La profunda crisis en la que navegamos

(“Que no se diga que no se dijo…”)

La gente se percibe menos representada y lleva una vida precaria con trabajos cada vez peores. El resultado es una mezcla de enfado, miedo y escapismo. Ya no se fía ni de los mismos hechos. Hay quienes le llaman populismo pero en realidad es descrédito de las instituciones”.

Noam Chomsky

 

Hace años, demasiados, navegamos en una crisis profunda. Tantos que parece que nos hemos acostumbrado a ella. No me refiero al saqueo de las arcas públicas, ni al tráfico de influencias, que están con nosotros desde tiempos inmemoriales, aunque se han hecho más notorios últimamente. Tampoco al anunciado colapso fiscal que es, más bien, una de las consecuencias de aquella.

En realidad, todo eso, y más, es síntoma de una crisis que subyace en el fondo, cuyas causas se hunden en las falencias de nuestra cultura política y cuyas consecuencias se extenderán más allá de los próximos cuatro años. Me refiero a la crisis de la democracia representativa; la que hace más de 40 años fue vislumbrada por Rodolfo Cerdas en términos de una crisis de la democracia liberal. A la que, hace unos 13 años, fue explícitamente advertida por Jorge Vargas Cullel, en términos de un riesgo de colapso democrático por dificultades de eficacia, representación y polarización.

UN TORTUOSO CAMINO HACIA EL ABISMO

Si la representatividad democrática falla, si los gobernantes electos no representan a todos, sino que sólo a la mayoría, una y otra vez; sin rendir cuentas y sin más consecuencia que perder las siguientes elecciones, entonces, el grupo de los inconformes, de los indignados, de los incrédulos, de los que se abstienen, de los excluidos, crece y crece como la espuma, como un mal presagio.

Pero si, peor aún, los presuntos representantes deciden sólo a favor de una pequeña élite, si gobiernan sólo para su pequeño grupo, después de haber prometido lo contrario para alcanzar los votos necesarios, entonces, la democracia representativa se corrompe y el pueblo soberano cae en la apatía y la anomia más evidente y peligrosa. La política misma se convierte en una estafa para los representados, frustración que se torna en furia, la que puede dar lugar a cualquier otro tipo de aberración.

Toda vez que el representante no representa al representado y que éste no puede exigirle que cumpla, el sistema de representación y la democracia electoral, que es su mecanismo, entran en crisis, naufragan en su propia contradicción. La democracia se niega a si misma.

UN TRISTE Y LAMENTABLE EJEMPLO

Tenemos ahora un ejemplo en esta elección, porque, tras el cuento de un gobierno de “unidad nacional”, un grupo de expertos del PLN, del PUSC y hasta del PAC, se aprestan para capitalizar un posible triunfo del PRN, o por lo menos eso quieren creer. Sin hablar de los objetivos, sin un acuerdo público, sin programa que quieran debatir. El partido Restauración parece ahora un cascarón vacío, una franquicia sin dueño que se pone en manos del mejor postor. Sin duda otra falsa promesa, una trampa para oportunistas. Pero, entonces ¿por quién, por qué y para qué votarán sus adeptos? Antes de la elección ya se ha burlado así el sistema de representación, siempre confiando en la ingenuidad del prójimo.

En tales circunstancias, los mercaderes de la publicidad también sucumben, porque sólo logran responder con lemas vacíos, golpes efectistas y encuestas dudosas y fallidas. La política desfallece en brazos del más descarado oportunismo, disfrazado de pragmatismo, en manos de la mercadotecnia y el show mediático.

EL FACTOR PRINCIPAL

En ese sentido, una serie de causas y efectos convergen y se acumulan en forma de espiral, con resultados cada vez más alarmantes. Podemos insistir por ejemplo, para sólo aludirlas, en las ilusiones propias de los procesos electorales que redundan una y otra vez en las mismas decepciones. Podemos señalar la eficacia coyuntural de la demagogia que pareciera pervivir, hasta hoy en día, sin aparente consecuencia. Podemos referir a la complejidad creciente de la gestión pública que dificulta la obtención de logros, o tan siquiera su simple divulgación. Etcétera.

Pero hay un factor central y crítico, en medio de esa tendencia caótica, que se llama partido político. En una democracia representativa, como la

nuestra, los partidos políticos juegan un papel indispensable, ya que son los llamados a cumplir con una serie de funciones clave. Voy a mencionar solamente cuatro, pero hay más.

La principal es la educación política. La política no se puede aprender en las aulas, sólo se la aprende haciéndola, por tanto, a partir de la práctica los partidos tienen que convertir las experiencias de las personas en reflexión y doctrina para mejorar continuamente la acción colectiva y conducir así a que la gente enriquezca su propia cultura. Ejercer el poder con responsabilidad es para esto indispensable. Un pueblo políticamente mal educado y mal informado, ya se sabe, puede elegir de cualquier manera y errar repetidas veces.

