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Etiqueta: enojo

La invención del pueblo

Por Memo Acuña
Sociólogo y escritor costarricense

El enojo persiste. Esta vez con la peligrosa realidad anunciada hace varios años en un cuidadoso análisis sobre los acechos a la democracia costarricense publicado por el Programa Estado de la Nación.

En ese entonces (hace ya casi diez años) se decía que los mitos fundacionales de la matriz democrática local contaban aún con bases sólidas, aunque se preveía su erosión conforme las generaciones se separaran de tales mitos: paz, estabilidad, institucionalidad.

El tiempo de la frontera ha llegado y toma a una sociedad estupefacta, dunda, atolondrada desde el punto de vista político. Las resistencias se atomizaron y defienden hoy sus parcelas, pero no un proyecto de sociedad, colectivo, inclusivo.

Con esta realidad que pega de frente, una categoría esencial para la democracia ha sido sustraída. Importante para la construcción de la representación y la representatividad, el “pueblo” ha quedado diluido entre un proyecto que supo procesar el enojo y otro, para el que esa representación se le volvió un fardo.

Preguntarse por el pueblo, ese que llaman pueblo, es preguntarse por su invención de una u otra versión. ¿si este no es el pueblo, el pueblo dónde está?

Pareciera que la disolución de su sentido ha sido bien aprovechada por el lado del enojo y la frustración de un sistema político tradicional que le dio la espalda.

Porque seamos francos: las mieles de aquello que se denominó Estado de bienestar duraron poco y la inclusión e integración horizontal y vertical fueron difuminadas por un modelo quirúrgicamente demoledor en lo social, lo económico y cultural.

Rescatar al pueblo no es para nada sencillo ni un ejercicio de teoría académica inerte. Es más que eso. Es encontrar su lugar en la historia, en esos mitos fundantes de la democracia costarricense y devolverle el sentido colectivo que, aun con diferencias, alguna vez tuvo.

La rebelión de los cabreados y el neofascismo

Álvaro Vega Sánchez
Sociólogo

El globalismo neoliberal y libertario (liberticida, Rogelio Cedeño) han enriquecido a un puñado de personas, el 1%, mientras han precarizado a los sectores medios y empobrecido a las mayorías, quienes pagan los platos rotos de sus extravagancias. Ninguna novedad, para quienes consideran que el mundo es de los audaces, y salados los que carecen de esa cualidad; sobrevivan o muéranse.

                Son estos sectores mayoritarios, los cabreados (molestos, enojados, indignados…), quienes en su desesperación se han convertido en la clientela electoral de una “nueva” clase política que les ofrece salir de su condición de marginalidad y precariedad a cambio de su adhesión incondicional. De esta manera, ha sabido aprovechar y capitalizar su enojo, desesperación y resentimiento, utilizando un discurso grandilocuente cimentado en una promesa de futuro próspero en lo económico, socialmente beneficioso y hasta pacífico. Está creando, así, las condiciones para legitimar su autoritarismo antidemocrático -revestido de una falsa democracia-, mostrándose como defensor y garante de derechos económicos y sociales de las mayorías.

                Al respecto, cabe destacar, el señalamiento de Benjamín Tijerina sobre la correlación entre los porcentajes de los electores protestantes, tanto en zonas rurales como urbanas, y a través de todas las capas sociales y generacionales, y los triunfos de Hitler. De ahí, se concluye que el Partido Nacional Socialista no era simplemente un partido de las clases medias radicalizadas, sino un partido popular de la protesta (Tijerina, B. 1998). Efectivamente, en la Alemania de posguerra, primera Mundial, el discurso racista y supremacista de Hitler, así como sus acciones genocidas se vieron favorecidos por las condiciones leoninas y precarias a que fue sometida (Tratado de Versalles). En ese contexto, se supo capitalizar el resentimiento social de las mayorías populares, incluidos por supuesto los protestantes que eran la mayoría religiosa. Un sector de la jerarquía católica y uno minoritario protestante: la Iglesia Confesante, mantuvieron oposición al régimen fascista de Hitler; incluso, uno de sus miembros, el destacado teólogo Dietrich Bonhoeffer, fue víctima y mártir de la causa antifascista.

