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Etiqueta: Memo Acuña

Caminando con ellos, con ellas: cuatro años construyendo empatías sobre las movilidades humanas en la región centroamericana

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Una mañana de noviembre de 2018 impartí un taller de escritura creativa denominado “cuerpos y migración en la región centroamericana”. Buscaba en esa actividad llevar a la reflexión sobre el tema a las personas participantes y conectarlas con historias cercanas.

Hacía tan solo unas semanas había iniciado en Honduras lo que fue denominado en aquel momento “las caravanas de migrantes centroamericanos”. Justamente el taller de aquella mañana del 3 de noviembre de 2018 fue desarrollado en Comayagua, Honduras, ciudad colonial de donde habían salido varías personas en aquellos primeros grupos.

Invitado por el poeta y gestor cultural hondureño Fabio Castillo, aquella actividad se convertiría en la primera de una serie de acciones que empezaría a implementar a lo largo de estos cuatros años.

Se trata en lo sustantivo de un dispositivo pedagógico y artístico en el que implementamos procesos de sensibilización, reflexión e implicación a partir de la poesía, la biografía y la corporalidad como detonantes.

Desde entonces hemos acompañado a grupos de estudiantes, agrupaciones artísticas, docentes, organizaciones sociales, en la generación de una mirada sensible y cuestionadora sobre las movilidades humanas en Centroamérica.

Ha sido un proceso de mucho aprendizaje.  Durante los dos años de confinamiento por la pandemia nos lanzamos a impartir de forma virtual el taller.  Aprendimos a trabajar metodologías a distancia sin perder de vista la sensibilidad como motor. Ahora hemos vuelto a la presencialidad, con mucha disposición y un camino metodológico recorrido y en constante revisión y actualización.

Soy un convencido que las migraciones deben ser comprendidas desde la implicación.  Es decir, para entenderlas debemos permitir que nos cruce por el cuerpo y para ello el arte, la poesía, resulta una herramienta fundamental, potente y reveladora.

Seguiremos en este camino.  Más bien caminando con ellos y ellas. Acompañándoles. Construyendo posibilidades de entendimiento como una opción de militancia política, la mía.

Imágenes de talleres impartidos

Mirar a la par y con empatía

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Los trajes que llevan puestos delatan un origen, un lugar de procedencia. Antes que cualquier cosa son mujeres que por diversas situaciones han debido marcharse de su hogar y aventurarse a buscar nuevas oportunidades donde sea.

Ahí están, entonces, con la representación de lo que son, de lo que sienten, de lo que traen. Los trajes que visten esa mañana les recuerdan que vienen de lugares con historia, con olores y sabores, con humanidad.

Participan en un espectáculo teatral denominado “MigrArte: historias de vuelo”. No son actrices profesionales. Son mujeres cuya historia de vida las ha llevado a atravesarse en un país como Costa Rica y tratar de enraizar, acoplarse, vivir aquí.

En un afiche promocional que anuncia la actividad se indica:

“Se trata de un espectáculo en el que 10 mujeres de diferentes nacionalidades latinoamericanas, nos narran cómo es el país en el que nacieron y crecieron pero que tuvieron que dejar por diversas razones, en su mayoría la seguridad y bienestar de sus vidas y la de sus familias”.

El grupo ya ha ido modificando sus integrantes pues algunas de ellas lo han abandonado por distintas razones. Finalmente son mujeres que continúan sus luchas diarias, sus caminos.

Escrita y dirigida por la actriz costarricense Raquel Hernández Castro, la pieza de aproximadamente una hora con treinta minutos rememora un viaje en un avión imaginario en cuyo tránsito las distintas mujeres van tejiendo historias alrededor del lenguaje, la comida, los rituales de celebración de la vida y muerte que se reproducen en cada país del que provienen.

Representando a Colombia, Venezuela, Panamá, Costa Rica, Nicaragua y Honduras, los personajes interpretados proponen una forma sencilla de entender las movilidades humanas. Lo hacen si con un mensaje directo en el que el humor es el combustible que hace posible tocar las fibras de quien observa esta excelente pieza teatral, que lleva irremediablemente a la reflexión y la sensibilización.

