“¿Quién dijo que todo está perdido? ”Porque aún queda “algo”, que es mucho, ¡no podemos seguir impasibles! El sueño de justicia y democracia es posible #AlianzaPorUnaVidaDigna ¡Actuemos ya! http://bit.ly/alianzavidadigna
El proyecto de ley que pretende cambios en el empleo público y la aplicación de la regla fiscal no son la solución a la denominada crisis fiscal, reconoce la OCDE
Eduardo Muñoz, periodista Vicerrectoría de Acción Social UCR
Si de riqueza y poder político global se trata, el
conocimiento científico y la educación son de los activos más apetecidos por
los grupos económicos internacionales. La historia de los nexos entre la
ciencia y la educación, y la política, demuestra que siempre ha existido un
pulso por el control de estos activos, cuyos costos y pérdidas son socializados
pero sus ganancias privatizadas a favor de conglomerados empresariales.
En el caso costarricense, los logros sociales alcanzados desde
la Segunda República son múltiplemente reconocidos. Incluso, la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), actual sustento
ideológico de la clase política y empresarial costarricenses que impulsan
cambios en materia fiscal, de inversión social, educación y empleo público
asegura, contradictoriamente, en su informe titulado Estudios Económicos
de la OCDE: Costa Rica 2018, que “el acceso a la educación para todas
las personas ha sido una piedra angular del modelo social exitoso de Costa
Rica y, por esta razón, las reformas constitucionales aumentaron el gasto
obligatorio al 8% del PIB”. Pero, pese a los indicadores internacionales en dicha
materia, la OCDE también afirma que “no existe una razón subyacente para este
objetivo específico, mientras que la evidencia sugiere que actúa como un
obstáculo importante para la restricción del gasto sin mejorar la
eficiencia ni la eficacia en cuanto a los resultados educativos”.
Sobrepasar ese “obstáculo” es el principal desafío de las
autoridades políticas costarricenses, ya que los proyectos impulsados desde el
Estado costarricense para la aprobada reforma tributaria, el empleo público y
la privatización solapada de la Caja Costarricense del Seguro Social, son
insuficientes para ingresar al exclusivo club de naciones integrantes de esa
organización.
En contraste con los criterios de que la masa salarial
pública es corresponsable del déficit fiscal, la realidad es que solamente
representa el 14% de la fuerza laboral nacional, integrada mayoritariamente por
los sectores educativo, salud y seguridad. Y, en opinión de la OCDE y sus
acólitos costarricenses, las remuneraciones en este sector son excesivas y
distantes de lo devengado por el sector privado. No se menciona que, de manera
sostenida y según encuestas del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, una
cuarta parte de la fuerza laboral nacional no percibe el salario mínimo; y
existen claras disparidades entre lo percibido entre hombres y mujeres.
La Rectoría de la Universidad de Costa Rica, en un documentoa disposición de acceso público a
la ciudadanía, ha sido contundente al afirmar que el Estado
costarricense, en procura de “resolver” el problema del empleo público,
“convierte a los salarios en una variable de ajuste macroeconómico (por
ejemplo, para controlar la inflación o el déficit fiscal) y no en un elemento
central para procurar el mayor bienestar a todos los habitantes del país”. En
suma, el proyecto de ley apuesta a la pauperización generalizada como mecanismo
de control tributario, mientras por otro lado no se resuelve con acciones
firmes la evasión y elusión fiscales, que superan el 13% del PIB.
Por otra parte, sin considerar las particularidades de las
instituciones del Estado costarricense, la OCDE aplica criterios de
“productividad” a servicios tan diversos como la educación básica y
universitaria, la seguridad social y las transferencias que se realizan a los
sectores menos favorecidos. Para ello, y traspasando sus competencias, esa
organización le sugiere al Estado, a manera de receta única, que impulse un
«conjunto claro de mecanismos de dirección, coordinación y control a nivel
del Gobierno Central», ignorando deliberadamente nuestra Constitución
Política de Costa Rica, un escollo para la OCDE.