                Hay un sustrato religioso popular en el apoyo que recibió Hitler de protestantes y católicos, así como por los rasgos propiamente religiosos que asumió el fascismo. Este fenómeno, con nuevos matices, tiende a replicarse en el neofascismo contemporáneo. Gravita con fuerza el factor religioso en su versión tanto secular como confesional. La economía se convierte en religión neoliberal (de mercado, Franz Hinkelammert) y la religión en economía neoliberal (pseudoteología de la prosperidad). Es el revestimiento religioso de la economía y económico de la religión. Por lo tanto, ahora, religión y política no requieren legitimarse recíprocamente, a la manera del régimen de cristiandad, vía lo ideológico, simbólico y ritual -aunque esta legitimación se continúe dando- sino que, manteniendo su “autonomía”, se ven integradas, haciendo causa común alrededor de un proyecto económico y cultural: el neoliberalismo, que se comporta religiosamente, favoreciendo un neoecumenismo de corte fundamentalista. Este fenómeno explica, en alguna medida, la emergencia de los partidos confesionales evangélicos en alianza, siempre, con aquellos sectores y partidos que impulsan el proyecto neoliberal, pero disputándose un espacio propio para acceder al poder.

                De esta manera, el neofascismo ha encontrado asidero político-electoral en esta nutrida clientela de cabreados sociales, que asumen como ideario las nuevas promesas mesiánicas de los “vendedores de prosperidad” (Paul Krugman) de la nueva religión neoliberal. Por lo tanto, no es casual el apoyo, por ejemplo, recibido por Donald Trump en la reciente contienda electoral, tanto por los sectores medios precarizados, también “radicalizados”, y los empobrecidos (contando ahora con un alto porcentaje del voto de afroamericanos y latinos), donde el factor que incidió e inclinó la balanza electoral fue, en buena medida, la promesa de salvación económica. Con un apoyo, desde arriba y desde abajo, avanza peligrosamente, por los derroteros del autoritarismo que induce a nuevos genocidios (hoy, particularmente, de rostro palestino) y ecocidios. El neofascismo neoliberal es intrínsecamente violento; se comporta como un cerco o gueto que está conduciendo al “suicidio colectivo”. A los cabreados se les ofrecerá “pan y circo” (también represión si se portan mal) y, mientras se entretienen, la riqueza seguirá fluyendo hacia arriba.

La prosperidad para todos, al igual que la “paz” que anunciaban los falsos profetas en tiempos de Jeremías, es la gran mentira del neofascismo, que resulta más digerible cuando asume los rasgos de la ficción literaria (la novela como la “mentira bien contada”, con la gran diferencia de que en la literatura esta “mentira” está al servicio de la bondad, la justicia, la belleza…) o se reviste de religiosidad, bajo el carisma de sus agentes (legitimidad carismática, Max Weber) y la fe de unos seguidores, cuyo fanatismo induce al odio y la violencia. El neofascismo se articula, así, desde un discurso de distracción, por lo consolador y lúdico, y socialmente polarizador, por lo confrontativo, apologético y violento.

Un análisis del régimen posfascista de Jair Bolsonaro en Brasil, señala, siguiendo los planteamientos de Antonio Negri, por un lado, que el posfascismo corresponde a una “fase dura” del neoliberalismo, propia de un período donde este se muestra incompetente para generar modelos de equilibrio político, atender las demandas sociales y enfrentar la fuerte resistencia social. Por otro lado, se trata de una transformación autoritaria del Estado para el salvataje del programa neoliberal; un período en el cual se da una “fuerte recuperación de soberanismo”, donde la multitud ocupa el centro de la lucha de clases como protagonista de los procesos históricos; una implosión de esta multitud “en términos de inseguridad económica o ambiental y de miedo al futuro” y de un repliegue sobre la “defensa de la identidad” (Diego Sztulwark https://www.revistaanfibia.com/lula-bolsonaro-neofascismo/)

Sí, estamos ante el avance político de un neofascismo o posfascismo de rasgos decididamente autoritarios y violentos, cimentado, en buena medida, en una religiosidad secular y confesional, que hace causa común alrededor de una promesa de salvación económica (el reino de Dios en este mundo) y de la seguridad que ofrece el retorno de los valores tradicionales para encarar las incertidumbres; desde ahí, utiliza y manipula la desesperación y el desencanto de las mayorías. La rebelión de los cabreados al servicio de sus victimarios.

