba a las 5:30 de la mañana para salir a correr y por la noche me obligaba a acostarme a las 20:30», explicó Jazy. Todo dicho.

Ha pasado ya más de una década desde el adiós de Mimoun y su figura ha sido colocada cada vez más en el lugar que le corresponde. Hubiese sido injusto que no fuese así. Hubiese sido injusto que el mejor fondista argelino y francés de todos los tiempos no fuese recordado con la intensidad que merece.

Hoy, medio centenar de estadios de atletismo franceses llevan su nombre. También más de una decena de calles de toda Francia. Justicia, pura justicia histórica.

Galina Zýbina y la gesta de las lanzadoras soviéticas

Gabe Abrahams

Hubo un tiempo en el que las lanzadoras soviéticas lo ganaron prácticamente todo y provocaron que la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) dominase el atletismo femenino a nivel mundial. En los Juegos Olímpicos de Helsinki de 1952 y de Melbourne de 1956, las lanzadoras soviéticas ganaron cuatro oros olímpicos (Galina Zýbina, Nina Romashkova, Tamara Tyshkevich, Inese Jaunzeme) y consiguieron un total de trece de las diecinueve medallas disputadas en las pruebas de lanzamientos.

Repasar la biografía de la lanzadora Galina Zýbina, sirve para conocer los logros de esas extraordinarias lanzadoras y el dominio sobre el atletismo femenino que ejerció la URSS a nivel mundial gracias a ellas. Toda una gesta colectiva.

Galina Zýbina nació el 22 de enero de 1931 en Leningrado. Su padre era bombero y su madre cartera.

Durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, la joven Galina y su familia, compuesta por sus padres y tres hermanos, padecieron el brutal asedio de Leningrado por parte de los ejércitos nazi y finlandés, un asedio que duró desde el 8 de septiembre de 1941 hasta el 27 de enero de 1944.

El hambre y el frío generados por el asedio nazi-finlandés afectaron gravemente a Galina y sus familiares, tanto que ella quedó muy debilitada y su madre y uno de sus hermanos fallecieron. Su padre también murió en el frente el 10 de enero de 1944.

Concluida la Segunda Guerra Mundial en 1945 tras la derrota de la Alemania nazi y sus aliados, Galina Zýbina empezó a practicar atletismo y, al poco tiempo, se convirtió en una magnífica lanzadora de peso, jabalina y disco.

En el Campeonato de Europa de 1950 disputado en Bruselas, la joven atleta ya fue capaz de ganar la medalla de bronce en la prueba de lanzamiento de jabalina, por detrás de su compatriota soviética Natalia Smirnitskaya y de la austriaca Herma Bauma.

Dos años después, en 1952, Galina Zýbina consiguió un éxito aún mayor al alcanzar la medalla de oro en la prueba de lanzamiento de peso en los Juegos Olímpicos de Helsinki, por delante de la alemana Marianne Werner y de la también soviética Klavdiya Tochonova. Su lanzamiento de 15.28 le supuso el oro olímpico y las plusmarcas mundial y olímpica. De las nueve medallas olímpicas en disputa en las tres pruebas de lanzamientos, siete fueron a parar a la URSS.

En el Campeonato de Europa de 1954 celebrado en Berna, Galina Zýbina logró de nuevo la medalla de oro en lanzamiento de peso, superando en esta ocasión a sus compatriotas soviéticas Mariya Kuznetsova y Tamara Tyshkevich. Su lanzamiento de 15.65 la condujo a la medalla de oro y a la plusmarca europea. Galina redondeó su actuación en el campeonato al lograr la medalla de bronce en la prueba de lanzamiento de disco, tras quedar detrás de otras dos de sus compatriotas soviéticas, Nina Romashkova e Irina Beglyakova, las cuales alcanzaron las medallas de oro y plata respectivamente. Las seis medallas europeas en disputa en las dos pruebas de lanzamientos viajaron hacia la URSS.

En los Juegos Olímpicos de Melbourne de 1956, Galina Zýbina volvió a triunfar al lograr la medalla de plata en lanzamiento de peso, siendo superada por Tamara Tyshkevich. Durante la competición, hubo un duro enfrentamiento entre ambas, pulverizándose la plusmarca olímpica varias veces. De las nueve medallas olímpicas que hubo en disputa en las tres pruebas de lanzamientos, seis fueron para la URSS.