El citado estudio de la OCDE es claro, nuestra
Constitución y la institucionalidad costarricense se contraponen a su ideario
político. “El uso excesivo de la asignación obligatoria de fondos con
destinos específicos en Costa Rica también está en contradicción con la
Recomendación del Consejo sobre Gobernanza Presupuestaria, que establece que
«Los fondos para fines específicos y la asignación de ingresos para fines
concretos deben mantenerse al mínimo» (Recomendación del Consejo sobre
Gobernanza Presupuestaria, Principio 7, OCDE 2015b)».
En suma, la ruta definida por la OCDE y el gobierno
costarricense atenta contra la institucionalidad y la historia costarricenses,
pisotea la Constitución Política e hipoteca el bienestar de las futuras
generaciones.
Para descargar el documento de la Rectoría de la Universidad de Costa Rica Sobre el Proyecto de Ley Marco de Empleo Público puede buscarlo con este enlace: http://ucr.cr/r/GU8F
Durante
los últimos meses hemos discutido en la Asamblea Legislativa alrededor del
proyecto 21049 “Ley para brindar seguridad jurídica sobre la huelga y sus
procedimientos”, un proyecto que se presentó inicialmente con la intención de
definir plazos para la declaración de legalidad o ilegalidad de las huelgas.
Sin embargo, a lo largo de esta discusión se han puesto sobre la mesa diversos
temas que van más allá de lo planteado, y tienden a prohibir el derecho de los
ciudadanos a asociarse y manifestarse en contra de lo que creen cercena sus
derechos.
Cabe
recordar que manifestarse, asociarse libremente e ir a huelga forma parte de
nuestros derechos humanos. Otros derechos vinculados son el de fundar
sindicatos y afiliarse a ellos para la protección de los intereses colectivos.
Esos
derechos ciudadanos van más allá de la reivindicación de luchas en el ámbito
laboral, permiten que las personas participen en la construcción y toma de decisiones que afecten sus
vidas y a la sociedad en general.
Las políticas públicas son cursos de acción,
decisiones políticas que se toman para atender los problemas públicos, es
decir, problemas que afectan a grupos o a toda la ciudadanía. Es la propia población
la que debe participar y ser tomada en cuenta no sólo en la formulación de las
políticas públicas sino también en la evaluación de su efectividad para resolver
los problemas y para determinar nuevas acciones.
En una verdadera democracia participativa, el
poder se debe compartir con la ciudadanía y se debe promover esa participación
real en la toma de decisiones. En nuestro país, los espacios reales de
participación ciudadana son pocos –hay quienes piensan que se reducen a votar
cada 4 años- o existen solo en el papel, no en la práctica. A la gente le
quedan pocos ámbitos en los cuales se le escucha y se le toma en cuenta y mucho
menos en los que pueda manifestar su descontento o ejercer control ciudadano sobre
quienes tenemos la responsabilidad de hacer e implementar las políticas
públicas.
Las
políticas públicas se sustentan en decisiones políticas, porque son los gobiernos
y los legisladores quienes deciden qué problemas públicos atender y cómo
hacerlo. Es decir, unos cuantos deciden políticamente sobre aquello que afecta
la vida de todas las personas. Por lo tanto, cualquier manifestación o huelga
contra una política pública es inherentemente de carácter político.
En
estos días se ha pretendido con el proyecto 21049 prohibir las huelgas políticas,
algo que no tiene ni pies ni cabeza. Sería como prohibir acciones políticas que
se opongan a otras acciones políticas, eso suena a tiranía. Ese razonamiento no
tiene sustento legal y así lo han señalado distintas instancias judiciales y
expertos en derecho de nuestro país.
Meses
atrás durante la discusión de la reforma fiscal vimos como la sociedad en
general, no solo los sindicatos como muchos lo quisieron hacer creer, salieron
a las calles y se manifestaron de diferentes maneras en contra de un proyecto
que para muchos traería mayores complicaciones económicas. Eso claramente fue
una huelga política que buscaba el diálogo social para la construcción conjunta
de una política pública más balanceada, que no impactara tan negativamente a
algunos sectores. Esa es una reivindicación legítima. Sabemos que las huelgas
traen también muchas consecuencias negativas, por eso estamos obligados a abrir
pronta y oportunamente canales de diálogo y negociación que minimicen impactos
y maximicen el bienestar colectivo.