Sin embargo, ahí donde está su fortaleza también está su talón de Aquiles. Como bien señala Paul Krugman en un reciente artículo, donde el resentimiento está conduciendo al poder a gente mala, este poder no se sostiene a largo plazo, pues cuando despotrican contra las élites la gente comprende que ellos también son elites; asimismo les cobrarán sus promesas incumplidas, y buscarán a quienes procuren decir la verdad. (https://www.nytimes.com/es/2024/12/10/espanol/opinion/elites-multimillonarios-tecnologia-gobierno.html).

                El gran desafío para enfrentar la creciente ola neofascista es continuar develando sus contradicciones, la inconsistencia de su discurso grandilocuente, cínico, demagógico y propiciador del odio y la violencia. “La verdad nos hace libres”.

Instituto WEM invita al taller: Manejo del enojo

El Instituto WEM invita al taller “Manejo del enojo”, hoy jueves 22 de agosto de 6:00 a 8:30 p.m.

Está dirigido a varones de 14 a 20 años y se solicita una cuota de ₡3.000.

La dirección exacta del instituto es 100 metros Norte y 100 Este del IAFA en San Pedro de Montes de Oca.

Para inscripciones llamar a los teléfonos: 8891-2977, 88936936 ó 22342730.

Pronunciamiento: La violencia social constituye una de las principales condiciones que deterioran la salud mental y el bienestar integral de las personas

Colegio de Profesionales en Psicología de Costa Rica

Ante la creciente ola de violencia que, en sus diversas manifestaciones, viene sufriendo la población costarricense, retomando la inquietud de una cantidad significativa de sus integrantes acerca del particular y al tenor de la responsabilidad y el compromiso ético de nuestro Colegio, la Junta Directiva del CPPCR, da a conocer públicamente las siguientes consideraciones y propuestas.

Partiendo de que:

  1. Todos los indicadores de violencia muestran una curva de crecimiento a lo largo de los últimos años, con un nivel de generalización que abarca prácticamente cualquiera de sus formas de manifestación.
  2. La violencia social constituye una de las principales condiciones que deterioran la salud mental y el bienestar integral de las personas.
  3. La violencia social se manifiesta de diversas formas, con diferentes actores y escenarios. Sin perjuicio de ello, esa violencia debe ser asumida de manera integral, tanto en sus consecuencias como en sus múltiples orígenes.
  4. Al tener diversas y complejas manifestaciones, resulta contraproducente y peligroso reducir estos grandes fenómenos a una visión “psicologista” de la realidad. Es decir, si bien algunas situaciones pueden y deben ser explicadas y afrontadas con individuos concretos, con sus propias vicisitudes y su “mundo interno”, ello no puede ser desprovisto de su contexto socio histórico que le da sentido. La explicación y abordaje de la violencia incluye una dimensión subjetiva, pero no se agota ahí, debe incluir las condiciones objetivas que la determinan y la explican. Por lo tanto, es imprescindible acudir a una perspectiva social más amplia, que involucra a otras disciplinas y saberes.
  5. La generalización de esta violencia necesita considerar el deterioro de la calidad de vida del grueso de la población. Desde la década de los noventa, todos los indicadores apuntan a un alarmante aumento de la brecha social y un sistemático deterioro de la calidad de vida de la mayoría de la población. Pasamos de ser un país con amplios sectores medios y baja inseguridad, a ocupar actualmente uno de los peores lugares en América Latina y entre los países de la OCDE. Factores íntimamente asociados a este creciente deterioro son el sistemático recorte de los programas sociales y la concentración de políticas dirigidas a favorecer a pequeños sectores orientados por el clientelismo político, así como el favorecimiento de crecientes procesos de corrupción.
  6. Es evidente que el sistema le ha fallado a amplios sectores de la población, por lo que es evidente un creciente cansancio en la gente, que lleva al resentimiento, al enojo, a la desesperanza y a su escalamiento al no ver resueltas sus necesidades más básicas y al sentirse engañados por la clase política del país. Estos sentimientos son un perfecto caldo de cultivo para el desarrollo de una cultura de violencia.
  7. Al mismo tiempo, la decepción, el desencanto y el enojo favorecen a su vez alternativas políticas de tipo autoritario, aderezadas con el creciente y alarmante papel del narcotráfico en nuestros países, en los que montan su negocio y reclutan a personas, sobre todo jóvenes. Estas circunstancias han acelerado el proceso de normalización de la violencia y ayudan a legitimarla como forma de interacción social habitual.
  8. Dentro de esta dinámica de creciente violencia, se comprueba el redireccionamiento de las emociones negativas hacia grupos determinados que reciben con más énfasis la carga afectiva y los procesos de exclusión, dirigidos principalmente contra la niñez y la adolescencia, contra personas con discapacidades, contra personas migrantes, contra las mujeres, contra personas LGBTIQ+ y contra personas adultas mayores, entre otras. A este respecto, es sobrecogedora y en niveles de agresividad. Las acciones dirigidas a individuos particulares deben ser entendidas en ese contexto sociocultural más amplio.
  9. A todo lo anterior se abona la actual dinámica de las redes sociales, en las que fácilmente se acusa, se juzga y se sanciona a cualquiera, con derivaciones tan serias como, por ejemplo, el suicidio en personas adolescentes. Del mismo modo, debe contemplarse el aparato mercadológico cada vez más sofisticado y orientado a generar y reforzar patrones compulsivos de consumo, mediante el reforzamiento sistemático de hábitos, actitudes y comportamientos contrarios a una cultura de paz.

