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Etiqueta: Álvaro Vega Sánchez

¿Vamos a Seguir Poniendo los Muertos?

Álvaro Vega

Álvaro Vega Sánchez, sociólogo

En tiempo de guerra y en tiempo de paz seguimos poniendo los muertos, mientras las potencias y países ricos recogen las ganancias, tanto del negocio de las armas como del narcotráfico. Lo que es una ganancia para esos países se revierte en pérdida en vidas humanas para los nuestros.

Urge cambiar radicalmente esta lógica neocolonial, propiciada por los poderes fácticos del capitalismo salvaje de un neoliberalismo que se vende como el ideal de prosperidad para los pueblos empobrecidos, mientras son sometidos a patrones financieros, sistemas productivos y estilos de consumo que profundizan la pobreza, la desigualdad y la violencia. Hay que erradicar este neocolonialismo, que se viste de buena vecindad, protector del libre comercio y hasta de los derechos humanos: un contrasentido a todas luces, que campea a fuerza de una propaganda mediática engañosa y desvergonzada.

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, una vez más, ha levantado la voz en el seno de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para proponer que se eleve a la categoría de crimen internacional toda invasión militar de un país contra otro. Esta, entre otras acciones globales anticolonialistas contribuirían, sin duda, a una convivencia global más digna, afectiva y pacífica. Y permitiría contener los tambores que reiteradamente llaman a la guerra, para redefinir fronteras de influencia geopolítica entre las potencias y naciones más poderosas.

Hay que asumir el desafío de un nuevo pacto global con compromisos vinculantes que contribuyan a erradicar, de una vez por todas, el neocolonialismo guerrerista, antiecológico y homicida. No debemos permitir que se continúe profundizando el modelo de globalización dual: donde unos disfrutan los oasis de riqueza y otros perecen en la más escandalosa miseria, unos ponen los muertos y otros recogen el botín, unos conservan y cuidan la naturaleza y el ambiente y otros lo depredan y explotan para amasar capitales, unos son víctimas de enfermedades y pandemias y otros acumulan ganancias con el negocio de las medicinas y las vacunas…

Lamentablemente, un conjunto de nuevas fuerzas sociales, políticas y religiosas de corte populista y neoconservador están contribuyendo a desviar la atención sobre las causas estructurales de estos álgidos problemas. Por ejemplo, se utiliza el discurso de la anticorrupción, refiriéndolo de manera reduccionista a los comportamientos individuales o de grupos de interés que utilizan recursos públicos y privados para enriquecerse. De esta manera, se exime al modelo mismo, que genera y propicia esos comportamientos. Y las alternativas propuestas, van en la misma dirección, a saber, corregir esos comportamientos, como si se trata de simple voluntarismo personal o grupal. De esta manera, los correctivos son simples paliativos, porque se dejan intactas las estructuras socio-económicas, jurídico-políticas y culturales.

Construir los cimientos de un proyecto global alternativo postneoliberal sigue siendo la consigna necesaria para recoger y hacer viables esos esfuerzos e ideales que permitan heredar un mundo mejor a las nuevas generaciones. Acciones desde los ámbitos personales, locales y comunales son tan necesarios como las acciones globales. Y en esta tarea, son precisamente los países que hoy ponen la peor parte: los muertos, quienes deben aunar acciones y esfuerzos para decir ¡basta Ya! Y avanzar hacia un nuevo modelo descolonizador y humana, social y ecológicamente viable, para “vivir bien, juntos”.

¿Somos masoquistas?

Álvaro Vega

Álvaro Vega Sánchez, sociólogo

Pareciera que los costarricenses nos estamos acostumbrando a convivir con los problemas y hasta disfrutarlos, es decir, convirtiéndonos en masoquistas: un comportamiento enfermizo que encuentra placer en soportar lo insoportable y sufrir lo insufrible. Una resignada aceptación de los problemas más álgidos, algo así como que es mejor padecerlos que enfrentarlos y solucionarlos. Nos resistimos al cambio sustantivo entreteniéndonos con paliativos y mensajes-masajes (McLuhan) populistas que actúan como analgésicos.

Los informes sobre el Estado de la Educación del Programa Estado de La Nación año tras año nos desafían a cambiar de rumbo. Los problemas se acumulan y hoy estamos heredando a las nuevas generaciones un futuro de menos oportunidades y condiciones laborales cada vez más precarias. Naturalizamos la devaluación de la calidad educativa y, con en ello, empobrecemos más al país. Cómplices de todo ello: los sucesivos gobiernos de las últimas cuatro décadas que se entregaron a la política neoliberal de menos Estado social y más mercado; menos distribución y más crecimiento-concentración económica; menos soberanía alimentaria y más apertura comercial; menos Costa Rica solidaria y más Globalismo desigual.

