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Etiqueta: Putin

El asalto a Moscú: Europa lo intenta otra vez

Gilberto Lopes

San José, 11 de marzo de 2025

Derrotar a Rusia o el alto precio de perder Ucrania

¿Qué está en juego en el conflicto en Ucrania?, se preguntaba Stephen J. Blank, investigador senior del Foreign Policy Research Institute, una institución con sede en Filadelfia, cuyos objetivos son fortalecer la seguridad nacional y la política exterior de los Estados Unidos. Blank se presenta como reconocido experto en Rusia y la antigua Unión Soviética, autor de decenas de artículos y libros, profesor durante 24 años (1989-2013) del US Army War College. O sea, de las fuerzas armadas norteamericanas.

La ambición rusa –afirma Blank– es no solo rediseñar sus fronteras con Ucrania, sino también en los Balcanes y en Europa del este: Bielorrusia, Polonia, Rumania, Moldavia y los Estados bálticos. “Todos corren riesgos. No solo si Ucrania es derrotada, como también si no logra expulsar Rusia de Crimea y de Dombas”.

Y agrega: “dado el creciente número de informes asegurando que Putin se está preparando para una guerra general con Europa, será bien recibido cualquier cambio militar-político de la situación en el terreno”.

Lo que está en juego, en su opinión, es la oportunidad para que Washington y Europa “derroten a Rusia y logren la mayor transformación estratégica en una generación”.

El artículo de Blank fue publicado el 13 de diciembre del año pasado. Ya Trump había sido elegido, pero no había asumido todavía la presidencia de los Estados Unidos.

La idea de que Rusia es una amenaza para los países de la OTAN es repetida por otros académicos y líderes políticos europeos, de la Unión Europea y de la OTAN.

Frederick W. Kagan, Kateryna Stepanenko, Mitchell Belcher, Noel Mikkelsen, y Thomas Bergeron, investigadores del Institute for the Study of War (ISW) –otra institución con sede en Washington–, especulan sobre “El alto precio de perder Ucrania” (The High Price of Losing Ukraine), en un artículo publicado también en diciembre del año pasado.

Una tal cosa –afirman– “pondría el ejército ruso, golpeado pero triunfante, en la frontera de la OTAN, desde el mar Negro hasta el océano Ártico”. Rusia podría entonces avanzar hacia occidente e “instalar bases militares en las fronteras de Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumania”. ¡Unos 3.000 km de fronteras! Casi tres veces más que el frente del actual conflicto entre Rusia y Ucrania.

Claude Malhuret, médico, abogado y senador francés del grupo de derecha Les Indépendants – République et territoires (LIRT), el martes, 4 de marzo, dijo en el senado que “la derrota de Ucrania sería la derrota de Europa. Los países bálticos, Georgia y Moldavia ya están en la lista”. El objetivo de Putin es volver a Yalta –aseguró–, en referencia a la conferencia en la que los líderes de Rusia, Estados Unidos e Inglaterra negociaron, en febrero de 1945, el orden político europeo después de la II Guerra Mundial.

Pero el mismo Malhuret afirma que “al contrario de lo que dice la propaganda del Kremlin, Rusia va mal. En tres años, el supuesto segundo ejército del mundo sólo ha conseguido arañar migajas de un país tres veces menos poblado. Los tipos de interés del 25%, el colapso de las reservas de divisas y oro, el derrumbe demográfico”, en su opinión muestran que Rusia “está al borde del abismo”. La misma Rusia que académicos y políticos europeos estiman capaz de asaltar Europa.

La expansión de la OTAN

En Europa, esas ideas se repiten hasta el cansancio. No se trata solo de Ucrania, sino del debilitamiento de Europa, de su destrucción, dijo Nathalie Tocci, directora del Instituto de Asuntos Internacionales de Roma.

Todas reflexiones de carácter especulativo, sin sustento factual. Se trataría de un despliegue militar que, a todas luces, está mucho más allá de la capacidad del ejército ruso, si no nos bastan las reiteradas declaraciones de Putin de que no es su intención avanzar sobre territorio europeo.

Si uno se interesa por los hechos y examina de forma fría las capacidades de Rusia, ve que no existe ninguna amenaza seria para Alemania, según el politólogo norteamericano John Mearsheimer, en entrevista a la publicación alemana Der Spiegel, el 7 de marzo pasado.

Cuando uno piensa en Putin, debe hacerse dos preguntas, dice Mearsheimer. Una es cuáles son sus intenciones. La otra, cuáles son sus capacidades. “En cuanto a sus intenciones, no tenemos pruebas de que sea un imperialista que quiera conquistar toda Ucrania y crear una gran Rusia, y mucho menos territorios adicionales en Europa del Este”.

¿No atacaron sus tropas Kyiv, Bucha e Irpin en 2022? ¿No sigue bombardeando objetivos en toda Ucrania, incluso en Lviv, a menos de 60 kilómetros de la frontera polaca? ¿No es eso una amenaza?, le pregunta el periodista.

“De eso no hay duda”, contesta Mearsheimer. “Pero la causa de estas guerras fue la expansión de la OTAN, no el supuesto imperialismo de Putin”.

¿Múnich y Yalta?

Ya hicimos referencia a la conferencia de 1945 en Yalta, Crimea, territorio que Rusia se anexó después del golpe de 2014 en Ucrania, donde Roosevelt, Churchill y Stalin discutieron, sin la presencia del francés Charles de Gaulle, como reorganizar el mundo después de la II Guerra Mundial. Las tropas rusas ya estaban a poco más de 60 km de Berlín.

Pero Yalta no ha sido la única referencia a esa época, rescatada en el debate sobre la situación en Ucrania. El ABC, diario español que, en su época, fue soporte del franquismo, se preguntó si se repetía la historia. Estaba hablando del Pacto de Múnich, de 1938, cuando los primeros ministros de Inglaterra y Francia, Neville Chamberlain y Édouard Daladier, negociaron con Hitler la entrega de los sudetes, entonces territorio checoeslovaco. Era el 30 de septiembre de 1938 y los dos países soñaban con que así Hitler los dejaría en paz, que la guerra sería entonces contra la Unión Soviética.

Para la diplomacia soviética esa era la intención. Stalin consideró el acuerdo como una traición de las democracias occidentales. Consideraron que el objetivo de los acuerdos era aislar la Unión Soviética para lanzar las tropas alemanas hacia Moscú.

Ya sabemos que Inglaterra y Francia no pudieron evitar la guerra, pero el objetivo principal de las tropas alemanas siguió siendo Moscú. Medios de prensa, académicos y políticos europeos aprovecharon esta circunstancia para sugerir que las conversaciones de Trump y Putin tienen objetivos similares a los que atribuyen a los acuerdos de Múnich de 1938. Periódicos como el ABC (y muchos otros) acusan a Trump de pretender apaciguar las ínfulas expansionistas de Putin. Pero no hacen referencia al objetivo de esos acuerdos, de facilitar la conquista de Moscú.

El entusiasmo por las armas

De modo que, más afín a los objetivos del Pacto de Múnich de 1938 parece el plan de rearme propuesto, el pasado 6 de marzo, por la presidente de la comisión europea, la conservadora alemana Ursula von der Leyen, en el que piensan invertir más de 800 mil millones de dólares.

Es esa cita de la Unión Europea con Zelenski, mirando hacia Moscú –más que las conversaciones entre Estados Unidos y Rusia– la que se identifica con la otra, con la de Múnich, en 1938, cuando ingleses y franceses negociaban con los alemanes.

Andrea Rizzi, periodista de El País, escribía desde Múnich, dos días antes de la reunión convocada por Macron: la conferencia “ha evidenciado el muy mayoritario convencimiento entre los líderes de dar un rápido salto en cuanto a capacidades militares, tanto para sostener a Ucrania como para disponer de la fuerza para disuadir a Putin de otras aventuras”.

“La carrera de rearme es parte del nuevo enfoque europeo ante un momento particularmente convulso”, dijo la corresponsal en Bruselas de El País, al comentar el anuncio, con un entusiasmo por la nueva política armamentista que se extiende por casi toda la gran prensa europea, incluyendo el francés Libération, el inglés Guardian o la alemana DW.

Las “ambiciones de Putin, de reconstituir a toda costa el imperio ruso o su equivalente comunista, son bien conocidas”, diría Serge July, fundador del diario francés Libération.

El miércoles, 5 de marzo, Macron pronunció un discurso “solemne”, asegurando que “Ucrania se había transformado en un conflicto global”. “Rusia se ha transformado en una amenaza para Francia y Europa” –aseguró–, y ofreció poner a disposición de los demás países europeos el paraguas nuclear francés, la única potencia nuclear en la Unión Europea.

Días antes, en una entrevista con diarios regionales franceses, había dicho que “Rusia constituye una amenaza existencial para Europa”. Y agregó: “No piensen que lo impensable no puede ocurrir, incluyendo lo peor”. ¡Macron habla de una guerra nuclear contra Rusia!

Como dice Céline Marangé, investigadora del Instituto de investigación Estratégica de la Escuela Militar de la Université París 1 Panthéon-Sorbonne, “en Rusia la guerra marca la culminación de un proyecto político que ofrece como horizonte de futuro un retorno a la época soviética”.

“El objetivo final sería más bien una Rusia dominante y temida, que haya recuperado su estatus de gran potencia y borrado la humillación de la derrota en la Guerra Fría, empujando las fronteras de la OTAN y destruyendo la Unión Europea”.

Tiempos extraños

El canciller ruso, Seguei Lavrov, ha recordado esa renovada tentación europea de conquistar Moscú. Contestando el discurso de Macron, Lavrov afirmó que el presidente francés había hecho “un discurso extremadamente agresivo anti ruso, calificando a Rusia como ‘una amenaza para Francia y Europa’”. Lo ha dicho otras veces, pero nunca de esa forma tan intensa e irreconciliable, que sonaba como un programa de acción rusofóbico”.

Macron pretende convencer al público francés de que somos una amenaza existencial para Francia, dijo Lavrov. Pero, de hecho, “Rusia nunca ha amenazado a Francia. Al contrario, ayudó a defender su independencia y soberanía en dos guerras mundiales”, mientras recordaba el concepto de de Gaulle, de una indivisible seguridad europea, desde el Atlántico hasta los Urales.

Como señaló Mearsheimer en su entrevista a Der Spiegel, si estamos interesados en los hechos, en la lógica, si calculamos fríamente las capacidades de Rusia, “vemos que no hay una amenaza seria de Rusia a Alemania”. ¡Ni a Europa!, pese al entusiasmo de sus medios por el rearme.

Como en 1938, ¡los ejércitos de Europa apuntan de nuevo hacia Moscú!

“¡Qué tiempos extraños vivimos, que Polonia se alegra del rearme de Alemania!”, habría comentado el primer ministro polaco, Donald Tusk, otro gran entusiasta de los gastos militares y del cerco a Moscú, citado por la corresponsal de El País.

Tiempos muy extraños. Una Europa (y una Polonia) que se olvidan de las consecuencias del rearme alemán para el mundo, en el siglo pasado.

FIN

Trump y sus ejes geopolíticos

Juan Carlos Durán Castro
Asesor Sindical ANEP-CCSS
Secretario de Prensa FECTSALUD

Un señor de derecha, de la vertiente nacionalista del que ahora denominan capitalismo fascista nacionalista, como Trump, «que difiere » de la vertiente transhumanista hegemonizada por George Soros de Davos, está exclusivamente golpeando la mesa con 5 ejes centrales de geopolítica:

1- Canal de Panamá

2- Groenlandia

3- «Golfo de América»

4- Anexar Canadá

5- Aranceles como espada de Damocles.

Una agenda enorme, que habrá que ver como avanza realmente, por lo cual es menester político separemos que las bombetas y cachiflines mediáticos globales, que controlan corporaciones informativas y aspiremos a ver la realidad y posibles avances temporalizando apropiadamente los tiempos políticos para aspirar a guiar adecuadamente.

La verdad lo que hace Trump, es aspirar con urgencia equilibrar la correlación de fuerzas global, pues EEUU, viene arrastrando una policrisis en varios estamentos como país hegemón desde 1945 y es igualmente cierto que no desaparecerá, pues mantiene tres valuartes esenciales: el aparataje militar industrial, un mayor control de la narrativa global » informativa» que le permite llevar ventaja en la guerra cultural- cognitiva y el manejo del patrón dólar, ejes que se han debilitado, pero que aunados a algunas acciones le va a permitir colarse en esta nueva era multipolar ya en total desarrollo.

Al final como era de esperar, en esa tarea de equiparar las fuerzas mundiales, la prioridad es Ucrania y los negocios que de ahí se derivarán, los cuáles son el elemento central para hacer llegar recursos a los EEUU y cumplir con el discurso de enfoque nacionalista, como una expresión del nuevo liberalismo proteccionista, que es contrario al discurso neoliberal que hemos conocido por décadas, pero que encaja en el contexto actual para EEUU y que sin duda presenta pocas o nulas diferencias con el enfoque fascista del otro enfoque globalista transhumanista, que se deriva del control que emana del foro de Davos.

Dicho esto, está claro a nuestro humilde juicio, que el 14 de febrero 2025, no dudamos marca un punto de inflexión histórico, con la comunicación entre Trump y Putin, lo cual derriba buena parte de la narrativa engañosa de los operadores y operadoras europeas, que llevan desde 1945, siendo alfombra de los EEUU, cuya postración muestra hoy sus consecuencias.

Una llamada marca hoy una implosión brutal en la UE, que ha sido abofeteada tanto en la Conferencia de Inteligencia Artificial, como en la de Seguridad en Múnich, Alemania, en las cuales han sufrido un remesón histórico que ya ha provocado dos sesiones de emergencia en Paris y que parecieran indicar que Macron aspira a asumir algún liderazgo, pero no nos engañemos, la UE, no se va a atrever a enviar soldados a Ucrania, el discurso de poses mediáticas revela su sumisión al golpeado hegemón del norte que está jugando bien sus cartas.

Pero las cosas están claras, una buena parte de la dis que dirigencia de Europa, no se atreverá a romper su cordón umbilical y se plegarán a los designios gringos.

Por otro lado, EEUU con su consenso con Rusia de 3 ejes iniciales:

Lograr frenar el conflicto en Ucrania.

Elecciones democráticas en ese país (que deja fuera a Zelenski sin duda) y cerrar la etapa final de la paz, resulta ser una táctica y una estrategia que trasciende a ese conflicto y nos coloca ante un escenario de un acuerdo que marca el inicio de una nueva fase en la cual el multipolarismo reinará y marcará un momento que brinde las condiciones para una nueva repartición del mundo de cara a los negocios, que son al final del día la agenda de Donald Trump, actor que amarrará con Rusia el devenir del planeta.

Esta realidad puede presentar diversos problemas, pero más allá de todo, decimos con reservas incluidas, que nos alegrarnos, pues nos parece que la consolidación de un escenario como este que nos aleje de la estupidez de una guerra nuclear le agrega valor al mundo como tal y enciende algunas luces.

Así las cosas, Rusia y EEUU, van a definir las características del mundo a partir del 14 de febrero 2025 y sentarán a la mesa a Ucrania, a la UE y a otros actores, para que sigan la ruta trazada, consensuada sin duda con una China y una India, con un perfil más bajo, pero altamente estratégico.

O sea, la reunión inicial en Arabía Saudí marca un antes y un después para el mundo y deja clara cuál es la lógica de Trump y la de Putin, los roles de China e India y los efectos e impactos que empieza a sufrir el mundo en el siglo XXI.

Al final en este reacomodo de las piezas del lego, no olvidemos nuestra América y la relevancia en el actual contexto y sin duda alguna la lectura obligatoria que debemos tener en relación con nuestra patria y los enormes riesgos a los cuáles está expuesta en la actual coyuntura, puesto que no dudamos que las consignas de siempre de los movimientos sociales y sindicales, se mantienen intactas y es menester en tal sentido construir los mecanismos para blindar, mejorar y humanizar la institucionalidad nacional ante un proceso global que tendrá repercusiones de diverso tipo que requieren de acciones para la protección social y económica de las mayorías residentes en el país y el respeto a los derechos humanos, en Tiquicia.

Trump y el nuevo orden multipolar: hacia el fin del globalismo liberal

Mauricio Ramírez Núñez.

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

El regreso del presidente Donald Trump a la Casa Blanca y a la escena internacional está redefiniendo el tablero geopolítico de Occidente. Su reciente conversación con el presidente Vladimir Putin para iniciar las negociaciones y poner fin a la guerra en Ucrania no solo confirma que este conflicto fue inducido por Occidente, sino que también representa un giro fundamental en la política exterior de Estados Unidos. Con este movimiento, Trump ha puesto en su lugar a una Europa que durante décadas ha dependido de la protección estadounidense sin asumir la responsabilidad de su propia seguridad. Ahora, el mensaje es claro: si Europa no es capaz de garantizar su propia defensa, Estados Unidos no seguirá sacrificando sus recursos y su gente por ellos.

