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La Natividad en una Palestina muy diferente a la actual; mucho peor a la que sufría las atrocidades del Imperio Romano

Freddy Pacheco León

Freddy Pacheco León

Las narraciones bíblicas y los estudios de los expertos nos confirman, como en Lucas 2; Juan 3:16; Juan 10:10b, que el viaje de 130 kilómetros, por caminos de piedra y tierra, para asnos y otras bestias, y estando muy cercana a dar a luz, fue particularmente peligroso y agotador para la jovencita adolescente Virgen María. Travesía en la que seguramente habría estado a punto de perder el sentido, por el hambre, la sed, la debilidad, pero que no podía detenerse, pues, movidos María y José, por el cumplimiento de una orden imperial, para ellos era, más que todo, una cuestión de fe.

Seguramente, en algunos momentos, tendrían que haberse detenido y caminado, para descansar de la muy incómoda posición que llevaba en la albarda del burrito que, también requería, agua, alimento y descanso. La imagen que imaginamos es la de José, descendiente del rey David, siempre caminando adelante, dirigiendo los pasos y la mirada en busca del pueblito de Belén de Judea, allá lejos, a 775 metros sobre el nivel del mar.

El alimento, como sucede para infinidad de migrantes actuales, era muy escaso. El agua casi ausente. El clima implacable, y los días y noches en que durara el viaje, los pasaban a la intemperie. Fue más de una semana de caminar lento, y especialmente doloroso para la jovencita María, hasta que eventualmente llegaron a Belén, tierra natal de José, donde sus penalidades, con María a punto de dar a luz, más bien se multiplicarían, para ellos, y el Hijo de Dios que estaba por nacer.

Allí, todas las puertas se les cerraron, pues los ocupantes jamás se imaginaban que se trataba del nacimiento del esperado Mesías, que venía a este mundo, designado a sufrir un martirio inimaginable, voluntario, sangriento, pero pleno de amor para abrir las puertas celestiales a la humanidad.

Lo paradójico es que, sin nacer el Hijo de Dios, esa misma humanidad, ya ejecutaba su persecución y sentencia injusta, pues desde entonces, desde hace más de dos mil años, los pueblos ya sufrían una particular ceguera.

Después de nacido el Divino Niño, en un pesebre en que comen los animales domésticos, narra la historia bíblica, que dormía José, cuando fuese despertado por un Ángel, quien le advierte de la persecución que ejecutará el gobernante criminal.

El evangelista describe cómo «Después que ellos partieron, un Ángel del Señor apareció en sueños a José, diciéndole: Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise; pues Herodes ha de buscar al niño para matarle. Levantándose José, tomó al niño y a su madre, de noche, y se retiró a Egipto”. (Mt 2, 13-14).

Cabe resaltar que Egipto era el país clásico de refugio político por ser provincia romana. Allí había muchos judíos, colonias florecientes en barrios habitados por ellos, que prestaban socorro a sus conciudadanos.

Y, al igual que sucede con los migrantes de hoy, la Sagrada Familia inició un viaje que no sabían tenían que realizar. Un viaje a Egipto, sin duda, doloroso, al extranjero, sin conocer el sendero, ni las costumbres, ni la cultura, ni el idioma, sin saber lo que les esperaba para sobrevivir y proteger al hijo recién nacido.

Parte así la familia migrante, y al amanecer, se muestra la imagen muy conmovedora, solitaria, de un pequeñito recién nacido, abrigado en los brazos de su madre, una Adolescente Virgen, en el lomo de un burro, siguiendo el rumbo que le marca el padre que camina sin descanso por delante. Sin mirar atrás, y con paso apresurado para que los soldados del sátrapa gobernante, no les alcancen; migrantes con destino incierto… como los de hoy.

En la emigración de la Sagrada Familia hacia Egipto, «Mateo ve detrás de la desgracia de la persecución del Niño y la muerte de los inocentes el cumplimiento del designio de Dios en la formación del nuevo pueblo a través de Jesús«.

Este 24 de diciembre del 2024, con gran dolor en el alma, vemos como, debido al genocidio que padece el pueblo palestino, otra vez no se pudo celebrar la Noche Buena en el pueblito de Belén. Donde debería de predominar la paz, se escuchan, por doquier, los llantos y lamentos de los niños, de los ancianos, de todos los inocentes, masacrados indiscriminadamente, para quienes no hay “Feliz Navidad” que valga.

23.12.24

Freddy Pacheco León, genocidio, Natividad, navidad, Palestina