 De esta manera, no solo arrastramos las consecuencias sociales de la “generación perdida” de la década de 1980 por la aplicación de esa política, sino que, bajo las condiciones actuales de reducción presupuestaria para la educación y devaluación sustantiva de su calidad, teniendo una mayor cobertura, según el más reciente “Informe del Estado de la Educasión”, continuamos abonando el terreno para nuevas generaciones igualmente devaluadas en educación, destinadas a convertirse en maquileras de un sistema que sigue apostando por mano de obra barata y condiciones laborable de sobreexplotación con jornadas extendidas no remuneradas.

Los índices de pobreza estancados y una desigualdad creciente. No hay forma de que los gobiernos “tomen el sartén por el mago” y se decidan por una política tributaria verdaderamente justa y progresiva que revierta cualitativamente esa tendencia. Hacemos todo lo contrario, con un Plan Fiscal que favorece a los ricos y golpea a los pobres y la clase media, una Ley de Empleo Público que supuestamente trata de nivelar los salarios, cuando de lo que busca es de desmantelar el Estado Social de Derecho. Una política de salarios decrecientes que desestimula el trabajo profesional de calidad en el sector público. Es decir, leyes y acciones para ahondar las brechas sociales y, con ello, crear condiciones para que florezca el mercado informal del narcotráfico y se eleven los índices de violencia criminal.

Todo ello no es otra cosa que masoquismo, y al estilo costarricense donde todo lo digerimos y reciclamos con chistes; también hoy con descalificaciones donde se apela al lenguaje violento que busca “serruchar pisos” y hacer “bullyng”, para desviar la atención sobre los problemas reales. Una actitud evasiva enfermiza y complaciente con quienes nos han venido, desde hace rato, vendiendo falsas promesas mesiánicas.

Ha llegado la hora de despertar del letargo. No dejarnos anestesiar con esas promesas de reinos venideros. Decidirnos a “tomar las riendas” de este “caballo desbocado” que acelera su trote, para conducirnos al despeñadero. No podemos permitirnos, seguir mirándonos en el espejo de una patria irreconocible, por lo socialmente violenta y cada vez más polarizada. Llegó la hora de encarar la realidad. Dejar el comportamiento masoquista que nos está volviendo dóciles y débiles, destinados a soportar lo insoportable. Y, a pesar de todo ello, sintiéndonos “felices”, es decir, “jodidos y agradecidos”.

Parque Ecológico Las Lapas en Crucitas

Álvaro Vega Sánchez

Álvaro Vega Sánchez, sociólogo

El santuario de las lapas en Crucitas fue profanado y dolosamente invadido y arrasado. Hay que restituir ese santuario convirtiendo a la finca crucitas en un parque ecológico donde se reforeste, especialmente con almendros, el hábitat natural de una de nuestras aves más bellas, símbolo de una rica y exuberante biodiversidad.

En un viejo artículo había sugerido que, siguiendo la visionaria y sabia tradición de crear parques nacionales en un país ejemplar a nivel mundial de una avanzada política conservacionista, en la actualidad podríamos apostar por crear parques ecológicos en todos los cantones del país, verdaderos pulmones para oxigenar nuestras urbes en crecimiento. Asimismo, para proteger zonas estratégicas de reproducción de especies terrestres y marinas que se han convertido en víctimas del arrinconamiento y la depredación por parte de un ser humano que perdió el rumbo de su misión fundamental: garantizar la reproducción de la vida en el único planeta habitable de nuestra galaxia.

Crucitas nos retrata hoy ante el mundo como un país sin rumbo, sin visión ni estrategia. Gobiernos van y vienen y Crucitas empeora. No hay voluntad de sentarse a la mesa del diálogo ciudadano para conjuntar las mejores ideas y salir del “atolladero” en que nos encontramos en este caso, como en tantos otros que han sido objeto de la improvisación, por decir los menos. No adolecemos de imaginación y creatividad, para proyectar al país sobre mejores senderos, pero sí abunda la falta de voluntad para el diálogo que permita gestar y recoger las mejores ideas; la conversación reposada que abre nuevos horizontes, tarea ineludible de los pueblos soñadores y visionarios.