Hace unas semanas recibí una llamada de la psicóloga Estela Paguagua, funcionaria del Departamento de Gestión Social Inclusiva de la Municipalidad de Heredia, ciudad donde está ubicada nuestra Universidad Nacional.

Me habló del proyecto y de la necesidad de buscar un espacio en el que se pudiera presentar este trabajo.

De inmediato pensé en el curso optativo Migraciones en Costa Rica, impartido por el Instituto de Estudios en Población (IDESPO) de la Facultad de Ciencias Sociales, conversé con su docente la Doctora Cynthia Mora y organizamos la presentación de este material a sus estudiantes.

Considero que este tema debe trabajarse más fuerte desde la sensibilidad, buscando llegar al entendimiento. Y por eso una vez más el arte puede ser un excelente vehículo para hacerlo.

Acompañada por su esposo Luis Diego Solórzano, cantautor costarricense y está vez el sonidista del espectáculo, Raquel explica que durante cuatro meses impartió un taller de actuación y técnicas teatrales a las mujeres, pero ante todo, observó como esa acción se fue convirtiendo en un espacio de reflexión, conversación y encuentro.

Costa Rica debe asumirse como eso precisamente. Debe mirar a la par y con empatía las historias de aquellos y aquellas que han llegado a nuestro territorio buscando una vida mejor. Convertirse en ese espacio de encuentro cálido que tantas personas buscan y necesitan.

El espectáculo termina con un enunciado directo y franco: “No es nuestra culpa haber llegado aquí”. Atendamos pues las causas de sus historias de movilidad. Las verdaderas. Mirémoslas a los ojos con amor, abracemos sus luchas, que son nuestras también.

Imágenes de representación del espectáculo teatral “MigrArte: historias de un vuelo” realizada el jueves 27 de octubre en el marco del curso Migraciones en Costa Rica, impartido por IDESPO de la Universidad Nacional.

Es que solo quiero despertarte

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

De aquellos años viene el recuerdo de la intensa lluvia de papel picado y las banderas celeste y blanco ondeando en las gradas del Monumental de Núñez, el mítico estadio donde la Selección mayor de fútbol de Argentina ganaba su mundial, en un ya lejano y pálido 1978.

Recuerdo si, también, los discursos de las autoridades de entonces: las del fútbol, con un enconchado y astuto Avelange en su desafinado portugués, hablando maravillas de Argentina, su gente, sus autoridades, a las que retorcía sus ojos en procura que todo saliera bien en ese, su primer mundial de varios que engrosarían su carrera, pero sobre todo su esmirriada y cuestionada fortuna.

Recuerdo también a las autoridades políticas suturando discursos sobre la democracia y el agradecimiento al pueblo argentino por su “ejemplar comportamiento”.

Entonces me llamaba la atención la cohorte de personas investidas de legitimidad, denominando a un mundial de futbol como el “mundial de la Paz”, en esos, los años magros para los derechos humanos en un país como Argentina.

Entonces sobre la cancha de ese mítico estadio, decenas de estudiantes formaban figuras al compás de marchas militares. Quizá la más recordada sea aquella alegoría de dos brazos alzando un balón. Pero si nos fijamos con atención, con memoria, bien podrían haber sido dos brazos alzados a la señal de detención.

Cerca de allí, muy cerca, compañeros y compañeras suyos eran torturados en centros clandestinos administrados por la dictadura de un cínico llamado Jorge Rafael Videla, entonces acuerpado por medios de comunicación y el departamento de estado representado por Henry Kissinger, uno de sus amigos invitados de honor en esos días.

Tan cínico que, por aquellos días de mundial se hacía acompañar de personas detenidas para que funcionaran como escudo humano, por si algún contrario suyo se sentía incómodo y organizaba un atentado para acabar con su vida.

Mis registros sobre aquellos tiempos eran hasta hace poco, más que anecdóticos. No procesaban, lo confieso, nada de esto. Recuerdo si haber visto la ya clásica final Argentina-Holanda con mi padre. Uno de tantos rituales que habríamos de repetir en la vida por nuestra afición al fútbol.

Por eso ahora intento reparar esa memoria anecdótica en mí y convertirla en otra cosa. En amplificación, por ejemplo. Y la única forma de hacerlo es pidiendo perdón por la liviandad del recuerdo.