Tras su plata olímpica, en 1957, Galina Zýbina se casó con Yury Fyodorov, con quien tuvo un hijo dos años después. A raíz de eso, se vio obligada a bajar el ritmo de sus entrenamientos y no pudo brillar en los Juegos Olímpicos de Roma de 1960, ocupando una discreta séptima posición en lanzamiento de peso. Fyodorov fue comandante del crucero Aurora entre 1964 y 1985, cuando ya era un buque museo. Medio siglo antes, en octubre de 1917, el crucero Aurora había realizado el disparo que dio inicio a la toma del Palacio de Invierno de Petrogrado y a la Revolución Rusa, en la cual los sóviets (consejos de obreros) se hicieron con el poder y crearon la URSS, el primer Estado obrero de la historia.

A partir de 1960, Galina Zýbina recuperó su ritmo de entrenamientos y su nivel competitivo habitual, triunfando otra vez en los campeonatos de Europa y los Juegos Olímpicos. En el Campeonato de Europa de 1962 disputado en Belgrado, consiguió la medalla de bronce en la prueba de lanzamiento de peso, logro que repitió en los Juegos Olímpicos de Tokyo de 1964, en ambas ocasiones por detrás de su compatriota soviética Tamara Press.

Debido a su edad, Galina quedó fuera del equipo de la URSS que acudió a los Juegos Olímpicos de México 1968 y, en 1969, siendo ya veterana, se retiró de la competición.

En los años posteriores a su retirada, Galina Zýbina trabajó como entrenadora de atletismo en Estonia, entonces parte de la URSS. Finalizado ese trabajo, siguió apoyando actividades deportivas en su país. Hoy, con 93 años, Galina Zýbina es una de las grandes campeonas del atletismo femenino del siglo pasado que permanecen vivas. Parte importante del grupo de lanzadoras soviéticas que condujo a la URSS a dominar el atletismo femenino en el siglo pasado, su biografía es historia del atletismo y del deporte y sirve para recordar la extraordinaria gesta colectiva de las lanzadoras soviéticas. Una gesta colectiva que ha trascendido el paso del tiempo.

Raúl González, el oro olímpico

Gabe Abrahams

Raúl González nació el 29 de febrero de 1952 en el pueblo de China, Nuevo León, México. Siendo muy pequeño, se trasladó junto a su familia a la ciudad de Río Bravo, situada al norte del Estado de Tamaulipas. “Viví cinco años en la frontera. Nos trasladamos en la época de las pizcas de algodón. ¿Los motivos? Buscar subsistir, nos fuimos a buscar otra fuente de trabajo para poder sobrevivir”, relató González en una entrevista de 2022 en la que explicó su origen humilde.

En 1969, Raúl González ingresó en la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) de Monterrey para estudiar la carrera de físico matemático. Y, allí, alternó sus estudios con el deporte. De la mano del entrenador Daniel Garza, inició sus entrenamientos en la pista de tierra del Estadio Raymundo “Chico” Rivera y ganó su primer campeonato prenacional de marcha.

En 1971, González entró en la preselección nacional mexicana dirigida por el entrenador polaco Jerzy Hausleber, un innovador de los sistemas de entrenamiento que llegó a utilizar campamentos de entreno a 4.000 metros de altitud junto al Lago Titicaca de Bolivia.

En 1972, con veinte años, Raúl González acudió a los Juegos Olímpicos de Múnich y consiguió terminar la prueba de 50 km en el vigésimo puesto. Cuatro años después, en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976, González mejoró notablemente su prestación y terminó la prueba de 20 km en quinta posición.

En 1977, Raúl González alcanzó su primer gran logro internacional al vencer en los 50 km de la Copa del Mundo, celebrada en Milton Keynes, Inglaterra. En 1978, ratificó su progresión al pulverizar en dos ocasiones la plusmarca mundial de la distancia.

Los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980 sufrieron un injusto boicot, pero México acudió a la cita olímpica que se celebró en la capital de la URSS. González compitió en los 20 km y quedó sexto. En los 50 km, distancia en la que era favorito por ser el campeón de la Copa del Mundo y el plusmarquista de la distancia, abandonó.

Lejos de desmoralizarse por el resultado, Raúl González optó por crecerse ante la adversidad y, una vez finalizaron los Juegos, empezó a entrenar de cara a la siguiente cita olímpica como probablemente nadie lo había hecho en la marcha mexicana. Su determinación de entrenar tanto como hiciese falta para lograr el oro olímpico fue clave en su éxito posterior.