Un país sin rumbo, es decir, que no marca la cancha, está cada vez más expuesto a ser conducido por intereses foráneos, la más de las veces siguiendo la lógica imperial de extraer y explotar sus mejores recursos humanos y naturales a cambio de “cristales” y promesas de futuros gloriosos, mientras se profundiza la desigualdad, la injusticia y la violencia criminal. Un país que no planifica su futuro está destinado nos solo a repetir los errores del pasado sino a facilitar que se impongan intereses ajenos y espurios que lo mantendrán postrado, adormecido y paralizado: un país convertido en “hoja que arrebata el viento”.

¿No creen que ya es tiempo de comprometerse  con acciones concretas y sustantivas, para no permitir que el santuario ecológico, que es Costa Rica, sea invadido por intereses y fuerzas mezquinas que solo piensan en sacar provecho económico de sus recursos, sin importarles las consecuencias ecológicas devastadoras, anti-vida? ¿Acaso, vamos a permitir que una valiosa y rica tradición de conservación y salvaguarda de nuestras riquezas biodiversas se tire por la borda, con la excusa de “reactivar la economía”? ¿Qué tipo de economía queremos reactivar, la que ha emprendido una guerra no declarada contra la naturaleza, que hoy cobra cada vez más víctimas (incluidos los “migrantes ecológicos”) en razón de un acelerado cambio climático?

Una alternativa para Crucitas, en correspondencia con nuestra “vía costarricense” de progreso y bienestar social y eco-ambiental, significa afirmar nuestra identidad, con dignidad, en el escenario global. Que la mesa del diálogo recoja las mejores ideas, para actuar ya.

Guerra en Costa Rica… contra la clase media

Álvaro Vega Sánchez, sociólogo

                Los proyectos sociopolíticos predominantes desde la década de 1940 hasta la de 1980: el socialcristianismo bajo el liderazgo de don Rafael Ángel Calderón Guardia, la socialdemocracia impulsada por José Figueres Ferrer y el “comunismo a la tica” de don Manuel Mora Valverde convergieron, en buena medida, alrededor de lo que se denominó la “vía costarricense” (Armando Vargas) de desarrollo económico, social y político.

                A pesar de las diferencias que siempre hubo entre estos proyectos, se procuraba darle forma a un modelo de desarrollo que permitiera evitar la concentración de la riqueza, contener el empobrecimiento y ofrecer servicios públicos de calidad en salud, educación, agua, electricidad, telecomunicaciones e infraestructura vial. De esta manera, se creaban las condiciones para la movilidad y la inclusión social; es decir, engrosar la clase media y achicar las clases alta y baja.

                 Esfuerzos sostenidos en esta dirección, condujeron a logros significativos que nos colocaron entre los países latinoamericanos con los mejores índices de desarrollo humano: una sociedad subdesarrollada, pero apuntalando su clase media. Sí, aún y cuando persistía la pobreza al lado de los islotes de riqueza, la tendencia dominante era hacia la inclusión y la justicia social, lo que inducía a un orden social más equitativo y solidario. La inversión social sustantiva por parte del Estado, especialmente en educación y salud, fue un factor determinante para que el país se desmarcara del rumbo oligárquico que predominaba en los países de América Latina.

                La década de 1980, con los Programas de Ajuste Estructural impuestos por los organismos financieros internacionales (particularmente el FMI y el BM), marca un antes y un después. Se inicia el camino hacia la oligarquización del país, proceso que se ve fortalecido por los gobiernos del bipartidismo desde esa década, así como por algunas de las nuevas fuerzas políticas.

                Una coalición entre viejas y nuevas fuerzas político-partidistas, élites empresariales y organismos financieros internacionales le han declarado la guerra a la clase media, particularmente a profesionales del sector público a quienes se les ha estigmatizado como privilegiados con salarios y pensiones de lujo. De esta manera, se tira una cortina de humo sobre los privilegios que han sostenido las élites empresariales al amparo de gobiernos populistas, que se visten de salvadores de la patria enfilando su “artillería” contra la clase media, convertida hoy en el chivo expiatorio de los males que padece el país.

                Con la destrucción de la clase media se está sustituyendo la “vía costarricense” de desarrollo por la vía oligárquica: la que han optado la mayoría de los países centroamericanos, que hoy expulsan significativos contingentes de su población hacia Estados Unidos y construyen mega cárceles, porque el empobrecimiento y la desigualdad de las sociedades oligárquicas solo conducen a la violencia o a la huida, el éxodo masivo.