Desde la Segunda Guerra Mundial, Europa convirtió a Estados Unidos en su principal herramienta de seguridad, delegando en Washington la respuesta ante cualquier amenaza externa. La Guerra Fría y la expansión de la OTAN reforzaron esta relación, pero los tiempos han cambiado. Trump ha entendido que Estados Unidos no tiene por qué seguir asumiendo el rol de protector absoluto de Occidente, especialmente cuando sus propios intereses estratégicos están en juego. Su postura hacia Rusia ya no es de confrontación como la pasada administración del presidente Biden, sino de cooperación estratégica, lo cual es correcto y necesario en un mundo que avanza hacia la multipolaridad.

El caso de Ucrania es un claro ejemplo de la nueva visión de Trump. En lugar de seguir financiando sin límites al gobierno de Volodímir Zelenski, la prioridad será recuperar lo invertido. La administración Trump probablemente exigirá el pago en forma de petróleo y tierras raras, recursos fundamentales para la economía y seguridad energética de Estados Unidos. Así lo ha mencionado el destacado coronel estadounidense Douglas McGregor en una reciente entrevista. Se acabó el financiamiento descontrolado a gobiernos que no aportan beneficios tangibles a Washington.

La eventual conclusión de la guerra en Ucrania podría marcar el principio del colapso definitivo de la OTAN, una organización que nació como un dique contra la Unión Soviética pero que, tras la caída del bloque comunista, sobrevivió a base de conflictos diseñados para justificar su existencia. Mantenida artificialmente por las élites globalistas de Occidente, la Alianza Atlántica ha demostrado ser más un instrumento de hegemonía estadounidense que un verdadero garante de seguridad.

Hoy, la paradoja es innegable: la izquierda, que durante décadas exigió el desmantelamiento de la OTAN, ahora titubea y evita confrontarla abiertamente. Su institucionalidad, hábilmente adaptada al lenguaje del progresismo, ha logrado cooptarla mediante un sofisticado ejercicio de soft power. Prueba de ello son las declaraciones del entonces secretario general Jens Stoltenberg en 2023, cuando, en un mensaje grabado y difundido por la Alianza, afirmó: “Existimos no solo para defender y proteger nuestras tierras, sino también a las personas en toda su variedad”. Ahora, la OTAN no solo se presenta como un bastión militar, sino también como una supuesta defensora de la diversidad. Y así, la izquierda, que en otro tiempo habría denunciado su existencia, prefiere callar.

Si Washington deja de sostener esta estructura caduca, Europa se verá obligada a redefinir su seguridad bajo sus propios términos, sin el paternalismo estadounidense. La disolución de la OTAN, un escenario antes impensable, hoy ya no parece una utopía, sino una posibilidad concreta en el tablero geopolítico.

En el caso de Asia, la posible desmilitarización de las relaciones con China y la estabilización del tema de Taiwán podrían ser otros de los grandes logros de una política exterior más realista y pragmática. Garantizar la paz en la región del Indo-Pacífico es esencial, y para ello es necesario abandonar la lógica de confrontación impuesta por el globalismo liberal. Un entendimiento entre Estados Unidos y China sobre los asuntos estratégicos de la región aseguraría una estabilidad duradera y reduciría los riesgos de conflicto.

La única región donde no está claro cuál será el accionar de Washington sigue siendo Oriente Medio, y los compromisos que tiene Trump con Israel, donde la situación sigue siendo tensa y las posibilidades de un gran conflicto regional que incluya a EE. UU. siguen vivas. Sin duda, este puede ser el talón de Aquiles del gobierno norteamericano en temas geopolíticos.

En este contexto, la política de Trump moldea un mundo donde las grandes potencias negocian desde sus propios intereses sin estar atadas a una visión hegemónica impuesta por una élite occidental decadente. Sí, es el fin de la globalización neoliberal tal como la conocemos. Esto marca el inicio de una era multipolar en la que el globalismo liberal, con su agenda de intervención y control absoluto, empieza a desmoronarse. El futuro se encamina hacia un equilibrio de poder más natural, donde cada nación puede defender sus propios intereses y zonas de influencia sin ser obligada a seguir un modelo único e impuesto desde arriba. Trump no solo está tratando de reordenar Occidente, sino que, junto con Rusia y China está poniendo los cimientos de un mundo verdaderamente soberano y multipolar.

El ridículo de la diplomacia chavista

Mauricio Ramírez Núñez.

Mauricio Ramírez Núñez
Académico

La diplomacia es el arte de la prudencia, de la previsión estratégica y de la defensa de los intereses nacionales sin caer en servilismos ni alineamientos ciegos. Sin embargo, la política exterior de Costa Rica bajo el gobierno de Rodrigo Chaves ha sido todo lo contrario: errática, dependiente y carente de un criterio propio. Ahora que la realidad geopolítica cambia drásticamente, con el presidente Trump y el presidente Putin acercándose para poner fin a la guerra en Ucrania, queda en evidencia el ridículo que han hecho muchos países al seguir sin cuestionamiento alguno la narrativa impuesta por Washington y Bruselas.

La paz en Ucrania, que tanto se ha negado durante años por los intereses de una élite occidental, parece inminente. Esto deja en una posición incómoda a los gobiernos que compraron la retórica de defensa de la democracia ucraniana, cuando en realidad todo se trató de una estrategia geopolítica de desgaste contra Rusia. Los países europeos y los aliados incondicionales de la administración demócrata estadounidense quedan expuestos como meros instrumentos de una agenda que nunca tuvo a Ucrania como prioridad ni objetivo final, sino que buscó prolongar el conflicto para beneficios estratégicos.

En este contexto, la pregunta para Costa Rica es clara: ¿qué hará ahora el gobierno de Rodrigo Chaves y su canciller sin experiencia, Arnoldo André Tinoco, cuando su gran aliado norteamericano cambie de postura? ¿Seguirán bailando la música que Washington les imponga, como el propio Chaves admitió vergonzosamente hace unos días? Es un espectáculo lamentable ver cómo la diplomacia costarricense se ha convertido en un eco vacío de la política exterior estadounidense, sin la más mínima capacidad de definir una postura propia que responda a los verdaderos intereses del país.

Costa Rica y su clase política en general, en su mayoría acríticamente pro-occidente, ha apostado por una línea hostil hacia Rusia sin ninguna necesidad ni conocimiento profundo de las razones del conflicto, perjudicando cualquier posibilidad de relación con una de las potencias globales más influyentes de la actualidad. Ahora, con Trump inclinándose hacia un acercamiento con Moscú y un preacuerdo de paz con el presidente Putin, ¿seguiremos con nuestra postura obsoleta y absurda o veremos a Chaves y su equipo dando un giro sensato respecto a Rusia?

Pero el problema no es solo Rusia. Este mismo patrón de sumisión e ignorancia geopolítica se está viendo reflejado en la relación con China. La Casa Blanca dicta la línea, Costa Rica obedece, sin importar si nuestras decisiones benefician o perjudican al desarrollo del país. Lo vimos con Huawei y lo veremos en cualquier otro tema estratégico. La lección es clara: la política exterior de la Costa Rica chavista no responde a una visión soberana ni a un análisis propio de los acontecimientos internacionales, sino a una simple repetición de la narrativa occidental añeja y neocolonial, sin importar las consecuencias.

El tiempo ha demostrado que la visión maniquea del conflicto en Ucrania, promovida por Estados Unidos y la OTAN, era falsa. Que el triunfo de Rusia es irrefutable en todos los ámbitos y que la neutralidad, así como las buenas relaciones con todos por igual, es el único camino viable para un país pequeño como Costa Rica en tiempos de incertidumbre global. Pero ¿ha aprendido algo nuestra clase política que tanto ha criticado al “terrible Putin”? Si seguimos con la misma actitud de sumisión y falta de visión estratégica, el ridículo de la diplomacia chavista solo será un capítulo más en la triste historia de nuestra falta de autonomía internacional.

La OTAN y el “problema ruso”

Gilberto Lopes, en Costa Rica

Feb 2024

El “problema ruso» representa un reto enorme para la Unión Europea, dijo el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell. Hablando al concluir la Conferencia de Seguridad celebrada en Múnich, Borrell advertía contra el peligro de un largo período de tensiones. Temía que Rusia se viera tentada a aumentar sus “provocaciones políticas y militares contra los países de la OTAN”.