El partido debe ser también el mayor elaborador de ideas, es decir, debe proponer estrategias y programas a partir de lo que la gente dice y opina; debe desarrollar la habilidad de plantear problemas y ofrecer soluciones realistas pero ambiciosas. Otra función estratégica sería la generación, captación y selección de líderes. Cada integrante de partido debe actuar con ética, visión, estrategia y método para movilizar a otros hacia metas superiores. Nadie duda, hoy en día, del importante papel del liderazgo en las organizaciones sociales modernas. Por eso es tan importante elegir bien, quien no elige al mejor se traiciona a sí mismo; elegir por conveniencia, con mezquino interés, es la forma más eficaz de defraudar a la democracia. Asimismo, nada más corrupto que aceptar un puesto para el que no se está preparado.

Los partidos debieran ser también los principales fiscalizadores de la acción gubernamental, tanto si ganan las elecciones como si las pierden. Si las ganaron tendrían que ser los primeros en exigir cuentas a sus propios representantes electos popularmente.

Partidos así serían, entonces, organizaciones permanentes, articuladoras de la acción política organizada y de los mejores líderes de nuestra sociedad, serían nuestra principal instancia educativa, nuestra más contundente herramienta civilizadora.

¿DÓNDE ESTÁ EL PILOTO?

Ahora bien ¿han estado nuestros partidos políticos a la altura? Desdichadamente, no. Daniel Oduber dijo, hace muchos años, que el PLN era poco menos que un partido y poco más que una maquinaria electoral. Hacía entonces una profunda autocrítica. Cuando uno lee, hoy en día, que el Directorio político de ese importante e histórico partido considera que su labor terminó el pasado 4 de febrero, confirma que ha quedado reducido a algo menos que una maquinaria electoral; puesto que el proceso electoral ni siquiera ha terminado (tanto que se criticó a Jhonny Araya)

Cuando se lava las manos, como Poncio Pilato, y se inclina por no tomar partido en la presente elección (al decir también del Comité ejecutivo del PUSC) a la vez que llama a sus votantes a votar según su conciencia, se confirma que ya es un cascarón ideológicamente hueco, sin principios que defender, sin responsabilidades que asumir ¿Qué pasaría si todos su votantes asumieran la misma actitud? Esto sin sospechar que esto favorece, por debajo, a uno de los dos contendientes; aunque sin dar la cara, sin jugársela; en apariencia, sin correr riesgos. Pero, si la política no es correr riesgos entonces quién sabe qué será.

En paralelo, un grupo del PUSC declara su adhesión a ese mismo partido que no tiene nada que ver con su programa, ni con su supuesta ideología y trayectoria; al margen y en contra del líder que hace todo lo posible por hacerlo renacer de las cenizas. Asimismo, hace un grupo del PAC, el cual no es otra cosa que otra plataforma electoral (ver el artículo de Carlos Cruz Meléndez, “Ni chicha ni limonada”) porque si no lo fuera esas cosas no pasarían con tanta facilidad; pareciera bastante difícil, para una organización así, sostener una ética sólida. Para mi tengo, y para nadie más, que Carlos Alvarado sólo ha declarado dos tonterías en esta segunda ronda; una es que esto lo tiene sin cuidado. La otra es que las pintas en las iglesias no son de recibo; más allá de lo reprochable que pueda ser su acto ¿cómo no va a ser de recibo que nuestros jóvenes, nuestros hijos, se sientan tan desesperados e indignados? La respuesta de Fabricio al respecto, como se dice en fútbol, es para el olvido; aunque una vez más nos revela el autoritarismo que intenta disimular. Patética la intervención de otro candidato que parece que no ha entendido que lo queremos fuera de las elecciones.

En realidad, el PAC ha usufructado, para bien y para mal, de la cara búsqueda del pueblo costarricense de una tercera alternativa frente al PLUSC (coalición de hecho que ahora intenta gobernar otra vez por interpósita persona, después de un rechazo contundente el pasado febrero) Ya no importa que sea, cada día más evidente, que el candidato del PRN no sabe ni lo que dice; aunque parece haber aprendido muy rápido lo peor de los políticos tradicionales.

Ni qué hablar de otros partidos que se alquilan, que se inventan para obstaculizar a alguien, o que sustentan las ambiciones de una persona o una familia. La crisis de los partidos ha quedado al desnudo con el triunfo de un movimiento religioso que se convierte, a conveniencia, de la noche a la mañana, en una teocracia electoral. Un partido que, como sabemos, no tenía programa para gobernar, no tenía equipo, ni un candidato preparado para ser presidente. Ahora tampoco los tiene, pero hace su mejor esfuerzo por engañarnos al respecto ¿Lo logrará?