Otro
aspecto que se discute alrededor de este proyecto de ley es la posibilidad de prohibir
las huelgas en servicios considerados esenciales. Según la OIT son aquellos
servicios cuya interrupción podría
poner en peligro la vida, la seguridad o la salud de la persona en toda o parte
de la población» (OIT, 1983b, párrafo 214). La OIT señala que ante esta
condición los funcionarios cuya ocupación se desarrolla dentro de estos
servicios ya definidos, tienen el derecho a que se les garantice procedimientos
de conciliación y arbitraje apropiados, imparciales y rápidos que se apliquen
plena y prontamente. O sea, en estos casos hay restricciones para realizar una
huelga y en eso estamos de acuerdo, pero en el proyecto de “Ley para
brindar seguridad jurídica sobre la huelga y sus procedimientos” se ha pretendido incluir como escenciales
otros servicios para así impedir que se realicen huelgas.
Debemos poner mucha atención en la definición de cual
o cuales instituciones brindan servicios que verdaderamente afectan o ponen en
riesgo la salud, la seguridad y la vida de la población y se debe brindar
seguridad a esos funcionarios de que sus demandas serán escuchadas y atendidas
mediante una negociación conciliadora e imparcial.
Este es un tema álgido que no debe discutirse al
calor de enojos o resentimientos añejos. Vivimos tiempos de polarización y malestar
social, que no se pueden ni se deben ocultar debajo de la alfombra. Un proyecto
de ley que pretenda generar prohibiciones arbitrarias a las huelgas o a las
manifestaciones de nuestra sociedad traerá más polarización y estrechará más el
espacio democrático.
Es oportuno recordar que muchas de las conquistas
sociales que tenemos, se las debemos a movimientos de huelga y a la construcción
de un pacto social mediante el diálogo entre personas y sectores que pensaban
distinto.
Lo que realmente necesitamos es llegar a acuerdos a través de más espacios de participación política ciudadana, eso nos beneficia a todos porque fortalece nuestra democracia.
José Manuel Arroyo Gutiérrez, ex magistrado y catedrático UCR
La Constitución Política de Costa Rica opta por una
organización republicana y un ordenamiento jurídico propio del Estado Social de
Derecho. Lo primero establece con claridad la división de poderes, los ámbitos
de competencia, los controles recíprocos en orden a que ninguna autoridad de la
República se sienta libre de hacer lo que le parezca y abuse de sus
atribuciones. Lo segundo, en lo fundamental, opta por el respeto a la dignidad
humana –que no es otra cosa que el respeto a los derechos de las personas sin
ningún tipo de discriminación-, así como la enunciación de derechos y garantías
individuales y sociales y el diseño de un andamiaje institucional complejo y
diverso.
La
Constitución Política, hace distinciones que no pueden atropellarse sin poner
en riesgo el futuro mismo de la convivencia democrática dentro de un régimen de
derecho. La Sala IV, a propósito del Art. 188 C.P. ha establecido que las
instituciones autónomas tienen independencia administrativa, mas no de
gobierno, ámbito en el que éstas deben atenerse a las leyes dictadas por la
Asamblea Legislativa (Voto No 3309-94). No obstante, esta misma resolución
explicita cómo, la Corte Suprema, en cambio, conserva el gobierno y la
administración de tribunales, funcionarios y empleados de la rama judicial, es
decir, conserva un ámbito de independencia mayor, tanto de gobierno como de
administración (art. 156 C.P.), que la diferencia del que disfrutan las
instituciones autónomas en sentido estricto (188 y 189 C.P.). La lectura de
estas dos últimas normas evidencia que se refieren a instituciones autónomas
como los bancos y aseguradoras estatales, y las que a futuro cree la Asamblea
Legislativa.