La formulación de Borrell nos pone frente a un problema no fácil de definir: el “problema ruso”. Hay muchos intentos de hacerlo, tanto en las intervenciones de los líderes mundiales, reunidos en Múnich entre el 16 y el 18 de febrero pasado, como en los análisis de periodistas y expertos.

David E. Sanger y Steven Erlanger, del NYT, nos dan algunas pistas en un artículo de opinión sobre los resultados de la conferencia, publicado el mismo 18 de febrero. En su opinión, nada de lo que los líderes occidentales hagan –ni las sanciones, ni las condenas, ni los esfuerzos militares– cambiarán las intenciones de Putin de desarticular el actual orden mundial. Para ellos, ese sería el “problema ruso”.

El paso dado por Putin, su irrupción más decisiva en el contexto político internacional, ha sido la invasión de Ucrania. El presidente ruso ha explicado muchas veces sus razones. Lo hizo en 2007, en la misma reunión de Múnich a la que, este año, no fue invitado. Lo preocupaba la expansión de la OTAN hacia sus fronteras.

Minando la confianza

“Hoy estamos viendo un incontrolable abuso de la fuerza militar en las relaciones internacionales; un Estado, principalmente Estados Unidos, ha traspasado sus fronteras nacionales de todos los modos posibles. Esto es extremadamente peligroso, nadie se siente seguro”, dijo Putin en Múnich, en 2007.

Además de la amenaza militar, generaba especial inquietud el hecho de que eso se hiciera sin respetar las promesas hechas a Rusia cuando se derrumbó el mundo socialista del este europeo y se unificó Alemania y la OTAN se expandió hacia el este, acercándose a la frontera de Rusia. Se creó una relación de desconfianza corrosiva en las relaciones internacionales, a la que se refería Putin en Múnich.

La rebelión de Maidán, a fines de 2013 y principios del 2014, apoyada por Washington, creó la condiciones para extender ese movimiento hacia Ucrania, donde las especiales relaciones históricas, políticas y culturales con Rusia plantearon nuevos desafíos.

Con los países bálticos incorporados a la organización, la frontera de la OTAN estaba ya a unos 600 km de Moscú. Rusia logró impedir que un nuevo “Maidán” pusiera en Minsk otro gobierno alineado con Occidente, impidiendo que la OTAN se instalara en toda su frontera europea.

Con la eventual incorporación de Ucrania en la OTAN, una nueva “Cortina de Hierro” aislaría Rusia de Europa, con una frontera desde el Báltico hasta el mar Negro, solo interrumpida por Bielorrusia. La intervención militar rusa en Ucrania tiene entre sus principales objetivos –definidos por el presidente ruso– evitar esa situación.

Desde el Maidán, las tensiones entre Kiev y los habitantes de los territorios ucranianos fronterizos ­–las repúblicas de Donetsk y Lugansk, y las provincias de Jersón y Zaporozhie– se fueron transformando en enfrentamientos armados cada vez más frecuentes. Los intentos por resolver el conflicto entre separatistas prorrusos y el gobierno ucraniano con los Acuerdos de Minsk I y II, en 2014 y 2015, fracasaron.

No solo fracasaron, sino que dieron pie, años después, a una revelación poco usual en el escenario político internacional. El entonces presidente francés, François Hollande, y la canciller alemana, Angela Merkel, teóricamente garantes del acuerdo, reconocieron que esas negociaciones no tenían más objetivo que darle tiempo a Ucrania para fortalecer sus fuerzas armadas.

“El acuerdo de Minsk fue un intento de ganar tiempo para Ucrania”, dijo Merkel en una entrevista con el semanario alemán Die Zeit. Merkel había dicho al Die Zeit que el problema no se iba a resolver, pero que la negociación le iba a dar a Ucrania un “tiempo precioso”.

En diciembre de 2022, el periódico Kyiv Independent le preguntó a Hollande si él también creía que las negociaciones de Minsk tenían como objetivo retrasar los “avances rusos” en Ucrania. –Sí, dijo. Angela Merkel tenía razón en este punto. Los acuerdos de Minsk detuvieron la ofensiva rusa por un tiempo.

Putin, por su parte, se dijo sorprendido por la declaración de Merkel: –Me tomó completamente por sorpresa. Es decepcionante. Honestamente, no esperaba algo así de la excanciller, afirmó.

Sumada a la desconfianza creada por el no cumplimiento de la promesa de no acercar la OTAN a la frontera rusa, el reconocimiento de que no se negociaba seriamente un acuerdo en Minsk generó un clima enrarecido –decepcionante, en palabras de Putin–, sin espacios para nuevos diálogos en este escenario internacional.

De Lisboa a Vladivostok

En 2010, en visita a Berlín, Putin había sugerido integrar Europa con Asia, desde Lisboa hasta Vladivostoky y había consultado la posibilidad de incorporarse a la OTAN.

¿Por qué nada de eso se hizo realidad? ¿Cuáles eran los intereses que impedían a Europa transformarse en un enorme bloque político, consolidado geográficamente, con enormes reservas energéticas, que podían ser el resultado de un acuerdo con Rusia? ¿El problema ruso?

En la respuesta a esta pregunta reside el secreto de la actual situación en Europa. Que no es sencilla lo demuestra, por ejemplo, la opinión de la escritora Monika Zgustova, de origen checo, colaboradora asidua del madrileño diario El País, para quien “politólogos y kremlinólogos interpretaron sus palabras como un deseo de que algún día el imperio ruso se extienda de Vladivostok hasta Lisboa”.

Pesó más la tentación de asaltar Moscú, la fantasía peligrosa de dividir Rusia en múltiples Estados, de desarticular el país más vasto de la Tierra, en abrir una caja de Pandora que –esa sí– habría puesto el mundo en una ruta inestable, imposible de predecir.

Esa integración entre Rusia y Europa era probablemente a lo que apostaba el excanciller alemán Gerhard Schröder (98-2005), cuando asumió la presidencia de la Junta de Accionistas de la empresa Nord Stream AG, encargada de la construcción y operación de los gasoductos que asegurarían el abastecimiento de energía rusa a la industria alemana, a precios competitivos.

Hoy los líderes alemanes –el canciller Scholz; la ex “peacenik” Annalena Baerbock, encargada de la política exterior alemana; o la también alemana Ursula von der Leyen, presidente la Comisión Europea– no quieren siquiera salir en la foto con Schröder, a quién evitan cuidadosamente, si en algún evento oficial está presente.

Que Estados Unidos no iba a permitir que el Nord Stream funcionara me pareció siempre una evidencia. Pero las consecuencias de eso para Europa también lo eran, sobre todo para la economía alemana, que ha entrado en recesión. Las previsiones son de que tendrá un crecimiento negativo, de 0,5%, por segundo año consecutivo. Se peor escenario en los últimos 20 años.

Derrotar a Rusia

“La Unión Europea debe dar todas sus armas pesadas a Kiev. Este problema debe resolverse ahora. Nosotros tenemos gran experiencia, y entendemos que Europa no necesita esas armas: tanques, vehículos de infantería y otros armamentos, que no sirven para una próxima guerra. Deberían donarlas todas a nosotros, como lo ha hecho Dinamarca”. “Nosotros estamos preparados para hacer efectiva la tarea de destruir la Federación Rusa, dijo el consejero de Seguridad Nacional de Ucrania, Aleksey Danilov.

¿Destruir la Federación Rusa? Es difícil imaginar que Ucrania pueda hacer eso. Al iniciarse el tercer año del conflicto la iniciativa militar está en manos rusas. Pero, como veremos, analistas ucranianos y occidentales no abandonan la expectativa de una victoria militar.

Para el ex Secretario General de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, es incorrecto hablar de un “empate” en la guerra. En un artículo escrito para Foreign Policy asegura que los medios para el triunfo de Ucrania permanecen firmemente en manos de Occidente. Cita la situación en el Mar Negro, donde afirma que las fuerzas ucranianas han tenido éxito en sus ataques a la flota rusa. “Si los ucranianos reciben las armas que necesitan, han mostrado que las saben usar muy bien. Por eso estimo que debemos levantar todas las restricciones que nos hemos autoimpuesto para el suministro de armas”, dijo Rasmussen.

En los esfuerzos por derrotar a Rusia se están moviendo dos escenarios. En el militar, la propuesta es entregar a Ucrania más y más potente armamento, capaz de golpear muy adentro en el territorio ruso. En el económico, multiplicar el universo de sanciones pero, sobre todo, resolver las dificultades legales para entregar a Ucrania unos 300 mil millones de dólares de depósitos rusos, congelados principalmente en Bruselas y Estados Unidos.