                Todavía estamos a tiempo de dar un viraje, que nos coloque en la ruta de la “vía costarricense” del fortalecimiento del Estado Social de Derecho. Ello implica, por un lado, alcanzar los más altos niveles de calidad y competencia colaborativa en el ejercicio de la función pública, para garantizar mejores servicios. Y, por otro, enfrentar las medidas y acciones que han venido utilizando reiteradamente el discurso de la ética y la anticorrupción para reducir el Estado y abrir las puertas a la privatización de nuestra institucionalidad pública socialmente “rentable”. Es decir, medidas y acciones que “tiran al niño con el agua sucia de la bañera”.

Democratizar la educación para reconstruir la democracia

Álvaro Vega Sánchez

Álvaro Vega Sánchez, sociólogo

El régimen democrático costarricense, que celebró índices de desarrollo humano y de paz social ejemplares en América Latina, se ha deteriorado cualitativamente. El creciente empobrecimiento, desigualdad e inseguridad social junto con la avanzada del autoritarismo político y el fundamentalismo religioso-cultural son los factores que explican, en buena medida, ese deterioro. El mismo se manifiesta en un debilitamiento sustantivo de nuestra institucionalidad social pública, así como en la pérdida de protagonismo del país en la defensa de los derechos humanos y de la naturaleza a nivel mundial.

Todo ello también ha contribuido a profundizar la polarización social, acicateada por los elevados decibles de las voces del odio y la intolerancia que campean hoy en las redes sociales y algunos medios de comunicación. Asimismo, una gestión gubernamental que no da indicios de contribuir al tan necesario diálogo social para encarar los álgidos problemas del país. Acudir a las vieja prácticas de componendas interpartidarias solo abonan el terreno de la polarización y el desencanto ciudadano.

Reconstruir el régimen democrático del país es una tarea tan urgente como importante. Para ello necesitamos una ciudadanía con mejores niveles educativos, particularmente, como se recomienda en esta era de la inteligencia artificial, poniendo especial atención a la formación en “capacidades blandas” para humanizar el desempeño técnico-profesional e incentivar la creatividad y el trabajo colaborativo. Por lo tanto, se requiere ampliar la cobertura del sistema educativo en todos sus niveles, es decir, democratizarlo fortaleciendo la institucionalidad pública y convocando a la privada a un mayor compromiso solidario. Asimismo, redefinir la estrategia curricular atendiendo a las nuevas condiciones de disponibilidad y acceso a la información.

Una verdadera democratización de la educación es aquella que garantice que todo joven costarricense a la edad de 18 años haya culminado la educación secundaria y esté preparado para acceder a una carrera técnica o académica del mejor nivel. De esta manera, se crean las condiciones que eviten seguir reproduciendo la “generación perdida” de jóvenes que ni estudian ni trabajan. Un país que se precia de tener un “ejército de maestros” no debe estar tirando a las calles a jóvenes en edad productiva, para que se conviertan en delincuentes, sicarios, consumidores y traficantes de drogas, contribuyendo a reproducir los círculos de la pobreza y la violencia.

Si bien es cierto, la educación no es la única solución a los graves problemas de la pobreza, la desigualdad y la violencia social (cultural, simbólica y política) y criminal, sin educación no hay posibilidad de avanzar significativamente en la solución de los mismos. Como se dice, es una condición necesaria pero no suficiente. Sin embargo, en las condiciones actuales, si el país pretende rescatar su viejo protagonismo en desarrollo humano y reconstruir su régimen democrático la democratización de la educación tiene que convertirse en una prioridad de la política pública.

En esta dirección se requiere afinar la planificación y regulación de todo el sistema educativo, tanto público como privado, con un norte claro y definido: garantizar la conclusión de los estudios secundarios para todos los jóvenes que habitan este país. Es la gran deuda social que arrastramos desde hace décadas, como bien lo han reiterado los Informes sobre el Estado de la Educación. Para ello, se requiere un seguimiento personalizado del avance educativo de los jóvenes y, por consiguiente, una estrategia de cooperación por parte de las familias, las organizaciones de la sociedad civil que trabajan con jóvenes y el Estado.

Si no queremos una sociedad con más cárceles que escuelas y colegios, tenemos que actuar ya. Hay que superar el actual modelo de “oligarquización de la educación” y dar el salto cualitativo hacia la democratización de la educación, la vía por la cual el país cosechó sus mejores logros y los puede seguir cosechando.

