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Etiqueta: populismo

El manual político de Rodrigo Chaves

Oscar Madrigal

Oscar Madrigal

Rodrigo Chaves sigue la forma de hacer “política” de toda la ultraderecha en el mundo. El contenido y la forma no se diferencian de las de Trump, Milei, Le Pen, Orbán en Hungría o Meloni en Italia y demás partidos o grupos representantes de las nuevas derechas más extremista en el mundo.

Rodrigo Chaves aplica el mismo manual; no hay aportes propios o algo nuevo, distinto a las mismas recetas seguidas por los partidos de ultraderecha del mundo. Chaves solo es un copista del recetario mundial, no propone para Costa Rica algo diferente a lo que sugieren Trump y compañía.

Chaves no es original, no propone cosas diferentes a la ultraderecha mundial, ni tampoco es muy creativo, como lo tal vez lo vean algunos de sus seguidores.

En síntesis, Rodrigo Chaves propone en Costa Rica lo mismo que propone la ultraderecha en el mundo.

En el libro “Los ingenieros del caos” el escritor italiano, Giuliano da Empoli, hace una disección de las políticas que esos políticos de la extrema derecha siguen en el mundo, poniendo la mira en aquellos que como Steven Banon son los ingenieros que las diseñan. Trato de resumir solo algunas ideas de eso que podría ser el Manual de la ultraderecha mundial y que Rodrigo Chaves aplica en Costa Rica.

1-. Articular el conflicto político sobre la base de una oposición en donde solo existe lo bueno y lo malo (maniqueísmo), sea entre el “pueblo” y las “elites”.

2-. Inflamar las pasiones del mayor número posible de grupos y grupúsculos, incluso sin que estos lo sepan, para aglutinarlas no alrededor de un mínimo común, sino alrededor de muchas cosas algunas de ellas extremas (pescadores, adultos mayores, gentes necesitadas, etc.).

3-. El propósito es azuzar la ira de cada grupúsculo sin preocuparse por la coherencia del conjunto. Se ofrece soluciones a cada grupo, aunque sean contradictorias porque el fin es aglutinarlas contra la llamada “elite” o “casta”.

4-. El fin es hacer saltar por los aires todo tipo de división ideológica porque el propósito es captar los votos de todos los enojados. El partido de Chaves es el de los enojados y para eso ataca unas veces a las cámaras patronales y luego al Frente Amplio.

5-. La nueva propaganda se alimenta principalmente de emociones negativas porque estas aseguran la mayor participación. Esas emociones siempre son “contra”, que son las que las personas se movilizan más. Por eso las noticias falsas y las teorías de la conspiración tienen un gran éxito entre esas personas. Rodrigo Chaves y Pilar Cisneros han hecho de la mentira un uso cotidiano, pero con gran éxito, porque la gente está enojada y no importa la verdad sino el golpe a la institución o el personaje culpable de sus “desgracias”.

6-. El escarnio ha sido siempre el instrumento más eficaz para derribar las jerarquías. Por eso la burla o la ridiculización que Chaves hace permanentemente contra los presidentes de la Asamblea, la Corte, la Contralora, el Fiscal, los diputados y contra todo aquel que considere su enemigo político. Frente al escarnio es difícil defenderse, pero además encuentra suma debilidad en algunos de sus oponentes.

7-. Ante la solemnidad programática del poder, el aburrimiento y la arrogancia que emanan de cada uno de sus gestos, el bufón transgresor provoca una sacudida que libera energías. Chaves aparece como un bufón que enfrenta una institucionalidad arrogante y aburrida insensible a las necesidades del pueblo. En esta circunstancia, con una reacción tan débil, sujeta a normas o protocolos que actúan como una camisa de fuerza, Chaves se siente libre de acusar, burlarse y chantajear a esas autoridades en medio de los aplausos delirantes de sus seguidores.

8-. No hay insulto o broma demasiado vulgares si contribuyen a la demolición del orden dominante y su sustitución. En el caso de Chaves es una de sus características principales; el insulto es su “política” cotidiana; sin embargo, esos insultos o las bromas o las mentiras son justificadas por sus seguidores, porque ellas están enmarcadas en la lucha de Chaves por acabar con el sistema o régimen político actual. Es el caso del putazo reciente en Nicoya.

9-. Estos políticos prometen dinamitar la realidad existente. No importa lo que vendrá, lo importante es lo actual, aunque lo futuro sea peor. Es el caso, por ejemplo, de muchos latinos que votaron por Trump y hoy están siendo deportados. Chaves propone una nueva República, aunque no diga cuáles serán su características, que pueden ser mucho peores que las actuales.

10-. Para estos líderes las noticias falsas o las teorías conspirativas tienen una lógica poderosa: los hechos alternativos no son solo un instrumento propagandístico sino un formidable elemento de cohesión. Como decía un bloguero de derecha: los exabruptos son un elemento organizativo más eficaz que la verdad.

11-. Cualquiera puede creerse la verdad, pero creer en lo absurdo es una auténtica muestra de lealtad, dicen los ingenieros del caos.

12-. En muchos casos se ofrecen remedios concretos, aunque simplistas con la idea de hacer creer que las soluciones estaban a la vista y que si no se llevan a cabo es por la corrupción, la ineficiencia de una banda de delincuentes a los que solo les interesa sus intereses y no los del pueblo. Esta práctica es usada por el Gobierno de Chaves, aunque no logra concretar ningún avance significativo o logro importante de su administración. La culpa siempre es de los otros.

Por último, refiere el autor: “(…) las mentiras están en boga porque se funden en un relato político que capta los miedos y las aspiraciones de una parte creciente del electorado, mientras que los hechos de quienes luchan contra ellos se insertan en una narrativa que ya no se considera creíble. En la práctica, para los seguidores de los populistas, la veracidad de los hechos tomados uno por uno no cuenta. Lo que cuenta como cierto es el mensaje en su conjunto, que se adecúa a la experiencia y sensaciones de estos. Frente a esta evidencia, es inútil acumular datos y correcciones, siempre que la visión general de los gobiernos y partidos tradicionales se siga percibiendo por un número creciente de votantes como irrelevante respecto a la realidad”.

Es evidente que en Costa Rica estamos ante la aplicación del Manual de la extrema derecha que aplican Trump, Milei y todos sus representantes. Las acciones de Rodrigo Chaves son parte de esta política basada en falsas noticias, mentiras, burlas y ataques a la democracia y la libertad. A algunas personas que aún siguen el chavismo y tengan algún sentido crítico piensen que, si las formas son las mismas, los resultados serán iguales.

Ahora bien, hay que aclarar que hemos llegado a esta situación porque existen razones reales que han generado el estado de descontento y enojo de amplios sectores de la población.

Por otro lado, tenemos que elaborar una auténtica política que no solo enfrente este ataque ultraderechista, sino que promueva una nueva forma social. A esto debemos dedicarnos.

El odio como arma política

Dr. Oscar Aguilar Bulgarelli

El odio se ha convertido en un tema fundamental para entender la política en estos tiempos, pues forma parte crucial de la estrategia autocrática en manos de los populistas. Tal vez muchos puedan quejarse de los resultados del siglo XX para la humanidad, según sea la suma y la resta que haga desde su óptica personal, formación, conocimientos y pensamiento. Pero este primer cuarto del siglo XXI, cuyo fundamento está en esa centuria, a mi gusto y entender, me queda debiendo y mucho. Veo la destrucción del patrimonio y el entramado social de la humanidad cayendo a pedazos, bien sea por las guerras, los intereses bastardos, el egoísmo, la cortedad de miras y objetivos, la falta de pensamiento crítico, la mediocridad y la entrega, cada día más, a una tecnología “inteligente y artificial” en manos de unos pocos que, lucrando con ella, someten a los demás poniendo sus grilletes en los cerebros del ser humano o en sus manos entretenidas tabletas y celulares.