Mientras los cientos de miles de papeles picados hacían fiesta como una bandada de origamis migrantes hacia la libertad, otros cientos de miles de personas vivían el horror, el maltrato y la indignidad a las sombras, en la oscuridad, en la penumbra, en los sótanos. Lloraban en el fondo.

Aquellos fueron días oscuros para Argentina y para América Latina. Las cifras no concuerdan, pero las más comprometidas hablan de 30.000 personas desaparecidas por la dictadura.

Por eso hoy reconozco y resueno la valentía de mujeres como Margarita, que sobrevivieron y se quedaron con nosotros y nosotras, porque tienen una tarea fundamental que cumplir en la vida: decir nunca más a los horrores de la barbarie y la deshumanización, en contextos como el latinoamericano.

Nacida en Argentina y de profesión docente, el más político de los oficios apunta Freire, Margarita Drago se asume así misma como ex-presa política, sobreviviente de una de las más cruentas dictaduras experimentadas por este hermoso continente “canción con todos”, dicho alguna vez por la hermosa voz sanadora de la negra.

En un libro testimonio publicado este 2022 por Editorial Dunken (Buenos Aires) Margarita recompone los hilos de una memoria que necesitaba restituir: la suya propia, en la que recopila los cinco años de horror vividos en la clandestinidad de la detención (1975-1980), los abusos y la violencia, así como la de aquella compañera que entonces se convertiría en su ancla a la vida, su corazón bombeante, su amor absoluto.

En “fragmentos de la memoria, mi vida en dos batallas”, la querida Margarita descose los amarres del pasado y los cuelga amorosamente como mariposas en un tendedero del tiempo. Allí están meciéndose al vaivén de su historia, contada en primeras personas del plural intenso y luchador. Porque ella es una y varias al mismo tiempo

Entre el aquí y el allá, la oscuridad y la luminosidad, lo furtivo y lo permanente, lo esquivo y lo real, nos enseña que más allá de los dictados del canon para escribir crónica, ella misma es una crónica viviente.

Podría aquí citar tantos fragmentos de este texto magnífico que me erizó la piel, pero quiero concentrarme en uno donde Margarita levanta una bandera necesaria en nuestros días. Cito:

“La risa y el canto eran también nuestras armas de resistencia, aunque estaba prohibido reírse, hablar en voz alta, cantar, expresarse artísticamente a través del teatro u otras artes. Aun así, no dejamos de manifestarnos, de crear, de reír, incluso de parodiar nuestra situación de desventura. Las más creativas y talentosas en el arte escénico se lucían y, a escondidas, en los recreos internos y bajo la protección de un equipo de guardia, nos turnábamos para que las compañeras disfrutasen, rieran en un ambiente de genuina sororidad. Manifestar la alegría era otra manera de resistir y de combatir los embates del miedo” (p. 195).

La alegría, entonces como un recurso político. La alegría entonces como resistencia, la alegría entonces como instrumento por amasar el pan de la dignidad.

Es este libro una pieza en dos partes, que así es como Margarita ha querido recomponer una segunda impresión de esas memorias, añadiendo en este caso una historia no contada originalmente sobre esa otra lucha que dio estando presa: la lucha por un amor y su legitimidad en una sociedad aún carente de sensibilidad para asumir estas relaciones disidentes y en una estructura partidaria vertical y autoritaria, controladora de los cuerpos y las emociones, politizadora del afecto y el beso.

Al tiempo que leía estas memorias, la mía iba tratando de dejar su laxitud sobre aquellos días lejanos de finales de los años setenta. Quisiera encontrar las palabras precisas y adecuadas, pero todo lo dejó dicho Margarita en este texto, que invito a leer y vivir intensamente.

Quizá decir que su exilio forzado, al igual que el de cientos de miles de personas de nuestra América, produjo cicatrices que con el tiempo han empezado a sanar, pero no a desaparecer. El exilio no es una acuarela que se borre con el agua. Permanece. Se tatúa en el cuerpo de quien lo padece. Por eso abrazo a la mujer que con el exilio a cuestas hace hermosas pintas y poemas. Para la vida. Para su vida.