Sobre lo primero, el canciller ruso, Sergei Lavrov, afirmó que se trata de “dar a Ucrania más armas de largo alcance para que lleguen al corazón de Rusia y así sembrar la confusión y el pánico y minar la confianza de la población”.

Lawrence D. Freedman, profesor emérito de estudios de la guerra en el King’s College London, argumenta en el mismo sentido, en artículo publicado también en Foreign Policy el pasado 23 de febrero. Para derrotar a Rusia, Ucrania necesita armas de largo alcance, afirmó.

¿Por qué Occidente debe seguir armando Ucrania?

Freedman reconoce que Ucrania enfrenta dificultades en el terreno de batalla. Pero, en su opinión, ninguna compensa el peligro evidente de un triunfo ruso para Europa, lo que la obligaba a hacer permanente el apoyo a Kiev.

Rasmussen se preguntaba ¿por qué Occidente debe seguir armando Ucrania? Su respuesta era porque Ucrania estaba “peleando en representación nuestra”. “Están sufriendo no solo para proteger a su país, sino a todo el continente europeo contra una Rusia agresiva”.

Desde la perspectiva norteamericana –agregaba– la ayuda a Ucrania representaba apenas 3% o 4% de su presupuesto de defensa (lo que no es poco, pues el presupuesto de defensa de los Estados Unidos es mayor que el de los otros diez países que lo siguen, en conjunto). Para Rasmussen, por esa “pequeña cantidad de dinero los Estados Unidos han logrado una degradación significativa de la fuerza militar rusa”.

Derrotar a Rusia

Digamos que eso es así. Pero todavía deberíamos responder por qué es tan importante “destruir la Federación Rusa” ….

Putin busca una explicación en el mundo surgido después de la derrota en la Guerra Fría. Está en su discurso del 24 de febrero de 2022, en el que explicaba sus razones para ir a la guerra. Hemos visto un estado de euforia creado por un sentimiento de absoluta superioridad, una forma de moderno absolutismo. Después de la desintegración de la Unión Soviética, Estados Unidos y sus aliados occidentales trataron de darnos el golpe final, de destruirnos por completo, afirmó.

Putin recordó que en diciembre de 2021, semanas antes del ataque a Ucrania, hicieron una nueva propuesta a Estados Unidos y a sus aliados sobre seguridad europea y la no expansión de la OTAN hacia el este.

“Cualquier expansión de la infraestructura de la OTAN o de implantarse en territorio ucraniano es inaceptable para nosotros”, agregó, señalando que para Estados Unidos y sus aliados se trata de un avance en su política para contener a Rusia. “Para nosotros es una cuestión de vida o muerte, de nuestro futuro como nación”.

Me parece que, en esa discusión, no siempre se pone la debida atención al hecho de que el conflicto está en la frontera rusa. No son los rusos los que han avanzado hacia Occidente o instalado sus armas en las fronteras occidentales. Ese aspecto geográfico es un factor de enorme peso para cualquier consideración sobre esta guerra.

También siento falta de otro argumento: en este caso, sobre la anexión de Crimea a Rusia. Se trata de los antecedentes gracias a los cuales Inglaterra reivindica su soberanía sobre las islas Malvinas. Es un argumento basado en la voluntad de sus habitantes, instalados allí luego de una ocupación militar. Poca (o ninguna) diferencia hay con el caso de Crimea.

La expansión rusa

Tucker Carlson, luego de su entrevista con Putin, hizo diversos comentarios sobre lo conversado. Aseguró que “solo un idiota puede creer que Rusia planea su expansión”.

¿A qué territorio puede aspirar Rusia? Uno debería preguntarse cuál sería el objetivo de un tal avance sobre países de la OTAN. ¿Qué sentido tendría para Rusia? ¿Qué ganaría con ello?

Putin ha reiterado que ese no es su objetivo, que no tiene ningún interés en conquistar Ucrania, ni atacar Polonia o Letonia, lo que lo pondría en guerra directamente con los países de la OTAN, incluido Estados Unidos. O sea, una guerra nuclear. Pero, en Occidente, se usa este argumento para justificar ante sus ciudadanos la demanda de nuevos recursos para apoyar a Ucrania.

Alexander Wardy y Paul McLeary, periodistas de Político, afirman que, para Occidente, solo hay un “Plan A” en esta guerra: derrotar militarmente a Rusia.

En su artículo, citan al ministro de Relaciones Exteriores de Ucrania, Dmitró Kuleba, diciendo a los europeos que cuando oyen que las fuerzas ucranianas se retiraron de Avdiivka, deben pensar en que los rusos están ahora un poco más cerca de sus casas. Hay que ver un mapa para dimensionar la afirmación de Kuleba.

Desde el punto de vista de Putin, sin embargo, el argumento le puede servir para explicar por qué decidieron reaccionar ante los avances de la OTAN hacia sus fronteras.

El “Plan A”

La idea del “Plan A” es la misma que defiende el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel. “Una derrota de Ucrania no puede ser una opción. Todos entendemos muy bien cuáles serán las consecuencias devastadoras para Europa y los valores que representamos y para el mundo. Por eso es crucial actuar”, dice Michel, un político belga conservador como todos los que controlan las instituciones europeas. Las declaraciones las dio a la corresponsal de El País, en Bruselas, María Sahuquillo, un periódico que, como la casi totalidad de los grandes medios europeos, han transformado el periodismo en un arma de guerra. El escenario se mira desde un solo punto de vista, lo que no contribuye, ni a una opinión informada, ni a una búsqueda realista de solución al “problema ruso”. Por eso se pusieron tan enojados con la entrevista de Carlson a Putin, al que llamaron de “traidor”.

Hay poca reflexión, casi ningún intento de pensar en cómo llegaron a esta crisis, ni si –quizás– existen otros planes, “B” o “C”, para encontrar una salida.

Al final, por lo menos en la visión de los líderes occidentales, el “problema ruso” se resume en “las consecuencias devastadoras para Europa y los valores que representan y para el mundo”, que el triunfo de Moscú podría amenazar. En todo caso, sobre el control de partes del territorio de Ucrania por Rusia –como dijo Putin a Carlson–, hay formas de resolverlo dignamente. “Hay opciones, si hay voluntad”.

El problema ruso

Al final, el “problema ruso” es el que planteó la Subsecretaria de Estado Victoria Nuland, en un comentario para CNN: «Francamente, esa no es la Rusia que queríamos. Queríamos un socio que se iba a occidentalizar, que iba a ser europeo. La Rusia de hoy no encaja en la imagen que Estados Unidos quería ver”.

Nuland tuvo un papel clave en las protestas de Maidán, en la “revolución naranja” que puso en el poder a los aliados de Occidente en 2014. Pero no resulta ocioso volver (nuevamente) la mirada a las advertencias del notable diplomático norteamericano, George Kennan, y a su artículo, publicado el 5 de febrero de 1997, en el New York Yimes.

Kennan se refería a la propuesta de incorporación a la OTAN de tres antiguos países del bloque soviético: Polonia, Hungría y República Checa, que se materializarían dos años después.

Su artículo (que ya hemos citado otras veces), se titulaba “Un error fatal”. Claramente hablando –decía Kennan en 1997– “la expansión de la OTAN puede ser el mayor error de la política norteamericana en todo el período posterior a la Guerra Fría”.

Una tal decisión –agregaba– probablemente despertará tendencias nacionalistas, antioccidentales y militaristas en Rusia, tendrá un efecto adverso en el desarrollo de la democracia en Rusia, restablecerá la atmósfera de la Guerra Fría en las relaciones entre el Este y el Oeste y “empujará la política exterior rusa en direcciones que decididamente no serán de nuestro agrado”.

Nada de eso se puede entender sin una mirada un poco más amplia a la situación del mundo. Serhii Plokhy, director del Instituto de Investigación Ucraniana de Harvard, y Mary Elise Sarotte, profesora distinguida de Estudios Históricos en la Universidad Johns Hopkins, en un artículo sobre la ubicación de Ucrania en el escenario de la post Guerra Fría (“The shoals of Ukraine”, Foreign Affairs, nov 2019), se refieren al papel de una Rusia que, desde su punto de vista, se resiste a reconocer su lugar, luego de la desaparición de la Unión Soviética.

