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Los migrantes y las fiestas de fin de año

Por Giovanni Beluche V.

Para todas las personas migrantes, en especial para nuestros hermanos y hermanas nicaragüenses.

La llegada de diciembre altera los sentires de Arnoldo, remueve sus recuerdos y le oprime el corazón, porque los más amados están del otro lado de la frontera. Se acercan las fiestas de fin e inicio de año, cada cual las celebra de acuerdo con sus costumbres y sus posibilidades. También hay muchos que no celebran o las pasan sumidos en la profunda tristeza que provoca el destierro. Y es que el desarraigo ocurre por muchas razones, a veces políticas, otras veces económicas, o por nuevos lazos afectivos. Pero siempre se rompe el cordón umbilical que nos une a la tierra que nos vio nacer. Los de mejor suerte llevaron consigo a sus hijos e hijas, otros juntaron sus pobrezas en una bolsa casi vacía, teniendo que dejar atrás lo más querido, con la esperanza de que la providencia les vuelva a unir.

Pasan los años viviendo en una tierra que al inicio era extraña, que con el tiempo se siente propia. Aunque alguna gente de esa tierra les hace sentirse por siempre extranjeros, a pesar de que, no pocas veces, los foráneos como Arnoldo están más dispuestos a darlo todo por esa nueva patria que les dio calor de hogar.

Arnoldo siente que nunca se deja de ser extranjero, surgen nuevos amigos, pero la memoria recuerda los momentos vividos con los camaradas que quedaron atrás. Se extraña a la familia, duele la falta del abrazo a un padre, a una madre o a un hermano. El beso del abuelo, las historias de la abuela, el tío alegre, el sobrino que creció, la sobrina que nació. Llegan fotografías, pero las fotos no ríen, no lloran y no abrazan como lo hacen los niños y las niñas.

En un mundo donde reina la xenofobia el emigrante no escapará al látigo de la soledad. En ese momento se refugia en los recuerdos. Cierra sus ojos y vuelve a ver el parque donde siendo niño jugó a la pelota, el árbol que intentó escalar, la niña que le hizo sentir cosquillas en el estómago, la escuela con sus maestras buenas para el regaño, la alegría de la llegada del verano, el borracho del barrio, la vieja que no devolvía las bolas que caían en su patio. Son muchos los recuerdos indelebles.

En las épocas de fiesta Arnoldo recuerda la música del barrio, el olor de las comidas, el sabor del jugo de frutas que exprimieron las manos de su madre cariñosa. Añora los paisajes, los mares y montañas, los colores de su bandera, el ruido de la muchachada jugando afuera. El emigrante piensa en su padre y su madre que se están haciendo viejos, imagina que ya caminan con dificultad y quiere estar allí para sostenerlos.

Pero por fortuna las fiestas duran poco y vuelve el trabajo, la rutina, las necesidades insatisfechas, la lucha por la sobrevivencia. La realidad le desborda y vuelve a casa cansado, engañándose con el aliciente de que este año no pudo ir, pero que para las próximas fiestas las cosas cambiarán y podrá estar allende las fronteras. Un día despertará en vísperas de un nuevo año en desarraigo y sentirá que siempre seguirá siendo un extranjero.

desarraigo, destierro, Giovanni Beluche V., identidad, memoria, migración, nicaragüenses, nostalgia, soledad, xenofobia