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Etiqueta: Memo Acuña

ELLIOT

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Una vez más como tantas temporadas de fin y principio de año, Estados Unidos ha sufrido los embates de un invierno arrasador que se agudiza conforme los impactos del cambio climático se hacen más evidentes.

Miles de vuelos cancelados, carreteras interestatales clausuradas, personas heridas, atrapadas y fallecidas, es el saldo de un conteo que aún no termina.

El enfoque con el que se analicen estas coyunturas debe hacer conciencia en la necesidad de buscar un equilibrio en la coexistencia entre el hombre y su ambiente. Uno de los mitos que justamente trajo la pandemia es que debido a la inactividad, la clausura y el confinamiento de millones de seres humanos, la ecología buscaría cómo restablecerse, los animales regresarían a su hábitat cotidiano y el canto de los pájaros se escucharía aún más claro en todo el planeta.

Ahora sabemos que esta fue solo una esperanza y que el hombre (en plural y masculino) sigue dominando a su antojo el planeta, llevándolo a los últimos cinco minutos de su historia, al decir de Leonardo Boff.

El estilo de consumo depredador, la inconsciencia rampante y la práctica de dominarlo todo con violencia y saña, ha llevado una vez más a la humanidad y particularmente a una sociedad como la estadounidense, a sus extremos.

Por eso no son de extrañar las declaraciones de una funcionaria de un gobierno estatal de aquel país, que palabras más palabra menos dijo “estamos en guerra contra la naturaleza” al referirse del recuento que ha dejado la tormenta Elliot a su paso.

Nada más cierto, pero al mismo tiempo más expresivo de una matriz sociocultural predominante que le hace creer a ciertas sociedades que todo lo que le circunda es un potencial enemigo, naturaleza incluida y que la única manera de dominarla es destruyéndola.

Hoy es Elliot el “enemigo” potencial que se ha esmerado en recordarle a la sociedad estadounidense lo pequeña y frágil que es. Sin embargo, el enemigo de la naturaleza realmente está entre nosotros.

Revirtamos sus impactos y acciones aniquiladoras antes que sea demasiado tarde y el último segundo de vida se instale sobre el planeta. La guerra en todos sus extremos debe ser desterrada. Empecemos por sacarla de nuestros pensamientos. Ahora.

En busca del fuego

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Una reacción en pólvora seca sobre un texto de Vladimir Amaya

En 1981 pocas cosas eran ciertas. Corría el rumor de una década perdida y el breakdance ya daba tumbos en las tranzetas urbanas, las medias eran blancas y los cepillos o peines se exhibían como símbolos de guerra en la bolsa de atrás del pantalón.

Mientras eso sucedía con mucho color y polifonía masterizada, una producción cinematográfica francófona batía todas las posibilidades de éxito basada en la terquedad de ir a los inicios, encontrarse con la noche, acinturarse en todas las formas decorosas de la búsqueda.

Llamada en español “En busca del fuego”, aquella producción se encargaría de retratarnos a las generaciones adolescentes de la época, cómo fueron los primeros pasos, el primer sexo, la batalla primera del hombre (o sus ancestros) sobre la tierra.

Sin mediar diálogo alguno, la película relata el principio tal como fue: sin consenso, sin epifanía, pero con mucha claridad estratégica: había que pelear hasta el final por poseer la luz.

Ambientada en el pleistoceno superior hace unos 70.000 años, reza una de tantas sinopsis perdidas en el internet profundo, una horda de Neanderthales mantienen el fuego, pero no saben cómo crearlo. Sufren los embates de un clan homínido que acaba con la única fogata conocida entonces. Así surge la búsqueda, el barro primero, cuando tres jóvenes de la tribu original son enviados por el fuego y encargados a regresar con él si o si, a toda costa.

Pienso en el “Atonal entrado en años, imparable contra toda fuerza enemiga” con que Vladimir Amaya inicia su demoledor texto (como no concebirlo de otra forma) sobre una figura mítica, casi lírica, construida sobre los cimientos de una lucha permanente entre el conquistador y los conquistados, el colonizador y los colonizados.