“La verdad es que me preparé con conciencia y no me refiero a solo cumplir con los entrenamientos, sino que estaba muy comprometido y entregado; trabajé mucho, quizá como nadie en la marcha mexicana. En el año previo a los Juegos, hice alrededor de 11.000 kilómetros de volumen”, declaró años después González.

Antes de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984, Raúl González volvió a conseguir grandes resultados, envuelto en sus duros entrenamientos. En 1981 y 1983, ganó otra vez la prueba de 50 km de la Copa del Mundo.

Ya en los Juegos de Los Ángeles, Raúl González no falló. Es más, realizó una demostración de fortaleza y talento. Ganó el oro olímpico en los 50 km y consiguió la plata en los 20 km, detrás de su compatriota Ernesto Canto. De paso, estableció el récord olímpico de los 50 km.

González alcanzó la gloria olímpica, porque logró unir una genética privilegiada para su especialidad, un entrenamiento planificado y científico de un enorme volumen y una voluntad inquebrantable. El largo camino que partía de la pista de tierra del Estadio Raymundo “Chico” Rivera había valido la pena.

Raúl González se retiró del deporte de élite en los Juegos Panamericanos de 1987 tras quedar segundo en 50 km y, desde entonces, desarrolló otras facetas. Desde 1988 hasta 1994, fue director de la Comisión Nacional del Deporte de México (CONADE), consiguiendo estructurar el deporte mexicano y promocionarlo como una actividad de carácter social. Entre 2002 y 2004, fue presidente ejecutivo de la Liga Mexicana de Béisbol Profesional y, entre 2015 y 2018, del Instituto del Deporte del Estado de Nuevo León (INDE). En 2018, renunció a ese cargo y se convirtió en candidato independiente al Senado por el Estado de Nuevo León, con un programa político contrario a los partidos tradicionales y a favor de la organización ciudadana, los servicios sociales y el deporte como una forma de educación. A día de hoy, González sigue activo en diferentes campos.

Raúl González fue un extraordinario marchador. Su imagen marchando hacia el oro olímpico en los últimos metros de los 50 km de los Juegos de Los Ángeles de 1984 son parte de la historia de la marcha atlética y del olimpismo. Tras su retirada, también destacó en otras facetas. México le debe mucho al que ellos bautizaron con el apodo “el matemático”. El deporte en su conjunto también. Parece evidente que su figura y sus gestas trascenderán el tiempo.

Abebe Bikila, el héroe etíope que ganó dos maratones olímpicas

Gabe Abrahams

Abebe Bikila (1932-1973) nació en un pequeño pueblo etíope, Jato, perteneciente a la región de Shewa.

En 1935, al ser invadida Etiopía por la Italia fascista de Benito Mussolini, el pequeño Abebe Bikila y su familia huyeron de su pueblo y se refugiaron en la ciudad de Gorro. Al cabo de un tiempo, todos pudieron regresar a Jato y seguir trabajando de granjeros.

Con 20 años, Abebe Bikila emigró a Adís Abeba, la capital de Etiopía. Y allí pasó a formar parte del 5º Regimiento de Infantería de la Guardia Imperial de su país, una división que estaba dedicada a la protección del emperador etíope Haile Selassie.

Poco después, Bikila se aficionó cada vez más a correr e inició su carrera deportiva, entrenando de manera planificada y regular con Onni Niskanen, un entrenador sueco empleado por el gobierno etíope. Los resultados no se hicieron esperar.

En 1956, Abebe Bikila terminó segundo detrás de Wami Biratu en el campeonato de las Fuerzas Armadas de Etiopía. Habiendo alcanzado el rango de capitán de la Guardia Imperial, las competiciones de Bikila empezaron a contarse por victorias.

Después de contraer matrimonio en marzo de 1960 con Yewebdar Wolde-Giorgis, su mujer hasta el final de sus días, Abebe BiIkila intensificó sus entrenamientos con el objetivo de llegar en las mejores condiciones posibles al maratón de los Juegos Olímpicos de Roma, que se disputaban en el verano de aquel año.

Los duros entrenamientos realizados en altitud, unidos a una genética privilegiada y a la motivación de triunfar en Roma, la capital del país que había invadido el suyo cuando él era muy pequeño, resultaron decisivos en la cita olímpica.

Llegado el momento, Abebe Bikila, corriendo descalzo y en medio de la noche romana, se impuso en el maratón de los Juegos Olímpicos de Roma 1960 con gran autoridad, con una superioridad aplastante, logrando la medalla de oro y la plusmarca mundial de la distancia.

