NECESITAMOS UN RESPIRO

Más que una crisis económica diría que estamos atravesando una crisis de modelo de vida. Juan Manuel Serrat.

Álvaro Vega Sánchez, sociólogo.

No se trata simplemente de quitarse la mascarilla para el respiro que necesitamos, en estos tiempos asfixiantes y tóxicos, producto de una crisis más que económica de “modelo de vida”, como ha dicho recientemente el poeta y cantor Juan Manuel Serrat.

Hay quienes piensan, de manera simplista, encarar esta crisis reduciendo la estrategia a “reactivar la economía”, como si ésta hubiese estado activa, pujante y solvente en algún momento prepandémico y, ahora, de lo que se trata, es de volver a ese idílico y paradisíaco estado de “normalidad”.  Y es por ello, que la clase política vuelve a las viejas recetas del endeudamiento con los organismos financieros internacionales, la contracción de la institucionalidad social del Estado y el ensanchamiento de las zonas francas. Nada nuevo debajo del sol.

Si prestamos atención a lo que los poetas y cantores, como Serrat, están percibiendo de nuestro mundo, y quienes por lo general tienen una sensibilidad especial para ponderar los causes por donde transitar hacia mejores puertos, deberíamos plantearnos seriamente cómo trascender el actual “modelo de vida”, que está propiciando tanto conflicto social y bélico, así como desastre eco-ambiental, pobreza e inequidad.

Se trata de un estilo de vida que, en buena medida, obedece a la perversión de dos valores fundamentales de la ilustración: la liberad y la razón. Como bien señala Artadi (1990), la libertad se convirtió en libertad individualista y la razón en razón instrumental -y agregaríamos, conquistadora, colonialista e imperialista-. La libertad individualista conduce al egoísmo y la avaricia que concentra la riqueza en muy pocas manos y la razón instrumental-conquistadora a la explotación irracional de la tierra, del ser humano y a los conflictos bélicos.  Y, en los últimos cuarenta años, el neoliberalismo ha elevado esta perversión a la enésima potencia, convirtiéndose en la “pandemia” más letal para el planeta y la humanidad.

No acatamos a pensar en otro estilo de vida más saludable y amigable con la naturaleza y con los seres humanos, cuando a estas alturas hay quienes pretenden reactivar la economía, apostando, por un lado, a la explotación de hidrocarburos y la minería a cielo abierto y, por otro, sobreexplotando a los trabajadores con jornadas de 12 horas, siendo las mujeres las más afectadas por sus labores adicionales de cuido.

Asimismo, resulta en un despropósito pretender reactivar la economía al precio de afectar la salud física y emocional de los trabajadores y trabajadoras, así como los vínculos afectivos familiares, ya de por sí fuertemente golpeados por la pandemia. Esto, a su vez, implica mayores costos para el Estado, por la demanda creciente de atención médica.

Definitivamente, un productivismo mal orientado está dando al traste con lo que nos queda de vida en el planeta y busca robotizar al ser humano, bajo nuevas formas de trabajo esclavizante. Un contrasentido en un tiempo de avances científico tecnológicos que deberían más bien contribuir la dignificación y humanización del trabajo.

Un país que ha sido reconocido mundialmente por sus logros en materia de derechos laborales y conservación y protección de la naturaleza, podría enviar hoy un mejor mensaje elevando a precepto constitucional la jornada laboral máxima de 40 horas, 5 días semanales, y la prohibición de la explotación de los recursos minerales y energéticos del subsuelo.

Por estos senderos, podemos ofrecer el respiro que tanto necesitan la tierra y los seres humanos e ir superando la “crisis de modelo de vida” actual.