Margarita Drago, compañera, maestra. Intensa tu vida y tu obra. Por ello, como el más afecto de tus amigos te digo:

“Pero que libres vamos a crecer”.

Memo Acuña, Heredia. Octubre de 2022.

Derechos humanos… ¿tan derechos? tan humanos?

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Cada tanto tiempo Costa Rica es invocada en el concierto de los organismos internacionales, en el tema de derechos humanos. Existe ya una tradición de profesionales en el campo, gente con expertiz que desarrolla habilidades asombrosas en el arte del lobby y el cabildeo a nivel supra.

Y a fe que lo consiguen.

Entonces tenemos noticias como las de días recientes, en las que tanto Chile como nuestro país alcanzaron sendos asientos en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas.

Recordaba hace unos días con el sociólogo y poeta costarricense Melvyn Aguilar, los hechos que rodearon la muerte del activista socioambiental David Maradiaga en los tempranos años noventa. Hablábamos de esa práctica oscura de ciertos círculos con intereses político-empresariales en acallar las voces disidentes, en un país que ha sido narrado tanto dentro como fuera, como la panacea de las libertades y el pacifismo por naturaleza.

Una semana antes de su muerte, y esto lo he contado infinidad de veces, David me confesaba en un tono realmente apesadumbrado que él temía por su vida, porque la presión era mucha y porque sentía que cada vez más su margen de maniobra política iba acortándose.

A la muerte de Maradiaga, le antecedieron otros tres asesinatos todavía no resueltos: los de Óscar, Jaime y María del Mar. Y más recientemente Jairo, Jehry y Sergio. Todos impunes. Todos ocultados debajo de la alfombra asquerosa del maquillaje de una sociedad pulcra que no admite voces contestatarias.

La necesidad de autoafirmación de una sociedad como la costarricense, le lleva a negarse a sí misma en sus contradicciones.

Si en lugar del lobby aséptico y blandengue en los organismos Internacionales, se cuestionara a viva voz ese sello oscuro de una sociedad que también violenta, intimida y a la larga tortura, cobraría sentido ese discurso tan lugar común sobre los derechos humanos: ¿Tan derechos? ¿Tan humanos?

Después de San Cristóbal

Por Memo Acuña. (Sociólogo y escritor costarricense)

Cuando uno persigue con pasión ese pájaro de la palabra, no para enjaularlo, sino para reconocerlo, advierte que el sentido de la vida se va construyendo de otra manera.

Acudimos a ese ritual conociéndonos algunos, otros como perfectos extraños.

Y la energía, el frío y la ancestralidad de un lugar emblemático para la resistencia latinoamericana como San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, México, hizo su parte para juntarnos y no volver a separarnos más.

Es difícil decir en estas notas lo que el afecto provoca en un grupo de seres humanos cuyo cordón umbilical con la poesía es material no clasificado en sus biografías.

Pero sí es posible (y poesible) contar lo emblemático de sus propuestas, lo político de sus miradas, lo consecuente de sus reflexiones.

En medio de esta aparente seriedad de sus currículum, aparece el baile, la música, el encuentro, el abrazo (que ahora ha terminado su confinamiento y se supone en rebeldía desde esas montañas que significan el cariño y la luz).

Detrás de sus máscaras que los declaran y las declaran poetas, hay ciertamente una apuesta por la memoria, la igualdad, el árbol, el cine, el fútbol, las cosas que el amor no puede decir pero lo siente, el niño, el origen, la mujer, mejor dicho las mujeres y sus luchas. Y tantas cosas, tanta palabra desperdigada aquellos primeros días de un setiembre que se va terminando lentamente entre la lluvia y lo que sigue.

Me quedo con un fragmento de un texto de la poeta boliviana Paura Rodríguez, dedicada y homenajeada en la octava edición del Festival Mundial de Poesía Contemporánea de San Cristóbal de las Casas:

“Cruje como madera seca el alma.
Se arruga como un pañuelo
Pinta su rostro de otro rostro.
Miente el alma.
Finge una voz inexistente.
Revienta como un volcán.
Huye”

Después de San Cristóbal hemos prometido hacer de este un mundo poesible. Quizá volvamos a juntarnos en alguna otra ventana del tiempo para cantar con Nino Bravo o Ángeles Azules. Pero más allá de eso que es la alegría, hemos aprendido a hermanarnos a la distancia, lo que ningún decreto neoliberal ni pandémico podrá acabar jamás.