Durante el maratón, el público romano no creía lo que estaba viendo. Un etíope descalzo llegado del país que Italia había invadido dos décadas antes derrotaba a todos y cada uno de sus rivales con una autoridad incontestable.

Probablemente, el momento de mayor carga simbólica ocurrió cuando Abebe Bikila pasó camino de su victoria frente al Obelisco de Axum, el cual había sido robado y trasladado a Roma desde Etiopía en 1937 por las tropas fascistas de Mussolini.

La gesta olímpica de Abebe Bikila le convirtió en un héroe, tanto en su país Etiopía como en el resto del mundo. El etíope descalzo causaba devoción en su país y una gran admiración en el extranjero.

En 1964, Abebe Bikila mantenía su excepcional nivel deportivo y todo el mundo apostaba por un nuevo oro olímpico del atleta etíope, pero surgió un contratiempo de última hora. Fue operado de apendicitis seis semanas antes del maratón de los Juegos Olímpicos de Tokio 1964.

A pesar de ese contratiempo, Abebe Bikila no falló. Se recuperó de la operación con rapidez, retomó sus entrenamientos y, en esta ocasión calzado y extraordinariamente delgado, volvió a ganar el oro olímpico en la prueba de maratón y a conseguir la plusmarca mundial de la distancia.

Su nueva gesta olímpica reforzó aún más su condición de héroe para millones de personas.

La vida del ya doble Campeón Olímpico de maratón Abebe Bikila sufrió un cambio espectacular a partir del año 1967 y resultó muy desdichada. En el maratón de los Juegos Olímpicos de México 1968, se retiró de la prueba. En 1969, sufrió un accidente automovilístico cerca de Adís Abeba que le produjo una paraplejia, de la cual no se recuperó jamás. Desde entonces, no pudo volver a caminar.

En 1970, envuelto en ese drama personal, Abebe Bikila participó en los Juegos de Stoke Mandeville en Londres, competición precursora de los posteriores Juegos Paralímpicos. Compitió en tiro con arco y tenis de mesa.

En 1972, Bikila fue invitado por los organizadores de los Juegos Olímpicos de Múnich y recibió un sentido homenaje. El público le dedicó una gran ovación en la ceremonia de apertura, mientras él saludaba desde el césped del Estadio olímpico sentado en su silla de ruedas.

El 25 de octubre de 1973, finalmente falleció Abebe Bikila a los 41 años de edad en Adís Abeba. La noticia fue impactante para millones de admiradores de todo el mundo.

En Etiopía, con buen criterio, Bikila fue enterrado con todos los honores militares y su funeral se convirtió en un funeral de Estado. Asistieron unas 65.000 personas, incluido el emperador Haile Selassie. Selassie, además, proclamó un día de luto por su muerte.

Desde su fallecimiento, ocurrido hace ahora medio siglo, Abebe Bikila ha recibido innumerables homenajes y reconocimientos desde muy diversos campos. Por ejemplo, el estadio nacional de Adís Abeba lleva su nombre. Su doble gesta olímpica ha permanecido en la memoria colectiva. No podía ser de otra manera.

HOLA SOLEDAD

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Pasada la parafernalia de entrega de medallas, ceremonias de apertura y clausura, marcas mundiales y olímpicas superadas, volvemos a encontrarnos con lo abrupto de una realidad pandémica: un rebrote violento e intenso producido por la mezcla de variantes, algunas de ellas con nombres impronunciables, se ensaña contra la humanidad de una forma brutal y sistemática.

De nuevo los confinamientos, toques de queda, restricciones han empezado a instalarse en medio de una falsa sensación de normalidad a medias. La desescalada que no fue. La normalidad que tampoco es.

Pero no solo la pandemia nos dibuja realidades. Por primera vez en los Juegos Olímpicos modernos y televisados algunos sonidos fueron perceptibles al oído humano: la voz de “en sus marcas”, el disparo que anuncia la salida de la carrera, el golpe frenético del calzado deportivo sobre el material sintético de la pista de atletismo. Por primera vez los telespectadores fuimos los convidados de piedra a esta fiesta deportiva mundial, detrás de la pantalla.

“Hola soledad, no me extraña tu presencia, casi siempre estás conmigo”.

A la disruptividad de unas justas que fueron despojadas de su rubor por atletas demasiado humanas, se sumó la ausencia como principal aficionada. En las instalaciones deportivas preparadas con el rigor y la exactitud japonesa, se observaban edecanes elegantemente ataviados en cada salida de emergencia, en cada línea de asientos. Acomodaban con sus manos el aire, lo que no estaba, a nadie.

