El cinismo político, otro flagelo

Marlin Ávila

Marlin Ávila

Marlin Ávila.

 

En Honduras hemos pasado por etapas de movilización ciudadana inclusive, después de la tormenta tropical Mitch, lo que llevó a construir conciencia ciudadana en nuestra sociedad.  Ante las evidentes irregularidades en el manejo de las ayudas internacionales en auxilio para reconstruir el país, se presionó al gobierno liberal de ese entonces a constituir capítulos de transparencia ciudadana, lo que desembocó en la constitución del Consejo Nacional de Anticorrupción. También hubo exigencias para transparentar la gestión pública, constituyéndose el Instituto de Acceso a la Información Pública (IAIP). Fue en esos primeros años que se reformó la Contraloría General de la República y se constituyó el Tribunal Superior de Cuentas (TSC). Además, tuvimos la huelga de los jóvenes fiscales, algo que no logró obtener las reformas exigidas, aunque sí pudo fallecer cualquiera de los jóvenes participantes.

Sin embargo, los flagelos contra este empobrecido país en lugar de disminuir aumentaron. La cooptación política de tales instituciones destruyó su razón de ser. Se pasó de una corrupción selectiva a una corrupción generalizada y especializada, dependiendo de la escala social, empresarial y política de sus practicantes y de los niveles de fortunas o capital a que se refiera, sus fuentes y sus destinatarios. La tan llevada y traída transparencia gubernamental ha pasado a involucrar hasta a la conocida ONG Transparencia Internacional (TI) para hacer creer que su gestión es transparente, pese a ser éste el período de gobierno, junto con el de Roberto Micheletti Bain, de los más obscuros que se han conocido en el presente siglo.

La impunidad y el crimen organizado, o no, ha tenido un repunte en el presente siglo sin precedente alguno, hasta llegar a cumplir el record mundial del país más violento. Esto ha ido acompañado de otra distinción: ser el territorio por donde ha estado pasando más del ochenta por ciento de la droga que se dirige a los Estados Unidos de Norte América. Datos de algunos estudios post electorales, señalaron que mucho de los costos de la campaña electoral solamente pudieron ser financiados por el narcotráfico.

Estos flagelos obtienen fuerza mayor entre 2013 y 2015, cuando ya la ciudadanía se había desmovilizado, frustrada e incrédula de las recetas aplicadas y de las promesas de los políticos. La credibilidad institucional se fue al suelo. No ha sido hasta que recientemente, tres semanas atrás, que la ciudadanía encuentra un espacio para movilizarse nuevamente.

Sin embargo, los flagelos persisten y hay uno que se ha mantenido alimentado por la clase política, pero no ha sido considerado como tal. El flagelo del cinismo político.

Ese concepto del ser político es llegar a ser cínico y con arte, aunque se ha aceptado en los círculos políticos nacionales y regionales, se ha convertido en un flagelo que hace mucho daño a la moral social y,  en muchos políticos es casi inherente a ellos, visto y autocalificado como una cualidad en lugar de un grave defecto.

Hace poco, un dirigente del Partido Liberal criticaba a su presidente, Mauricio Villeda, argumentando que, aunque lo respetaba mucho, él no es político y no tiene por ello la capacidad de dirigir el PL. Queriendo decir que es un hombre que no es falso y no sabe mentir, por lo que es incapaz de mantener cohesionado el PL y engañar a miles de ciudadanos acostumbrados a ser ingenuos y creer en cantos de sirenas.

El concepto de cinismo proviene del latín cynismus aunque tiene origen griego. El término permite hacer referencia a la impudencia, la obscenidad descarada y la falta de vergüenza a la hora de mentir o defender acciones que son condenables, según las fuentes consultadas.

Consideramos el cinismo como un flagelo que también ha dañado mucho a la sociedad, puesto que esas conquistas ciudadanas de la primera década del presente siglo, hubiesen sido un avance en la construcción institucional democrática si los gobernantes no hubiesen sido sinvergüenzas y cínicos, al burlarse de su pueblo y traicionándole en sus conquistas. La burla, la desfachatez, en muchos casos, la obscenidad descarada y procacidad,  no ha sido solamente en elecciones amañadas, ha sido en los esfuerzos de fortalecimiento y reconstrucción institucional, defraudando las esperanzas más sanas de una sociedad que desea mejorar su calidad de vida.

Si hay algo que admirarle al Presidente de la República de Honduras es su capacidad política en el manejo de situaciones conflictivas de acuerdo al concepto criollo de ser político. Si estamos de acuerdo que el mejor político es el que mejor sabe mentir y enfrentarse a sus detractores más elocuentes con la tranquilidad y el cinismo más crudo posible. Hasta ahora ha sabido confundir a la ciudadanía sobre el enfoque de las marchas ciudadanas en cuanto a los principales responsables del gran desfalco a la salud. Ha logrado desviar el enfoque de juzgar a los Fiscales del Ministerio Público por negligentes. Ha persuadido a algunos sectores sociales para que entren en un diálogo manejado por su gobierno. Ha hecho creer a algunos grupos sociales que es su gobierno quien más ha perseguido a los carteles de la droga y no el gobierno de los Estados Unidos. Ha logrado la solidaridad de los gobernantes conservadores del primer mundo para financiar sus proyectos neoliberales; hace creer que se va a resolver el desempleo, que se resolverá el hambre; hace creer que toda la población enferma pobre, obtendrá los medicamentos sin tropiezos; privatiza el sistema de salud a manera que la ciudadanía olvide el crimen de lesa humanidad; legaliza lo ilegal; habla fuerte para  hacer pensar que es cierto que va a hacer caer y valla preso quien sea, sin discriminación alguna,  pero sin que se investigue su involucramiento y el de su equipo político en esos hechos corruptos; ya no disimula el hecho de ser quien maneja los tres poderes del Estado y sus instituciones contraloras, él perdona como condena a cualquier ciudadano, es juez, legislador, investigador y ejecutivo. Es decir, enarbola los principios de la honestidad, la transparencia y de la justicia, hace creer que trabajar y trabajar es sinónimo de eficiencia; todo esto sin mostrar la menor duda y sin inmutarse de manera alguna.

El Presidente actual es un joven que aprendió muy bien las artimañas y astucias de los viejos políticos que le acompañaron años atrás y les ha superado. Así que la ciudadanía indignada no puede cantar gloria todavía, aunque las marchas sean su mejor terapia actual. Se está enfrentando al líder político más astuto, calculador y frio de los últimos tiempos, quien está dispuesto a hacer lo que deba hacer para lograr sus objetivos y, como sabemos, éstos no son los de las mayorías empobrecidas, ni siquiera de la clase media que aun sobrevive. Los estereotipos y formatos aplicados en otros contextos seguramente no serán los más adecuados para la oposición, ahora identificada más como los y las indignadas.

 

Enviado a SURCOS Digital por el autor.

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