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El vetusto puentecito de los croatas

Obreros croatas construyendo el puente sobre el río Naranjito, en 1944.

Luko Hilje (luko@ice.co.cr)

Hace unos años le pedí a Brunilda, mi hermana mayor, las fotografías que se conservan en nuestros archivos familiares —reunidas en varios álbumes y cajas—, para escanearlas y dar copias a todos mis hermanos. Entre los centenares de imágenes que pude reproducir —aunque no he tenido tiempo de rotularlas, pues es una tarea sumamente laboriosa—, las hay de diversos tamaños. Aunque algunas son tan pequeñas que se necesita una lupa de gran aumento para distinguir quiénes son las personas retratadas, hoy las computadoras permiten hacer ampliaciones al instante, y me he entretenido mucho tratando de reconocer identidades, vestimentas y ambientes, que de inmediato lo transportan a uno gratamente al pretérito. ¡Cuánta nostalgia por las cosas idas!

Fue así como, entre las fotos de formato pequeño, aparecieron dos totalmente atípicas, pues no pertenecen al entorno hogareño, sino a uno rural y agreste. En ellas se observan unos hombres trabajando en la construcción de un pequeño puente de concreto, circundado por la vegetación característica del bosque seco que caracteriza a la vertiente del Pacífico del país.

Aunque, inicialmente, no reparé mucho en los detalles, un día me interesé más, y le pregunté a Brunilda qué sabía de esas imágenes, a lo cual me respondió que están en los archivos familiares porque esos trabajadores eran croatas, entre ellos nuestro padre, quien para entonces rondaba los 52 años de edad y tenía siete u ocho hijos que mantener. Además, me narró que las fotos datan de cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, se construía la Carretera Interamericana —iniciada en 1930—, y que el lugar corresponde a un punto cercano al muy cálido puerto de Puntarenas. Asimismo, me contó que alguna vez llegaron a almorzar en nuestra casa, en Naranjo, Alajuela, el ingeniero estadounidense que dirigía el proyecto y algunos de esos croatas. Supongo que fue este señor quien tomó las fotos para documentar gráficamente el avance del proyecto, y que les regaló copias a sus subalternos.

Dos trabajadores croatas conversando, sobre el puente del río Naranjito.

Ahora bien, dado que a menudo publico fotografías antiguas en la sección El Álbum, de la Revista Dominical del diario La Nación, en octubre pasado envié una de esas dos fotos, la cual acompañé con la siguiente leyenda: “1944. Obreros construyendo uno de los puentes en la Carretera Interamericana, cerca de Puntarenas. Entre ellos había algunos croatas, incluido mi padre, Pasko Hilje Vuleša”. Eso sí, persistía en mí la duda de si ese puentecito estaba en las inmediaciones de Esparza, pues sabía que papá había trabajado un tiempo en Macacona y Cambronero, pero no recordaba haber visto nunca un puente tan peculiar —pues no hay otro igual en la ruta— en ese sector de la carretera. Más bien, me parecía que era en las proximidades del cruce hacia Miramar.

Para mi fortuna, al día siguiente de que la foto apareció en la Revista Dominical, al conversar con el amigo Nelson Arroyo González —geógrafo jubilado de la Universidad Nacional, así como gran conocedor del territorio nacional—, corroboró mi conjetura de que ese puente aún existe, e incluso me especificó su ubicación exacta: sobre el río Naranjito, en una recta que corre en el tramo comprendido entre las instalaciones de la Refinadora Costarricense de Petróleo (RECOPE), en Barranca, y la localidad de Cuatro Cruces, que es donde está la vía que conduce al pintoresco poblado de Miramar, engastado en las alturas de la Sierra Minera.

Para que no quedaran dudas, esto lo refrendó días después Roberto Barahona Camacho, amigo turrialbeño cuya esposa es de Miramar, donde él vivió varios años. Además, me indicó que se llama el puente del Naranjito, y al valle se le conoce como el Bajo de El Naranjo”; asimismo, que el primero es un brazo o desagüe del río Naranjo, y que éste es el límite entre Barranca y el cantón de Montes de Oro. Y, para abundar, poco después Nelson le consultó a Maureen Morales Chacón, otrora estudiante suya que vive en Puntarenas y trabaja en Miramar, por lo que todos los días debe cruzar ese puente; ella también manifestó que el río se ha desbordado varias veces en ese punto, como ocurrió en octubre de 2023 y marzo de 2024, cuando hubo inundaciones que afectaron muy seriamente la circulación de vehículos.

Vista de una baranda del puente sobre el río Naranjito. Foto: Luko Hilje

Así que, ya aclarada su localización, mi deseo era conseguir fotos recientes del vetusto puentecito. Sin embargo, ahora voy poco por esa zona. Y, aunque mi hija y su esposo en diciembre fueron de paseo a Monteverde, el tiempo no fue el óptimo para tomar buenas fotos. La verdad es que temía no poder contar con ellas antes de que el puentecito pudiera ser demolido, debido a las nuevas obras de ampliación de la Carretera Interamericana.

No obstante, por fortuna, a inicios de febrero, gracias a un viaje de trabajo para un proyecto histórico-cívico que se realiza en el Parque Nacional Santa Rosa, pasé por ahí junto con el entrañable amigo Mauricio Ortiz Ortiz, empresario en el ramo de los fletes y las mudanzas internacionales, así como exembajador de Costa Rica en Canadá. Como la mañana era ideal para tomar tan ansiadas fotos, le comenté del asunto y, con la gentileza que lo caracteriza, accedió de inmediato a que hiciéramos una dilatada parada para captar imágenes del puente desde diferentes ángulos, incluido el cauce del río.

Vista parcial del puente sobre el río Naranjito, desde el cauce. Foto: Luko Hilje

Por cierto, al conversar con uno de los obreros que trabajan en el nuevo puente, me dijo que el puentecito será eliminado cuando se construya la otra mitad del gran puente que ellos están erigiendo, pues estorbaría para estas labores. Aunque lo presentía, me dolió mucho su respuesta, que me sonó lapidaria, como un veredicto cruel e inapelable.

Ignoro si en los 5470 km de recorrido de la Carretera Interamericana, desde la ciudad fronteriza de Nuevo Laredo, en Tamaulipas, México, hasta la población de Yaviza, sumergida en las selvas del Darién, en Panamá, habrá un puente igual. Tal vez sí, pues pareciera que no tiene nada de especial: mide apenas unos 50 m de longitud y es de líneas simples. Pero, eso sí, es tan firme, que ha soportado fuerte crecidas del río y terremotos, así como las vibraciones provocadas por el incesante flujo de automóviles, autobuses y muy pesados camiones de carga por nada menos que 80 años. Y ahí está, calladamente incólume.

En mi caso, ahora que he recuperado y comprendo su sentido y su significado, el puentecito tiene un inmenso valor sentimental, pues en sus bellamente sobrios bastiones y barandas están la impronta de mi padre y de varios de sus compatriotas. Laboriosos e infatigables extranjeros, ellos dieron lo mejor de sí mismos en esta y otras obras, no solo para ganarse la vida, sino que también para retribuir todo cuanto recibieron de su patria adoptiva.

El grande y nuevo puente en construcción, al lado del pequeño puente sobre el río Naranjito. Foto: Luko Hilje

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