La soledad fue la gran competidora en un país que cuenta ya con un ministerio para gestionar políticas que mitiguen los impactos de esta problemática de salud pública. En el año 2020, el año 0 de la pandemia, 15.000 personas fallecieron como consecuencia del virus; 21.000 se suicidaron y 5.000 murieron en el más completo abandono.

“Te saluda un viejo amigo, este encuentro es uno más”.

Durante las semanas previas al inicio de las competiciones, una nota periodística sobre el tema publicada por el sitio digital del medio Página 12 me dejaba perplejo. Contaba la historia de Shoji Morimoto, físico de profesión con 37 años, que se ha dedicado en el periodo reciente a “alquilarse” para hacer compañía. Su premisa de trabajo: “no hacer nada”, solo estar.

Durante los Juegos Olímpicos ofreció sus servicios dado el alto grado de depresión de muchas personas japonesas que les lleva a aislarse de la sociedad, inmolarse socialmente. Su anuncio de alquiler decía al pie de la letra:

“Alquilo una persona que no hace nada. Siempre acepto solicitudes. Solo debes pagar 100.000 yenes (85 dólares), gastos de transporte, comida y bebida. No hago nada, solo compañía”. (recuperado de https://www.pagina12.com.ar/357560-la-soledad-en-los-juegos-olimpicos el 27 de agosto de 2021).

Entre las cosas más extravagantes que ha hecho Morimoto en su “oficio”, se encuentran haber acompañado a recitales de música a personas temerosas de ir solas o hacer las de un entusiasta seguidor aficionado que apoyaba sin parar a un lacónico maratonista. Ambos desconocidos para él.

“Yo soy un pájaro herido que llora solo en nido porque no puede volar”

Al finalizar la fantasiosa ceremonia de clausura, una voz grave en inglés y en japonés daba las gracias a la concurrencia por haber “venido” a la actividad y les deseaba un feliz y seguro regreso a casa. Lo hacía ante un estadio completamente solo, absolutamente desolado, vacío.

Las dimensiones humanas de esto que estamos comentando son profundas y directas. Vivimos una cultura del descarte donde nosotros mismos somos descartados y nos autodescartamos a vivir lejos del colectivo.

La presión, la majadería del éxito mal entendido, la competitividad in extremis, nos han vaciado de sustancia y de contenido realmente importante. Por eso ya no damos más. Por eso urgen políticas públicas donde acciones como la ternura, el abrazo y el entendimiento sean las más importantes y no se midan con ningún indicador más que el del bienestar de la gente.

Quisiera sentarme alguna vez con Morimoto a tomarme un café o un vino, a saber con él esto que nos ha pasado como humanidad. A que me explique cómo nos salvamos del inminente desastre civilizatorio.

Mientras tanto es necesario volver a reconocernos, sentirnos, construimos de nuevo en colectivo. No se necesita mucho. Solo hacerlo.

“Y por eso hablo contigo soledad yo soy tu amigo ven que vamos charlar”.

 

Imagen: https://elmedicointeractivo.com

BENEMÉRITA

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Recientemente, justo en medio de una discusión acalorada acerca de la representación de la mujer deportista y su invisibilización por la narrativa hegemónica masculina a propósito de las Juegos Olímpicos desarrollados en Japón, fueron anunciadas en Costa Rica 14 mujeres como Beneméritas de la patria.

Representantes de distintos campos y actividades políticas, sociales y culturales, son quizá un punto distante en una sociedad que todavía hoy discute el tipo de vestimenta que una mujer debe llevar en una actividad deportiva o si es bueno para el espectáculo industrial del entrenamiento que mujeres deportistas de élite muestren su humanidad, su miedo, su incertidumbre por encima de la disciplina que realizan y las obliga a la perfección constante.

El anuncio de las 14 mujeres Beneméritas prácticamente pasó desapercibido en el medio nacional salvo algunas consideraciones vertidas en redes sociales a favor y en contra acerca de sus logros y sus biografías. Confieso que, en estos tiempos, escuchar algunos nombres incluidos en una lista así, me llena de satisfacción por lo que hicieron, lo que aportaron en sus luchas personales y colectivas, por su trabajo incansable, por lo que significan en una sociedad como esta.