Pero
evidentemente el constituyente, de manera directa, quiso tutelar algunos
valores fundamentales como la justicia, la salud, la educación superior
pública, entre otros, para lo cual creó instituciones con encomiendas
específicas y las dotó de autonomías reforzadas, frente al Poder Ejecutivo de
turno y frente a la misma Asamblea Legislativa. Estoy convencido que tal es el
caso de la Universidad de Costa Rica y de todas los centros de educación superior
pública del país. Véase cómo, esta autonomía reforzada se evidencia cuando la
Constitución crea “…una institución de cultura –ojo, algo más que de educación- que
goza de independencia para el desempeño de sus funciones, y de plena capacidad
jurídica para adquirir derechos y contraer obligaciones, así como para darse su
organización y gobierno propios…”. Tales atributos y competencias se
hacen extensivas a los otros centros de educación superior públicos, y el
Estado queda obligado no sólo a otorgarles un patrimonio propio, sino a
colaborar en su financiamiento (Art. 84 y 85 C.P.).
He aquí la
importancia trascendental de que el examen de constitucionalidad al que está
siendo sometida la Ley No. 9635, “Ley de
Fortalecimiento de las Finanzas Públicas”, no pase atropelladamente por las
distinciones y precisiones que hace la Constitución Política. El problema es
que esta legislación, con su buque insignia la “Regla Fiscal”, pretende meter a
todos los poderes e instituciones, funcionarios y empleados públicos, en una
especie de camisa de fuerza, olvidándose de que las vías impuestas siempre
tienen sus días contados, y es imposible hacer sostenible a largo plazo medidas
que asfixian o ahogan a amplios sectores de la población.
Esto es así en la medida en que aún para las instituciones autónomas en sentido estricto, como la C.C.S.S. o I.C.E., -para mencionar sólo dos sobre las que ha recaído buena parte de la paz social disfrutada en el país por décadas-, no se les puede imponer, sin más, cómo y con qué recursos van a poder atender servicios de emergencia o extraordinarios, o bien qué régimen de incentivos salariales, o reconocimientos por prohibiciones o dedicaciones exclusivas pueden promoverse. Tampoco es posible que las nuevas reglas para los trabajadores de primer ingreso pasen por alto que existen otros principios constitucionales en materia laboral, que expresamente erigen el principio de igualdad (Art. 57) o el de no-discriminación para ningún sector de los trabajadores (Art. 68). Mucho menos se puede tratar de esta manera a quienes laboran en otros poderes republicanos o en las universidades, cuyas misiones institucionales, -como la justicia o educación superior-, el constituyente quiso protegerlas de gobiernos y tendencias coyunturales emanadas de otros poderes en ejercicio.
Rosaura Chinchilla-CalderónAbogada y docente universitariaRosaura.chinchilla@gmail.com
El sueño de la razón produce
monstruos (Goya)
Costa Rica se encamina a vivir un aniversario más de la independencia de España y lo hará, muy probablemente, de la misma forma en que recibió la noticia: en un ambiente polarizado, dubitativo y a la espera de mágicos vientos que despejen los cargados nubarrones de un día que ya casi lleva doscientos años, pero que hoy, a diferencia de ayer, amenaza con la inminente furia de su vendaval.
Polarización.
La división no es, ya, entre monárquicos y separatistas; colonialistas y anticolonialistas
o republicanos e imperialistas, sino entre “progres” y “ramashecos”
o “PAC-lovers” y “FabriPLUSCianos”. Unos —insuflados con las
oportunidades y hasta con los privilegios obtenidos gracias al Estado de
Bienestar en la Gran Área Metropolitana— tildan, a quienes carecieron de ellas,
de ignorantes-retrógrados; niegan la sola posibilidad de contextualizar, en
coordenadas supra-individuales, los síntomas o comportamientos percibidos; defienden
algunos derechos humanos liberales al tiempo que ridiculizan expresiones de fe
y reniegan de los derechos económico-sociales…en fin, traicionan la esperanza y
el mandato popular, acrecentando el descontento social. Otros (atrincherados en
un dios-creado-a-su-medida) imponen su visión de mundo como la única posible, y
le niegan dignidad a amplios segmentos de la población que no se ajusten a la
moral que predican (y que no siempre practican). Unos y otros conducen, a este
pequeño país, muchas veces a golpe de fake news, hacia el despeñadero.
Desigualdad. Pero el anterior es solo un signo
epidérmico o superficial que, sin embargo, oculta la enfermedad terminal que
internamente carcome nuestro tejido social: la desigualdad crece y se evidencia
ya como desempleo abierto y miseria rampante; la institucionalidad democrática
y republicana cae derruida tanto por la avidez como por la corrupción de
quienes mueven y enredan los hilos, y pretenden desmantelar cualquier dique normativo
que les impida obtener el mayor lucro, para el menor número, durante el mayor
tiempo posible.