Vladimir se pregunta si acaso la emblemática figura existió. Pero es que de esas preguntas están hechos los tejidos de las subalternidades que requieren de un personaje, cierto o no, que les guíe sus pasos, que salga como los primeros hombres y mujeres sobre la tierra, a buscar el fuego por ellos.

Atonal, el compañero en jerga revolucionaria de barrio, tiene consigo la verdad, el saber y el conocimiento. Amaya le pone pólvora en sus manos, la llama y la luz con la que va quemando todo a su paso.

Con ese saber ancestral les ha ganado la partida a las maras, se ha granjeado el mito de la humanidad a cuestas, ha sido solemne con las muchachas del Pasaje. Atonal fue condecorado con el Trofeo de los silbadores, aquel que proviene de la fricción entre dos piedras o en su defecto, entre dos corazones. De esa mecánica del tacto brota el fuego, el primero, el puesto en las manos del luchador.

En este texto Amaya recupera al mismo tiempo la gesta y la paradoja.

La gesta del hombre-mito, su inscripción en libros contables y efímeros en los que se produce la geografía del amor, la ética del avance, el ensayo del triunfo mil veces conseguido. La paradoja de los finales que no se esperan: así como el fuego de aquellos primeros hombres fue apagado para que renaciera la lucha y la búsqueda, la pulsión de Atonal fue lentamente silenciada por la fuerza de un agua homínida y criminal, acaso la expresión de una región que lentamente se hunde entre los resultados de una acumulación por despojo de sus élites más bárbaras, que le quiebran las rodillas a sus territorios y la acción bíblica de un cambio climático que se lo lleva todo a su paso, hasta la pólvora.

Este diciembre no habrá triunfos en la guerra de los silbadores. Los compas de Atonal siguen en su búsqueda y del fuego que latía en sus manos. Su existencia en los barrios se comenta: no hay duda alguna, Atonal existió y eso en un país como este, ya es más que suficiente.

Heredia, 11 de noviembre de 2022

Publicada en El Escarabajo (El Salvador), compartida con SURCOS por el autor.

Sobre pertinencias y empatías

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Hace unas semanas asistí a un taller organizado por el Consejo Nacional de Rectores (CONARE) de Costa Rica, sobre el tema de la pertinencia de las carreras que se ofrecen en la educación superior pública del país.

Sobre la discusión desarrollada y el concepto discutido, debo decir que intuyo que las instituciones de Educación superior pública del país hemos caído en la trampa de la racionalidad del mercado y la búsqueda del éxito económico, sobre cualquier saber o conocimiento compartido.

Me preocupó que ninguna carrera relacionada con el arte fuera referenciada porque en el fondo “no produce”. De igual manera las Ciencias Sociales fueron exiguamente visibilizadas, dada su escasa relación con la competitividad y eso que casi míticamente ha empezado a llamarse la cultura (o la religión) STEAM.

Esta reflexión la comparto hoy que debemos preguntarnos qué es lo verdaderamente pertinente en una sociedad que aún a tientas trata de sobreponerse a una de sus peores crisis civilizatorias de la historia. Pareciera que esa racionalidad instrumental que antepone los criterios mercantilistas a lo demás se ha impuesto como proceso sociocultural.

Y en esa imposición pulveriza la empatía como acción humana fundamental.

Leo con estupor en los diarios costarricenses una noticia de la cual no termino de asombrarme: la ex ministra de educación costarricense Sonia Marta Mora fue condenada al pago de una multa por haber autorizado a una funcionaria de su Ministerio a tomar una licencia para cuidar a su esposo enfermo en fase terminal. Eso pasó hace unos años.

El criterio institucional, la racionalidad administrativista que ha supuesto la gestión de lo público en los últimos 40 años, consideró improcedente el actuar de la exjerarca y la condenó al pago de una multa.

Excesivo.

Increíble y excesiva la forma como la institucionalidad salda sus cuentas dejando en segundos planos lo verdaderamente importante en su accionar: los seres humanos. De esta entronización de la racionalidad capitalista en las esferas estatales ya había dado cuenta la economista costarricense María Eugenia Trejos en un agudo análisis sobre el tránsito de la racionalidad neoliberal en el marco del estado costarricense.

