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Un fin de semana de disco rayado

Testamentum Ab Eo Tempore

Macv Chávez

Al día siguiente, después del concierto, desperté como siempre, como todo buen fin de semana, entre ocho y nueve de la mañana y de lo más normal, según yo al abrir los ojos. Pero, apenas se me fue el efecto sonámbulo del despertar recordé esas voces chillonas que me hacían recordar que el romanticismo era una cojudez y que debía mantener mi idea de casarme a los cuarenta como mínimo, si es que finalmente me animo a hacerlo con una persona realmente extraordinaria, con la finalidad de evitar todas esas babosas manifestaciones del amor corriente, esas que la gente solía reflejarlo perfectamente a diario, debido a que crecían como uno, influenciados por las torpes ideas sacadas de las películas sanvalentinescas y las telelloronas mexicanas, debido a que, cuando uno crecía en un hogar de bolsillos pobres, lo único que se ve es televisión nacional, algo que va de mal en peor: atrofiando la mente de los niños y jóvenes, dice mi madre al ver las estupideces modernas que dan mucho que hablar. Pero, felizmente ella siempre nos hizo ricos con su amor, motivo por el cual creo que, a pesar de que me ponía a ver novelas con ella -como lo suelo hacer hasta ahora-, pude trascender como persona, hasta lograr cuestionarme algunas cosas de la propia existencia como también de la sociedad en la que me he rodeado todos estos años.

“En qué me he metido” -eran las palabras que penetraban mi pensamiento aquel sábado, desde que desperté hasta que me dormí, incluso hasta que me levanté el domingo, como un disco rayado, debido a que me había comprometido en llevar 20 versos para el Slam del salón; encima tenían que ser románticos, porque esa cojudez le gustaba a la mayoría de las chicas y, por ende, como las chicas eran mayoría, debían ir dichos versos. Era una tarea bastante dura, lo más duro fue pensar y pensar cómo carajos iba a escribir todas esas barbaridades humanas que se les ocurre a los chiflados del corazón, tanto que estuve a punto de tirar la toalla el domingo antes del mediodía, sin importarme si iba a faltar a mi palabra, aunque en sí era algo que tampoco me podía permitir, debido a que mi madre desde siempre nos había enseñado a no comprometernos a nada que no pudiéramos cumplir, motivo por el cual, aunque muchas veces no quería hacer algunas cosas por diversas circunstancias de desánimo, lo terminaba haciendo, claro, siempre y cuando no perjudicase a nadie ni a mi ética o moral, porque esa era otra de las grandes enseñanzas de mi madre: “nunca hay que hacer daño a nadie”. Y así, por obra y gracia divina o de la sabiduría musical diaria mi madre decide poner Radio La Inolvidable, justo antes del almuerzo, mientras terminaba de cocinar, porque estaba cansada de la música de uno de mis hermanos.

“El amor es una gota de agua en un cristal”, sonaba en la radio a los segundos que mi madre había cambiado de emisora. Fue ahí cuando empezó el plagio que me llevó a estar aquí, sentado y escribiendo mis memorias como dizque escritor en modo “intento de pensador”, debido a que ese ejercicio de plagio se convirtió en una dizque adicción, aunque al principio no sabía que dicho acto me convertiría en un plagiador, porque simplemente yo lo veía como traducir la expresión de otros a mi propio lenguaje, algo que empecé aquel día desde las 12:30, aproximadamente, hasta las seis de la tarde, frenando solo a la hora de la comida, algo que para mí duró la velocidad de la luz, porque no recuerdo comer, pero sé que sí comí, porque mi madre siempre, hasta el día de hoy nos dice: “en comer está la vida”, y por esa razón esa fue mi principal preocupación de toda esta cuarentena, más cuando oía esos discursos trillados de político choro, dispuesto a aprovechar la oportunidad para mostrar su deshumanización disfrazada de salvador, por las que me llevé unos cuántos insultos, odios, como también amenazas y dizque amistades terminadas; pero en fin, es parte de disparar a quemarropa las cosas y verdades que la gente no quiere ver, porque está acostumbrado a un positivismo de autoayuda, ese mismo que en este preciso instante podría decir que lo que yo hice al principio fue crear y no plagiar, cosa que jamás negaré, porque en sí fue un plagio, por más que haya cambiado sus palabras por mis palabras, definitivamente es un plagio.