Quisiera recordar en esta oportunidad un breve pasaje compartido, para mi dicha, con una de ellas. Para presentarla me valgo de la querida poeta costarricense María Montero que la resume así:

“Soy la gran Virginia Grütter, ¿la recuerdas?
la que escupe tabaco en las esquinas
y está ronca de pegar gritos
y camina como una estela pintarrajeada y tambaleante”

Exactamente ese esencia del personaje, como se suele decir en las artes escénicas respecto a la construcción del papel de parte de quienes les interpretan, es lo que guardo en mi memoria como resultado de ese breve encuentro con la gran Virginia, esa poeta y actriz descomunal de nuestra historia artística.

Era octubre de 1991. La fecha no tendría nada de especial si no contextualizamos y la ubicamos en la gran jornada que librábamos entonces las cuatro universidades públicas por defender nuestro presupuesto.

Eran otros tiempos. Eran los primeros años de fiereza neoliberal en Costa Rica y a un Ministro de Hacienda, fiel representante del monetarismo y las ideas sobre la reducción del Estado (de esos abundan ahora y siguen estando en los poderes Ejecutivo y Legislativo, por cierto) se le ocurrió la genial idea de meterse con las universidades públicas. Y nos encontró. Vaya que nos encontró.

Ahí nos tuvo en las calles de San José por varias semanas. Cerca de 20.000 universitarias y universitarios le hacíamos visitas diarias a sus oficinas ubicadas en las inmediaciones del Hospital San Juan de Dios. Eran marchas multitudinarias, alegres, artísticas por toda la ciudad capital. Que lograron al menos contrastar, retrasar con mística, el gran músculo del pensamiento economicista en boga.

Por aquellos días, en la vieja Facultad de Ciencias Sociales de la UCR, instalamos un “comando de lucha”: La Radio 24 de Abril sonaba desde el 4 piso, ubicada en los ventanales de las asociaciones estudiantiles. Desde allí se informaba a la comunidad universitaria el curso de los acontecimientos. Las aulas se convirtieron en talleres de confección de mantas, pancartas, consignas. A la entrada del edificio, una tarima convocaba tanto discursos políticos como propuestas de arte, de toda expresión posible.

Cerca de esa tarima, una tarde de octubre de 1991, esa estela de pintorrejeos y voz profunda se acercó para solicitarme un cigarro y café. Los conseguí en el acto. Sus risas rebeldes de esa tarde y su rostro ya curtido me han acompañado todos estos años, desde entonces, en mis recuerdos sobre mis primeras intromisiones en varias luchas que he acompañado.

Termina mi querida María su texto:

Soy yo
la del cuerpo grabado en la piedra
la que consume sus ojos en la arena
la que ya no puede hablar de amor tan fácilmente.

La Grütter, como el medio literario y cierto sector político la llama familiarmente, acaba de ser condecorada por un país que se está quedando sin memoria. Hoy, Virginia, más allá de tu benemeritazgo que obligará a las nuevas generaciones a conocerte, las luchas continúan aún más fuertes contra esto que ya no no solo es fiera sino torbellino insaciable por terminar con todo lo que del Estado Social se encuentre a su paso. Universidades públicas incluidas.

Más allá del merecido reconocimiento estatal a Virginia Grütter, permanecen intactas otras formas de aprender de sus luchas personales, buscando, encontrando, liberando. Ese personaje, tantas veces encarnado en su vida como si fuera una puesta teatral en la que participara como actriz principal, es el que devela su anchísima estatura a la vuelta de los años.

Me quedo con el recuerdo de esa tarde de octubre. Me quedo con su vozarrón fuerte, su carcajada insolente, su alma profundamente maquillada por la ternura y la permanente vocación de rebeldía y de lucha, la igualdad, la apuesta por la cultura. Dice Jenny, mi compañera de vida, que recuerda haberla escuchado en esa tarde invitarme a su casa a leer poesía. Ahora, a la vuelta del tiempo, con toda seguridad le hubiera aceptado la invitación. Y mucho café.

Benemérita, pero sobre todo la Grütter. ¿Cómo no despedir este recuerdo con uno de los textos más evocadores de su biografía?

Tú llegarás oliendo a madrugada
a musgo y a camino.

Traerás aún hojas desconocidas
enredadas al pelo
y no estarás cansado.

Pero yo besaré
tus ojos de cóndor
hasta secar la última lágrima,
la última gota de sangre,
y con ramos de veranera y de bellísima
limpiaré la pólvora
que aún quede entre tus manos.

Imagen: http://www.antoniomiranda.com.br/iberoamerica/costa_rica/virginia_grutter.html