La profecía que se cumple a sí misma

Álvaro Vega Sánchez

Álvaro Vega Sánchez, sociólogo

Para ejemplificar la profecía que se cumple a sí misma, Robert Merton apeló al ejemplo de la falsa noticia que se difundió de la quiebra de un banco y, efectivamente, sus clientes, inducidos por el miedo a perder su dinero, lo quebraron al retirar sus ahorros. Retomaba el teorema de Thomas que dice: “cuando una situación se define como real, es real en sus consecuencias”. De esta manera, al definirse hoy que la Caja del Seguro Social está en quiebra, aunque sea mentira, bajo ciertas circunstancias, diría Merton, puede llegar a convertirse en verdad. Precisamente, esas condiciones se están dando desde el momento en que el Estado se ha venido resistiendo a saldar la deuda billonaria con la Caja y el ejecutivo dispara un discurso incendiario contra esta institución.

El discurso populista hoy, en el país más desigual y violento de los países miembros de la OCDE, anuncia quiebras y desplomes de la institucionalidad social con la clara intención de que se cumplan sus profecías y quiebre la Caja Costarricense del Seguro Social, las universidades públicas, el Instituto Costarricense de Electricidad, entre otras, y así como en cascada se derrumbe el Estado Social.

 El estado tiene que rendirse de rodillas ante el mercado, la única institución sacrosanta que puede salvar a Costa Rica. Traslademos las funciones públicas a instituciones privadas y florecerá la Costa Rica del Siglo XXI pujante, moderna y productiva. Este es el contenido del discurso político-religioso de la nueva derecha neoliberal que se viste de pueblo, habla en lenguaje pachuco y asume porte del “Estado soy yo”.

Este tipo de profecías son parte de la ideología del miedo, que tan buenos dividendos le ha deparado a una clase política cuyo norte ha sido destruir los logros alcanzados por la clase trabajadora en sus luchas sociales históricas, que desembocaron en la gran reforma de los años 1940 por el derecho al trabajo digno, la salud y la seguridad social.

Efectivamente, el arma del miedo se ha mostrado muy eficaz para minar las bases mismas del Estado Social de Derecho, cerrarle las puertas al diálogo ciudadano y conducir al país hacia una profundización de la polarización y el conflicto social. Más allá de la violencia criminal y delincuencial en alzada, se ha venido abonando el terreno para propiciar los antagonismos entre los diversos actores sociales y políticos. La convivencia democrática está siendo socavada por parte de un liderazgo político que ha perdido la mesura y la sabiduría para conjuntar a la ciudadanía, precisamente, cuando se agudizan los problemas de mayor calado, como los son la pobreza, la desigualdad y la inseguridad.

Si los problemas han alcanzado niveles críticos y desmesurados, más allá de este tipo de profecías populistas que solo distraen y postergan la búsqueda de verdaderas soluciones a esos álgidos problemas, deberíamos abocarnos a conjuntar a todos los sectores sociales, empresariales y políticos para crear una plataforma ciudadana que impulse acciones y medidas urgentes para sacar a flote la barca de la patria.

El Estado niñera

Álvaro Vega Sánchez, sociólogo.

                Con la valentía propia del estadista que defiende la soberanía y la dignidad de su patria, don Rodrigo Carazo, sentó de regreso a los emisarios del Fondo Monetario Internacional (FMI) en los asientos del mismo avión que los trajo al país. La salud, la educación y la energía públicas no eran negociables bajo ninguna circunstancia; dejar de construir hospitales, escuelas e infraestructura para servicios de agua, luz y telefonía, ¡jamás! Que se lleven sus valijas a otras tiendas, este país no se vende por un plato de lentejas.

                Las administraciones que le sucedieron bajaron la bandera de la dignidad de una patria insobornable. Se han venido postrando, como siervos menguados, ante los dictámenes de los poderes fácticos nacionales e internacionales de un capitalismo salvaje, que solo habla en términos autoritarios de sometimiento a su añeja y fracasada política neoliberal, que sigue sumiendo a estos países en la miseria, la pobreza, la desigualdad y, por ende, en la más cruenta e insoportable violencia criminal y delincuencial.

                Los últimos gobiernos actúan como fieles emisarios de aquellos organismos financieros y poderes. Hoy no se necesita que vengan al país a dictar políticas, estos las acatan de facto, y si pueden van más allá, como es el caso de la actual Ley de Empleo Público, que se aprobó aprovechando la pandemia del Covid-19, y con la que pretenden, ahora sí, quebrar al Estado Social de Derecho precarizando los salarios de los servidores públicos.

