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La invención del pueblo

Por Memo Acuña
Sociólogo y escritor costarricense

El enojo persiste. Esta vez con la peligrosa realidad anunciada hace varios años en un cuidadoso análisis sobre los acechos a la democracia costarricense publicado por el Programa Estado de la Nación.

En ese entonces (hace ya casi diez años) se decía que los mitos fundacionales de la matriz democrática local contaban aún con bases sólidas, aunque se preveía su erosión conforme las generaciones se separaran de tales mitos: paz, estabilidad, institucionalidad.

El tiempo de la frontera ha llegado y toma a una sociedad estupefacta, dunda, atolondrada desde el punto de vista político. Las resistencias se atomizaron y defienden hoy sus parcelas, pero no un proyecto de sociedad, colectivo, inclusivo.

Con esta realidad que pega de frente, una categoría esencial para la democracia ha sido sustraída. Importante para la construcción de la representación y la representatividad, el “pueblo” ha quedado diluido entre un proyecto que supo procesar el enojo y otro, para el que esa representación se le volvió un fardo.

Preguntarse por el pueblo, ese que llaman pueblo, es preguntarse por su invención de una u otra versión. ¿si este no es el pueblo, el pueblo dónde está?

Pareciera que la disolución de su sentido ha sido bien aprovechada por el lado del enojo y la frustración de un sistema político tradicional que le dio la espalda.

Porque seamos francos: las mieles de aquello que se denominó Estado de bienestar duraron poco y la inclusión e integración horizontal y vertical fueron difuminadas por un modelo quirúrgicamente demoledor en lo social, lo económico y cultural.

Rescatar al pueblo no es para nada sencillo ni un ejercicio de teoría académica inerte. Es más que eso. Es encontrar su lugar en la historia, en esos mitos fundantes de la democracia costarricense y devolverle el sentido colectivo que, aun con diferencias, alguna vez tuvo.

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