César Olivares
La OEA tiene una cosa buena y es su puerta de salida. Es, ha sido y será la misma criatura imperial de Estados Unidos, con sede en Washington para facilidad y descaro.
Estados Unidos manda en la comisión interamericana de derechos humanos sin haber ratificado su tratado. Manda sin haberse adherido. Muy sinceros ellos: es su instrumento para someter a los demás, no para su propio sometimiento. A esa comisión no le creo casi nada.
Estados Unidos no reconoce tampoco la autoridad de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
La OEA es para que Estados Unidos mande sin adquirir ninguna obligación. Es un instrumento imperial.
La única oportunidad aparente para hacer algún cambio en ese organismo fue un fracaso rotundo y se convirtió exactamente en lo contrario.
No fue un intento vano. Hugo Chávez quiso plasmar el sueño de Bolívar y de los grandes próceres de América Latina en la creación de CELAC, que efectivamente se creó por acuerdo muy amplio en 2010. Una CELAC con todos los de América Latina y el Caribe y sin Estados Unidos y Canadá implicaba en aquellos días mucha flexibilidad y evitar confrontaciones con la OEA. El primer presidente de CELAC, recordemos, fue Sebastián Piñera en representación de Chile. El entonces presidente de Ecuador, Rafael Correa, gran promotor de CELAC, habló de un deslinde de funciones: CELAC para la cooperación entre los países de América Latina y el Caribe, la OEA para las relaciones de Estados Unidos y Canadá con los países de CELAC.
Todo eso estaba bien, había que intentarlo. Pero el imperio no duerme. El avance de la derecha en varios países ha puesto a la CELAC en ralentí y ha puesto al monstruo de la OEA a vomitar fuego.
Un episodio para no olvidar jamás contribuyó a la situación actual y fue la ingenuidad con que los gobiernos progresistas actuaron en la última elección del secretario general de la OEA. La ingenuidad no fue promover la candidatura de quien luego se convirtió en un vulgar traidor, fue creer que Estados Unidos se había resignado a una derrota en la OEA, en su OEA. Eso, sepámoslo bien sabido, no ocurrirá jamás. Estados Unidos sabía muy bien cuál sería el resultado.
Los gobiernos progresistas dejaron pasar una gran oportunidad para abandonar la OEA de manera conjunta, cuando era evidente que la OEA no tomaría el rumbo de concordia propuesto por Rafael Correa sino que se aferraba más y más a su papel de instrumento imperial.
Venezuela decidió tarde su salida, pero la decidió al fin. Y otros, ¿qué esperan? ¿Qué hace allí Bolivia, por ejemplo? ¿Y qué hace Nicaragua?
Más que estar sorteando amenazas, la opción clara es la puerta de salida.
No estoy entre los que defienden el gobierno de Ortega-Murillo, su corrupción desbocada y su represión, su bailoteo entre la entrega a la oligarquía y al FMI y su falso discurso revolucionario. Quiero para Nicaragua justicia, paz, decencia en el gobierno y soberanía, que sus conflictos sean resueltos sin injerencia externa.
Ni Estados Unidos, ni Costa Rica, ni la OEA, ni nadie tiene derecho a imponerle nada a Nicaragua.
Compartido con SURCOS por Juan Carlos Cruz Barrientos.
Suscríbase a SURCOS Digital: