¡DE VERAS HIJO..!
Por el periodista José Luis Valverde Morales
Nandayure, anciana indígena chorotega, perdida en los años quedó la belleza, el perfume de juventud, donde se adormeció para siempre el amor de Nicoyán.
Extraviada en los anales de la leyenda, sentada en el tablón del rancho mira el hastío de la tarde, mientras rebusca en los cabellos de su nieto Curime, juntos desgranan mazorcas de maíz, los granos tintinean en la roja vasija, donde se distingue entre todos los trazos la figura del mítico jaguar.
Días aciagos, el sol inclemente convirtió las hierbas en secas ramazones, el agua se esconde profunda, al final del barranco discurre silenciosa la quebrada.
Los animales de caza se adentraron en enmarañados montes, el rancho luce triste, la estera donde reposan tiene de huéspedes a los alacranes, venenosas criaturas aguijón en ristre.
En Nandayure se apagaron los colores en su otrora aguda vista, ahora mira desde el alma, mientras cavila en el mar insondable de los pensamientos.
En un arrebato de amor, atrajo hacia su descarnado cuerpo la oscura cabellera de Curime, los cachetes del niño rozaron sus flácidos pechos, otrora rebosantes tinajas, donde Nicoyán sació la sed fuerte del deseo, ahí se encendió muchas veces la pasión, transformada en la ardiente intimidad en jóvenes guerreros, hermosas doncellas.
De su boca desprovista de dientes, por la comisura de las arrugas, huellas indelebles de risas y llantos, salió la máxima, exclamada por sus ancestros, ahora tierra de polvorientos caminos.
“De veras hijo, ya todas las estrellas han partido, pero nunca se pone más oscuro que cuando va a amanecer”.
La imagen se perdió en los anales del tiempo, hoy son otros nubarrones en el horizonte de la patria.
Oro extraído en inclementes barriales de Crucitas, mísero poblado cerca de la frontera norte.
Humildes coligalleros esposados, mientras sus explotadores de aquí y allá, negocian el oro, patrimonio extraído del vientre de la patria.
Jóvenes ayunos de oportunidades, los sueños mutilados, mientras los criminales llenan de alucinaciones, dinero fácil, su perturbada cabeza.
En otro sitio se carcome la vida de muchachos, atrapados por tentáculos de muerte, zombis vivientes, en tanto los alcanza inmisericorde la parca.
Ancianos deambulando errantes de hospital en hospital o simplemente abandonados en la silla del pasillo, a la espera indefensos de la mano compasiva, piadosa, solidaria.
Mujeres temblorosas, su cuerpo frente al espejo es una mezcla de vanidad y miedo, ante las acechanzas de la calle.
El televisor se enciende, los políticos se acusan mutuamente, lanzan lodo, a veces extraído de nauseabundas fuentes del pasado.
En la comodidad de sus palacios se recriminan mutuamente, al filo de la tarde chocan sus copas de cristal, donde vierten carísimos vinos, sonrientes brindan abrazados a la buena vida, coyotes de la loma compartida.
En algún tugurio amenazado por la inclemencia de las lluvias, de tintineantes peroles recogiendo las goteras, alguna vieja abuela acaricia a su nieto: Kevin, Thiago, Jonathan, Cindy, Paola, Jennifer, le murmura al oído con un dejo de esperanza.
“De veras hijo…”.
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