                Por consiguiente, no es que el Estado y su institucionalidad social estén siendo conducidos a la quiebra por deficiencias administrativas y gollerías salariales. Sin duda, hay mejoras que introducir en estas materias, y ya se han venido realizando. Pero, la causa fundamental, que no se toca, es la complicidad de estos gobiernos con los grandes intereses económicos empresariales y financieros, a los que se les facilitan las condiciones para seguir amasando capitales; se les premia con exoneraciones y amnistías, haya o no pandemia, como ahora con el perdón de deudas de las empresas con la Caja por morosidad; por favor, ¿cómo no va a estar con problemas financieros la Caja, si también el Estado no paga su deuda billonaria? Pero sobre todo se les continúa tolerando declarar cero ganancias, como es evidente en el listado de casi noventa empresas, recientemente dado a conocer por el Ministerio de Hacienda, a solicitud del diputado Ariel Robles del Frente Amplio. Como dice el pensador estadounidense, Noam Chomsky, estamos ante una modalidad de “Estado niñera” de los ricos: “socialismo para los ricos y capitalismo para los pobres”.

                Urge erradicar estas prácticas antipatrióticas de partidos políticos y gobiernos con discursos grandilocuentes pero que no actúan con decisión y valentía cuando se trata de parar, sí, las gollerías de los eternos ganadores en tiempos de pandemia, en tiempos de guerra y en tiempos de paz; en todo tiempo protegidos, y siguiendo la vieja práctica de convertir cada campaña electoral para componendas y compra de favores.

                Ya es hora de que quienes administran la cosa pública dejen de comportarse como mercaderes baratos, al servicio de los ganadores de siempre. Urge una nueva generación de mujeres y hombres libres, que antepongan los intereses del pueblo costarricense sobre los de las élites oligárquicas que están conduciendo a nuestro pueblo por los tenebrosos caminos de la violencia, que lo único que nos depara es un futuro con más cárceles y menos escuelas y hospitales.

Reproduciendo el modelo de «enclave económico»

Álvaro Vega Sánchez

Alvaro Vega Sánchez, Sociólogo

A propósito de la venta de activos del Estado, de la conservación de nuestro patrimonio ecológico y de mejores alternativas para un desarrollo turístico ecológica y socialmente sostenible, vuelvo a traer a reflexión la frase “yo no sé vender, solo sé comprar” de don Juan Mercedes Matamoros, uno de los grandes hacendados sancarleños de mediados del siglo pasado. Fue la respuesta a un amigo que le criticó por haber vendido un pequeño terreno en Ciudad Quesada a un bajo precio.

A los pioneros en esa zona y otras del país les caracterizó la conservación de sus tierras, las que posteriormente heredarían a sus hijos. Se interesaban no solo por conservarlas sino por ponerlas a producir, generando trabajo y riqueza. Por supuesto, fue necesario, en estos casos de latifundio, que también el Estado interviniera para democratizar la tenencia de la tierra, como lo hizo el gobierno de don Daniel Oduber con algunas fincas de este hacendado, atendiendo a los artículos 45 y 50 de la Constitución Política que establecen como función del Estado propiciar una mejor distribución de la propiedad y reparto de la riqueza. Lamentablemente, estos artículos han sido letra muerta para los gobiernos neoliberales de las últimas décadas.

Hoy, también se requieren políticas de Estado que apoyen al pequeño y mediano emprendedor turístico, para evitar continuar reproduciendo el viejo modelo de “economía de enclave”, concentrador de la riqueza en manos de empresas extranjeras, con impactos muy limitados en reducción de pobreza y generación de empleos bien remunerados. Ejemplo de esta tendencia es el modelo de desarrollo turístico de “enclave” en Guanacaste, que al parecer ha venido sustituyendo el modelo “endógeno” de La Fortuna de San Carlos.  

Para ello, se requiere también impulsar una política educativa dirigida a formar técnicos y científicos al más alto nivel. Una apuesta decidida a convertir al país en una potencia en este campo. De esta manera, incrementar y diversificar la oferta turística ecológica y socialmente sostenible, así como innovar en la investigación y el desarrollo científico tecnológico para un adecuado manejo de nuestra rica biodiversidad.

Ya es hora de decidirse a superar esa gran contradicción de ser, por un lado, un “país ecológicamente rico” y, por otro, “socialmente pobre”.  El modelo oligárquico de concentración de la riqueza fue, en buena medida, superado por los gobiernos que en las décadas de 1940-1970 impulsaron reformas estructurales para garantizar derechos sociales y el fortaleciendo un régimen de democracia solidaria, que contribuyó a un desarrollo económico más equitativo y socialmente más inclusivo, menos desigual.