Con partidos así, que no educan, que no lideran ni generan liderazgos, que se arman y desarman cada cuatro años, que no generan ideologías ni actúan en consecuencia, las catástrofes de la democracia representativa sólo son cuestión de coyuntura y detonante. De ahí lo que se ha llamado elecciones volátiles y “vuelos de gallina”, entre otros curiosos fenómenos. La pregunta es más bien ¿cómo es que las cosas no están peor?

SÓLO TENEMOS UNA SOLUCIÓN

Esta crisis en la que navegamos sólo tiene una solución, una que es tan honda como sus efectos, tan larga como su formación, tan necesaria como su inevitabilidad: la democracia participativa. A los representados, después de delegar su poder a cuántos se han presentado a engañarlos, no les está quedando más que un remedio: tomar la escena política con su presencia activa. Hubiera sido hermoso poder decirlo con el PAC: no les queda más que el camino de la participación y la acción ciudadana. Pero, en este terreno, más que en ningún otro, su nombre le ha quedado demasiado grande.

El próximo 1 de abril, se abre una gran oportunidad para empezar, porque los votantes de todos los partidos tendrán la oportunidad de votar incluso contra sus propios dirigentes. Sólo uno de los cuáles tomó el toro por los cuernos y se atrevió a firmar un acuerdo público y transparente, bien por Rodolfo Piza. Aunque, ciertamente, es por lo menos extraño todo esto de la “unidad nacional” antes del resultado del 1 de abril, pues huele a truco electoral. Más extraño en el caso del PRN, que se ha convertido en el gran divisor de la familia costarricense pero pretende que le creamos que ha venido a unirnos y a defender la familia.

LA SOLUCIÓN ESTÁ EN NUESTRA CONSTITUCIÓN

Pero no todo está perdido. En el 2003 se abrió una esperanza, una puerta enorme por la que pueden pasar muchas y nuevas soluciones, se reformó el artículo 9 que ahora reza así: “El Gobierno de la República es popular, representativo, participativo, alternativo y responsable (…)” (Así reformado por el artículo único de la ley N° 8364 de 01 de julio de 2003)

A simple vista, parece que la reforma consistió sólo en agregar la palabra “participativo”. Pero es mucho más que eso, porque ningún gobierno puede ser popular sin participación de los gobernados; ninguno puede ser responsable sin tener que rendirles cuenta; ninguno puede ser representativo sin que los ciudadanos puedan intervenir en sus decisiones, incluso sin que puedan removerlo, más allá de elegirlo; ni hay gobiernos que puedan ser alternativos si la participación no genera nuevos liderazgos, cada vez mejores. Esa quinta característica es, por tanto, lo que le da sentido a todas las demás.

¿HACIA DÓNDE VAMOS?

Ahora bien, ¿estamos caminando en esa dirección? A duras penas, tímidamente, con participaciones manipuladas y espurias, demasiado despacio, con retrocesos. Avanzamos, pero todavía sin la cultura y sin las capacidades que tal revolución democrática demanda y, sobre todo, sin partidos que se hayan reformado y reestructurado para responder al gran desafío estratégico, programático y metodológico que implica la democracia participativa. Siete años después de la más importante reforma política de la historia del país, ninguno ha mostrado consecuencia alguna, que sea visible y se pueda evaluar. Esto si que no es de recibo. Como se diría en pachuco: manda…

A veces, me parece que ni siquiera estamos en el punto de partida; que estamos más atrás, ni siquiera en la fase de debate; porque no se puede iniciar el camino de la democracia participativa sino en la fase de diálogo, que implica estar más allá del debate franco y sincero. Pero uno no ve que exista la condición básica, que es la voluntad de dialogar, pues los que gobiernan y dominan son los que ganan en río revuelto y a ellos les conviene que todo siga igual o peor; ya lo había dicho hace años el “Sup”: para el neoliberalismo la crisis es un modus operandi. Los privilegiados no dialogarán mientras tengan otra alternativa. Ni siquiera debaten, si creen que van a ganar.

Encima, el odio y la intolerancia que ha introducido el PRN en esta campaña, al capitalizar, electoralmente, la que ya se venía fraguando contra ese invento diabólico llamado por sus propios gestores “ideología de género”, nos ha puesto ya varios años atrás de ese punto. Desdichadamente, el daño ya está hecho, la confianza se ha perdido, y ahora sólo cabe tratar de mitigarlo. Esto ha sido así porque el odio causa odio, como el fuego causa fuego, aquí y en la China.

