Por Memo Acuña (sociólogo y escritor costarricense)
Había una fascinación casi devocional por el cine. Era un acto ritual. La prueba irrefutable que allí, en esa sala, se reescribiría la magia de una imagen que salía despedida por una máquina que sonaba y enseñaba futuro.
Eran los cines de pueblo. En el mío, es decir, en el centro de la Heredia de finales de siglo XX, habían 4. Se habrían distribuido los públicos y los temas. También las franjas horarias. Había donde escoger, pero sobre todo la posibilidad de acudir a la fantasía de las cortinas gruesas que daban a un mundo de butacas crujientes, olorosas a madera y años desordenados, pero felices.
Allí, en esos grandes salones de techos altos, aprendí a saludar el paso de la infancia a la adolescencia. Entendí que la vida es de rituales, como comprarse un helado o unas botonetas en espera de las primeras imágenes, casi siempre alineadas a un sonido que aún no sonaba estéreo, ni masterizado, ni dolby. Pero siempre alineado y presente.
En uno de esos cines conocí el viejo oeste. el Teatro Jara nos recibía puntual en tanda de tres y allí aprendí por primera vez la claridad de los opuestos, la tensión de los buenos contra los malos. No necesité jamás de tratados sociológicos o álgebras políticas para saber que las disputas entre contrarios siempre van a tener por razones los recursos, los territorios, las fronteras.
También acudí a mis primeras citas con el erotismo y lo que eso significaba en una sociedad finisecular y aún provinciana. Los trazos de las bellas películas italianas que llegaban por entonces en partes y que eran cargadas en clave de totalidad en los viejos proyectores, me enseñaron que el amor es una composición sepia maravillosa y que es posible verlo amplificado en una gran pantalla telar que se suspende ahora en mis recuerdos.
Cerraron los cines. Esos cines. Con ellos los rituales, la alteración del tiempo y el espacio que siempre eran distintos luego de que las luces prendían, aún y cuando todavía los créditos rodaban en grandes círculos cartesianos.
Cerraron y botaron los cines para convertirlos en hoteles, farmacias, parqueos.
Pero aquí, a la izquierda y arriba en mi pecho, siempre estarán presentes: Isabel, Jara, Astral, Century.
Hasta la próxima función.