Perdimos el rumbo, cuando nos marcaron la cancha desde afuera a partir de la “década perdida” de 1980. Más recientemente, los gobiernos que ofrecían cambios significativos para conducir al país a una nueva “primavera” de crecimiento económico con equidad y justicia social, han vuelto sobre las viejas andanzas. El país, se sigue endeudando e hipotecando a los grandes intereses financiero nacionales e internacionales. Y en esas condiciones, la salida es, como ya se ha reiterado, convertirnos en una sociedad de “proletarios” y no de “propietarios”, como era la expectativa del estadista José Figueres Ferrer. Es decir, continuamos reproduciendo el viejo modelo de “enclave económico”.

Lleva razón el filósofo Enrique Dussel cuando señala que el gran desafío que tenemos los países empobrecidos en América Latina es la descolonización epistémica. Mientras continuemos padeciendo de la minusvalía cognitiva e imaginativa, es decir, considerándonos necesitados de la mano de un “Gran Hermano”, seguiremos arrastrando pobreza, desigualdad e injusticia social.  Es lo único que ofrece una reactivación económica al estilo neoliberal o neocolonial, es decir, bajo un modelo prevalente de “economía de enclave”.

José León Sánchez: un gran ser humano

Nunca estarás más lejos de mí de lo que está mi corazón.
José León Sánchez.

Álvaro Vega Sánchez, sociólogo.

En un reciente homenaje póstumo al escritor José León Sánchez, que se le ofreció en la Universidad de Costa Rica, su esposa, Ahiza Vega, expresó con sentimientos nostálgicos que a José León el país sí lo había reconocido como escritor, particularmente al haberle otorgado Premios Nacionales por su obra literaria en cinco ocasiones, así como el máximo galardón cultural, el Premio Magón. Sin embargo, no alcanzó a ponderar y reconocer sus cualidades humanas. Una persona que, a pesar de haber recibido una dura, prolongada e injusta pena carcelaria, no guardó odio alguno para quienes lo juzgaron, maltrataron y estigmatizaron, provocándole, más allá del flagelo físico, un sufrimiento todavía más profundo, el que toca las fibras del alma humana y busca envilecer su espíritu. Aunque acostumbraba a decir: “mi oficio es amar a México”, también supo amar entrañablemente a su pueblo natal de Río Cuarto y con él a toda Costa Rica.  

Para el cantautor y poeta Julio Vindas, José León Sánchez, el poeta que escribía novelas, se vestía de ternura y tolerancia para no permitir que el odio y la venganza lo habitaran: “Alimenta con su pluma las ubres de la vida, camina intransigente, intransmutable, intransferible, inclaudicable, ¡trashumante!, con un fardo de tolerancia a cuestas, donde guarda el infinito dolor y la invaluable alegría de ser –sencillamente–, ¡él mismo! […] cuando le da la gana, se convierte en raíces podridas de silencio, se transforma en jaguar en celo, almizcle de colibrí, amamanta estrellas, enamora galaxias, y pregona su Amor por una Ahiza, tan infinita como bella, algo así como la presencia de todas las ausencias. José León no solo solloza nostalgia, ¡solloza ternura! […]”.

Tuve la feliz oportunidad de acompañar a José León y Ahiza en dos ocasiones a mi tierra natal, San Carlos, donde se le ofrecieron homenajes por parte de instituciones universitarias, tanto públicas como privadas. Personas como el doctor Álvaro Hidalgo, exdirector del Hospital San Carlos, y los profesores Rocío Murillo y Olivier Hernández de la Universidad Técnica Nacional (UTN), así como el profesor Gustavo Salas de la Universidad Estatal a Distancia (UNED), fueron claves en los homenajes que se le brindaron en vida a José León. Asimismo, los escritores sancarleños Adriano Corrales y Francisco Rodríguez, quienes siempre supieron destacar, reconocer y difundir los méritos de su obra literaria. La academia y el pueblo sancarleño abundaron en gestos de aprecio y reconocimiento al escritor costarricense más laureado y traducido internacionalmente, como persona de cualidades humanas, afectivas e intelectuales excepcionales.

En ambas oportunidades, fui testigo de esas cualidades:  cercano, accesible y de una sensibilidad admirable para acoger con cariño a todas las personas. Esa era su manera más natural de actuar, y por consiguiente espiritual. Manuel Delgado destaca esa dimensión profundamente humana y afectiva: “M´ hijito nos decía a todos. Parecía mentira que un hombre que llevaba tras de sí tanto dolor y tanta injusticia pudiera guardar (y expresar) tanta dulzura, tanta humildad y, sobre todo, tanto amor por la vida. A mí siempre me intrigó por qué Chepeleón me mostraba tanto aprecio. Luego llegué a la convicción de que era la forma normal de ser y convivir, siempre y con todo ser humano”.  