Entre lo que el pensamiento racional considera como pertinente y la ausencia de empatía ante el dolor, se nos muestra el lado más odioso de la promesa neoliberal.

Dicho esto, se impone urgentemente humanizar las políticas públicas, dotarlas de nuevas formas de sensibilidad, de nuevo músculo en el que el ser humano retorne a su centro, pensarlas con el corazón, actuarlas con el corazón.

Nuestro mundial

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Imagen tomada de Semanario Universidad “Barrios cobran protagonismo en calendario de Colección” 18 de febrero de 2020.

Jimmy era talabartero y ahora pienso que vivió en nuestro barrio, el histórico Pirro que anuncia el ingreso a la ciudad de Heredia, porque cerca quedaba una famosa fábrica de preparación de cuero que aún subsiste, a pesar del paso del tiempo, ahora combinada con nuevas actividades como un pequeño café y una venta de productos asociados.

Jimmy era un porteño enorme, mulato cuya figura contrastaba con su pequeña casa que olía a insumos para reparar zapatos, clavos, cuero puro. Su casa era una de las de madera, también históricas, que se “repiten” de dos en dos (diría Humberto Vargas en una de sus canciones) en ese mítico barrio Pirro, nombrado así por surgir a la vera del Río que cruza debajo de sus viviendas.

Recordé al talabartero en estos días de fútbol global. Lo recordé como artesano y obrero en su oficio, como tantos otros que históricamente han sostenido la actividad a pesar de la globalización, los emporios económicos y la producción en masa de los productos de cuero como zapatos, carteras y bolsos.

Lo recordé porque está asociado a mi memoria como aquel que nos llevó a nuestro primer mundial. Porque si, Jimmy también era entrenador de fútbol y nos juntó a una generación de chavalos en un equipo de ensueño (lo digo con toda la humildad del caso) que entrenábamos entre polvo y charrales ahí, donde ahora lucen imponentes las instalaciones de una institución universitaria privada.

No retengo nuestro estilo de juego (que por entonces debió ser la máxima de “todos para adelante”) ni cuántos partidos jugamos. Pero lo que si atesoro es que Jimmy solicitara a sus jugadores camisetas blancas porque él se encargaría de “lo demás”.

Y lo demás fueron los números de cuero que cuidadosamente cortó y cosió en el dorso. Eran números rojos enormes, como enorme nuestra devoción por el fútbol que seguimos amando.

Ya mi barrio se ha trasformado en un corredor de ingreso sin mucha posibilidad para la permanencia y el encuentro como los de aquellos años. Atrás quedaron los días interminables de exploración y juego, pero sigue intacto aquel momento en que el mundial, el verdadero, empezó en nuestros corazones.

Que la exploración y el juego nos sigan sorprendiendo.

¿Cómo sacar un balón que se ha ido al fondo del corazón?

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Era frecuente encontrárselo en la vieja avenida central en San José enfundado en un pantalón buzo y camiseta de tirantes. Sudaba copiosamente en su presentación, que consistía en manejar como verdadero malabarista una pequeña bola de tenis.

Su capacidad para controlar como artista las pequeñas proporciones de la pelota, le hacía ganar audiencias que celebraban sus rápidas hazañas.

También eran frecuentes sus presentaciones en el antiguo Estadio Nacional, en La Sabana, donde era invitado a los intermedios de los partidos internacionales a repetir su acto circense con la breve pelota de tenis rodando por todo su cuerpo menudo y musculado por la vida. Todos lo adoraban.

Le decían “Tango”.

Como si de una metáfora sobre los malabares de la vida y el cuerpo se tratara, el personaje bien podría haber sido una poesía sobre la capacidad de asombro, la emoción del equilibrio, el arte con los pies.

En estos días de tanta complejidad social y civilizatoria, hablar sobre fútbol desde un lugar implicado resulta una invitación a una disputa segura.

Dejando por fuera a quien por diversas razones (todas válidas) no se encanta por las maravillas de este deporte arte (el gol de Eder con Brasil en España 1982 es considerado el segundo mejor gol de la historia de los mundiales solo superado por la joya de Manuel Negrete en México 1986, el mismo mundial en el que se anotaría el mejor gol de la historia fuera de categoría por el mismísimo Maradona) surgen siempre voces ubicadas desde la seguridad intelectual y académica que les lleva a inferiorizar el gusto y el sentido social de este juego.

