Si quiebra la Caja, se acaba el país

Abelardo Morales-Gamboa

Sostener financieramente a la Caja Costarricense de Seguro Social y al sistema de salud no es un gasto superfluo ni una inversión de la que se pueda prescindir. La emergencia del coronavirus lo ha puesto más que en evidencia. Ese sistema ha sido nuestro principal escudo, junto a los regímenes de protección social del Estado y las redes sociales que la población también organizó y movilizó de manera ejemplarmente solidaria.

En otras palabras, la inversión social en salud y en educación en Costa Rica hizo posible, no ahora sino en el curso histórico de nuestra sociedad, el despliegue de una capacidad de respuesta institucional conjunta, articulada y eficaz, y que los mejores talentos del país desarrollaran diversos dispositivo y productos para superar el contagio y la enfermedad.

Eso no se improvisó; mientras algunas empresas lamentablemente cerraban, las exportaciones se detenían y las inversiones se bloqueaban, la sociedad se puso en primer plano; una población y ciudadanía con autodefensas e inteligencia colectivas, acatando normas y disposiciones, demuestra que el recurso humano es más valioso que los demás bienes de capital por si solos.

Por supuesto que es importante encontrar formas nuevas para reactivar la producción, restituir fuentes de trabajo y volver a asegurar el sustento de familias y el pago de cuotas de las cuales dependen los fondos de la Caja. Pero decir que no se debe quebrar al país para salvar de la quiebra a una institución, como según informaciones de prensa ha dicho el Ministro de Hacienda, no debería caber en la lógica de ningún funcionario que toma decisiones tan estratégicas.

Si dejamos quebrar a la Caja, se acaba el país. La inversión en salud, como en educación, debe dejar de ser pensada como una carga; en vez de ello, debe vérseles como un activo fundamental, no solo para el capital, sino para la estabilidad económica y social y el desarrollo social del país.

Es hora de que los economistas comiencen a abandonar los textos que cosificaron como sagradas ciertas ideas de la ortodoxia económica, y comiencen a investigar y a estudiar el mundo y las sociedades. Sacar conclusiones a partir de números y estadísticas recaudados como piezas de hierro, ha hecho de la economía cada vez menos una ciencia y cada vez más una religión. En vez de los números en el vacío histórico, se deben estudiar las realidades sociales como productoras de los hechos económicos y no al revés. Los científicos de la salud y los epidemiólogos, nos están dando inolvidables lecciones sobre la forma de sacar conclusiones a partir de la observación de la materia viva en su movimiento actual.

Sin duda, hoy en día nos sentimos más seguros de estar en manos de esos científicos y epidemiólogos que de los economistas. Como le dijo una exministra de salud a un político, sería bueno que quienes toman decisiones tan importantes para un país, se aleccionen y reeduquen. Si solamente se salvan negocios y ganancias, en la próxima epidemia acabarán con lo que quede de mundo.