El hábito no hace al monje… pero lo distingue

Vladimir de la Cruz

La Presidencia de la República, sin lugar, a dudas es un honor, para quien la ejerza. Es un puesto de trabajo de enorme responsabilidad. Tiene que ver con el desenvolvimiento del Estado, de su Administración pública, con la seguridad del territorio nacional, con la seguridad de las personas, con la defensa de la Soberanía, con la preocupación diaria de velar por la Libertad de las personas que habitan el territorio nacional y con su derecho a disfrutar del régimen de libertades ciudadanas y derechos constitucionales.

Tiene que ver con las relaciones internacionales que, como país, cómo Nación, como organización estatal establecemos, relaciones que descansan constitucionalmente en quien ejerza la Presidencia de la República, y dentro de esa perspectiva el establecimiento de alianzas estratégicas para procurar un mejor desarrollo del país, en todos sus campos.

Tiene la enorme responsabilidad de velar por ver como se logra la mayor felicidad del pueblo y el mayor bienestar posible.

Los actos que realiza la Presidencia naturalmente pueden no satisfacer ni gustar a todos los ciudadanos.

En su ejercicio habrá actos, acciones, programas, poses de quien ejerce la Presidencia que serán aplaudidas por mayoría y que también serán rechazadas por mayoría.

Quien ejerce la Presidencia de la República se espera que conozca la Historia Nacional, sin tener que ser un especialista, que conozca las tradiciones históricas, culturales y populares para que las afirme y enriquezca desde su mandato.

En su ejercicio de la Presidencia el Primer Mandatario de la República, como se conoce a quien ejerce el cargo, simbolizando con ello que está obligado a cumplir el Mandato de sus Mandantes, del Pueblo Soberano, y que no puede separarse de ese Mandato, que está obligado a cumplirlo y respetarlo, que si se aparta de él, por convertirse en un tirano, un dictador, un sátrapa, un gobernante autoritario que no respeta el Estado de Derecho que le regula su gestión, que opera, actúa y reacciona contra el pueblo que le depositó su Mandato, ese mismo pueblo puede, y tiene el Derecho a hacerlo, quitarle el poder de su representación.

A quien ejerza la Presidencia de la República no se le piden grandes atributos. Los más importantes, su honradez, su honestidad, su capacidad de reconocer errores, y de enmendarlos, no ser arrogante, ser trabajador en las tareas que tiene encomendadas, en procurar hacer lo mejor de su trabajo, y ser ejemplo con ello, no ser hipócrita, no burlarse de la gente, ni de quienes lo adversan, respetar con humildad las posiciones u opiniones disidentes, sin burlarse o denigrar a quienes las sostienen, ser generoso y no actuar mezquina y avaramente, no ser codicioso, ni envidioso, ni egoísta viéndose en el espejo de la Patria con quienes anteriormente a él han ejercido el mismo cargo.

No se le piden títulos profesionales. Se le pide que no sea de mal humor, responsable y valiente para actuar en las responsabilidades que se le depositan.

Un rasgo de nuestra sociedad democrática es su sentimiento antimilitarista, que se expresa, en la fortaleza del régimen democrático que vivimos, y en la ausencia de un Ejército, con los males que su existencia provoca, la arbitrariedad, el matonismo, la violación de la privacidad, la restricción de derechos y libertades, la persecución, las detenciones arbitrarias, las torturas y maltratos de detenidos y privados de Libertad, y de sectores opositores, la desaparición física de personas, la prepotencia con que actúan quienes portan armas oficialmente, que intimidan, atemorizan, provocando temor reverencial, abriéndose paso a la fuerza, imponiendo la fuerza institucional del Estado y de los organismos de seguridad, amenazando la integridad física de las personas y su propia vida, imponiendo desde la práctica la pena de muerte, abolida desde 1882, e inaplicada, en varias ocasiones, desde los Gobiernos de José María Castro Madriz, a principios de nuestra vida Independiente.

El antimilitarismo se desarrolló, desde mi punto de vista, con más fuerza cuando militares que se habían distinguido en la Guerra Nacional contra los filibusteros norteamericanos, conspiraron contra el Presidente Juan Rafael Mora y actuaron contra él juzgándolo y asesinándolo, junto al General José María Cañas, en 1860, sin que ese Crimen de Estado haya sido reparado con el Funeral de Estado que se les adeuda. Desde entonces la institución militar existente empezó a debilitarse. En su lugar se fortaleció la educación pública. El último emblema militar, existente en el Escudo Nacional, un cañoncito en su base, fue eliminado hace ya 120 años.

Valores cívicos, ciudadanos, ejercicio de libertades y derechos, controles públicos de los gobernantes se fortalecieron.

La sociedad en todo este proceso entendió que quienes gobernaban debían ser protegidos en su seguridad física, ellos, sus familiares y los miembros de sus gobiernos. La sociedad especializó escoltas presidenciales de seguridad.

Las escoltas presidenciales, el cuerpo de escoltas de los Presidentes, se ha venido formando y especializando como un cuerpo muy destacado, por la enorme responsabilidad que tienen. A los escoltas presidenciales los han entrenado, porque los han enviado a entrenarse, a lugares de alto nivel profesional. Organismos de seguridad como el FBI, el Servicio Secreto de los Estados Unidos, los de Israel, los de China Taiwán, los de Corea del Sur, de la antigua Alemania Federal, y de algunos países latinoamericanos, han servido para el entrenamiento de los oficiales de la guardia civil costarricense que forma parte de ese grupo de Escoltas del Presidente.