Debilidad institucional. Así, con procedimientos que han de
permanecer fuera de foco, ocultos al escrutinio ciudadano, se hacen pactos, se nombran
funcionarios que coopten las instituciones públicas y, desde ahí, cumplan con
la consigna de eliminar las normas de protección claves en el diseño del Estado
Republicano, Democrático y Social de Derecho de la Segunda República: un
sistema de pesos y contrapesos; de división de funciones; de independencia de
las instituciones contraloras; de procedimientos y garantías para el adecuado gobierno
de la cosa pública; de respeto a la dignidad inmanente a todo ser humano y de
protección a la educación, el medio-ambiente y la salud como claves del
desarrollo. En ese contexto se legisla y hasta se juzga.
Modernidad. La promesa de la modernidad, del
avance de la razón y del humanismo en el mundo, ciertamente explotó durante la
II Guerra Mundial frente a la evidencia del Holocausto y la barbarie de la que,
como seres humanos, somos capaces. Empero, paradójicamente, fue en los años 40 en
donde, en este pequeño territorio, también nació la esperanza de que la
solidaridad era posible: de que podíamos vivir sin ejército; nacionalizar la
banca y las instituciones energéticas para que el bienestar de todos no
dependiera del lucro de unos; universalizar los seguros sociales; extender la
gratuidad y cobertura de la educación; confiar en la pureza del sufragio; en la
formación y equidad de la judicatura; mantener la Naturaleza y apostar por una convivencia
en armonía y tolerancia, respetando nuestra diversidad.
El sueño de la razón. Ese sueño, paulatinamente, se ha ido
derrumbando. Parafraseando a Goya: se durmió la razón y nacen los monstruos. El
fascismo campea por doquier reivindicando múltiples ropajes: nacionalismos, visiones
mágicas y acientíficas del mundo, religiosidad individualista y egoísmos
extremos y a Costa Rica la vacuna (formada por aquellos componentes) se le
venció. Esta democracia del bicentenario es raquí-tica, de simples formas, por
lo demás porosas y débiles, que se están rompiendo ante nuestros ojos. Si nos
descuidamos, seremos testigos de su colapso definitivo.
Lucha cívica. Pese a todo “¿quién dijo que todo
está perdido?” Todavía tenemos una educación gratuita y generalizada que,
pese al modelo de negocios por el que unos apuestan, permite que el hijo del
obrero y la hija de la indígena obtengan una profesión u oficio; podemos velar
por nuestra salud sin empeñar el patrimonio de las futuras generaciones o
vender órganos para ello; seguimos accediendo a las fuentes de agua, de energía
y a la infraestructura de comunicaciones a módicos costos; aún tenemos variedad
de ecosistemas; todavía hay fiscales, jueces y juezas probos; docentes con
mística y personal de salud que responde al juramento hipocrático…aún hay
quienes entienden que la dignidad humana, única e indivisible, impide escoger (algunos)
derechos humanos (de unos) a conveniencia…en fin, aún hay personas que
alimentan su espiritualidad o su ética en las fuentes del Amor, que es servicio,
entrega e inclusión.
Porque aún queda “algo”, que es
mucho, ¡no podemos seguir impasibles! ¡Interesémonos en el manejo de los
asuntos públicos, que son los nuestros! ¡Exijamos procesos públicos, motivados
y transparentes en la toma de las decisiones! ¡Usemos los recursos que el Derecho
nos da para vigilar, impugnar y hasta sancionar a quienes se desvíen del fin
común! ¡Ejerzamos nuestra responsabilidad de educarnos cívicamente, de elegir cuidadosamente,
y de organizarnos! ¡Seamos solidarios y tolerantes! No sigamos atrincherados en
nuestras cosmovisiones, que nos impiden visualizar la humanidad que hay en el
otro. Trascendamos diferencias. Construyamos un proyecto común en que todas las
personas quepamos. Sí, sé que no es solo voluntarismo…pero por algo se empieza.
“Hablo de cambiar esta nuestra casa (…) ¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón…” (Fito Páez/Mercedes Sossa).
