Óscar Madrigal
Cuando el Partido Liberación Nacional en el siglo pasado gozaba de cierta dosis de socialdemocracia planteaba algunas cosas interesantes; dos de ellas eran muy atractivas.
La primera, en el aspecto económico, era que había convertir a Costa Rica en un país de propietarios y no de proletarios.
La segunda, en el campo social, era que había que competir en el mercado internacional no con la vista puesta en Centroamérica sino en los países nórdicos, en la Alemania de Brand, en los países socialdemócratas de Europa. Era en otras palabras, que había que competir para atraer inversiones NO con bajos salarios, malas condiciones de vida de los trabajadores o desmejorando la Seguridad Social. Nuestro futuro, decían, estaba en la calidad de la mano de obra, en la igualdad, en buenos salarios, en buenas condiciones de salud, en fin, en un Estado de Bienestar universal.
Ninguno de estos postulados ha perdido vigencia, son principios de la vieja socialdemocracia.
El proyecto de flexibilidad laboral que permite a los patronos establecer una jornada de 12 horas por 4 días, se asemeja más a los países más atrasados laboralmente hablando, que a los más desarrollados con los cuales tenemos que compararnos.
Ingresamos a la OCDE para efectivamente jugar en el club de los países con mayor desarrollo económico y para aprovechar y copiar sus mejores políticas.
La jornada laboral promedio de los países de la OCDE es de 40 horas semanales. Costa Rica con jornada de 48 horas a la semana, con Méjico y Colombia están entre los que más trabajan.
Debería aprovecharse el proyecto de flexibilización laboral para reducir la jornada semanal a 40 horas y, si se considera conveniente, laborar 10 horas diarias por 4 días. Esta medida reduciría considerablemente los problemas de las mujeres y el estudio de los trabajadores estudiantes.
Una jornada de 40 horas semanales no perjudica la competitividad ni la productividad de la mano de obra costarricense que es sumamente calificada, como lo han reconocido los inversionistas. Además, la prueba contundente de que no restaría competitividad al país es que los países de la OCDE son de los que menos horas trabajaban los asalariados. Francia desde 1999 tiene una jornada laboral de 35 horas semanales y es la segunda economía de Europa; y en Australia, Dinamarca, Países Bajos, Noruega, Bélgica y Alemania es de 38 horas.
Colombia y Chile con jornadas iguales a las de Costa Rica se proponen reducirlas al promedio de la OCDE, sea 40 horas, de aquí a finales de 2026.
El proyecto de flexibilidad laboral ha permitido a las Cámaras patronales echar mano al manido recurso de manifestar que con esa medida aumentará el empleo. Todas las medidas que atenten contra los derechos de los trabajadores y trabajadoras para esas cámaras crean más empleo. Estos son los que ven -como decían los socialdemócratas- a los países más atrasados y no a los más avanzados.
Pero lo que si puede ser un cambio radical y un aumento sustancial del empleo es reducir la jornada de trabajo porque se requeriría más mano de obra o sea más trabajadores, lo cual aumentaría la rentabilidad de las empresas y con ello sus utilidades. Así lo comprueban las sociedades europeas más avanzadas.
La excusa que utilizan los patronos para aumentar el empleo es reducir las condiciones laborales de los trabajadores.
Pero lo cierto es que el mejoramiento de las condiciones de los asalariados, como se demuestra en la OCDE, genera un aumento sustancial del empleo y de la competitividad.
Es al revés, sino véase que la tasa de desempleo nacional no se ha reducido en años a pesar del congelamiento de salarios y deterioro de las condiciones de vida.
Es esa la mejor prueba.