Textos de la colección personal del autor obsequiados e intercambiados con otros y otras poetas durante el 8º Festival de Poesía Contemporánea de San Cristóbal, en Chiapas, México entre el 1 y 4 de setiembre de 2022,

JUNTANZAS Y APALABRAMIENTOS

Por Memo Acuña (sociologo y escritor costarricense)

Es sábado de un setiembre que ya empieza a envejecer. Lluvioso, pero con calor en el alma que es lo que importa. Subimos a un autobús que nos llevará al Barrio Kennedy, un suburbio popular ubicado en la periferia de Bogotá. Como es habitual en los servicios de transporte de esta ciudad hermosa y compleja, los viajes suelen ir acompañados por una persona que hace de su arte, su vida, su ley motiv para sobrevivir.

Marina es una de esas personas, personajes de la informalidad bogotana que subisisten y responden ante la atrocidad del sistema. Es una mujer que amplifica su voz y con su voz nos hizo un regalo, uno de muchos ese día, al brindarnos su música para que sintiéramos, bailáramos, cantáramos. Ahí Ángeles azules adquirieron otra dimensión: poco importaban nuestros títulos, nuestra academia. Esa mañana, en ese autobús, fuimos voz colectiva con otras personas que también apalabraron desde la música, su razón cotidiana.

A un lado mío viajaba una joven mujer que amamantaba a su niño recién nacido. Y lo hacía al compás de la canción hecha vida por Marina. ¿Cómo recrear la vida, el principio, el origen, desde esa maternidad absoluta y vital? ¿Cómo hacerlo desde la alegría de coincidir? En estos tiempos de transición hacia nuevas formas de vincularnos, la música, el arte, deberīan ser enunciados como política pública, como decreto, como ley. Porque nos permiten la importancia del afecto, de la convivencia, amamantarnos de vitalidad.

Llegamos a Barrio Kennedy con ese sabor a canción en nuestros cuerpos. Nos dirigimos a la Casa comunitaria de la organización Juntanza Techotiva, autogestada por un grupo de mujeres jóvenes con una combatividad absoluta. Allí conversamos y conocimos sobre sus luchas, que son las luchas de todos y todas en una comunidad popular asentada en las cercanías de un humedal histórico en la Gran Bogotá. Entonces hablamos, apalabramos sobre medio ambiente, derechos humanos, autonomía colectiva. Aprendemos. Nos escuchamos. Las escuchamos.

Psicóloga social Rosita Suárez, en su homenaje en el marco del Encuentro Cuerpo, Patología Social y Política, realizado en Bogotá, Colombia, el 16 y 17 de setiembre.

En una Colombia esperanzada por el cambio, por la posibilidad, hemos venido unos días intensos a hablar de procesos comunitarios, de migración, de psicología política, de ancestralidad. Y hemos cerrado el encuentro conociendo esa combatividad de Diana y sus compañeras de lucha. Nos cuentan lo que hacen para empujar ese proceso desde el territorio, desde allí. Nos comparten que aún antes de que se conociera la designación de Francia como Vicepresidenta, la primera mujer en ese cargo, afrodecendiente, las había visitado y su encuentro quedó tatuado en una pared de la casa que sostienen a todo pulmón y militancia.

Decir esto en una Latinoamerica dolida, profunda, desigual, es decir esperanza. Para eso son las juntanzas, como la que nos convocó unos días desde la hermandad de Cátedra Libre Martín Baró. Entonces creemos que si, que si es posible otro mundo donde podemos juntarnos y celebrar la palabra que transforma, el lenguaje que recrea la vida, que nos la devuelve en rituales y abrazo colectivo.

