¿Cómo sacar un balón que se ha ido al fondo del corazón?
Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)
Era frecuente encontrárselo en la vieja avenida central en San José enfundado en un pantalón buzo y camiseta de tirantes. Sudaba copiosamente en su presentación, que consistía en manejar como verdadero malabarista una pequeña bola de tenis.
Su capacidad para controlar como artista las pequeñas proporciones de la pelota, le hacía ganar audiencias que celebraban sus rápidas hazañas.
También eran frecuentes sus presentaciones en el antiguo Estadio Nacional, en La Sabana, donde era invitado a los intermedios de los partidos internacionales a repetir su acto circense con la breve pelota de tenis rodando por todo su cuerpo menudo y musculado por la vida. Todos lo adoraban.
Le decían “Tango”.
Como si de una metáfora sobre los malabares de la vida y el cuerpo se tratara, el personaje bien podría haber sido una poesía sobre la capacidad de asombro, la emoción del equilibrio, el arte con los pies.
En estos días de tanta complejidad social y civilizatoria, hablar sobre fútbol desde un lugar implicado resulta una invitación a una disputa segura.
Dejando por fuera a quien por diversas razones (todas válidas) no se encanta por las maravillas de este deporte arte (el gol de Eder con Brasil en España 1982 es considerado el segundo mejor gol de la historia de los mundiales solo superado por la joya de Manuel Negrete en México 1986, el mismo mundial en el que se anotaría el mejor gol de la historia fuera de categoría por el mismísimo Maradona) surgen siempre voces ubicadas desde la seguridad intelectual y académica que les lleva a inferiorizar el gusto y el sentido social de este juego.
Recurro, como no, a Eduardo Galeano, el mismo a quien varios de estos sesudos intelectuales citan en sus trabajos sobre la realidad latinoamericana.
El uruguayo les dice, palabras más palabras menos, que le bajen dos rayitas a sus aires intelectuales sobre el fútbol-arte. A esta gente, que nunca vio a Tango bailar con su pequeña bola de tenis, Galeano les recuerda el potencial social y trasformador del fútbol, sin dejar de considerar sus contradicciones y paradojas, como cualquier actividad humana en estos tiempos.
En 1962 la selección rusa pasaba por San José en preparación para participar en el mundial chileno de 1962. En sus filas venía el mítico Lev Yashin, considerado a pesar de la posmodernidad y todavía, el mejor portero del mundo de la historia por encima de Curtois, Casillas y Navas.
A ese mito mi padre, con el que tantas veces vi a Tango en San José y en ese mismo estadio nacional, le empalmó un gol que todavía resuena en toda Mata Redonda. Esa pelota, un poquito más grande que la de Tango, entró lentamente “Al fondo del corazón”.
Eso es poesía.
Con este nombre publicamos hace unos años un libro a dos voces sobre esa gesta en Metáfora Editores (Guatemala), donde se incluye el siguiente texto con el que rindo homenaje sentido a esta particular forma de transformación de la realidad que resulta el fútbol:
XXXVIII
Tengo veinte años y no sé
si esto es el futuro.
Tengo veinte años
y la espalda
no deja de temblarme como voz
y sus tristes declaraciones de amor.
Tengo veinte años
y agarro tu mano
para enseñarte
esta película con el final que ya conoces:
Un portero vencido
un hombre condecorado
con tus ojos
y tus palabras
que vuelan.
Disfruten el arte de ver rodar un balón. Solamente eso. Déjense llevar. Otro mundo así también es posible.
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