Generalmente, en los países, estas escoltas son discretas en su presencia, visten muy bien, no exhiben armas, aunque las porten. Menos exhiben armas de combate o de guerra. Actúan alrededor de los presidentes, en círculos ejerciendo control de quienes se les acercan y de lo que portan quienes se acercan al Mandatario.

Hasta el Gobierno de Daniel Oduber en la Policía Militar, cuerpo policial existente en la misma Casa Presidencial, había un destacamento bien y elegantemente uniformado, de Edecanes que se le ponían detrás al Presidente. A partir del Gobierno de Rodrigo Carazo desaparecieron de la escena. Los guardaespaldas del Presidente se invisibilizaron sin abandonarlo. Vestidos de civil, generalmente de trajes oscuros y corbatas, les acompañaban con discreción.

A los Presidentes Rodrigo Carazo y Oscar Arias les gustaba con frecuencia manejar sus propios carros, seguidos de un carro de escoltas. Un poquito más atrás se cuenta de cuando al Presidente Otilio Ulate, en ejercicio de la Presidencia, caminando, lo atropelló una persona en bicicleta.

Las Primeras Damas de la República, de las que me consta, como las de Rafael Ángel Calderón Fournier, José María Figueres, Luis Guillermo Solís y Carlos Alvarado, con frecuencia me las encontré en supermercados haciendo sus compras sin escolta alguna, tan solo su chofer, o tomando un café en Giacomín, en los Yoses, también solas con sus amigas, experiencia que pudieron haber vivido otros ciudadanos con otras Primeras Damas. Igual podría hacer relatos de Vicepresidentes, Ministros y diputados en general, hombres y mujeres, que se desplazaban solos, sin escoltas.

Me impactó una vez en Venezuela, cuando el Presidente Lusinchi, entró a la Ciudad de Maracaibo, donde lo esperaban. Una caravana de carros de por los menos trescientos metros, con carros de bomberos, ambulancias, carros oficiales del Ejército y de las policías locales, oficiales de tránsito en sus motos a montón, sirenas por todo lado, calles y avenidas cerradas por donde pasaba la caravana…No estaba yo acostumbrado a ese espectáculo, que me impactó y me repugnó…

Hoy, en Costa Rica, empiezan a aparecer las orejas del lobo del militarismo, del autoritarismo, del abuso oficial expresado en las acciones que acompañan al Presidente Rodrigo Chaves Robles, que por su propia lengua, porque parece que en muchas ocasiones no liga su lengua con su cerebro, va a seguir haciendo desplantes militarotes como el recién realizado en su gira por la zona sur. Caravanas de vehículos, al estilo que describí de Venezuela, escoltas nada discretas. Al contrario. Un grupo de personas, que más parecía una guardia particular que un cuerpo policial oficial, acompañando de manera agresiva al Presidente en sus pasos. Sus armas eran de exhibición, ametralladoras, armas de combate y de guerra. El primer impacto de las fotografías que vi me trasladaron a los grandes líderes mafiosos de los carteles de las drogas, de paso muy metidos en el país, bajo la complacencia oficial, como se aprecia por los embarques que se hacen a Europa, entre otros detalles. Una de las fotos del Presidente con un armado hasta los dientes a su lado y otro flanqueándolo detrás, exhibiendo sus metralletas parecía no ser Costa Rica. Parecía una finca de un mafioso bien protegido por su cuadrilla militar, aparentemente no muy bien vestidos, sin trajes oficiales de policías, pero bien armados, uno de ellos hasta medio barrigón daba la sensación de la foto…

Si el país empieza oficialmente a desarrollar estos escuadrones militares, sin uniformes, o con uniformes, no estaremos muy lejos, con un déspota, con tiranuelo, con un dictadorcillo, con un gobernante autoritario, de introducir grupos organizados, que desde la Casa Presidencial puedan ejecutar, por la libre, o bajo tenebrosas directrices, amenazas, robos, sabotajes, secuestros, torturas, violaciones, asesinatos, desapariciones de ciudadanos, atentados para combatir no solo la delincuencia sino también para amedrentar o eliminar críticos del gobierno y de sus autoridades administrativas, así como a los disidentes políticos, en general, al margen de la legalidad y la constitucionalidad de nuestro Estado de Derecho.

El Presidente goza aún de simpatía expresada en las encuestas, aunque ya decrece su apoyo. Le encanta rozarse con la gente. En sus actos públicos no ha enfrentado manifestaciones ni movilizaciones en su contra. ¿Para qué necesita andar comportándose como un matón presidencial? ¿A cuál Presidente de la región quiere imitar o emular con esos desplantes militaristas, autoritarios, de engendro de dictador?

El hábito no hace al monje, pero lo distingue. Presidente, póngase el traje del Presidente de la República, no el traje del matón, del militarista, del gorila, del personaje autoritario, del irrespetuoso y se va a distinguir en su esencia… No me cabe la menor duda.