Vivimos tiempos difíciles en Costa Rica. Amplios sectores a lo largo y ancho del país muestran un malestar creciente y una insatisfacción con las propuestas que dominan las agendas política, económica, cultural y social. Las posibilidades de encuentro, diálogo y entendimiento se debilitan por posiciones intolerantes y excluyentes. Desde hace varias décadas se nos viene imponiendo un modelo de desarrollo y un proyecto de país que, lejos de forjar cohesión y consensos y de buscar el bienestar colectivo, ha fomentado un grave proceso de fragmentación social, cargado de inequidad, con un fuerte deterioro ambiental. Las propuestas dominantes han beneficiado a algunos sectores, pero han afectado la calidad de vida y la dignidad de muchas más personas; el crecimiento económico no ha sido inclusivo.
Pese a la evidencia de la
disfuncionalidad social y ecológica de estas propuestas, los sectores
económicos, políticos y mediáticos que llevan adelante esta agenda no parecen cesar
en su empeño de empujar al país hacia un sendero muy arriesgado que está
poniendo en peligro la posibilidad de una convivencia armoniosa entre las
personas y entre éstas y el ambiente. La correlación de fuerzas políticas en
este momento favorece estas tendencias, y se promueven proyectos e iniciativas
que tienden a minar espacios democráticos y nos alejan de una distribución
justa de la riqueza, debilitando elementos claves del estado social de derecho
y estrujando las posibilidades de forjar una colectividad marcada por el bien
común.
Un grupo amplio de
organizaciones y personas, de muy diversos sectores, tenemos la convicción de que
Costa Rica necesita encontrar nuevos senderos por los cuales transitemos con
esperanza y sentido colectivo, en procesos marcados por una amplia
participación social, institucional y comunitaria. Senderos que nos permitan
soñar y crear escenarios distintos, más inclusivos, y también respetuosos con
el ambiente, en los que la prioridad sea el desarrollo de las potencialidades
de todas las personas, en un marco de respeto a la diversidad. Por ello hemos
decidido integrar la Alianza por una Vida Digna, con la confianza de que entre
todas y todos podemos plasmar reflexiones, propuestas, y acciones en procura
del bien común. Queremos contribuir a gestar otros mundos posibles.
Este suplemento recoge puntos
de vista de cuatro personas sobre algunos temas medulares de la realidad
nacional actual. Continuaremos presentando, por diversos medios, otros tópicos
en ámbitos variados de la vida nacional, que fomenten reflexión y acción en
comunidades, instituciones y colectivos varios. Pretendemos que la Alianza por
una Vida Digna sea una fuente de pensamiento diverso y un acicate para la
participación democrática alrededor de aspectos esenciales de nuestra
convivencia.
Con
la idea de impulsar esta Alianza, se realizó el lunes 29 de julio una reunión a
la que asistieron cuarenta personas de los sectores comunitario, estudiantil,
ambientalista, profesional, educación popular, comunicación popular y
alternativa, Buen Vivir, y universitario.
Alberto Rojas Rojas, Andrea
Alvarado Vargas, Héctor Ferlini-Salazar, José María Gutiérrez Gutiérrez
El Semanario Universidad publicó este miércoles 21 de agosto en la edición impresa un conjunto de textos con la firma de la Alianza por una Vida Digna. Puede leerlos aqui:
Vivimos tiempos difíciles en Costa Rica. Amplios sectores a lo largo y ancho del país muestran un malestar creciente y una insatisfacción con las propuestas que dominan las agendas política, económica, cultural y social. Las posibilidades de encuentro, diálogo y entendimiento se debilitan por posiciones intolerantes y excluyentes.
El exmagistrado José Manuel Arroyo Gutiérrez aporta en la compilación un análisis que titula “Reforma fiscal a examen de constitucionalidad”. Asimismo, se incluye un artículo periodístico relacionado con un estudio de la UCR sobre el proyecto de empleo público que impulsa el gobierno y otros sectores políticos y económicos. Lea aquí ambos textos:
La colección divulgada por el Semanario Universidad y enviada por la Alianza por una Vida Digna se completa con este artículo de la diputada del PLN Paola Valladares Rosado: