Reflexión en torno a la judicialización de la Convención Colectiva

Por uno como todos

Vivimos un tiempo de cambios y de no pocas incertidumbres. El mundo se debate entre tendencias retardatarias y aquellas que presionan para pasar a nuevas formas de organización y convivencia. En el país, acuerdos que nos daban paz social y certidumbre en relación con lo que podíamos esperar, se han ido desvaneciendo, a veces por nuestras propias omisiones, a veces por el ataque encarnizado de oportunistas, a veces porque ya era hora de cambiar, aunque nos resistamos, y otras porque puede ser mejor cambiar lo que tenemos por otras formas de mayor respeto, reconocimiento mutuo y gratificación en la convivencia.

Y nuestra Universidad Nacional no es, para nada, ajena a todo este movimiento. Por eso cada uno y cada una de quienes formamos esta comunidad también compartimos estas incertidumbres, estas tensiones, pero también los anhelos, los compromisos, los proyectos de futuros, las esperanzas de más y mejor universidad.

En ese ambiente, como trabajador universitario, como compañero de jornadas y proyectos, como sindicalista crítico, como intelectual comprometido, como persona con vínculos, necesidades y demandas, uno como todos, comparto las preocupaciones, incluso las incertidumbres de la comunidad universitaria frente a ciertas tendencias que atentan no solo con nuestro estilo de vida, sino con la posibilidad de tener una vida digna.

Es la indignación frente aquellos que, por ejemplo, han satanizado el empleo público y le achacan ser la causa de todos los males del país cuando, en no poca medida, ha sido esta fuerza trabajadora, aglutinada en tantas y tantas instituciones pioneras, como las universidades, la que ha cambiado los escenarios y las realidades de nuestro país.

También es cierto que debemos vernos autocríticamente, pues las tendencias del burocratismo y un confort “acomadaticio” ha podido llevar, en algunos casos, a posturas autosuficientes, desdeñosas de las demandas de las personas y los colectivos; en fin, a perder el horizonte del servicio público. Pero también es cierto que esto es solo el menor de los casos que, por lo mismo que escuece y duele, se hace muy evidente, clama al cielo, y hay que enfrentarlo y cortarlo.

En ese sentido, veo con preocupación el ataque que desde diversos frentes (como algunos medios de comunicación, grupos políticos y oportunistas de turno) se hace contra las universidades públicas y sus convenciones colectivas; estas últimas han sido instrumentos de cambio, mejora social y negociación, que nos han dado la posibilidad de llegar a acuerdos en pro de las mejores condiciones de vida de todos y todas, procuradoras de esa paz social, de equilibrios organizacionales, de combinación de las fuerzas productivas en aras de alcanzar objetivos de desarrollo, que han provocado, en muchos casos, las mejorías y avances de sectores de la población. Y la convención colectiva de la Universidad Nacional no ha sido la excepción, más por el contrario ha sido una norma pionera en algunos temas en el ámbito nacional.

En otro contexto, alguno de más holgura económica, menores presiones fiscales, pero también menores presiones en la operación y la operatividad del quehacer universitario, siendo la nuestra una universidad que, en pocos años, se ha más que duplicado, en estudiantes, en personal, en necesidades espaciales, etc., la convención colectiva pudo cobijar beneficios válidos, que hoy, por el cambio de contexto, requieran revisarse y sopesarse, de modo que nos permita analizar y discernir entre aquello que resulta necesario, desde una perspectiva de humanidad decente y dignidad, y aquello que debiera modificarse, dando lugar a nuevos acuerdos.

Frente a ella, ese espíritu de negociación, de acercamiento de posiciones, que se hace desde una postura responsable y corresponsable, con sentido del bien común, de realismo, pero también de servicio público con visión de futuro, es el que debe imperar, para lo cual no me queda duda tenemos sobrada capacidad.

Lastimosamente, hoy por hoy, la judicialización de nuestra convención colectiva opera como una caja de Pandora, pues -como lo he advertido, desde mi visión jurídica, en los espacios que transitoriamente ocupo- no sabemos lo que puede resultar de ello, máxime que hay quienes (de dentro y de fuera) están ávidos por atacarnos, por cercenar nuestra autonomía, por privar a este país de una de sus principales garantías democráticas, como es la existencia de las universidades públicas.

Sin embargo, aún no es tarde, pues creo que, como comunidad universitaria, de la cual todos y todas formamos parte, independientemente de nuestras funciones transitorias, estamos llamados a entrar en ese espíritu de diálogo y negociación, que nos permita reconocernos como parte de este colectivo y cohesionarnos en torno de los mejores intereses y valores que la UNA ha sostenido y a los que se debe, para acordar las formas organizativas, estructurales y normativas que los protejan y haga operativos. Incluso, esta será la manera de evitar o disminuir las posibilidades de que poderes y agentes externos entren a regular nuestro quehacer y, sobre todo, las condiciones en las que dignamente podremos cumplir con nuestras tareas y compromisos universitarios.

Dr. Norman Solórzano Alfaro-Vicerrector de Docencia, UNA.

 

*Imagen ilustrativa.

Enviado a SURCOS por M.Sc. Efraín Cavallini Acuña, Asesor Comunicación Rectoría UNA.

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