La biodiversidad: la verdadera riqueza en los cultivos de altura en la zona norte de Cartago
Deilyn Ulloa Sanabria*
Estudiante de la Maestría de Desarrollo Sostenible
Universidad de Costa Rica
En la zona norte de Cartago la conservación del suelo, el agua, la cobertura forestal y la fauna asociada a los cultivos no se deben ver como algo externo, sino como una necesidad fundamental en la sostenibilidad de los sistemas productivos tanto presentes como futuros.
En medio del clima frío y a una altitud superior a los 2.000 m.s.n.m se asoman paisajes excepcionales conformados por tierras fértiles dedicadas a la producción de papa y hortalizas; productos que llegan a las mesas de los costarricenses y al extranjero. De acuerdo con datos recientes del Consejo Nacional de Producción (2025) la papa blanca es la que mayor volumen de comercialización presenta dentro de las diferentes variedades de papa que se ofertan en el Centro Nacional de Abastecimiento y Distribución de Alimentos (CENADA), por lo que destaca como uno de los principales cultivos en la zona.
Estos conforman también el sustento de las familias agricultoras, no obstante, a pesar de la importancia de dichos sistemas productivos, las condiciones ambientales son una realidad casi olvidada. El uso intensivo del suelo, la pérdida de cobertura forestal, contaminación de los mantos acuíferos y el alto uso de agroquímicos perjudican no solo la calidad ambiental, sino el equilibrio de los mismos cultivos (Calderón et al., 2025).
De acuerdo con datos del Estado de la Nación (2025) en los últimos años la región ha presentado un aumento de la huella ecológica ante el cambio del suelo debido al aumento de cultivos y consumo de recursos forestales. Estos últimos provocan una alta erosión que afecta la calidad del suelo en su estructura física y biológica comprometiendo su capacidad productiva. Esto refleja una desconexión de los modelos productivos en relación con la naturaleza y muy especialmente a una falta de conciencia ambiental lo cual degrada el entorno y genera una alta vulnerabilidad de la economía local.
El modelo agrícola en la zona norte de Cartago se caracteriza por la especialización y el uso intensivo de la tierra. A nivel productivo esto se puede traducir en buen rendimiento de la producción, pero ambientalmente esto genera una afectación representativa para la biodiversidad local y sus servicios ecosistémicos. Se pueden evidenciar altos niveles de fragmentación del hábitat esenciales para muchas especies de aves, mamíferos, insectos, microorganismos, entre otras especies que resultan beneficiosos al ser controladores naturales de plagas o polinizadores.
La FAO en el “El estado mundial de la agricultura y la alimentación 2022” señala que la simplificación de los agroecosistemas provoca un alto nivel de dependencia de agroquímicos y baja resiliencia ante factores como el cambio climático. Situación que han externado los productores de la zona enfrentándose a variaciones en la temperatura con la que han tenido que jugar de cierta forma para no afectar la producción.
Con base a datos del PNUD (2022) Costa Rica se ha posicionado como uno de los países con mayor uso de agroquímicos y, especialmente plaguicidas a nivel mundial con alrededor de 34,45 kilos de plaguicidas por hectárea. Esto con base a datos en un período del 2012 al 2020 donde se pudo reconocer alrededor de 21 plaguicidas más utilizados destacando algunos como el Mancozeb, Glifosato, Paraquat, Clorotalonil, entre otros altamente contaminantes.
Con base a lo anterior, parte de los compromisos a nivel nacional es la “Política pública para los plaguicidas en uso agrícola 2024-2034” con el propósito de gestionar de manera responsable los mismos en la actividad agrícola y así garantizar no solo la salud pública sino la protección del medio ambiente (Ministerio de Salud, 2024). Asimismo, la FAO (2018) advierte que la presencia de vegetación en los bordes del cultivo contribuye con la humedad, estructura y filtración del agua en el suelo lo que facilita la conservación de sus nutrientes y evita la erosión.
Ante esto, es apremiante ver la economía como un todo, es decir, no puede separarse del entorno natural, ya que su funcionamiento depende del uso de recursos finitos y produce efectos directos sobre el medio ambiente. Con esto se evidencia que el bienestar humano está estrechamente vinculado con la protección de los sistemas naturales que sostienen tanto la producción como el mantenimiento del mismo ser humano en la tierra, propiciando mejores condiciones de salud y bienestar. Por lo que es momento de entender que la fertilidad del suelo, el agua limpia y la biodiversidad en general son parte de esos “recursos” a los que no se les debe otorgar un valor económico y mucho menos sustituirse por tecnología.
Es tiempo de diversificar los modelos productivos así como lo sostienen Nicholls y Altieri (2019), con metodologías y herramientas que no requieren de grandes inversiones, partiendo de prácticas agroecológicas sencillas como la rotación de cultivos, barreras vivas, uso de abonos orgánicos, entre otros que aseguren la productividad a largo plazo y reduzcan la dependencia de recursos externos.
Ante esto, el país puede liderar en la transición de la producción a sistemas que integren la biodiversidad como tema central en las políticas agrícolas, potenciando la capacidad de las comunidades agrícolas para preservar los recursos que dan sustento diario.
Bibliografía
Calderón, J; Brenes, L y Blanco, E. (2025). Agricultura e impacto socio-ambiental: estudio del cantón de Oreamuno de Cartago, Costa Rica, 2011-2024. Revista Conjeturas Sociológicas, 26-44. https://revistas.ues.edu.sv/index.php/conjsociologicas/article/download/3569/4561/11261
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