Se refieren a la desaparición de una gran potencia: “La Unión Soviética puede haber dejado de existir en el papel, en diciembre de 1991, pero su influencia no. Los imperios no desaparecen simplemente. Mueren lenta y desordenadamente, negando su decadencia cuando pueden, cediendo sus dominios cuando no tienen alternativa y lanzando acciones desesperadas cada vez que ven una oportunidad”.

Me parece una descripción perfecta del comportamiento de los Estados Unidos actuales, aunque esa no es, naturalmente, la intención de los autores.

Andrés Ortega, investigador senior asociado del Real Instituto Elcano y director del Observatorio de las Ideas, publicó en abril del año pasado un artículo sobre la “Arrogancia occidental y vasallaje europeo”, en “Agenda Pública”, de El País.

Nos recuerda que ya desde mediados de la década pasada la economía occidental es más pequeña que el resto del mundo, que “el mundo ha cambiado, pero Occidente parece no enterarse”. “No solo quiere defender sus intereses, valores y modos de vida, lo que es normal y legítimo, sino dar lecciones a los demás”.

Dados los intereses involucrados, los recursos invertidos, las naciones participantes, el conflicto en Ucrania no puede ser visto más que como la nueva forma de una guerra mundial. Después de la I, la II y la Guerra Fría, sería la IV. A quienes tratábamos de imaginarnos como sería, ahora la tenemos ante nuestros ojos. Es la que puede ser, antes de la última, la nuclear. Mientras tanto, Alemania decide si le entrega a Kiev armas de largo alcance, capaces de bombardear Moscú.

FIN

Rusia en la OTAN

Oscar Madrigal

Eran los tiempos cuando Putin era recibido y hablaba ante el Parlamento alemán y hacía citas de Kant en un perfecto alemán y Merkel hablaba en Moscú en un perfecto ruso. Ambos coincidían en casi en todo, los gaseoductos, el comercio, menos en la aversión enfermiza de Merkel por los perros.

Putin era importante amigo de casi todos los líderes del mundo, protegido en sus políticas de privatización y explotación de los recursos naturales y fuente indispensable de materias primas de eso que llaman Occidente.

Confiesa el propio Putin que en la última visita del presidente Clinton a Moscú, entre en serio y en broma, le manifestó la posibilidad del ingreso de Rusia a la OTAN. Las relaciones entre Rusia y la OTAN eran cordiales, tenían un convenio entre ellos e incluso se constituyó el Consejo Rusia-OTAN. El asunto podía ir en esa dirección.

Sin embargo, las cosas después comenzaron a empeorar. Putin “descubrió” que había 25 millones de rusos regados por todo lo que había sido el territorio de la URSS y el campo socialista y que había que proteger y defender. Redujo a sangre el propósito de Chechenia, invadió Georgia para proteger a dos territorios y se anexó Crimea como si se trata de dar y quitar jocotes o guayabas. La OTAN por su parte bombardeó Kosovo de manera sangrienta violentando el derecho internacional y sus propios fundamentos.

El resultado de todo fue que las relaciones de Rusia y la OTAN se debilitaron. En ese periodo la OTAN se hizo el doble de grande ya que se adhirieron muchos nuevos países. Debería llamar a la reflexión que de los 30 países que hoy forman parte de ese Tratado, 14 son países exsoviéticos o que fueron parte del llamado campo socialista. ¿Por qué todos ellos corrieron a esconderse en el paraguas de la OTAN y no de Rusia?

Putin cumple 20 años en el poder, está a punto de romper la marca de Stalin. Convirtió a la Iglesia Ortodoxa en el fundamento ideológico de su régimen, persiguió a los homosexuales, prohibió el matrimonio entre personas del mismo sexo, eliminó a la oposición política, fortaleció su poder a base de un nacionalismo extremo.

La guerra en Ucrania está en una escalada muy peligrosa, incluso se plantea el uso de armas atómicas con carácter táctico. Los EEUU no tienen el menor interés en una salida negociada; probablemente presionen al gobierno de Ucrania para que no llegue a ningún compromiso. Mientras los muertos sean ucranianos y rusos, los EEUU pretenden alargar el conflicto, sabiendo de antemano que es imposible vencer militarmente a Rusia. Las conversaciones para un arreglo están cada vez más complicadas, a pesar de que ya Ucrania aceptó convertirse en un país neutral, pero no se sabe mediante qué condiciones.

A situaciones complejas, soluciones sencillas: lo propio es que Rusia ingrese a la OTAN.

Si en el pasado Putin lo consideró, tal vez ahora pueda volver sobre la idea. Ello le garantizaría a Rusia que un ataque a su país se tomaría como un ataque a todos los países miembros. Estaría garantizada su seguridad.

En América Latina también podría ampliarse el TIAR con EEUU, para, cuando este y otro país agreda o invada a otro, se tome como una agresión contra todos sus miembros.

Los llamados “sapiens” como que solo sabemos convivir en un contexto de fuerza, principalmente militar. La disuasión entre unos y otros parece solo posible mediante el equilibrio de fuerzas. Quizás la incorporación de Rusia a la OTAN salvaguarde la seguridad para todas las potencias.

Que esa idea es una locura… Probablemente. Pero así está el mundo.

En medio de la escena surrealista ¿dónde quedó la razón?

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

El extravío de las gentes en medio de esta extraña encrucijada histórica en que nos encontramos es tal, que sólo podemos aproximarnos a ella desde una perspectiva surrealista, recordando a Bretón y a Buñuel con las genialidades cinematográficas de este último, con su increíble pieza “L´Âge d´or” de 1930, y su más reciente suculento y discreto encanto de la burguesía, que nos dejaron con la boca abierta en muchos sentidos. Aquí no tiene cabida el panlogismo hegeliano de que todo lo real es racional y todo lo racional es real, ya el sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) nos había expresado hace un siglo atrás que hay muchos tipos de racionalidades -por así llamarlas- entre ellas la racionalidad instrumental que se contrapone a aquella otra sólo basada en valores, pero no los de la bolsa.

Es así como los que culpan a Vladimir Putin de haber lanzado una agresión militar a su país vecino olvidan que fue el régimen, surgido del Euromaidán de febrero de 2014, el que ha venido librando una guerra no declarada contra la otra Ucrania, la que quedó excluida del poder con ese golpe de estado. La única diferencia es que ahora los gobernantes rusos decidieron actuar y darle un nombre a su acto de fuerza.

Si la invasión la hubieran ejecutado los EEUU y sus aliados no habría ningún problema ni tantas exclamaciones pudibundas acerca de las soberanías jamás respetadas por occidente: El 18 de marzo de 2003 los EEUU con el concurso de la Gran Bretaña y España atacaron inmisericordemente a Irak, incluso sin el aval del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, al haberse opuesto Francia, Alemania y Rusia a ese acto de fuerza, destinado al parecer a eliminar unas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron, en cambio una nación entera fue destruida, humillada y envilecida hasta lo más hondo (racionalidad instrumental vs racionalidad fundada en valores, no los de las bolsas- valga la reiteración- que cayeron en estos días, al calor de la guerra también económica (con sanciones imperiales y todo) emprendida por la OTAN y sus patrones americanos para aplastar a Rusia.

No logro ver las ventajas de un mundo unipolar, en medio de esta escena más que surrealista. dejémonos de tonterías, aquí hay demasiadas cosas en juego, tantas como la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial que no lo duden, sería la última. Tampoco veo en las imágenes de Ucrania a combatientes antifascistas, como los de aquella España Republicana (1931-1939), a la que muchos, demasiados, apuñalearon y dejaron en el olvido. ¿Cómo es eso de combatientes contra el fascismo luchando al lado de los fascistas ucranianos? Algo no calza aquí, exijo una explicación, algunos amigos me dejan sumido en la perplejidad… tal vez en el Frente de Aragón puedo recordar en las viejas imágenes en sepia a las milicias anarquistas de la FAI CNT y del POUM, encarnado por una suerte de marxistas de línea trotskista luchando casi sin armas, tal como nos la describe George Orwell en su “Homenaje a Cataluña”, un encantador texto que hasta hace un par de año pude leer completo, mientras los estalinistas preparaban su golpe de fuerza en la Barcelona de mayo de 1937, esos que terminarían asesinando a Andrés Nin, uno de los líderes obreros más queridos de la Cataluña de entonces, por orden del paranoico José Stalin, el amo del Kremlin, bajo el pretexto de que los agentes de su NKVD estaban defendiendo a la Segunda República Española, pero de una manera condicionada, donde ellos definían lo que llamaban desviaciones peligrosas de lo políticamente correcto, a diferencia de lo que hizo el México cardenista de los años treinta con su inagotable generosidad. Todo esto no deja de ser una inmensa paradoja, volvamos al surrealismo y sus genialidades a propósito de lo absurdo, con sus pirotecnias que tanto nos entretuvieron y nos hicieron pensar…pensar, al menos pensar, no gruñir como alguna gente por ahí, en medio de tanta estulticia, en un mundo que se encuentra de cabeza.

¿Será Ucrania la tumba de Putin?

Oscar Madrigal

Las guerras, se sabe cómo empiezan, pero no como terminan.

Aunque Rusia derrotara al ejército ucraniano y ocupara todo el territorio, perderá la guerra.

Se convertirá en un ejército de ocupación, odiado por el pueblo; al fin y al cabo, tarde o temprano, tendrá que regresar a sus fronteras.

El descrédito internacional de Putin es masivo. Solo algunos personajes de la ultraderecha lo apoyan, tales como Bolsonaro y Trump o partidos como Vox o el Frente Nacional francés de Le Pen; los pueblos en Europa y el resto del mundo lo repudian. La izquierda casi en su totalidad condena la acción de Putin, con algunas pequeñas excepciones.

Las sanciones económicas impuestas al régimen ruso serán devastadoras y golpearán en primer lugar, (como siempre sucede) al pueblo ruso. Rusia sufrirá grandemente con las medidas económicas.

La guerra de Putin es una guerra entre imperialistas, ese es su contenido, su carácter. No es una guerra justa, sino una guerra para resguardar un régimen con pocas libertades y manejado por camarillas y mafias. Al igual que la OTAN.

Lenin, el forjador del primer estado proletario del mundo, ante la guerra imperialista planteó la consigna de la PAZ; rompió con la II Internacional precisamente porque la socialdemocracia apoyó la guerra. La izquierda ha sido una abanderada de la paz y siempre ha repudiado las guerras inter-imperialistas que solo perjuicios y muerte traen a los pueblos.

Putin inició una guerra para salvaguardar -esa es la justificación- sus fronteras, su seguridad. El resultado parece que conducirá al efecto contrario: fortalecimiento del belicismo imperial de la OTAN, desprestigio mundial, debilitamiento de Rusia y condiciones ruinosas en su economía.

En Ucrania Putin perderá su régimen. Todo lo presagia.

Biden y el retorno de la Doctrina Kennan

Germán Gorraiz López – Analista

Con Joe Biden podríamos asistir al retorno de la tesis geopolítica de George Kennan, diplomático y consejero de EEUU en la década de los 40 e ideólogo de la denominada política de contención de la URSS, quién afirmó que “decir que el derrocamiento de los regímenes hostiles a EEUU es el objetivo principal de los servicios de inteligencia de EEUU, es un secreto a voces”, doctrina que podría tener su plasmación en la previsible defenestración de Al Asad y Erdogan.

Hacia la balcanización de Siria

Zbigniew Brzezinski, ex-asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca bajo la presidencia de Jimmy Carter, advirtió sobre los peligros de una intervención en Siria y sobre el riesgo de una supuesta victoria de los rebeldes tras aseverar que “temo que la situación en Siria se dirija hacia una intervención estadounidense que carezca de eficacia» y expresar su perplejidad “tras la decisión de la CIA de desestabilizar Siria y derrocar a su Gobierno cuando los rebeldes son más hostiles para nosotros que Al Assad”. Con Joe Biden continuaría la estrategia diseñada por el general Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU con el entonces Jefe del Estado Mayor del Ejército de Defensa de Israel, Benny Gantz y que contaría con Jordania, Arabia Saudí, Turquía y Qatar como colaboradores necesarios para romper el Eje Teherán-Damasco-Beirut y obligar a Irán a renunciar a sus aspiraciones de la energía nuclear. Asimismo, según informa el diario israelí Haaretz, “Irán intentará aumentar considerablemente su presencia en Siria estableciendo una base aérea y otra naval”, lo que podría convertir a Siria en el portaviones continental de Irán y su grupo aliado Hezbolá, algo inadmisible para Israel que se vería obligado a dormir con sus más acérrimos enemigos.

Asimismo, el acuerdo de cooperación energética firmado en el 2011 entre Irak, Irán y Siria para la construcción del gasoducto de South Pars a Homms conectaría Irán con el Mar Mediterráneo y relativizaría la importancia estratégica del Proyecto del Gasoducto Trans-Adriático (TAP), (sustituto del fallido gasoducto Nabucco proyectado por EEUU para transportar el gas azerí a Europa a través de Turquía), así como el papel relevante de las monarquías árabes del Golfo como suministradores de crudo a Occidente, todo lo cual explicaría el afán de Qatar, Arabia Saudí y Turquía por defenestrar a Al-Asad, dentro del rol que se les ha asignado como peones de la partida geoestratégica que podremos contemplar en el próximo quinquenio.

En consecuencia, Al Asad podría convertirse en un obstáculo insalvable para el diseño de la nueva cartografía del Oriente Próximo, por lo que Putin y Biden podrían llegar a un acuerdo secreto en la Cumbre a celebrar en Junio entre ambos mandatarios para sacrificarlo en aras de lograr la pacificación del avispero sirio (previo desalojo de las tropas del ISIS que extenderán sus tentáculos hacia Libia y el Magreb) a cambio del cese de las sanciones económicas contra Rusia y la implementación de un nuevo status quo en Ucrania que supondrá la división de Ucrania en dos mitades casi simétricas (Sur y Este del país, incluida Crimea, bajo la órbita rusa) mientras el Centro y Oeste de la actual Ucrania navegarán tras la estela de la UE. Posteriormente, asistiremos a la partición de Siria en tres partes. Así tendremos la Siria alawita, protectorado ruso que abarcaría desde la costa mediterránea hasta Alepo, el Kurdistán sirio tutelado por EEUU y la zona sunita del sur sirio que se englobaría en el nuevo Sunistán sirio-iraquí, lo que unido a la división de Irak consagraría el triunfo de los esfuerzos de Israel para la balcanización de Siria e Irak, quedando tan solo el régimen teocrático chíita del Líder Supremo Ayatolah Jamenei como futuro objetivo de la estrategia balcanizadora de Brzezinski.

El delirio de Erdogan

Erdogan se negó a participar en las sanciones occidentales contra Moscú y compró a China misiles de defensa antiaérea HQ-9 y manifestó su deseo de integrarse en la Nueva Ruta de la Seda permitiendo inversiones del Banco Industrial y Comercial de China (ICBC) por lo que Erdogan sería un obstáculo para el diseño de la nueva doctrina de EEUU. En efecto, la nueva doctrina geopolítica de Erdogan pretende dejar de gravitar en la órbita occidental y convertirse en potencia regional, lo que implica que la lealtad a los intereses anglo-judíos en Oriente Próximo estaría en entredicho debido al fervoroso apoyo de Erdogan a la facción palestina Hamas y al consiguiente enfrentamiento con Israel así como la guerra sin cuartel declarada contra el PPK kurdo y su aliado sirio el PYD que chocaría con la nueva estrategia geopolítica de EEU. Así, la obsesión de Erdogan sería impedir el surgimiento de una autonomía kurda en Siria que sirva de plataforma al PKK por lo que el Congreso turco habría aprobado una ley que permite al Ejército turco (TSK) entrar en Siria e Irak para combatir a “grupos terroristas”, eufemismo bajo el que se englobarían no tanto el ISIS como el PKK y el PYD kurdo-sirio, aliado y hermano del PKK.

La frontera turco-siria sería el paso natural de los grupos yihadistas para abastecerse de armamento y sufragar el mantenimiento de sus operaciones militares mediante la venta de petróleo a precios irrisorios, términos reconocidos por el general Wesley Clark quien según la televisión libanesa de Hezbolá (Almanar) reconoció que “Turquía apoya al autodenominado Estado Islámico (EI) aunque nunca lo reconocerá” pero los bombarderos rusos sobre los tanques petrolíferos del ISIS supondrían un misil en la línea de flotación de los pingües beneficios obtenidos por Turquía mediante la reventa del crudo exportado por los yihadistas por lo que la miopía política de Erdogan le habría llevado a planificar el derribo del caza ruso SU-24.