Recurro, como no, a Eduardo Galeano, el mismo a quien varios de estos sesudos intelectuales citan en sus trabajos sobre la realidad latinoamericana.

El uruguayo les dice, palabras más palabras menos, que le bajen dos rayitas a sus aires intelectuales sobre el fútbol-arte. A esta gente, que nunca vio a Tango bailar con su pequeña bola de tenis, Galeano les recuerda el potencial social y trasformador del fútbol, sin dejar de considerar sus contradicciones y paradojas, como cualquier actividad humana en estos tiempos.

En 1962 la selección rusa pasaba por San José en preparación para participar en el mundial chileno de 1962. En sus filas venía el mítico Lev Yashin, considerado a pesar de la posmodernidad y todavía, el mejor portero del mundo de la historia por encima de Curtois, Casillas y Navas.

A ese mito mi padre, con el que tantas veces vi a Tango en San José y en ese mismo estadio nacional, le empalmó un gol que todavía resuena en toda Mata Redonda. Esa pelota, un poquito más grande que la de Tango, entró lentamente “Al fondo del corazón”.

Eso es poesía.

Con este nombre publicamos hace unos años un libro a dos voces sobre esa gesta en Metáfora Editores (Guatemala), donde se incluye el siguiente texto con el que rindo homenaje sentido a esta particular forma de transformación de la realidad que resulta el fútbol:

XXXVIII

Tengo veinte años y no sé
si esto es el futuro.
Tengo veinte años
y la espalda
no deja de temblarme como voz
y sus tristes declaraciones de amor.
Tengo veinte años
y agarro tu mano
para enseñarte
esta película con el final que ya conoces:
Un portero vencido
un hombre condecorado
con tus ojos
y tus palabras
que vuelan.

Disfruten el arte de ver rodar un balón. Solamente eso. Déjense llevar. Otro mundo así también es posible.

Insistir en la poesía como militancia

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Durante la celebración del 18 Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango realizado entre el 23 y 26 de noviembre, se desarrollaron varias actividades alrededor del ritual de la palabra, pero que tenían como objetivo recordar la lucha que libran las madres de aquellas personas desaparecidas, antes y ahora.

Durante el conflicto armado en Guatemala, 45.000 personas fueron desaparecidas y sus familiares todavía los buscan. Para ellos, el horror de la guerra no ha terminado y buscan incansablemente, con su alma y su corazón como recursos.

Al iniciar cada actividad en comunidades, bibliotecas, centros culturales se hacía lectura de un manifiesto cuyo primer párrafo definía el sentido del Festival:

Todo está profundamente conectado, el milagro, el consuelo, el terror y la belleza, una apuesta vital con la vida, la columna vertebral de este universo lleno de preguntas que nunca tendrán respuestas, “para qué poetas en tiempos de miseria” dijo alguna vez Holderling y esta podría ser nuestra respuesta, porque no pretendemos huir del horror, ni de lo desgarrante ni de lo doloroso, queremos con toda la certeza que la vida merezca ser vivida a pesar de todo, por eso creemos en la poesía y en la articulación comunitaria como una forma de resistencia que dará muchas posibilidades, por eso creemos en la pulsión de la palabra y sus colores. Planteamos la esperanza desde la diversidad de lenguajes que nos han servido para comunicarnos y explicar la realidad y también desde la poética: respuesta a una pregunta que no ha sido formulada, tenemos el cielo, la tierra, las piedras, el agua, todo lo que sucede tiene una razón, la noche, el día, el tiempo y a eso nos aferramos”.

En una mañana fría nos trasladamos a San Marcos Sacatepéquez, que significa tierra del Verde Valle. En un municipio de la localidad llamado San Antonio leeríamos en la biblioteca comunitaria.

En la imagen Wuilber Cifuentes, “El poeta de la Montaña”. San Antonio, Sacatepéquez.

Antes de la actividad sostuvimos una conversación con don César, vicepresidente del Comité de Cultura y don Wuilber, coordinador de la Casa de la Cultura y a quien se le conoce en redes sociales como “El poeta de la Montaña”.