EN SUMA

Esta elección no nos sacará de la profunda crisis de la democracia representativa, pero uno de los candidatos sólo la empeoraría, ya que ni siquiera sospecha que existe y su política perversa no puede ser más ajena a esa perspectiva. El otro tal vez nos ayudaría a buscar el camino, porque es el único de los dos que por lo menos comprende el tema y puede crear las condiciones para que volvamos a debatir, aunque sea sólo debatir.

Para mi es obvio que sólo Carlos Alvarado podría ser un interlocutor válido y preparado para discutir este asunto, por lo demás ignorado por todos los medios y sus periodistas. Al otro Alvarado no le interesa, ni siquiera entiende de qué se trata, porque su partido-iglesia ni siquiera es democrático, es teocrático. Hasta ahora, este candidato no ha hecho más que mentir y desdecirse sin pudor alguno, con tal de llegar al poder ejecutivo, porque entiende, como todo político tradicional, que después gobernará según su antojo. Total ¿no es también una enorme mentira que Dios quiera que sus profetas, apóstoles y pastores concentren riqueza y poder en este mundo? Por ejemplo, él dice estar en contra del aborto, pero al mismo tiempo está en contra de la educación sexual, quizá porque no sabe, o se hace el ignorante, que es en los países donde hay mejor educación sexual donde la tasa de abortos es más baja, en buena medida porque se reducen los embarazos indeseados. Entonces, una vez más ¿en qué quedamos, está favor o en contra del aborto? Vaya usted a saber.

Lo que está ocurriendo en estas elecciones es el mejor (peor) ejemplo, o quizá un punto culminante de la crisis de la democracia representativa. El candidato del PRN está donde está no por sus propios seguidores ni por sus propios méritos. No está por esos que pagan el diezmo (impuesto que no paga impuestos y hace crecer el negocio y los bolsillos privados de los vendedores de milagros; para mi, una simple y antiquísima estafa imperial, que se da a vista y paciencia de todo el mundo, contra los más necesitados de atención) sino que está de primero gracias a votantes católicos confundidos por su jerarquía, esa que ya ha sido condenada por nuestro tibio TSE. Esos votantes hicieron que ganara la primera ronda y serían los responsables de que gane la segunda.

Solo que, en tal caso, lograrían así, irónicamente, poner de presidente a su peor enemigo (que no es el estado laico, como bien sabe el Papa Francisco) porque el “neopentecostalismo” que profesa Fabricio, hay que decirlo sin ambages, es todo lo contrario del catolicismo; de hecho, le ha declarado la guerra a lo que considera la idolatría católica, nada menos que a la Virgen de Los Ángeles. Incluso es todo lo contrario del cristianismo, porque la “teología de la prosperidad” se basa en sustraer dinero a los más desamparados, o sea, todo lo contrario del mensaje y la práctica de Jesús de Nazaret y de Francisco de Asís. La revancha de los mercaderes del templo podría consumarse ahora en este país, para escándalo del mundo entero y con el silencio cómplice de nuestra Conferencia Episcopal ¡Qué vergüenza!

Si esto llegara a pasar, veríamos en la silla presidencial al menos representativo de todos los políticos que se presentaron a esta campaña, uno que habría engañado a todos los incautos y oportunistas necesarios para iniciar aquí, nada menos que en Costa Rica, el reino (¿o infierno?) de “Dios” en la tierra, es decir, el reinado de los más recientes falsos profetas, quienes combinan, en su propio beneficio, el poder de la palabra con el poder del dinero; contarían, además, con los impuestos de todos nosotros (ellos que no pagan impuestos) La democracia representativa costarricense conocería, así, su mayor naufragio, tal como se está viendo desde los medios internacionales.

Pero, nadie pierda la esperanza, queda todavía mucho por ver, aún no ha sonado el final del partido; sobre todo, queda por ver qué tan sabio o ingenuo es este pueblo laborioso y sencillo y qué tanto nuestra gente sigue amando los valores solidarios que heredamos de nuestros abuelos, frente a los valores egoístas que hoy reúnen a los nuevos fariseos religiosos con los trasnochados neoliberales fanáticos del mercado, alrededor de un negocio redondo que es solo para unos cuantos, para unos pocos elegidos, precisamente elegidos por ese dios que autoriza el comercio de lo espiritual, mediante el reinado triunfante del dios Dinero.

Entre ellos, puede tenerlo por seguro, no estaríamos ni usted ni yo, ni el pueblo trabajador; en particular, tampoco el más abandonado de todos los tiempos: el que vive fuera de la Gran Área Metropolitana, en este país que presenta unas fronteras y costas con gente cada vez más vulnerada, excluida y desesperada. Costa Rica, costa pobre ¡oh paradoja de paradojas!

 

Hernán Alvarado.

 

Enviado por el autor y compartido con SURCOS por Rogelio Cedeño Castro y Carlos Sáenz.

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