Dado lo anterior:

  1. Esta JD se compromete a fomentar, con carácter de urgencia, una amplia participación del conjunto de colegas en unas jornadas de reflexión que permitan, en un diálogo abierto, un análisis profundo de toda esta situación y en la construcción de las mejores alternativas de enfrentamiento. También se compromete a incorporar y gestionar las recomendaciones que se deriven de este proceso de análisis.
  2. Esta JD hace una excitativa general a sus integrantes para que, en sus actividades profesionales tomen como tarea urgente la reflexión y la toma de las medidas que sean posibles en aras de fomentar relaciones humanas más empáticas y solidarias. Esto como un imperativo ético y de responsabilidad de nuestro quehacer.
  3. Hacemos una alerta máxima ante la violencia de género, dadas las características y la dinámica de ensañamiento que está tomando. Las medidas por tomar tendrán que abarcar las de corto, mediano y largo plazo, ampliando o rectificando lo hecho hasta el momento.
  4. Instamos a la prensa y a la población que accede a las diferentes plataformas a tener el mayor cuidado en el momento de publicar y exponer escenas de agresiones, mutilaciones y asesinatos. La exposición a estos materiales puede conducir a exacerbar procesos de modelaje de ciertas conductas y a aumentar la sensación de inseguridad. Así mismo, exhortamos a las personas colegiadas que sean entrevistadas en medios, para que no repliquen visiones cortoplacistas, simplificadas o hiper individualistas de este doloroso y complejo fenómeno.
  5. Exhortamos a toda la población a que procure desarrollar una cultura de paz y la resolución pacífica y dialogada de los conflictos. El Colegio tiene a disposición el Centro Integral de Resolución de Conflictos (CIREC) que, a cargo de profesionales con capacitación y amplia experiencia, puede colaborar para ese propósito.
  6. En nuestro criterio, debe haber una mayor inversión en los ámbitos de la educación, la salud, la seguridad y los organismos de investigación. Por lo tanto, hacemos un respetuoso, pero vehemente, llamado al gobierno para que modifique sus políticas sociales. También hacemos una clara advertencia acerca de las consecuencias al corto, mediano y largo plazo de no rectificar la línea que está imponiendo. De no modificarse la orientación actual, pronosticamos un empeoramiento de la situación en dimensiones y consecuencias insospechadas.

Comisión AD-Hoc para el abordaje de la Violencia Social en Costa Rica del CPPCR.

Fuente: https://psicologiacr.com/pronunciamiento-la-violencia-social-constituye-una-de-las-principales-condiciones-que-deterioran-la-salud-mental-y-el-bienestar-integral-de-las-personas/

Compartido con SURCOS por Marco Vinicio Fournier.

UCR: La conducta irracional del presidente Chaves ante las universidades públicas

Alí Víquez Jiménez es profesor catedrático de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura, posee una maestría académica en Literatura Hispanoamericana y fue el ganador de Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en novela del año 2015. Foto: Laura Rodríguez Rodríguez, UCR.