Renuevo mi militancia en estas posibilidades de hacer. Desde aquí hago política, la que importa, la que transforma. La misma que hace apenas dos semanas nos juntó a un grupo de poetas del mundo en otro lugar histórico de nuestra región profunda, San Cristóbal de las Casas, para apalabrar en homenaje a las mujeres que buscan a sus familiares desaparecidos. Hoy, en esta juntanza, nos hemos reunido para abrazar la trayectoria de nuestra querida Rosita Suárez, Psicóloga Social colombiana de la cual seguimos aprendiendo que pensar bonito sea quizá la principal declaración universal para que este mundo en que vivimos siga valiendo la pena.

LA CUARTA PARED

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

El sonido era ensordecedor. No se escuchaba nada entre gente que no entendía el inicio de la puesta teatral y la algarabía desatada en un auditorio colegial de más de mil gentes, en el marco de un festival Inter universitario de teatro en la Costa Rica bisoña de inicios de los años noventa, cuando creía que el neoliberalismo era sólo un proyecto para reformar al estado, empequeñecerlo, privatizarlo y entregárselo al capital transnacional.

Toda esa agenda se ha ido cumpliendo 30 años después, solo que ahora impulsada desde una contra revolución cultural regresiva y conservadora sin retorno.

Es una noche calurosa de febrero y el festival se desarrolla en el Pacífico costarricense. Allí hemos llegado como parte del elenco de Spacem, montaje producido por el Grupo de teatro Girasol, del Centro de Estudios Generales de la Universidad de Costa Rica, una de las cinco universidades públicas del país. La algarabía la provocábamos los actores que, confundidos entre el público, encendíamos nuestros focos y hacíamos maniobras con nuestros cuerpos. Se trataba de una obra futurista en la que los sueños y el empeño eran ley motiv. Lo hicimos desde nuestras condiciones de montaje y producción en una universidad pública.

En estos días la contrarrevolución cultural conservadora y regresiva representada en el poder ejecutivo costarricense y una estrategia de comunicación bien pensada en redes sociales, han lanzado una ofensiva para disminuir el presupuesto que por ley le es otorgado a las universidades públicas para seguir operando.

Entre sus argumentos, urgen a las universidades impulsar carreras técnicas en desmedro de las ciencias sociales, las artes y las humanidades. Es urgente, ha sido urgente si una revisión interna de la distribución presupuestaria pero no hacia la baja, sino más bien para volverla más equitativa entre remuneraciones e inversión social, que al final termina siendo más amplia que las primeras.

Pero los embates prácticos y discursivos contra todo significado social y cultural de las universidades públicas costarricenses han encontrado resonancia en una agenda setting que por años ha ensañado su arsenal contra estas instituciones. Particularmente su rol crítico, pensante, cuestionador.

Entonces pienso en ese momento del festival de teatro donde llegamos grupos universitarios a compartir nuestro trabajo. En mi caso, entonces estudiante de sociología, tuve la enorme posibilidad de audicionar y tomar parte de un hermoso proyecto cultural que como el Grupo de Teatro Girasol formó no solo actrices y actores, sino personas pensantes y felices ante la vida.

En el género teatral romper la cuarta pared significa interacción entre el personaje y el público en un diálogo natural. Hoy quiero romper esa cuarta pared para dejar constancia del enorme legado que dejó en mi haberme formado en una universidad pública, desarrollarme en el área de las ciencias sociales y complementarla con una visión artística que hoy impulso a través de la literatura, de la poesía.

Termino esta reflexión participante citando a mi maestro Osvaldo Sauma quien nos recordaba el ser comunidad, algo que necesitamos hoy para defender nuestra institucionalidad universitaria pública de los embates recortistas y retrógrados:

“Que no se salve nadie si no nos salvamos todos”.

La universidad pública, una vez más, está en la lucha. Librémosla juntas, juntos.

TANDA DE TRES

Por Memo Acuña (sociólogo y escritor costarricense)

Había una fascinación casi devocional por el cine. Era un acto ritual. La prueba irrefutable que allí, en esa sala, se reescribiría la magia de una imagen que salía despedida por una máquina que sonaba y enseñaba futuro.

Eran los cines de pueblo. En el mío, es decir, en el centro de la Heredia de finales de siglo XX, habían 4. Se habrían distribuido los públicos y los temas. También las franjas horarias. Había donde escoger, pero sobre todo la posibilidad de acudir a la fantasía de las cortinas gruesas que daban a un mundo de butacas crujientes, olorosas a madera y años desordenados, pero felices.

Allí, en esos grandes salones de techos altos, aprendí a saludar el paso de la infancia a la adolescencia. Entendí que la vida es de rituales, como comprarse un helado o unas botonetas en espera de las primeras imágenes, casi siempre alineadas a un sonido que aún no sonaba estéreo, ni masterizado, ni dolby. Pero siempre alineado y presente.

En uno de esos cines conocí el viejo oeste. el Teatro Jara nos recibía puntual en tanda de tres y allí aprendí por primera vez la claridad de los opuestos, la tensión de los buenos contra los malos. No necesité jamás de tratados sociológicos o álgebras políticas para saber que las disputas entre contrarios siempre van a tener por razones los recursos, los territorios, las fronteras.

También acudí a mis primeras citas con el erotismo y lo que eso significaba en una sociedad finisecular y aún provinciana. Los trazos de las bellas películas italianas que llegaban por entonces en partes y que eran cargadas en clave de totalidad en los viejos proyectores, me enseñaron que el amor es una composición sepia maravillosa y que es posible verlo amplificado en una gran pantalla telar que se suspende ahora en mis recuerdos.

Cerraron los cines. Esos cines. Con ellos los rituales, la alteración del tiempo y el espacio que siempre eran distintos luego de que las luces prendían, aún y cuando todavía los créditos rodaban en grandes círculos cartesianos.

Cerraron y botaron los cines para convertirlos en hoteles, farmacias, parqueos.

Pero aquí, a la izquierda y arriba en mi pecho, siempre estarán presentes: Isabel, Jara, Astral, Century.

Hasta la próxima función.

El silencio de los inocentes

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Pudo más la discusión de élites sobre el cierre de un complejo de entretenimiento, la defensa de cierta libertad de expresión que no asume la libertad de expresión completa y el pulso que, en palabras de Serrat, procuraba medir el tamaño no del cerebro, sino de otro órgano con el que se demuestra virilidad.

Pudo más ese escenario mediático y espectacularizado, que la peligrosa instalación en las últimas dos semanas de un núcleo recesivo en materia de poblaciones migrantes.

Pasó hace unos días en Guanacaste. Concretamente en la comunidad de El Silencio en Huacas de Santa Cruz. Una mujer, dos de sus hijos, un sobrino de esta y el cuñado de uno de los hombres, fueron acribillados a balazos.

Las autoridades dirían entonces que al parecer se trató de una equivocación en un ajuste de cuentas dirigido a personas que vivían anteriormente en la vivienda donde fueron cometidos los asesinatos. Tres de los hombres tenían un poco más de una semana de haber llegado de Nicaragua en busca de trabajo.

En medio del barullo de élites que todo lo ha copado, esta noticia pasó prácticamente desapercibida, como anecdótica fue la acción de discriminación que experimentó el jugador nicaragüense Byron Bonilla al negársele a salir con la bandera de su país a recibir su medalla de campeón del torneo de fútbol de primera división costarricense. La acción fue reparada, pero quedó marcada en la epidermis de Bonilla: “llevo la bandera de mi país adonde vaya”, respondería entonces el jugador al agravio.

Este escenario complejo para las relaciones de convivencia en un país que desde hace tiempo perdió su locus horizontal, tiene su correlato, como lo hemos dicho ya en varias ocasiones, en la producción y distribución de discursos que alimentan odios exacerbados y nacionalismos decimonónicos que asumen la defensa de una patria pétrea, descartando a quienes no son “ciudadanos legítimos”.

Pasó por alto el crimen de la familia nicaragüense en medio de la escaramuza interburguesa (acepción que tomo prestada de colegas con más experiencia que la nuestra en el análisis social), pero quizá lo más impactante haya sido el silencio colectivo sobre este hecho, una forma de desinteresarse por esos otros cuerpos que no importan.

Los núcleos duros de conservadurismo instalados ya en la sociedad costarricense deben ser contrarrestados con el reconocimiento de que todos, absolutamente todos, somos importantes para el desarrollo del país. Ya no más el silencio como política, ya no más inocentes en la primera línea de fuego.