Asimismo, la intervención turca en Libia para instalar una base militar que le facilite el control de las rutas gasísticas del Mediterráneo y así torpedear la construcción del gasoducto submarino EastMed, (iniciativa conjunta de Grecia, Chipre e Israel para transportar el gas de los yacimientos del Mediterráneo Sud-oriental a Europa) y convertirse junto con Rusia en los abastecedores únicos de gas a la Unión Europea. En este contexto, invocando el Derecho Internacional, Turquía exigió a Grecia y a Chipre una Zona económica exclusiva (ZEE), para explotar las importantes reservas de gas de la zona, tentativa que chocó con la frontal oposición de Francia que envió naves militares a la zona, con lo que Erdogan se habría granjeado la enemistad de Macron, Israel y del resto de la Unión Europea. Todo ello aunado con el hundimiento de la lira turca respecto al Dólar USD (14 % en el presente ejercicio) y el descontento popular ante la recesión económica que se avecina, podría provocar que el ejército turco (TSK) protagonice un nuevo golpe “virtual” o “posmoderno” que acabaría con el mandato de Erdogan, (rememorando el ‘golpe blando’ de 1997, cuando los generales kemalistas arrebataron el poder al Gobierno del presidente Necmettin Erbakanpor, quien lideraba una coalición islamista). Dicho golpe contaría con las bendiciones de Washington y Moscú al dejar Erdogan de ser un peón útil en el marco del nuevo escenario geopolítico mundial surgido tras el retorno al endemismo recurrente de la Guerra Fría entre EEUU y Rusia, quedando Siria y Turquía como portaaviones continentales de Rusia y EEUU respectivamente.

Biden: más allá de los insultos

Arnoldo Mora

Estrenando no más su mandato, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, ha desagradablemente sorprendido al mundo entero por el inusitado y brutal insulto proferido, en una entrevista a un periodista, al calificar de ”asesino” al presidente ruso Vladimir Putin; lo cual provocó, como era de esperar ante semejante agresión verbal, la inmediata respuesta del aludido; quien, no sólo devolvió el apelativo, sino que igualmente aprovechó la ocasión para mostrar una mayor madurez política al ofrecerle la posibilidad de un encuentro al más alto nivel. Lo anterior viene a agregarse a los reiterados ataques de Biden al gobierno chino; confirmando esta tendencia, recientemente en su primer encuentro con una delegación de alto nivel de la potencia asiática, los enfrentamientos fueron en extremo virulentos. Hemos de concluir, en consecuencia, que no estamos ante una escalada de exabruptos del anciano presidente yanqui, ni de una reacción agresiva debida solamente a su entorno inmediato, sino que debemos concluir que, en este caso, no se trata de una actitud personal, sino de una política de este gobierno, que no obedece a causas circunstanciales o coyunturales, sino a causas estructurales, que se expresan en una línea política claramente definida de antemano por el equipo que actualmente ha asumido las riendas de la Casa Blanca. Cabe, entonces, preguntarnos si no estamos ante la nueva versión de la Guerra Fría, que uno creería que había terminado con la caída del Muro de Berlín hace ya 30 años; podríamos, igualmente, pensar que Biden no desea proyectar una imagen de debilidad al asumir su gobierno; por lo que no quiere dar la impresión de que su política internacional, basada en priorizar los métodos tradicionales de la diplomacia, al asumir los problemas más álgidos dejados por su antecesor en el convulso escenario de la política internacional de una potencia imperial que viene dando, una vez sí y otra también, signos inequívocos de declive y de corrupción interna desde mucho antes de Donald Trump.

Esta posición me parece la más acertada. Toda la política exterior de este nuevo equipo demócrata busca debilitar, mediante un enfrentamiento directo, hasta ahora tan sólo en el campo político y no militar, al eje Pekín-Moscú; el cual, viene dando muestras fehacientes de haberse convertido en el nuevo centro del poder mundial. La pandemia provocada por el Covid.19, no ha hecho sino acrecentar la presencia planetaria de estas dos potencias, surgidas de sendas revoluciones inspiradas en el pensamiento marxista; dado que, si bien la pandemia surgió en una ciudad china, este país ha sabido superar la epidemia y sus secuelas, tanto sanitarias como económicas y políticas, con una solvencia que ha hecho palidecer y languidecer a las potencias occidentales. Las más derechistas de estas últimas han sido las que mayor fracaso han exhibido ante los ojos del mundo entero en el combate a la epidemia; Estados Unidos en América del Norte, Reino Unido en Europa y Brasil en Nuestra América, han sido los países con la mayor cantidad de muertos y contagiados por causa del covid-19; lo cual demuestra a ojos vista el fracaso estrepitoso de las políticas neoliberales impuestas por sus gobiernos; por su parte, las empresas transnacionales, que monopolizan los productos farmacéuticos en el mundo capitalista, acaparan la producción y venta de medicamentos, se han mostrado rotundamente insensibles e inhumanas en cuanto a la distribución de la vacuna. Por el contrario, Rusia, China y la India, por no mencionar a Cuba, que ha demostrado, una vez más, ser una potencia en ciencias médicas, han sido de una encomiable generosidad y solidaridad con todos los países, pero especialmente con los más marginados.

Ante esta incuestionable realidad, la debilidad del otrora incontestable poderío yanqui en la escena mundial, es patente. Los Estados Unidos evidencian estar siendo afectados por profundas e irreparables grietas internas; su mayor debilidad no está fuera sino dentro de sus fronteras; el intento de golpe de Estado, perpetrado por una horda de trumpistas y el desconocimiento de la legitimidad del resultado de las últimas elecciones presidenciales por parte de la mayoría de los que votaron por Trump, demuestra que las heridas provocadas por el ascenso de la extrema derecha en ese país, no ha hecho sino rasgar profundamente el vínculo que unía a unos estados, que hoy confirman que están más desunidos que nunca desde los ya lejanos días de la Guerra de Secesión. La pandemia hizo de Lincoln su principal y más ilustre víctima; más bien, esta epidemia desencadenó una crisis que venía incubándose desde décadas atrás. Todo lo cual no es más que la verificación de una ley de la historia, según la cual cuando un imperio decae, sus divisiones internas se hacen más y más profundas e irreversibles. Las contradicciones internas y no los enemigos de fuera son la causa de la caída de los imperios; desde “La Ciudad de Dios” de San Agustín, lo sabemos. En un imperio universal no hay política exterior, porque para sus dirigentes no hay exterior, todo el planeta está sujeto a su jurisdicción; para un imperio planetario no hay conflictos externos, todos son domésticos. Los Estados Unidos se erigieron por sí y ante sí en gendarmes del mundo; todo conflicto o crisis política, cualquiera sea el rincón del planeta donde se dé y cualesquiera sean las causas que la provoquen, debe ser dirimido según convenga a sus intereses; y para que, si a alguien se le ocurra pensar lo contrario, miles de bases militares están diseminadas en todo lado, hasta el punto de que el mundo entero podría convertirse en una prisión yanqui.

Pero las crisis internas de un imperio debilitan su poderío exterior; para ocultarlo, esos imperios se empeñan en seguir mostrando su poder dondequiera; para lograrlo, deben mostrar músculo y, si no lo pueden hacer con su fuerza militar, deben hacerlo con gestos y retórica de prepotencia y arrogancia; lo cual podría parecer histriónico, pero tratándose de potencias que poseen el más alto poderío nuclear, el riesgo de sobrepasar los límites pone en peligro de extinción a la especie humana más que cualquier pandemia provocada por la naturaleza. Una vez más se hace realidad aquello de que el mayor enemigo del hombre es el hombre mismo. Pero si el hombre es el causante de un mal, también el hombre debe ser el que produzca su curación. Todos los hombres y mujeres razonables y honestos del mundo, deben levantar su voz y emprender una cruzada en pro de la paz, una paz fundada en la justicia exigiendo el estricto cumplimiento de los principios del derecho internacional, encauzando los ingentes recursos económicos y científicos que hoy se destinan a la construcción de armas destructivas, a combatir la pobreza de los pueblos y a la defensa de la Naturaleza. Lo que no se haga en ese sentido no pasa de ser demagogia. Todo lo dicho, en las circunstancias actuales es algo más que una utopía, es un imperativo moral; más aún, es la conditio sine qua non que tiene la humanidad para lograr sobrevivir. La especie sapiens ha sido la más exitosa de todas las especies de mamíferos; lo cual la ha llevado a crear la más ingente acumulación de poder que jamás podría imaginarse. EL imperativo imprescindible en la actual encrucijada de nuestra historia, es poner ese inmenso poderío al servicio de las mejores causas. De no lograrlo, cualquier pandemia presente o futura, no será más que el preludio “de un apocalipsis anunciado”.