Poniendo los puntos sobre las íes

Pareciera que Chaves prefiere darle a la gente el placer de seguir furiosa antes que dar soluciones a problemas concretos

Sirviéndose del descontento generalizado de una parte importante de la población costarricense ante los abusos tradicionales de la clase política, Rodrigo Chaves se convirtió en presidente de la República. No capturó votantes por medio de propuestas: resultaba patente y lamentable para los observadores críticos, que se lanzó a la presidencia sin contar con un programa de gobierno medianamente sólido. Ni siquiera tenía partido: tenía un taxi, como lo han admitido sin rubor los miembros parlamentarios de su gobierno, que ahora pretenden bajarse del taxi que los llevó el poder, pero, eso sí, llevándose los asientos.

Tales vacíos importaron poco para hacerse con el Ejecutivo, puesto que el voto que obtuvo Chaves estaba mucho más motivado por el enojo de los votantes que por la reflexión racional que estos pudieran realizar. Chaves consiguió pasar a la segunda ronda de las elecciones haciéndose ver como el candidato que estaba más enojado con los políticos tradicionales. Lo favoreció el apoyo de Pilar Cisneros como candidata a una diputación, una periodista que durante muchos años se mostró dos veces diarias en la televisión abierta, y con alguna regularidad estaba furiosa ante los desmanes y las corruptelas cotidianos de los políticos. Ella, mucho más conocida que él, pero inhabilitada para aspirar a la presidencia por sus orígenes peruanos, lo catapultó.

Luego, a Chaves le tocó disputar la presidencia, en esa segunda ronda, con quien más desvergonzadamente representaba los vicios por los cuales mucha gente estaba justificadamente iracunda: José María Figueres Olsen, el político que, tras años de ausencia, regresó al país cuando habían prescrito los delitos por los que se le hubiera podido acusar, para aspirar tan campante a la presidencia de la República, como si nada hubiera pasado. Pero mucha gente no lo había olvidado: todos recordamos el incidente grabado y viralizado en el que una señora en el mercado central le cantó airadamente las cuatro verdades a un José María Figueres Olsen que pretendió que bastaba con dejar pasar el tiempo y soltar unas cuantas lagrimitas para que su fama de corrupto se disipara.

Así pues, Chaves ganó porque mucha gente estaba enojada. Y, como él sabe que gran parte de su capital político se basa en ese enojo, hace todo lo que puede para cultivarlo, incluso ahora que se expresa siendo presidente de la República. Cada vez que abre la boca, Chaves se muestra, si no ya disgustado, cerca de estarlo: la expresión severa de su rostro, donde no aflora la sonrisa, a menos que sea sardónica, así lo demuestra. Quien lo escucha y lo ve solo tiene que esperar: el enojo o su versión tangencial, el desprecio, van a irrumpir.

Como causas del enojo o el desprecio, el presidente prefiere apuntarles a personas. Siempre hay culpables. Chaves no habla si no tiene en mente el agredir a alguien: en su discurso la existencia de algún pérfido enemigo contra el cual manifestar furia es tan fundamental que, sin él, no habría discurso. De este modo, Chaves consigue seguir capitalizando el sentimiento que lo llevó a la presidencia, y de paso le escurre el bulto a lo que es una de las diferencias fundamentales entre la posición de un candidato y la posición de un gobernante: el candidato se la puede pasar criticando; en cambio, el gobernante está ahí para resolver. Chaves da la impresión de confiar en que la gente no le cobrará su falta de eficacia a la hora de resolver, siempre y cuando la sepa mantener furiosa contra los enemigos que él les ofrece cotidianamente, los “verdaderos culpables” de que todo esté mal. Tenemos un presidente al cual parece no preocuparle que algo ande mal, siempre y cuando pueda culpabilizar a alguien más por ello y lograr que la gente se enoje junto a él y en contra de ese alguien.

Esta estrategia de Chaves no puede ser más perjudicial para el país. En primer lugar, no tiene como objetivo una mejoría en la calidad de vida de los costarricenses, sino la perpetuación de la popularidad del presidente. Menos que una mejoría real, Chaves entrega a su público una justificación para continuar iracundo, ahora a coro con el presidente de la República. Estamos ante una postura perversa, que recuerda a aquel pasaje de La vida es sueño, donde Calderón de la Barca afirma que el gusto de quejarse es tanto que “…a trueco de quejarse, habían las desdichas de buscarse”. Pareciera que Chaves prefiere darle a la gente el placer de seguir furiosa antes que soluciones a los problemas concretos. La pregunta aquí es hasta cuándo la popularidad del presidente saldrá airosa con este proceder: la última encuesta del CIEP-UCR muestra que ya se está debilitando.