La democracia tiene la condición increíble de permitir elegir en los cargos de gobierno, a sus propios enemigos, a aquellos que desean destruirla. Para ello se valen de la libertad y de los procesos democráticos. Critican a los medios de comunicación, pero se valen de ellos mismos o ahora de las redes de internet, para criticar los errores de los gobiernos democráticos con mentiras y posverdad; o bien utilizan los procesos electorales para ascender al poder, como si elegir fuera la condición única para validar su accionar en el gobierno. Una vez que lo logran, como es el caso de Rodrigo Chávez, tratan de socavar los principios institucionales que la sustentan para lo cual, la generación de odios es fundamental. Ubican a la sociedad una mitad contra la otra y como señala acertadamente la historiadora y politóloga española Cayetana Álvarez de Toledo, levantan muros entre los ciudadanos y lograr obtener el poder absoluto por medio de la polarización y el apoyo incondicional e irracional de esos seguidores, a los que la misma autora ha calificado como “los burros de Troya de la Democracia” como los califica la misma autora. Una vez en el poder, inician el ataque a los otros poderes como el Poder Judicial, Legislativo, Contraloría y Fiscalía, es decir, contra todo aquello que tiene los instrumentos para frenar su ambición de poder límite y corrupto.

En la propuesta de quienes ambicionan el poder absoluto, autoritario y autócrata para destruir la democracia, entre otros elementos crean su plataforma o movimiento político formando grupos que generan sentimientos confrontativos para enfrentar a quienes no están dentro del movimiento .Son los que generan el sentimiento de “nosotros” , los virtuosos, dueños de la verdad, de pertenecía y lealtad, frente a “ellos” sus opositores y enemigos de muy diversa índole pero que fundamentalmente son las instituciones democráticas, los partidos políticos, sus líderes, los funcionarios públicos, la prensa e intelectuales que son tachados de privilegiados, son su blanco favorito. Ellos son los culpables de sus frustraciones y deseos no cumplidos, según se los inculcan los lideres del “autocratismo”.

Contra” ellos” se debe generar el odio, generalmente por boca del autócrata de turno o el aspirante a tal. ¿Y cómo lograr producir ese sentimiento negativo?, muy fácil, culpando a las instituciones y a todos los demás que no compartan su visión política, de todos los males de la sociedad. Con eso, crean la sensación que “ellos” son negativos, malos, corruptos, ladrones, egoístas, creadores de privilegios para su beneficio, que han tomado las instituciones y las han corrompido, y fundamentalmente, debe cambiarse la Constitución Política como madre institucional de todos los males.

Sin embardo, todos esos ataques individuales o colectivos, institucionales, etc, se hacen sobre la base de la posverdad; es decir con acusaciones o afirmaciones aparentemente ciertas, pero sin demostrarlo, pues en realidad o es mentira o su dicho no es totalmente cierto, como lo afirma el autócrata y su grupo. Utilizando indiscriminadamente todas las redes sociales, por medio de troles y bots, forman lo que RAND Corporación ha llamado: maguera de falsedades

–           “por las dos característicos que la distinguen: la gran cantidad de canales y mensajes y la voluntad deliberada de difundir medias verdades o mentiras descardadas…” (Naim Moisés. La Venganza de los Poderosos. P.214)

Para ellos no importa violar la verdad y la ley, lo importante es crear el sentimiento negativo hacia algo o alguien y con ello generar el odio y deseo de destruirlo.

Por lo tanto, no es un movimiento que funcione en torno a la inteligencia sino de la emoción, pues es bien sabido que el odio es un gran generador de cohesión capaz de movilizar a las masas, que no meditan lo que hacen. Los mejores ejemplos están en las entrevistas a los manifestantes chavistas frente a la Asamblea Legislativa o contra el fiscal general; ninguno sabía cuál era el objetivo real y por qué de la manifestación, su principal motivación era apoyar al presidente…sin saber por qué, pura emoción, nada de raciocinio.

Para crear ese estado de confrontación, explotan las deficiencias y errores que se han cometido dentro de la democracia liberal, especialmente las promesas no cumplidas y, se debe reconocer, los beneficios excesivos que algunos grupos y sectores obtuvieron del ejercicio del poder político, a los que el régimen de Chávez ha llamado “costarricenses con corona”, aunque durante su gobierno siguen gozando de los mismos privilegios y otros han obtenido, también, su corona; como ciertos sectores industriales, agrícolas, importadores y bancarios. En este sentido, el uso del lenguaje agresivo, soez y arrabalero por el presidente Chávez ha sido fundamental pues, al contrario de la actitud tradicionalmente modosa y tranquila del costarricense, las huestes chavistas aplauden el insulto y agresión a los que ellos consideran “los malos”, por parte del “líder de los buenos”; así se ha ido creando esa gran división entre los costarricenses que no había existido, por lo menos, desde 1948.

Es obvio que esta es parte de la estrategia por medio de la cual, los populistas sin importar su origen ideológico, tratan de usurpar el poder. Es evidente que en Costa Rica, Rodrigo Chávez cumple uno a uno los pasos de toda la estrategia autoritaria, hasta la de utilizar los procesos electorales de la democracia para acceder al gobierno; pero les falta el paso siguiente: obtener el voto necesario para que un candidato sumiso y 38 diputados de “a culazo” como los llamaba don Paco Calderón Guardia, le permitan reformar la Constitución Política, cambiar la Corte Suprema de Justicia, el TSE, la Controlaría e instalar lo que acertadamente ya empieza a llamarse una “kakistocracia” o el gobierno de los peores elementos de la sociedad, mediocres y corruptos. ¿Quieren ejemplos?, no miren hacia afuera, vean simplemente lo que nos ha pasado estos años, cuando apenas hemos caminado por el borde del abismo.

Tomemos muy en cuenta lo que nos advierte don Elliot Coen en su artículo “Guerra Civil: En Costa Rica”:

–           “Más profundamente, el antagonismo constante, el descrédito de las instituciones y el auge del discurso del odio están erosionando los cimientos de la cultura democrática de Costa Rica. Se observa una creciente desafección hacia la democracia misma, especialmente entre los jóvenes, que muestran tendencias más autoritarias…” (Coen Elliot. Guerra Civil En Costa Rica. P-18)

Estimado lector: en guerra avisada, no muere soldado… de usted depende.

Notas sobre el gobierno Chaves Robles

Walter Antillón

Este escrito consta de tres partes que se publicarán en secuencia: 1) Magia, saber y poder político; 2) El presidente Chaves y su modo de gobernar; y 3) Los delitos del presidente Chaves.

1.- Magia, saber y poder político

El contexto

El dogma del derecho divino de los reyes, que condujo a atribuirles poderes mágicos (vid. Marc Bloch: Los reyes taumaturgos. México, 1989) fue una expresión del dominio del pensamiento mágico de raíz católica en el terreno de la política, que prevaleció en la historia europea durante muchos siglos, hasta la Ilustración; y fue sustituido por el principio laico del contrato social: la ciencia política tomó el lugar de la doctrina religiosa, pero fue un camino lleno de sangre y dolor.

Sabemos que la distinción entre religión y política se basa en el diferente objeto de cada una, el de la religión las cosas supraterrenales y el político las cosas terrenales; y, claro, la diversa índole de dichas materias requiere métodos distintos: las terrenales imponen el método científico, circunscrito dentro de las dimensiones de la realidad; mientras que las religiosas imponen otro método: el método dogmático, basado en la fe y la revelación, temas que están libres de rigor científico porque no necesitan la demostración rigurosa de su verdad, sino, únicamente, la creencia o adhesión incondicional de la persona creyente: en religión no se necesita la demostración racional de sus fundamentos, sino que la persona debe creer sin dudar.