De ese modo el día lunes pude cumplir mi palabra, logrando llevar 26 versos. 6 más para que no me jodan, decía, porque sabía bien que las mujeres eran un poquito especiales. Además, no puedo negar que siempre me ha gustado presumir mi dizque inteligencia, no en mala onda, sino en plan “no me jodan ni me agarren de cojudo”, puesto que algunas o algunos suelen abusar de las personas cuando son buena gente. Algo que las chicas tomaron con su sonrisa contenta y sorprendidas, porque habían pensado que no iba a ser capaz de hacerlos. Pero, finalmente cumplí y no solo eso, porque el día lunes al volver a casa continué traduciendo las canciones cada vez que oía una en la radio o en mis pensamientos. Una tarea que empecé a realizarlo desde aquel día hasta el final de mi tiempo, bueno, eso espero, porque si no puedo morir mientras escribo tendré la peor de las malas suerte. Pero al menos no dejaré de escribir, aunque sea solo para mí, tan igual como lo hacía al principio, porque cada que tenía la oportunidad de traducir alguna canción lo hacía, cogía cualquier cuaderno o papel y me ponía a escribir en forma de dizque poemas, hasta terminar la idea para finalmente dejarlo por ahí, por aquí y por allá, algo que a mi madre siempre le irritaba, porque soy un tanto desordenado en ese aspecto, por más que con el tiempo he aprendido a tener un cierto orden, todavía reniega con mis desórdenes que no toca, porque sabe que me enfado si termina botando o moviendo algo por error, ya que cuando los necesito no los encuentro, porque ella sabe bien que en mi desorden tengo mi propio orden, y por eso por más que no deja de renegar ni de amenazarme con que va quemar todos mis escritos por desordenado, sigue respetando mi desorden, aunque a ella le gusta tener su casa en orden.

Finalmente las chicas hicieron para el salón el famosísimo Slam, poniendo “mis versos” en los encabezados de algunas páginas, antes de cada pregunta, esas mismas que fueron llenadas por más de la mitad con esa transparencia que solo la inocencia ilusa de mi época podía permitir a las mujeres a ser lo más sinceras o ilusas posibles, claro, nunca dejaron de faltar sus pillinas, de las que ya sabíamos todo su kilometraje, los mismos que solían tener algunos varones que se creían los galanes de cine de barrio, cosa que nos causaba gracias a mí y a Danny, porque la mayoría era bastante inocente para pensar que el chismógrafo del salón iba a quedar en la persona que era dueño de él, una cosa bastante ilusa, porque era evidente que cualquier ser humano que tenía en sus manos el cuaderno podía enterarse de sus confesiones, confesiones que iban desde las causas de solidaridad con Mafalda, porque no le gustaba la sopa, hasta las eróticas que consistían en confesar el nombre del desvirgador, “el macho alfa”, según la costumbre estúpida de la época, ese que en su mayoría era el pirañita de moda, el futuro aspirante de Piedras Gordas o Castro Castro, porque lastimosamente en un colegio nacional la realidad era bastante delincuencial, al punto de que para ese año algunos de mis compañeros ya eran tirapiedras y chaveteros, algo que algunas veces me causaba terror, algo que me hacía pensar en volver a mi pueblo natal, donde todavía los chibolos eran medio cojudos, aunque en sí eran cojudos que se creían pendejos, algo que todavía era sobre llevable, porque en mayoría en mi salón anterior, en mi tierra natal, todos eran casi de mi edad, en cambio en este, muchos creo que ya tenían DNI o estaban próximos a él, porque sí había una gran diferencia de edad, de unos tres a más años, y aquel entonces el DNI era solo azul, para mayores de edad, cosa que me hizo recordar a mis últimos años de primaria, donde el más chibolo de mi salón tenía 15 años, claro, el más chibolo fuera de mí, porque yo tenía 10 y 11, algo que en sí no me chocó mucho, debido a que desde muy pequeño siempre he estado acostumbrado a estar en las reuniones o conversaciones de los adultos, sobre todo en las reuniones o fiestas familiares, simplemente porque era bastante curioso del saber, y siempre quería saber más, cosa que sabía bien que en los viejos lo iba a encontrar, algo que les llevó a mis amigos de la tercera edad a decirle mi madre algunas veces: “ese muchacho es malcriado, debes enseñarle que en conversaciones de adultos no se meten los mocosos” y cosas por el estilo que a estas alturas no recuerdo, porque en sí nunca les hice caso, a pesar de que mi madre era la que sufría algunas cuantas llamadas de atención de parte de los terceros que no sabían perder ante un mocoso preguntón.