En su discurso la existencia de algún pérfido enemigo contra el cual manifestar furia es tan fundamental que, sin él, no habría discurso.

La estrategia de Chaves es perjudicial para el país, en segundo lugar, porque la ira es una emoción que riñe con la conducta racional, la cual es imprescindible para llegar a resultados positivos. Quien está furioso no oye razones y rara vez acierta. Es aquí donde hemos caído en desgracia las universidades públicas en la relación con el presidente. Nuestras visiones de mundo, nuestras propuestas, nuestros debates y hasta nuestra muy necesaria autocrítica se plantean racionalmente. Todo el acervo de conocimientos en que el país ha invertido por muchos años y que se encuentra en las universidades públicas es olímpicamente despreciado por un presidente que, número uno, cree saber todo lo que debe saber para gobernar; número dos, piensa que obtiene réditos en su popularidad cultivando la irracionalidad de la furia; número tres, ha decidido señalar a las propias universidades como uno de los enemigos merecedores de la ira propia y de sus seguidores.

Para alguien que ha obtenido el poder político sobre la base de una reacción visceral como el enojo, es importante desautorizar a los adversarios racionales. Sin pretender que estos se hallan únicamente dentro de las universidades, es un hecho que la educación incrementa las posibilidades de ejercitar el raciocinio y favorece el desapasionamiento para procurar soluciones razonadas. Los universitarios no podemos gustarle. Chaves prefiere invisibilizar el aporte de muchos años de las universidades al desarrollo integral del país y decide sumarnos a la lista numerosa de los enemigos que combate.

Como su estrategia parte de azuzar a quien lo escucha para que se enoje junto con él, Chaves no necesita esgrimir argumentos válidos. Le basta con lanzar afirmaciones insidiosas, sobre las cuales solo le importa que acrecienten la hostilidad. Para muestra, un botón: pocas aseveraciones son tan infundadas como la de que la universidad pública costarricense vive de espaldas al agro, aseveración vertida hace unos meses por el presidente Chaves. El propio rector de la Universidad de Costa Rica le demostró en una respuesta posterior la falsedad de lo dicho, con datos duros, no con opiniones. Pero eso a Chaves no le importa: él solo lanzó la afirmación de que el rector jamás había sembrado una mata de culantro y con esto le bastó para cumplir su propósito, que está muy lejos de querer dar lugar a un debate racional. La puerilidad del planteamiento de Chaves es notoria: que el rector haya o no haya sembrado culantro con sus propias manos no tiene la menor relevancia.

Chaves trata de evitar a toda costa que las discusiones se den de una forma inteligente y racional, es decir, adecuada. Se sirve de un lenguaje que sobrepasa lo coloquial para instalarse sin vergüenza en lo pachuco. Lo hemos visto hacer imitaciones de las voces de quienes lo adversan o le plantean una pregunta que no lo complace. Menos que soluciones, Chaves ofrece distracciones que bordean la patanería. Por ello, no extraña que vea en las universidades a parte de sus enemigos: cualquiera que no se deje gobernar por el hígado en lugar de por el cerebro se da cuenta de lo siguiente: para mejorar nuestra calidad de vida no sirve de nada, de absolutamente nada, que el presidente y sus seguidores continúen muy enojados. Esa furia no aporta nada constructivo, y en las universidades lo sabemos muy bien. Por eso pretende desautorizarnos un día sí y otro también.

Para Chaves es suficiente la afirmación altisonante y pendenciera. Esa es su forma de desviar la atención sobre el hecho de que su gobierno no ofrece soluciones viables en el complejo marco de la institucionalidad costarricense: culpar a otros sectores. Detrás de alguien tan enojado como Chaves, se esconde el temor de que las universidades, y el sector intelectual del país en general, descubran cada vez más ante el resto de la población que él no se postuló para repartir insultos, sino para aportar soluciones. Esas soluciones no son nada sencillas; al contrario, requieren de muchísimo esfuerzo inteligente y, por eso mismo, renunciar a la discusión racional y sustituirla por la rabieta, solo puede producir malos resultados.

Ojalá al presidente sea capaz de recapacitar. Nuestra obligación como universitarios es recordarle que, aunque a él le pese, la racionalidad debe ser el principio fundamental del quehacer político.

Alí Víquez Jiménez
Docente de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura, UCR