Nos explicaron cómo fue que desapareció el idioma Mam de sus comunidades: las autoridades coloniales mandaban a borrar todo vestigio de la cultura originaria cuando llegaban a la comunidad. Mujeres y hombres eran despojados de sus trajes y era prohibido hablar el idioma originario en frente de las autoridades, so pena de sufrir castigo.

Se trata entonces de una forma, otra, de desaparición, eso que en las teorías decoloniales se denomina epistemicidio.

Por ello la palabra cobra fuerza en la poesía, el acto más político del habla y del lenguaje.

Nuestros pueblos siguen resistiendo y lo seguirán haciendo mientras haya poder y se use para avasallar, desaparecer. Nosotros seguiremos insistiendo con ellos en esta militancia, porque es desde allí que procuramos dar sentido a lo que hacemos. Ese es nuestro camino.

Sobre «el problema de la migración»

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

En la columna anterior comentamos acerca de los discursos que median en la actualidad, a propósito de la coyuntura migratoria relacionada con la población venezolana en tránsito por el país.

Las percepciones prevalecientes son el resultado de la proliferación de “discursos de crisis”, que acrecientan el sentido de incontenibilidad, descontrol y amenaza, que parecieran representar actualmente las personas migrantes en un contexto como el costarricense.

Estos discursos aparecieron con mucha fuerza durante la coyuntura migratoria en la Europa de mitad de la década anterior, cuando la intensidad de los movimientos poblacionales forzados por la situación en Siria y otros países africanos y asiáticos, condicionó la construcción de políticas migratorias restrictivas, el vallado horizontal y un endurecimiento de las opiniones anti inmigrantes, en poblaciones afectadas de por sí por el desempleo, la pobreza y la exclusión.

Ante situaciones de crisis, el abordaje es paliativo y debe procurar una intervención. Es una máxima de la psicología. Cuando en el tema migratorio aparecen discursos de esta naturaleza, las respuestas elaboradas por los Estados se sustentan en la intervención de un enfoque absolutamente securitario, que es procesado a nivel social en forma de discursos contrarios, la más de las veces afincados en la producción del odio como eje en el lenguaje.

Particularmente en las redes sociales esta forma de tematizar la migración ha encontrado un espacio para fortalecerse. Algunos estudios recientes para el caso costarricense (COES, 2022) identifican cerca de un millón de conversaciones donde el odio y la discriminación son las principales categorías. Aquí se reflejan, entre otras, las elaboraciones contra las personas migrantes.

Hemos dicho en varias ocasiones que el enfoque basado en la problematización de las migraciones produce discursos que peligrosamente pueden derivar en prácticas de rechazo.

Para el fin de semana anterior estaba convocada una marcha cuyo objetivo principal era defender la patria de los extranjeros venezolanos. Ya tuvimos una triste expresión xenófoba y nacionalista en 2018 en las calles de San José, cuyas dimensiones aún son analizadas.

Procedamos a contestar ese enfoque problematizador con uno que entienda la migración en todas sus dimensiones. Solicitemos políticas públicas más humanizadas y comunicación asertiva sobre el tema. Cumplamos la máxima de ser para los demás una sociedad hospitalaria como principio.

Como se dirá tantas veces en estos días de atención futbolera: “Si se puede”. Yo sé que sí.

 

Fotografía: Guillermo Navarro (2022) Campamento de personas migrantes en las inmediaciones de Calle 5 y Avenida 14 en San José, Cerca de la Terminal de Buses Tracopa Ltda.

“Me encantó”

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Así presenta una mujer en sus redes sociales un video Tik Tok generado por un hombre costarricense desde un vehículo en movimiento. Hace un par de días un familiar cercano lo compartió en mi muro. Me solicitó mi opinión y le dije que estaba sin palabras.

Pero no es cierto. Aquí apalabro mi sentir sobre estas y otras conductas de cierto tipo de costarricenses a quienes la identidad esencial les ha constreñido su capacidad de asombro y de solidaridad.

El hombre del video muestra una molestia evidente. Se escucha por su voz y se nota en sus facciones, duras, casi violentas. “Me tienen cansado”, dice, “que no nos vean la cara de tontos” reclama “que se pongan a trabajar”, ordena.

Coincidir con los planteamientos del hombre en su video que imagino ya se ha hecho viral, es decir, repetir “me encantó” como forma de compartirlo, revela la consolidación de un núcleo duro de opiniones sobre las migraciones que transitan por territorio costarricense. Implica no reconocer de facto el carácter emergente de los procesos de tránsito regional que, constituyendo una verdadera crisis humanitaria, han experimentado muchas personas venezolanas durante los últimos años.

Estemos o no de acuerdo en el contexto sociopolítico de Venezuela, no podemos obviar que la migración constituye una salida, una estrategia de sobrevivencia para miles de venezolanos que ya no se sienten incluidos en su país de origen.

Cuando pasan por Costa Rica su intención no es quedarse, aunque el hombre del video asegure que ya han establecido una permanencia y por ello les invita a “ser productivos” y “no estar de vagos” en nuestro país.

Una percepción así hay que explicarla. Surge, al decir de Carnero (2021) desde la raíz de un pensamiento de Estado sobre las migraciones, construido a partir de las premisas que ven en sus procesos un problema permanente y cuyas categorías (migrante, refugiado, “ilegal”, por decir algunas), han sido construidas para abonar el marco securitario de los estados nación.

Este pensamiento ha sido compartido por los mecanismos de socialización y comunicación, que terminan por naturalizar la forma en que las personas ven a la migración y las personas migrantes.

No tengo duda que en el país existe una actitud solidaria y mayoritariamente enfocada hacia el apoyo y la comprensión hacia estos procesos y las poblaciones que los experimentan.

En cambio, al sujeto del video habría que invitarlo a pasar unas diez veces por El Tapón del Darién para que sus aguas y aires le laven esa identidad esencial que presenta y esa forma particular de referirse a quienes hoy vemos en las calles del país como pedigüeños, ladrones y vagabundos.

Detrás de cada persona solicitando apoyo hay una historia que no conocemos. Es preciso desmontar ese aparataje de pensamiento estatal que nos orienta la mirada hacia lo que requiere (control, seguridad) y considerar una actitud más humanitaria hasta en las redes sociales.

Empecemos por cambiar las lógicas de nuestros discursos y nuestras acciones. Un día a la vez. Pero empecemos.

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Caminando con ellos, con ellas: cuatro años construyendo empatías sobre las movilidades humanas en la región centroamericana

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Una mañana de noviembre de 2018 impartí un taller de escritura creativa denominado “cuerpos y migración en la región centroamericana”. Buscaba en esa actividad llevar a la reflexión sobre el tema a las personas participantes y conectarlas con historias cercanas.

Hacía tan solo unas semanas había iniciado en Honduras lo que fue denominado en aquel momento “las caravanas de migrantes centroamericanos”. Justamente el taller de aquella mañana del 3 de noviembre de 2018 fue desarrollado en Comayagua, Honduras, ciudad colonial de donde habían salido varías personas en aquellos primeros grupos.

Invitado por el poeta y gestor cultural hondureño Fabio Castillo, aquella actividad se convertiría en la primera de una serie de acciones que empezaría a implementar a lo largo de estos cuatros años.

Se trata en lo sustantivo de un dispositivo pedagógico y artístico en el que implementamos procesos de sensibilización, reflexión e implicación a partir de la poesía, la biografía y la corporalidad como detonantes.

Desde entonces hemos acompañado a grupos de estudiantes, agrupaciones artísticas, docentes, organizaciones sociales, en la generación de una mirada sensible y cuestionadora sobre las movilidades humanas en Centroamérica.

Ha sido un proceso de mucho aprendizaje.  Durante los dos años de confinamiento por la pandemia nos lanzamos a impartir de forma virtual el taller.  Aprendimos a trabajar metodologías a distancia sin perder de vista la sensibilidad como motor. Ahora hemos vuelto a la presencialidad, con mucha disposición y un camino metodológico recorrido y en constante revisión y actualización.

Soy un convencido que las migraciones deben ser comprendidas desde la implicación.  Es decir, para entenderlas debemos permitir que nos cruce por el cuerpo y para ello el arte, la poesía, resulta una herramienta fundamental, potente y reveladora.

Seguiremos en este camino.  Más bien caminando con ellos y ellas. Acompañándoles. Construyendo posibilidades de entendimiento como una opción de militancia política, la mía.

Imágenes de talleres impartidos

Mirar a la par y con empatía

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Los trajes que llevan puestos delatan un origen, un lugar de procedencia. Antes que cualquier cosa son mujeres que por diversas situaciones han debido marcharse de su hogar y aventurarse a buscar nuevas oportunidades donde sea.

Ahí están, entonces, con la representación de lo que son, de lo que sienten, de lo que traen. Los trajes que visten esa mañana les recuerdan que vienen de lugares con historia, con olores y sabores, con humanidad.

Participan en un espectáculo teatral denominado “MigrArte: historias de vuelo”. No son actrices profesionales. Son mujeres cuya historia de vida las ha llevado a atravesarse en un país como Costa Rica y tratar de enraizar, acoplarse, vivir aquí.

En un afiche promocional que anuncia la actividad se indica:

“Se trata de un espectáculo en el que 10 mujeres de diferentes nacionalidades latinoamericanas, nos narran cómo es el país en el que nacieron y crecieron pero que tuvieron que dejar por diversas razones, en su mayoría la seguridad y bienestar de sus vidas y la de sus familias”.

El grupo ya ha ido modificando sus integrantes pues algunas de ellas lo han abandonado por distintas razones. Finalmente son mujeres que continúan sus luchas diarias, sus caminos.

Escrita y dirigida por la actriz costarricense Raquel Hernández Castro, la pieza de aproximadamente una hora con treinta minutos rememora un viaje en un avión imaginario en cuyo tránsito las distintas mujeres van tejiendo historias alrededor del lenguaje, la comida, los rituales de celebración de la vida y muerte que se reproducen en cada país del que provienen.

Representando a Colombia, Venezuela, Panamá, Costa Rica, Nicaragua y Honduras, los personajes interpretados proponen una forma sencilla de entender las movilidades humanas. Lo hacen si con un mensaje directo en el que el humor es el combustible que hace posible tocar las fibras de quien observa esta excelente pieza teatral, que lleva irremediablemente a la reflexión y la sensibilización.

Hace unas semanas recibí una llamada de la psicóloga Estela Paguagua, funcionaria del Departamento de Gestión Social Inclusiva de la Municipalidad de Heredia, ciudad donde está ubicada nuestra Universidad Nacional.

Me habló del proyecto y de la necesidad de buscar un espacio en el que se pudiera presentar este trabajo.

De inmediato pensé en el curso optativo Migraciones en Costa Rica, impartido por el Instituto de Estudios en Población (IDESPO) de la Facultad de Ciencias Sociales, conversé con su docente la Doctora Cynthia Mora y organizamos la presentación de este material a sus estudiantes.

Considero que este tema debe trabajarse más fuerte desde la sensibilidad, buscando llegar al entendimiento. Y por eso una vez más el arte puede ser un excelente vehículo para hacerlo.

Acompañada por su esposo Luis Diego Solórzano, cantautor costarricense y está vez el sonidista del espectáculo, Raquel explica que durante cuatro meses impartió un taller de actuación y técnicas teatrales a las mujeres, pero ante todo, observó como esa acción se fue convirtiendo en un espacio de reflexión, conversación y encuentro.

Costa Rica debe asumirse como eso precisamente. Debe mirar a la par y con empatía las historias de aquellos y aquellas que han llegado a nuestro territorio buscando una vida mejor. Convertirse en ese espacio de encuentro cálido que tantas personas buscan y necesitan.

El espectáculo termina con un enunciado directo y franco: “No es nuestra culpa haber llegado aquí”. Atendamos pues las causas de sus historias de movilidad. Las verdaderas. Mirémoslas a los ojos con amor, abracemos sus luchas, que son nuestras también.

Imágenes de representación del espectáculo teatral “MigrArte: historias de un vuelo” realizada el jueves 27 de octubre en el marco del curso Migraciones en Costa Rica, impartido por IDESPO de la Universidad Nacional.