“Cuando el enojo se vuelve excusa” – ¿Dictadura? ¿y de 70 años? Segunda parte
JoseSo (José Solano-Saborío)
Seguimos…
La historia ya nos contó esta película.
Muchas veces.
Demasiadas.
Siempre empieza igual, como decía en la primera parte: un pueblo cansado, con razón. Golpeado por abusos, corrupción, desigualdades reales. Aparece entonces un personaje que no propone reparar, sino arrasar. No invita a mejorar la casa: invita a prenderle fuego. Y lo hace gritando sus palabras mágicas: dictadura perfecta.
Así -hace no tanto- llegaron Mussolini, prometiendo orden frente al “caos” italiano.
Así llegó Hitler, jurando salvar a Alemania de enemigos internos (judíos y comunistas) y de una “democracia humillante”.
Así justificaron sus golpes Pinochet y Videla, diciendo que venían a “rescatar” la patria.
Así Trump, llamando fraude a todo lo que no podía controlar, convenciendo a millones de que la democracia era el problema y él la solución.
Ninguno llegó diciendo: “Vengo a ser dictador”.
Llegaron diciendo: “Vengo a liberarlos”.
Y cuando el pueblo se dio cuenta del trueque, ya no había Congreso que frenara, ni jueces que hablaran, ni prensa que denunciara. El poder ya estaba concentrado. Y la factura fue sangre, miedo y silencio.
Por eso preocupa —y mucho— ver cómo aquí, en Costa Rica, se intenta sembrar la idea de que todo lo que somos fue una mentira. Que nuestro orgullo patrio era un espejismo. Que el Estado Social de Derecho fue una farsa. Que la democracia era, en realidad, una “dictadura maquillada”.
¿En qué momento nos convencieron de eso?
Costa Rica no es perfecta. Nunca lo ha sido. Pero es una rareza luminosa en una región marcada por cuartelazos, caudillos y exilios. Aquí abolimos el ejército cuando otros se desangraban. Apostamos por la educación pública cuando otros apostaban por fusiles. Creamos instituciones para equilibrar poder cuando otros lo concentraban.
Por eso el mundo nos respeta.
Por eso aquí llegan estudiantes, organismos internacionales, mediadores de paz.
Por eso, cuando un costarricense habla de democracia, afuera escuchan.
¿De verdad vamos a creernos ahora que todo eso fue una mentira bien montada?
No.
Lo que pasa es otra cosa: hay goteras. Y claro que las hay. Pero cuando una casa tiene goteras, no se demuele. No se incendia. Se repara el techo. Se cambian las tejas. Se arregla lo que no sirve.
Si un perro tiene pulgas, no se mata al perro. Se baña. Se cura. Se cuida.
Pero el populismo autoritario no quiere reparar. Quiere destruir para reconstruir a su imagen… y quedarse con las llaves.
Y aquí viene la ironía más cínica:
Quienes hoy desprecian el “sistema”, quienes lo llaman corrupto y dictatorial, se educaron gracias a él. Estudiaron con becas pagadas por ese mismo Estado que hoy insultan. Escalaron gracias a las oportunidades de esa “dictadura” que, curiosamente, nunca los persiguió, nunca los encarceló, nunca los silenció.
Eso no es rebeldía.
Eso es hipocresía.
El peligro no está en criticar la democracia. Eso es sano. El peligro está en dejar que el enojo nos haga entregar todo el poder a un “salvador” que nos dice exactamente lo que queremos oír… mientras nos pide que dejemos de pensar, de cuestionar, de exigir controles.
Porque así empieza siempre.
Con aplausos.
Con insultos al pasado.
Con la promesa de que “ahora sí”.
Y termina con silencio.
Costa Rica no necesita nuevos profetas. Necesita ciudadanos despiertos. Que defiendan su herencia, que exijan cambios sin renunciar a los principios, que entiendan que la democracia no se entrega por despecho.
Que no nos vuelvan a engañar.
Porque una cosa es estar cansados…
Y otra muy distinta es regalar el futuro por un discurso bonito y un poder sin frenos.
Ahí sí, cuando ya no haya a quién reclamarle, cuando el poder esté concentrado y la voz apagada, entenderemos —demasiado tarde— que la casa no estaba perdida.
Solo necesitaba que la cuidáramos.
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