Esta es básicamente la razón por la que, desde Maquiavelo, se ha sostenido con acierto que el Estado, que es una organización autónoma de la ‘res publica’, debe ser laico; y que el mundo de las creencias (los apóstoles, los santos, los milagros y la fe) debe mantenerse dentro de la esfera propiamente religiosa, separado del mundo político. Ambas esferas estuvieron confundidas por siglos, y para muchos todavía lo están. Y la consecuencia de ello es que los argumentos de fe serían criterios válidos para decidir el voto en las elecciones políticas: y entonces no las va a ganar el candidato que ofrezca el mayor rigor científico en el diagnóstico y la solución de los problemas económicos, sociales y culturales de la comunidad, sino el que consiga una mayor adhesión a su condición de ungido, de hombre de Dios, y a sus planteamientos basados en la fe, la revelación, un supuesto ‘don de lenguas’ (ramaseca, etc.), criterios claramente inservibles en el plano de la política, plano de lo realmente posible.

Tal cosa funcionó en las nuevas repúblicas de América Latina en el siglo XIX, por influencia de los curas: si una parte considerable de la comunidad, por su bajo nivel educativo y su exposición masiva a las consejas curialescas, llega a creer que un candidato cuenta con el favor de Dios para gobernar, y con el poder de cambiar milagrosamente las cosas, seguro ese candidato iba a resultar elegido; aunque también muy probablemente su gobierno será desastroso, por la irrealidad de sus diagnósticos y la quimera de sus soluciones. Y así nos fue.

A inicios del siglo XXI tenemos que la religiosidad en general se ha reducido notablemente; pero aún en algunos sectores «…la confianza, la esperanza en la magia, no se ha desvanecido en absoluto con la llegada de la ciencia experimental…” (Umberto Eco: El mago y el Científico; EL País, 2009) Y precisamente, donde se ha mantenido una educación deficiente (dolencia endémica en la comunidad costarricense), ésta ha dado pábulo a la persistencia difusa de un pensamiento mágico ya en buena parte sin raíces religiosas explícitas, que sigue siendo irracional y se expresa de muchas maneras: desde la ingenua esperanza en que la oración pedigüeña va a influir en la lotería, hasta los fanatismos por los héroes deportivos; y en política, en la fe y en la atracción por el mítico ‘hombre fuerte’, ‘hombre de mano dura’ (siempre más parecido a Benito Mussolini que a José Martí) que resolverá todos los problemas (sobre esto hay que leer, sin falta, Desmitificar a los caquistócratas, de Gustavo Román Jacobo; en CR HOY, 5 de julio de 2025).

Modernamente la experiencia nos ha corroborado una dolorosa/certera lección: la conservación de una auténtica democracia requiere precisamente que la mayor parte del electorado sea capaz de separar, de manera nítida, la esfera política de la esfera mágico/religiosa; y la capacidad de distinguir el pensamiento mágico del pensamiento racional es, a su vez, el resultado de una robusta educación laica. Mientras ésta no se arraigue y generalice en la comunidad con una base racional, y a cambio predomine en el electorado la ignorancia (con sus hijos predilectos: la credulidad y el fanatismo), estaremos más expuestos al peligro de caer en manos de demagogos autoritarios: quienes irracionalmente adherían a la democracia, también irracionalmente renegarán de ella un día.

La historia reciente

Muy temprano, quizás ya en el Siglo XIX, nuestro pueblo se enamoró de la señora Democracia; y aunque pronto aparecieron razones para su desengaño (porque nuestra alabada democracia representativa era, en realidad, una oligocracia con periódicos relevos del poder), por mucho tiempo Costa Rica se aferraba a su ilusión democrática: perdonaba y olvidaba, y pasado un tiempo volvía a perdonar y olvidar, etc.

Perdonó y olvidó el autoritarismo fascistoide de León Cortés, la corrupción de Calderón Guardia, Figueres Ferrer y Oduber Quirós; la traición, los olvidos y las inepcias de Monge Álvarez, Arias Sánchez y la larga lista de los neoliberales, disfrazados o no; hasta que finalmente llegó el momento en que la pobreza y la exclusión nunca remediadas a fondo, la crisis fiscal permanente y una serie de graves escándalos de alto nivel (la Trocha, el Cementazo, la Cochinilla, el Diamante) rompieron el encanto; y la anti-democracia empezó a ascender paulatinamente en las encuestas.

De ese modo surgió en nuestro País el riesgo de una involución autoritaria. Hubo amagos anteriores, pero me parece que, a su manera, eso estuvo a punto de ocurrir una primera vez en nuestro Siglo (2018) con el brote virulento de la popularidad de Fabricio Alvarado: en ese momento la oligarquía codiciosa y timorata y los viejos políticos representados sobre todo por el partido Liberación Nacional, desacreditados a causa de sus gobiernos corruptos e ineficaces, y derrotados electoralmente, vieron la oportunidad de regresar al poder aliándose con aquel candidato que, por su investidura de ‘hombre de Dios’ y su mensaje puramente emotivo, parecía tener posibilidades de ser electo; pero que, por sí mismo, visiblemente carecía de aptitudes para gobernar. Tal contubernio, que haría de Fabricio un “tonto útil” al servicio de un grupo de sagaces políticos potencialmente derrotados, le ofrecía a dicho grupo la inesperada, fortuita ventaja de volver al poder. Pero la cosa no terminaba allí: en un plano diferente, Fabricio era también correa de transmisión de una fuerza política subrepticia, proveniente de las iglesias neopentecostales de los EE.UU que, desde hace años planean, dirigen y financian la penetración de sus organizaciones en América Latina; y han aceptado servir a su vez, de instrumento de una política neoliberal de dominación por parte del gran capital transnacional.

Toda la progresía, sumada a los católicos neo-asustados, votó por Carlos Alvarado; y éste ganó. Sin embargo, no dejemos de considerar que el temido peligro no fue conjurado del todo con la derrota de Fabricio: se mantuvo ominosamente presente debido a la conjunción ideológico/oportunista entre los 14 diputados del Partido Restauración Nacional, los 17 de Liberación Nacional y los 8 del PUSC que tendencialmente se les sumarían alrededor de las iniciativas reaccionarias provenientes de las cúpulas de dichas agrupaciones.

Es decir, para derrotar a Fabricio en la segunda vuelta, el progresismo de izquierda y centro-izquierda se arrojó en brazos de Alvarado, candidato del PAC, un partido sin ideas y sin ideales. Y se llevó un chasco, porque lo que sorpresivamente hizo Alvarado fue aglutinar todo el neoliberalismo: PLN, PUSC, PAC y además los propios pentecostales; y con esa mayoría parlamentaria y la complicidad inicial, estratégica, de la Sala Cuarta, se lanzó a debilitar la Caja, el ICE, las universidades públicas y las restantes instituciones de servicio público, así como las garantías del Derecho Laboral Colectivo y los sindicatos públicos: ¡último bastión que nos va quedando en la defensa del Estado Social y Democrático de Derecho!

Históricamente hablando, nuestro Estado Social y Democrático de Derecho tuvo su último defensor en Rodrigo Carazo Odio: después de él, a partir de Luis Alberto Monge, ex sindicalista réprobo, todos los presidentes han profesado en varia medida un neoliberalismo más o menos acorde con los planes de ajuste estructural del FMI y el BM (buques insignia del neoliberalismo en el Tercer Mundo), y con las mezquinas expectativas de aprovechamiento de las oligarquías con respecto a los despojos de la privatización: en suma, cada presidente de la lista contribuyó con la causa neoliberal mundial, arrancando algunos ladrillos, o un pedazo de pared del edificio del Estado Social de Derecho que nos legaron Calderón Guardia, Manuel Mora y Pepe Figueres.

Alvarado hizo su parte: magnificando mentirosamente la endémica crisis financiera del Estado y manipulando el truco de la regla fiscal, consiguió al cabo debilitar la posición de los sindicatos y del funcionariado público; pero la pobreza, la desigualdad y la canasta básica aumentaron, lo cual lo descalificó y alentó las esperanzas mesiánicas. Había llegado a Costa Rica un momento de gran peligro: la hora del outsider, del no contaminado con los vicios y corruptelas de lo que Milei en Argentina denominó “la Clase”; y apareció Rodrigo Chaves Robles, experto del Banco Mundial en aplicación de ajustes estructurales. Contra lo que declaraba apaciguadoramente en sus discursos de campaña, todo parece indicar que su misión en Tiquicia es, al fin, dar cristiana sepultura a los restos de nuestro pequeño Estado Empresario: a nuestro Estado Social y Democrático de Derecho.

Populismo y magia en la coyuntura actual

Volvamos ahora al tema de las primeras páginas de este artículo, porque Rodrigo Chaves es, obviamente, el afortunado beneficiario de aquel fenómeno del pensamiento mágico al que aludíamos: colocado en el momento preciso y en el lugar preciso, pronunció las palabras e hizo los gestos y los contactos adecuados para que grupos desengañados de los viejos partidos y una masa fanatizada e ingenua hayan visto en él al iluminado redentor, el ‘hombre de mano dura’, que resolverá los sempiternos problemas del País; y él ha posado deliberadamente para representar ese papel.

Vuelvo a decirlo: desde hacía algunos años se podía vislumbrar con alguna claridad que en Costa Rica estaban dadas las condiciones objetivas para el advenimiento de esa figura providencial, en su modalidad populista:

– Esas condiciones objetivas estaban dadas, repito, por la inepcia y la corrupción de los partidos tradicionales, su cobardía, su falta de compromiso social y su complicidad con las clases opulentas (lo que les impidió siempre gravarlas con impuestos justos, condenando con ello al Estado a una eterna penuria fiscal), trajeron la corrupción en las altas esferas de poder, junto con el aumento de la brecha económica, la ruina del campesinado mediano y pobre, la proletarización de la clase media, la deserción escolar, el repunte de los delitos contra la propiedad, la propagación de la droga, el reclutamiento de la juventud pauperizada por parte del narcotráfico, el sicariado y un largo etcétera.

En su planteamiento de campaña, Chaves, el hombre nuevo en el escenario político-electoral, por un lado exhibe a los villanos (encarnación del Mal), que son los partidos tradicionales PLN y PUSC, y el PAC; junto con los Poderes Legislativo, Judicial y Electoral; la burocracia parásita en contubernio con un empresariado inmoral y acomodaticio, y con una ‘prensa canalla’; y por otro lado presenta al renovador: al salvador, es decir, él mismo (encarnación del Bien), virtuoso, sabio y justiciero. Se trata de una moderna edición del pensamiento mágico llamado populismo, que hace unos años estuvo representado por el fracasado Movimiento Libertario con su lema: “no más de lo mismo”.

Ahora bien, en política, el pensamiento mágico opera en ambas direcciones: afecta a la masa que diviniza al líder y lo absuelve de antemano de cualquier exceso, por criminal que sea; y afecta la mente de aquél, tentándolo para una alta apuesta que a sus ojos lo legitima para perseguir sus fines sin reparar en los medios. Estamos ante el vínculo “populista”, directo, entre el líder y sus fieles seguidores, que produce una fuerte tendencia a sustituir el orden institucional (parlamentario, judicial, electoral, de control financiero), por un espejismo en el cual el líder se dice intérprete de una pretendida voluntad soberana, éticamente superior: un ‘mandato de la Historia’ que estaría por encima de aquel orden jurídico estatal que se asegura obsoleto y carcomido por el vicio.

Continuará en entregas posteriores.

El populismo a través de las fronteras: un análisis de las administraciones de Rodrigo Chaves y Donald Trump

Sebastián Sotelo Blanco

«Costa Rica está experimentando una nueva forma de hacer política bajo el liderazgo de Rodrigo Chaves, quien ha adoptado influencias de otros líderes carismáticos y populistas de la última década, como Donald Trump y Javier Milei” (Fernández, 2024, p. 1). Esta cita del Semanario Universidad refleja una tendencia creciente en el ascenso al poder de líderes populistas, quienes critican a las instituciones públicas y atacan a la prensa, especialmente cuando su agenda política no se alinea con las ideologías del líder populista. Por ejemplo, la presidencia de Donald Trump es un claro ejemplo de cómo una estrategia populista puede impulsar la división política, con su postura nacionalista y de confrontación hacia los medios de comunicación, en gran parte a través de su campaña “America First” (Nazar, 2020, p. 3). De manera similar, la presidencia de Rodrigo Chaves refleja la estrategia nacionalista de Trump al presentarse como un outsider frente a las élites políticas tradicionales, mientras lucha contra la burocracia y la corrupción, casi como si fuera el salvador de Costa Rica. La administración de Chaves ha generado serias preocupaciones sobre cómo la adopción de un estilo de gobierno populista al estilo Trump podría impactar la política costarricense en términos de regulaciones económicas, asuntos sociales y libertad de expresión.

Para empezar, tanto la administración de Trump como la de Chaves comparten la característica de impulsar una economía nacionalista, centrada en la protección de las industrias locales, la reducción de la dependencia de importaciones extranjeras y la prioridad de los intereses nacionales por encima de la cooperación global. Por ejemplo, Trump ordenó un arancel del 25 % sobre todas las importaciones de acero y aluminio con el fin de apoyar a las industrias nacionales (Council on Foreign Relations, 2018). Sin embargo, muchos análisis sugieren que estos aranceles reducirán el PIB a largo plazo en un 6 % y los salarios en un 5 % (Penn Wharton Budget Model, 2020). Por su parte, Chaves prometió reducir los trámites burocráticos y las barreras administrativas como una forma de empoderar a los emprendedores locales y fortalecer la economía costarricense desde dentro, alineándose con su visión económica nacionalista de priorizar el crecimiento interno sobre la dependencia internacional (Benavides, 2022). Esta promesa se hizo aún más evidente cuando Chaves declaró durante su campaña:

“Todo comienza con acelerar nuestra economía para generar empleos, atraer inversión, consolidar nuevas empresas y fortalecer nuestras exportaciones. ¡Tienen nuestra promesa: acabaremos, de una vez por todas, con los trámites, los obstáculos excesivos y las intervenciones del Estado y los costos abusivos. Los dejaremos trabajar, sin estorbar!” (Ballotage in Costa Rica, 2022, p. 5)

Esta declaración resalta la retórica populista y orientada al mercado de Chaves al apelar a la gente común con un lenguaje simple. No hay datos reales que respalden sus promesas, al igual que con Trump.

Poco después de que ambos líderes populistas llegaran al poder, fueron noticia por sus posturas en contra de temas sociales. Por ejemplo, Trump emitió una serie de órdenes ejecutivas para eliminar programas de equidad, diversidad, inclusión y DEI, argumentando que estos programas son “inmorales e ilegales” (Mark & Meckler, 2023, p. 3). Del mismo modo, Chaves, tras ganar las elecciones presidenciales en 2022, se comprometió personalmente a revertir los derechos en salud reproductiva y sexual, además de prohibir la educación en género (Vílchez, 2022). Estas posturas en contra de los derechos sociales y humanos son una tendencia creciente entre los líderes populistas, con el fin de atraer a audiencias conservadoras, que representan la mayoría en ambos países.

Además, tanto la presidencia de Trump como la de Chaves se han caracterizado por una actitud agresiva hacia los medios de comunicación. Como observa Jonathan Rauch, del Brookings Institution, Trump “se refirió frecuentemente a los medios tradicionales como ‘noticias falsas’ e incluso como ‘enemigos del pueblo’” (Rauch, 2021, pp. 2–3). De manera similar, los ataques de Chaves hacia medios de comunicación e incluso instituciones autónomas como la Fiscalía General y la Corte Suprema de Justicia han socavado la confianza pública en la prensa y en instituciones clave (The Tico Times, 2023). Esta técnica populista que ambos presidentes emplean, de desacreditar medios que se oponen a sus ideologías o que critican su imagen pública, busca desestimar cualquier crítica real, tachándola de “falsa” o calificando a la prensa de corrupta, lo cual constituye un ataque a la libertad democrática de expresión.

Tomando en cuenta todos estos paralelismos entre las administraciones de Trump y Chaves y sus posturas sobre las regulaciones económicas, los temas sociales y los ataques a la prensa, se hace evidente una creciente división política causada por las estrategias de ambos presidentes. Este patrón de erosión institucional mediante una economía nacionalista, el rechazo a los derechos sociales y la violación de la libertad de expresión a través del ataque a la prensa plantea un futuro preocupante para la democracia costarricense. La adopción por parte de Rodrigo Chaves de las estrategias populistas de Donald Trump lleva inevitablemente a preguntarse cuánto tiempo podrán sostenerse estas técnicas populistas, especialmente considerando que este tipo de populismo solo puede crecer en sistemas democráticos, al mismo tiempo que va desmantelando partes de ese mismo sistema poco a poco.

Referencias

Ballotage in Costa Rica: Rodrigo Chaves and José María Figueres compete for the presidency. (2022, April 3). Infobae. https://www.infobae.com/en/2022/04/03/ballotage-in-costa-rica-rodrigo-chaves-and-jose-maria-figueres-compete-for-the-presidency/

Benavides Santos, T. (2022, April 4). A rocky road ahead for Costa Rica’s Rodrigo Chaves. Americas Quarterly. https://americasquarterly.org/article/a-rocky-road-ahead-for-costa-ricas-rodrigo-chaves/

Costa Rica press freedom under threat as Chaves targets journalists, report says. (2025, April 5). The Tico Times. https://ticotimes.net/2025/04/05/costa-rica-press-freedom-under-threat-as-chaves-targets-journalists-report-says/

Ferguson Jr., R. W. (2025, February 24). The intellectual origins of Trump’s economic policies. Council on Foreign Relations. https://www.cfr.org/article/intellectual-origins-trumps-economic-policies

Fernández Aguilar, G. (2024, October 16). La polarización bajo el mandato de Rodrigo Chaves. Semanario Universidad. https://semanariouniversidad.com/opinion/la-polarizacion-bajo-el-mandato-de-rodrigo-chaves/

Mark, J. (2025, June 1). Discrimination cases unravel as Trump scraps core civil rights tenet. The Washington Post. https://www.washingtonpost.com/business/2025/06/01/trump-disparate-impact-discrimination-cases-civil-rights/

Nazar, Y. (2024, November 7). Trump’s populism and neo‑isolationism in a polarised world. The Friday Times. https://thefridaytimes.com/07-Nov-2024/trump-s-populism-and-neo-isolationism-in-a-polarised-world

Penn Wharton Budget Model. (2025, April 10). The economic effects of President Trump’s tariffs. https://budgetmodel.wharton.upenn.edu/issues/2025/4/10/the-economic-effects-of-president-trumps-tariffs

Rauch, J. (2018, August 17). Trump’s war on ‘fake news’ could actually make the mainstream media stronger. Brookings Institution. https://www.brookings.edu/articles/trumps-war-on-fake-news-could-actually-make-the-mainstream-media-stronger/

Vílchez, D. (2025). Rodrigo Chaves attacks gender education as foreign agenda. openDemocracy. https://www.opendemocracy.net/en/5050/rodrigo-chaves-costa-ricas-new-president-threatens-rights/

Cumbre de los Océanos, el retroceso en nuestra política ambiental con Chaves y la derecha neoconservadora

Por JoseSo
Analista Político

Los costarricenses seguimos siendo expertos en la crítica mordaz, en chota somos potencia mundial, especialmente hacia nuestros políticos. Esta vez el premiado es Rodrigo Chaves, quien durante su discurso en la Tercera Conferencia de la ONU sobre los Océanos (UNOC) optó por hablar en inglés, con una pronunciación que generó una explosión de comentarios y burlas en redes sociales.

Sin embargo, más allá de las burlas del estilo de inglés de comerciales de “open english” del presidente, dos aspectos de su intervención me resultaron genuinamente preocupantes, que nos desvían la atención de lo realmente importante. El problema no fue su pronunciación, sino el fondo de sus palabras.

Primero, la contradicción flagrante de un presidente cuestionado por su manejo ambiental: permisos de tala en zonas protegidas (como la Reserva Gandoca Manzanillo, actualmente judicializada), desacato a resoluciones de la Sala Constitucional, y autorizaciones irregulares para proyectos inmobiliarios en áreas restringidas (Portalón de Quepos, entre otros). Esto contrasta brutalmente con la imagen de Costa Rica como líder mundial en sostenibilidad, pilar de su modelo económico y proyección internacional.

Segundo, su declaración a Radio France Internacional sobre la posible la insistencia en la exploración petrolera por lo que esta idea representa:

1.  Suicidio económico:

  • Dependencia peligrosa: Ataría al país a la volatilidad de precios internacionales e inseguridad geopolítica.
  • Desperdicio de inversión: Abandonaría nuestra ventaja en energías renovables (ya más económicas que los fósiles) y dejaría obsoleta la infraestructura limpia existente.
  • Costos futuros inevitables: Retrasar la transición energética encarecerá y agudizará el ajuste posterior.

2.  Suicidio climático:

  • Irreversibilidad: Cada tonelada de CO₂ emitida profundiza una crisis con impactos catastróficos (sequías, inundaciones, pérdidas agrícolas).
  • Vulnerabilidad nacional: Como país en desarrollo, Costa Rica sufriría estos impactos con mayor crudeza, amenazando su estabilidad socioeconómica.

3.  Obsolescencia estratégica:

  • Tecnología moribunda: Invertir en fósiles es apostar por activos varados (stranded assets) en un mundo que avanza hacia la descarbonización.
  • Aislamiento internacional: Dañaría la credibilidad ambiental del país, afectando acceso a mercados y financiación climática.

Cambiar energías limpias – sinónimo de autonomía y estabilidad futura – por combustibles fósiles – un pasado vulnerable y costoso – no es progreso. Es una claudicación ante intereses cortoplacistas que hipoteca el desarrollo nacional y pone en riesgo la esencia de un país cuya fama como principal destino ecoturístico del mundo y centro de alta tecnología (informática, médica) se sustenta precisamente en su modelo de desarrollo sostenible basado en sus energías limpias.

Mi impresión es que esta postura responde más a un cálculo político – alineado con el auge de agendas populistas de derecha conservadora en países como Estados Unidos, Brasil, Argentina y parte de Europa – que a una convicción real. Sería un desastre auto infligido para una nación que ha sido faro global en materia ambiental.

Costa Rica: Cómo los partidos tradicionales abrieron la puerta al populismo

Por JoseSo

Un análisis para entender la crisis política actual

¿Cómo llega aquí la Costa Rica que era el “ejemplo democrático” de América Latina? Un país sin ejército, con elecciones transparentes y alternancia en el poder. Pero detrás de esa imagen, algo se rompía. Hoy, un presidente como Rodrigo Chaves —con un estilo confrontativo y discursos que alarman a expertos— gobierna con un mensaje claro: “Los políticos tradicionales nos fallaron”. ¿Cómo llegamos aquí? La respuesta está en errores históricos de los partidos que dominaron Costa Rica por décadas.

Los “pecados capitales” de los partidos tradicionales

Vivir en una burbuja

Durante más de 60 años, dos partidos (PLN y PUSC) controlaron casi todo. Pero se desconectaron de la gente común. Mientras en el Valle Central había progreso, las regiones periférica y rurales (como Limón, Puntarenas o zonas rurales) vivían con menos oportunidades, peores servicios y abandono. Esta desigualdad creó un caldo de cultivo para el descontento.

Corrupción: La herida que no cerró

Casos como “Cochinilla”, “Cementazo” o “ICE-Alcatel” (donde políticos y empresarios hicieron negocios sucios) mancharon la imagen de los partidos grandes. La gente empezó a verlos como grupos privilegiados que servían a sus intereses, no al pueblo.

Un sistema lento e ineficiente

El Poder Judicial, las instituciones públicas… todo se volvió sinónimo de trámites eternos, burocracia y soluciones que no llegaban. Entre 2018 y 2020, la desconfianza en el sistema judicial subió del 49% al 59%. Carlos Alvarado (presidente antes de Chaves) tuvo solo un 15% de apoyo popular en 2020.

El vacío que dejaron: Cuando la gente buscó alternativas

Los partidos tradicionales no solo fallaron, no escucharon el malestar ciudadano. Esto generó:

Voto “castigo”: En 2018 y 2022, la gente votó masivamente contra el PLN y el PAC. No importaba tanto el nuevo candidato; importaba echar a los mismos de siempre.

Campañas emocionales: Figuras como Fabricio Alvarado (2018) o Juan Diego Castro usaron discursos simples: “¡Ellos son los corruptos, yo soy el cambio!”, Apelaron al cansancio y a la fe (en el caso evangélico) .

Volatilidad electoral: La gente decidía su voto a última hora, influida por escándalos o promesas. Los partidos ya no tenían votos fieles.

  • En 2022, el sistema de partidos pasó a ser de “pluralismo extremo” (fragmentado, con muchos actores). En este caos, los mensajes simples y radicales ganan terreno .

Chaves: El “outsider” (personaje fuera de la política tradicional) que supo leer el momento.

Rodrigo Chaves no es un accidente. Es el resultado de ese desencanto. Y su estrategia explota los errores históricos de los tradicionales.

Lo que falló en los partidos. Cómo lo usó Chaves

Los partidos tradicionales y sus gobiernos cayeron en una profunda desconexión con la periferia, por eso Chaves ganó apoyo en zonas rurales y costeras que se sentían abandonadas.

Corrupción impune. Chaves se presentó como el “luchador contra políticos corruptos” (aunque él fue ministro del PAC).

Instituciones lentas. Chaves critica jueces, Contraloría y prensa, llamándolos “obstáculos” para el pueblo.

Los Partidos usaban lenguaje técnico y frío, mientras que Chaves habla directo, con frases contundentes (y a veces pachucas) en redes sociales.

En resumen, Chaves tiene un discurso estratégico y una puesta en escena creíble, que el pueblo compra al sentirse representado.

Su método es peligroso (y efectivo):

– Crea “enemigos” duales. Por un lado, los políticos tradicionales; por otro, instituciones (medios, jueces) que según él “protegen a esos políticos”.

– Se muestra “del pueblo”: Aunque fue economista del Banco Mundial, usa un tono anti-elite (hipócrita porque negocia y hasta se financia de ellos) y habla de “recuperar el país”.

Ataca controles democráticos. Tilda a la prensa de “canalla”, acusa al Poder Judicial de lento, corrupto y politizado, y descalifica a la Asamblea Legislativa, rompiendo cualquier comunicación con los diputados, propios y extraños para justificar su necesidad de controlar todo a su antojo.

¿Está Costa Rica en riesgo? La advertencia que no podemos ignorar

Chaves no es un dictador. Pero su estilo sigue un guión preocupante visto en otros países, como Brasil, donde Bolsonaro deslegitimó instituciones y los Poderes del Estado hasta que sus seguidores asaltaron el Congreso.

O en la Nicaragua tomada por Daniel Ortega y Rosario Murillo, que llegaron por elecciones, pero después anuló toda oposición y terminó eliminando cualquier competencia dentro de su FSLN (que mancilla el legado revolucionario legítimo de Sandino) y encarcela a líderes de oposición.

En El Salvador, Bukele concentra poder a través de “un estado de excepción” eterno (empezó pidiendo 6 meses desde 2021 y se lo renuevan mensualmente hasta hoy), mientras debilita al Poder Judicial y encarcela opositores y críticos de medios de comunicación y ONGs de Derechos Humanos.

  • ¡No es alarmismo! Cuando un presidente normaliza el ataque a instituciones (Contraloría, Sala IV, TSE), agrieta la confianza en la democracia. Y eso abre paso al autoritarismo. Puede ser, o no, del mismo Chaves, que hemos visto que disfruta de los halagos, sus caravanas policiales a todas partes, incluida su casa en Monterán.

¿Hay salida?

Los partidos tradicionales no murieron por Chaves; se suicidaron con su corrupción, lentitud y desconexión. Pero la solución no es reemplazarlos por un líder que debilite los controles democráticos, que mantiene innegables muestras de corrupción y que encima tiene detrás a las mismas élites económicas que, por conveniencia, antes financiaban campañas a los partidos tradicionales y ahora están detrás del fenómeno chavista.

Para reconstruir la confianza se necesita:

Primero, una renovación real. Aquí no se trata de slogans vacíos como “el nuevo Liberación” o la “Unidad renovada”. Se debe permitir y fomentar el que surjan nuevos líderes en los partidos y no los mismos de siempre o sus delfines (sucesores) nombrados a dedo.

Segundo, conectar con la periferia. Llevar soluciones concretas a zonas olvidadas qué podríamos afirmar es todo lo que no está en el GAMA, salvo pequeñas excepciones.

Tercero, defender instituciones. Aunque sean imperfectas, son el único escudo contra el autoritarismo.

La democracia costarricense no está “condenada” al populismo. Pero si los partidos no aprenden de sus errores, el discurso de Chaves será solo el primer capítulo de una historia que otros países ya vivieron… ¡y hoy lamentan!

¿Y nosotros? Como ciudadanos, toca estar alertas: Criticar a los políticos tradicionales está bien. Entregarle todo el poder a un salvador, es un riesgo que no vale la pena tomar.

Continuará…

La sombra que avanza: populismo y riesgos institucionales en la democracia costarricense

Por JoseSo
Analista Político

Costa Rica ha sido durante décadas un faro de estabilidad democrática en América Latina. Su sólida institucionalidad, su tradición de alternancia pacífica, la abolición del ejército y su apego al Estado de Derecho le valieron el reconocimiento como una «Democracia Plena» por índices internacionales, un título que pocas naciones en el mundo ostentan. Sin embargo, en los últimos tiempos, la retórica y algunas acciones del presidente Rodrigo Chaves Robles proyectan una inquietante sombra sobre este legado, encendiendo alarmas sobre los peligros del populismo y la insidiosa erosión de las instituciones democráticas.

El populismo, en su esencia, construye una narrativa maniquea: «el pueblo virtuoso» contra «las élites corruptas». Es una herramienta poderosa para movilizar apoyos, pero su lógica inherentemente confrontacional y antipluralista es incompatible con la democracia liberal, que se basa en pesos y contrapesos, en el respeto a las minorías y en la independencia de las instituciones. La retórica del presidente Chaves Robles contiene elementos preocupantemente alineados con este manual: ataques constantes y descalificaciones genéricas contra la prensa («prensa canalla»), contra el poder judicial (acusándolo de politizado o lento sin pruebas concretas), contra la Asamblea Legislativa (deslegitimándola como «disfuncional y corrupta») y contra órganos de control como la Contraloría General de la República. Este discurso no busca la crítica constructiva; busca minar la credibilidad de todo contrapoder, presentándolo como un enemigo del «verdadero pueblo» que él dice encarnar.

El paralelo latinoamericano: De la erosión a la autocracia, un espejo que nos negamos a ver nuestro reflejo

La historia reciente de América Latina ofrece ejemplos dolorosos de cómo este guión puede desembocar en tragedia democrática.

El Brasil en tiempos de Bolsonaro supuso el ataque a la legitimidad. Jair Bolsonaro ejemplificó la retórica agresiva y confrontacional contra las instituciones. Cuestionó sistemáticamente la independencia del poder judicial (especialmente el Supremo Tribunal Federal), atacó a la prensa («periodistas corruptos»), promovió teorías conspirativas y sembró dudas sobre la integridad del sistema electoral sin pruebas, culminando en el asalto a las sedes de los tres poderes el 8 de enero de 2023. El patrón de deslegitimación constante de Chaves contra la Asamblea Legislativa y la prensa tiene ecos del estilo Bolsonaro.

La Nicaragua de Ortega de Revolucionario a Dictador: Daniel Ortega, una vez símbolo de lucha del pueblo nicaragüense desde el movimiento revolucionario legítimo de Augusto Cesar Sandino, contra la dictadura, ha construido una férrea autocracia. Eliminó la alternancia mediante reformas constitucionales, reprimió brutalmente la protesta social, encarceló a candidatos opositores, clausuró medios de comunicación críticos y ONGs, y anuló toda independencia institucional. Es un recordatorio sombrío de cómo figuras que llegan al poder por la vía electoral pueden, mediante el control progresivo de las instituciones, destruir la democracia desde dentro.

Más allá de la región: El resurgir global del autoritarismo

El fenómeno no es exclusivo de América Latina. En Hungría, Viktor Orbán ha construido una «democracia iliberal» debilitando el poder judicial, controlando los medios y cambiando leyes electorales para perpetuarse. En Turquía, Recep Tayyip Erdoğan ha concentrado poder de manera alarmante. En Estados Unidos, el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 fue el clímax de una campaña de deslegitimación constante de las instituciones electorales por parte de Donald Trump. Estos ejemplos demuestran que las democracias, incluso las consolidadas, no son inmunes a la erosión populista y autoritaria.

Costa Rica: La fragilidad de lo sólido

La gran fortaleza de Costa Rica ha sido precisamente la solidez y el prestigio de sus instituciones. La Sala Constitucional («Sala IV»), la Contraloría, el TSE, la prensa libre, son pilares que han garantizado el equilibrio. El peligro de la retórica de Chaves Robles no es que vaya a instaurar una dictadura mañana.

El peligro es más insidioso: la normalización del ataque a las instituciones. Cada descalificación infundada, cada intento de socavar su autoridad, cada intento de concentrar poder o de presentar los controles democráticos como obstáculos, debilita la cultura de respeto institucional que sostiene la democracia. Es la erosión lenta, la grieta que se agranda con cada embate retórico.

Defender la Casa Común

La democracia costarricense no es invulnerable. Su fortaleza histórica no garantiza su futuro inmutable. La retórica populista y con rasgos fascistizantes (simplificación extrema, enemigo interno, ataque a la pluralidad) del presidente Chaves Robles representa un riesgo claro para su institucionalidad. Las comparaciones con Venezuela, Brasil, Argentina, Nicaragua y otros ejemplos globales no son alarmismo infundado; son advertencias basadas en patrones observables. Son lecciones de cómo comienza el declive democrático: con palabras que dividen, que deslegitiman, que siembran desconfianza en los pilares que sostienen la república.

La defensa de la democracia plena costarricense no es tarea solo de políticos o jueces. Es responsabilidad de toda la ciudadanía, de la prensa independiente, de la academia, de la sociedad civil organizada. Requiere vigilancia activa, rechazo firme a la retórica divisionista y autoritaria, y un compromiso inquebrantable con la defensa de las instituciones que, aunque perfectibles, son el escudo que ha protegido a Costa Rica de los abismos que han sufrido otros. Que el faro costarricense no se apague por la complacencia o el miedo a señalar los peligros.

La democracia centenaria merece y exige este debate.

En la política democrática, las formas importan

Alejandro Guevara Arroyo

Recientemente apareció un texto interesante titulado “Milei y la cuestión de las formas”, publicado por Javier Franzé en La Vanguardia (órgano del Partido Socialista argentino)1. Ahí se evalúan las formas de las prácticas políticas del presidente argentino Javier Milei, aunque sus consideraciones pueden extenderse en buena medida a todas las principales figuras de la actual ola del populismo de ultraderecha que azota Occidente, con Chaves como nuestro ejemplo parroquial. Muchas de sus reflexiones alcanzan la discusión sobre la correcta práctica política en general, es decir, tanto de agentes políticos profesionales, como de militantes partidarios y de la ciudadanía en una democracia. Por ello, entiendo que vale la pena retomar nuevamente lo que ahí se plantea.

El autor propone al menos dos aspectos especialmente valiosos para la reflexión política. Primero, se refiere a las características fundamentales de nuestro accionar, o sea, de nuestra práctica, en tanto agentes morales. En segundo lugar, alude a la práctica política propia de una o un demócrata. Veamos.

El primer asunto interesante que aborda sensatamente este texto es la distinción, muy arraigada en nuestro sentido común, entre formas y contenido de la práctica política y, más en general, de nuestro accionar en tanto agentes. Así, se suele escuchar que al considerar la política, debemos distinguir tajantemente entre las formas (cómo se habla, cómo se trata a otras personas, con quién se discute) y el contenido (las propuestas que se presentan, los ideales que se persiguen con el accionar). En nuestros días, no es inusual que se entienda que ‘el contenido justifica cualesquiera formas’ o, incluso, que ciertas formas son estorbos para lograr lo clave, que se encuentra en el nivel del contenido (fines, ideas o propuestas) de la acción política.

Sobre esta distinción, el autor pone correctamente en duda los límites normativos de la separación entre forma y contenido. Y es que, desde un punto de vista más fundamental, no existe una distinción tajante éticamente entre ambos niveles. Por un lado, los contenidos intencionales de nuestra acción se construyen, comparten y afianzan por medio de ciertas prácticas que, en el caso de la política, son públicas en un sentido relevante. Las formas en que estas se expresan pueden moldear el contenido mismo de la acción política. Pero, además (y quizás de mayor importancia), hay contenido en las formas de nuestro accionar. O sea, las formas de nuestras prácticas en sí mismas tienen contenido: honran y difunden ciertos valores y desprecian otros.

Por ende, al considerar o realizar una práctica política, nunca podemos liberarnos de la consideración ética de su faceta formal. Ahí damos preponderancia a ciertos valores (¡ciertos contenidos!) sobre otros. “Las ‘formas’ tienen importancia por sus consecuencias, por el sentido que transmiten y la realidad que construyen. Otra vez, no son sólo formas, sino expresión de un contenido que, a su vez, contribuyen a crear”, dice correctamente Franzé.

El segundo aspecto interesante para la reflexión alude no ya a nuestra agencia en general, sino a la forma de nuestra correcta práctica política en tanto demócratas. Sobre esto el autor sostiene que ciertas formas son relevantes para la democracia por los valores que encarnan y que performativamente promueven. Prácticas políticas como las de Chaves, Milei o Trump, de irrespeto, insulto y ridiculización al que discrepa políticamente, no son meramente ‘feas’: son afrentas a los valores democráticos mismos; tienden al autoritarismo político. “Las malas formas de un presidente democrático no son importantes porque nos digan algo de su creencia o no en la democracia, sino que son significativas para la democracia misma como orden político”, para citar nuevamente al autor.

Ahora, ¿cuáles son esas formas que las prácticas democráticas han de sostener? Sintetizo algunas de las que se me ocurren: (a) la tolerancia práctica frente al desacuerdo político, entendiendo que este es constitutivo de la sociedad democrática; (b) la cordialidad básica entre quienes sólo median desacuerdos políticos, recordando que juntas y juntos conformamos un cuerpo más amplio, una comunidad política, una República; (c) la decencia y la coherencia pública, dando cuenta de que estamos guiados por ideales y principios, y no por el mero autointerés.

Cabe preguntarse, sin embargo, por qué aceptar esta visión sobre las correctas formas de la práctica política democrática. Al considerar la respuesta a este asunto, el autor se aproxima a uno de los grandes misterios de la vida democrática: ¿cómo se puede, coherentemente, desarrollar una práctica política fundada en cierta concepción que se estima correcta y, al mismo tiempo, admitir que hay otras concepciones y prácticas que en algún sentido también son aceptables? Desde mi punto de vista (y aquí me diferencio un poco del autor), para responder estas cuestiones, debemos poder integrar, bajo distintas máscaras, nuestra faceta en tanto agentes políticos y en tanto personas ciudadanas.

En tanto agentes políticos, defendemos, promovemos y afianzamos ciertas concepciones y propuestas políticas que entendemos como correctas y justas para nuestra sociedad. O sea, bajo esta máscara asumimos que hay posiciones sobre el orden social que son correctas, sin más. Para lograr que dichas posiciones se realicen, nuestra práctica se puede encauzar mediante todas las rutas de acción política constitucionalmente reconocidas.

Por su parte, en tanto personas ciudadanas, hemos de reconocer que existen otros integrantes de la comunidad política que se encuentran en una posición constitucional equivalente, pero que pueden sostener direcciones políticas alternativas. Y su posición es equivalente porque son personas con igual dignidad en tanto ciudadanas de la República y el hecho de su desacuerdo es expresión de su autonomía moral, presupuestos esenciales del profundo ideal democrático de comunidad política.

Honramos, respetamos y mostramos la defensa de dicho ideal (de dicho contenido) a través de ciertas formas en nuestras prácticas, en cada una de ellas, y, ciertamente, en nuestro accionar político. La máscara ciudadana subyace a la del agente político. He aquí la manera en la que se integran para la o el demócrata.

Es gracias a la máscara ciudadana que se distinguen las formas correctas de la vida democrática; es ella la que distancia a alguien que lleva una práctica política autoritaria, aunque se realice dentro de límites legales aceptables, de una práctica demócrata. Y, por supuesto, la persona que ocupa un puesto de autoridad (v.g. un presidente) ha de trasladar dichos valores a su propia práctica política, respetando desde su lugar las formas adecuadas para honrar el pluralismo político.

Al fin y al cabo, en la práctica política democrática, se cumple también aquello que agudamente apuntara Borges para toda nuestra vida: los actos son nuestros símbolos.

El Flautista de Hamelin y el político populista que vino de Indonesia: una fábula moderna

Por JoseSo (José Solano-Saborío)
Ciudadano y libre pensador

En 1284, la ciudad de Hamelin enfrentó una plaga de ratas. Un misterioso flautista prometió liberar a los habitantes del problema a cambio de una recompensa. Los aldeanos aceptaron, pero cuando el flautista cumplió, quién lo contrató, el alcalde, se negó a pagarle su recompensa. Entonces, el músico usó su melodía para llevarse algo mucho más valioso: los niños del pueblo.

Esta leyenda alemana, con sus múltiples interpretaciones, resulta inquietantemente actual en la Costa Rica del 2025, cuando se compara con el discurso del político populista qué nos llegó del Lejano Oriente. Ambos, el flautista y el demagogo son figuras seductoras que prometen soluciones fáciles a problemas complejos. Con palabras dulces y promesas grandilocuentes, logran que la gente los siga, cegada por la esperanza de un cambio inmediato.

El flautista ofrecía liberar a Hamelin de las ratas sin esfuerzo; el político populista promete a Costa Rica acabar con la corrupción, la pobreza o la inseguridad con solo votar por él. Ambos apelan a las emociones, no a la razón. Y, como en el cuento, cuando la realidad no coincide con la fantasía vendida, el pueblo termina pagando un precio mucho más alto.

Los habitantes de Hamelin, al final de esa leyenda, aprendieron demasiado tarde que las soluciones mágicas no existen. Hoy, en medio de crisis políticas y sociales, asesinatos por crimen organizado y pequeños agricultores arruinados, la lección sigue vigente: quien sigue ciegamente al encantador de turno, sin cuestionar sus métodos o sus intenciones, puede terminar perdiendo más de lo que imaginaba. La verdadera salvación no está en la melodía seductora, sino en la participación crítica y en la memoria histórica.

Después de todo, la diferencia entre el flautista y el político populista es solo una: el primero se llevó a los niños; el segundo, el futuro de todo un país.

Nuevos escenarios: incertidumbre, temor y desafíos en la política y la sociedad

Gerardo Castillo Hernández

Al igual que el bitcoin, que desafía los paradigmas tradicionales del dinero e irrumpe como una alternativa financiera disruptiva, la política contemporánea transita por caminos sinuosos que generan inquietud y desconcierto. La acción política se reduce a un espectáculo mediático, el discurso público se degrada, y los partidos tradicionales pierden prestigio ante una ciudadanía cada vez más desencantada. Según Latinobarómetro, el 70% de los latinoamericanos ya no confía en la democracia o se siente excluido de ella. Esta cifra no solo refleja insatisfacción, sino una crisis de legitimidad con graves implicaciones:

1. Declive de la democracia representativa: La pérdida de credibilidad de los partidos y las instituciones abre paso a alternativas peligrosas, desde liderazgos autoritarios hasta soluciones pseudopopulistas.

2. Ascenso del populismo emocional: Líderes de izquierda y derecha —desde predicadores carismáticos hasta aventureros políticos— explotan el malestar social con discursos que desprecian el Estado de derecho, la institucionalidad y la razón.

3. Espectacularización de la política: El debate público se reduce a confrontaciones virales, donde priman la mentira, el insulto y la posverdad sobre el análisis riguroso.

4. Amenazas a las libertades: Movimientos de extrema derecha ganan terreno, atacando la independencia judicial, la libertad de prensa y los derechos humanos bajo retóricas nacionalistas.

5. Tecnología y desinformación: Las redes sociales distorsionan la realidad, manipulan elecciones y normalizan la polarización, mientras la corrupción, el narcotráfico y la inseguridad —con América Latina como la región más violenta del mundo— alimentan el círculo vicioso de la desesperanza.

¿Qué cabe esperar?

Estos escenarios fracturan los consensos democráticos y plantean interrogantes urgentes: ¿Está agotado el modelo actual? ¿Emergerán nuevas formas de democracia? ¿Cómo adaptarán los Estados la división de poderes o los sistemas electorales? La incertidumbre se agrava por factores globales: recesión económica, guerras comerciales, migraciones masivas, reacomodos geopolíticos y una crisis climática con proyecciones catastróficas. En este contexto, los márgenes de acción para América Latina son estrechos: el endeudamiento externo y los condicionamientos de organismos financieros limitan cualquier reforma estructural, perpetuando un modelo económico excluyente y sin dimensión social.

Lo laboral en la encrucijada

El panorama es desalentador:

– Desempleo e informalidad: Las tasas superan el 40%, con trabajos precarios que profundizan la pobreza y debilitan el movimiento sindical.

– Educación en crisis: La pandemia exacerbó la brecha digital y la deserción escolar, mientras los recortes presupuestarios y la pauperización docente socavan la calidad educativa.

– Reformas regresivas: Las élites empresariales, ahora enquistadas en el Estado, imponen legislaciones laborales que eliminan protecciones sociales, fomentan la explotación —especialmente de mujeres— y criminalizan la organización sindical.

¿Hay espacio para la esperanza?

Pese a todo, destellos de resistencia persisten: las movilizaciones en Estados Unidos por la democracia, el rechazo popular a las agresiones gringas a la soberanía de Panamá, o las luchas sociales en Argentina a favor de los jubilados revelan que la sociedad civil aún defiende banderas irrenunciables: justicia social, libertad de prensa, derechos humanos y democracia participativa. Son tiempos oscuros, pero la historia demuestra que los cambios radicales suelen nacer en los momentos más críticos. La luz de la sensatez y de la acción colectiva es deseable porque tarde o temprano se abrirán paso por un mundo más humano y mejor para las mayorías marginadas.