Cuando llegó el Slam a las manos de Danny, dicho cuaderno comenzó a llenar su reloj de arena, porque lastimosamente las preguntas se prestaban para el buen uso del sarcasmo, como también de la pendejada, pero desde un punto de vista irónico, porque a Danny y a mí nos gustaba el humor racista, perdón, negro, motivo por el cual acordamos que íbamos a poner nuestras respuestas monses, porque en más de una éramos unos hijos de papi y mami aún, porque todavía estamos en el pañal de la inexperiencia, razón por la cual nuestras respuestas eran las más inocentes del salón, y en otros numerales, que podía estar arriba o abajo, según la elección de cada personaje, el real y falso, colocábamos las respuestas dispuestas a arruinar la sinceridad de los demás, porque en sí habíamos considerado que el Slam era un arma de doble filo muy peligroso, razón por la cual decidimos poner en una respuesta: “¿Qué te crees? ¿Hijo o hija de Magaly?”, haciendo alusión al Urraco, que era el nombre que Magaly Medina le había dado a las personas que le proporcionaba chismes para su programa de prostitución, perdón, televisión.

Hoy puedo decir que de ese tipo de respuestas estuvo lleno el Slam, gracias a dos personajes que habían nacido aquel día, recuerdo que uno era un actor porno y el otro un sex symbol, el papichulo del salón, algo que nos causaba gracia a los dos, porque mirábamos y oíamos a nuestras compañeras babear por el segundo personaje, como si fuera la máxima aspiración de su vida, al punto de que, si nos hubieran pedido exponer sobre la estupidez humana en ese momento, las hubiéramos usado de ejemplo, porque lastimosamente éramos muy amante de la flagelación, al punto de que si Cristo vivía en aquel tiempo nosotros hubiéramos sido sus flageladores, pero felizmente Cristo no era tan cojudo como para morir en nuestra época, razón por la cual ahí solo flagelamos a la mayoría de las mujeres de mi salón, porque también existían mujeres locas, pero respetables, admirables.

Recuerdo que, con nuestros personajes, en las cosas que supuestamente nos gustaban, pusimos poses sexuales en vez de música, leer u otras cosas, cosas que en realidad nos gustaban, hasta el punto de que fuimos tan pendejos que las chicas intentaron borrar nuestras respuestas originales y ficticias, porque nos habían vetado en el Slam por nuestra gracias, pero cuando finalmente lograron borrar todas nuestras preguntas se dieron cuenta que hubiera sido mejor dejarlo así, pues el Slam se echó a perder, ya que habíamos respondido en cuatro flancos. Esa era la operación: “jodamos esto”, cosa que lo logramos, porque cada 25% de hoja había un borrón, algo que les llevó a tirar a la basura el Slam para finalmente hacerse otro, donde evidentemente nosotros no éramos invitados de honor ni de nada, porque simplemente nos querían matar las chicas, a quienes agradezco infinitamente por ser tan cojudas, perdón, románticas, porque gracias a esa acción de “a ver hazlo tú”, que empezó en una y terminó en coro llegué a escribir y no con la intención de ser escritor, sino de dar aquellas palabras a la gente que lo necesitan, porque cuando ellas empezaron a leer los 26 versos que les había dado empezaron a decir “ay, qué bonito”, casi mismo dibujo animado que me encantaba ver, porque irónicamente cantaba: “Qué bonito, qué bonito, qué bonito mi -cualquier cosa que quería decir-“.

Lima, 18 de abril de 2020 a las 00:45 horas

 

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Macv Chávez