No solo estamos ante un escritor que se forjó en el crisol del sufrimiento, sino frente a un ser humano que supo dignificarse con múltiples gestos de gratuidad y su incansable lucha por la defensa y promoción de los derechos humanos y la restitución de la rica herencia cultural de los pueblos originarios. En los últimos años, asumió con mística la defensa y dignificación de la mujer presidiaria, y junto a su esposa la recuperación de los aportes de los pueblos ancestrales de “La Gran Nicoya”, así como la traducción del “Quipu de Talamanca”.

¿Cómo explicar que ese gran escritor y ser humano no alcanzase a ser valorado, en su país de origen, como se lo merecía? Al respecto, cabe retomar lo que la insigne escritora Yolanda Oreamuno identificó como un rasgo cultural propio del costarricense: la actitud y el comportamiento de “bajar el piso” (“serruchapisos”), siempre procurando la medianía; esa predisposición para evitar que alguien trascienda la línea media, con lo bueno que podría tener para no endiosar o idolatrar, pero también con lo malo al no reconocer los méritos a quienes se destacan. En este último aspecto, la mezquindad y hasta la envidia nos delata en nuestra pobreza humana y espiritual. Para el filósofo y escritor Martín Buber “se puede calificar de humana a una sociedad en la medida en que sus miembros se confirman recíprocamente. La base de la convivencia humana es doble y sin embargo una sola: el deseo de todos los hombres de que los otros los confirmen como lo que son e incluso como lo que pueden llegar a ser y la capacidad innata de los hombres para confirmar de ese modo a sus semejantes. El hecho de que esta capacidad esté yerma en tan gran proporción constituye la verdadera debilidad y lo cuestionable de la raza humana. La verdadera humanidad solo se da allí donde esa capacidad se desarrolla”.  

Quizá, para poder aquilatar las cualidades humanas y afectivas del escritor José León Sánchez, ahora que no podremos contar con sus calurosos gestos afirmativos de cariño y reconocimiento –y también de irreverencia sagrada–, haya que volver a sus obras, con otra mirada, especialmente atendiendo al perfil de sus personajes protagonistas: los niños, las mujeres, los campesinos, los presos, los pueblos originarios… Asimismo, atender a su apasionada búsqueda por reivindicar la dignidad de esos sectores discriminados y olvidados, para construir un mundo más inclusivo, solidario y amoroso.

Gracias, José León, por darnos una lección de humanidad y afectividad en estos tiempos donde azota el frío de la indiferencia y la violencia, que nos tienen al borde del precipicio como humanidad planetaria.

 

Imagen ilustrativa.

La hora de América Latina

Álvaro Vega Sánchez

Álvaro Vega Sánchez, sociólogo

La avanzada del progresismo en América Latina es un signo esperanzador. El liderazgo político de Manuel López Obrador y Luis Inácio Lula da Silva podría convertirse en las dos manos que acerquen a los pueblos al Sur del Río Bravo en un abrazo fraternal y amistoso. Ambos líderes, han enarbolado la bandera de la dignidad latinoamericanista y han abierto senderos para profundizar la integración y la unidad de nuestros pueblos. No sólo representan a los dos países más grandes de América Latina, México y Brasil, sino a dos pueblos con una trayectoria histórica de liderazgos progresistas, que son símbolo de la incansable lucha por la independencia y la soberanía económica y geopolítica.

Vivimos tiempos donde el derrotero global y planetario apunta a un perfil geopolítico multipolar e intercultural. El mismo, representa un desafío para construir alianzas, sólidas y estratégicas, entre países y regiones que contribuyan al desarrollo con justicia y paz social. Para ello, es fundamental que se creen y consoliden bloques regionales que permitan generar condiciones para un nuevo marco de cooperación y relaciones comerciales, culturales y políticas, que propicien y fortalezcan sistemas políticos democráticos estables, países gobernables y una convivencia humana planetaria más digna, es decir, más equitativa, hospitalaria y afectiva.

La crisis de los regímenes democráticos actuales, debido a los índices crecientes de desigualdad, pobreza y criminalidad, obedecen, en gran medida, a un modelo de globalización geopolítica y económica que se ha venido configurando sobre un patrón de dominación socialmente empobrecedor y excluyente, culturalmente devastador, por lo discriminatorio y xenófobo, y política y económicamente neocolonial hegemonista.

Esta “segunda ola progresista”, a la que asistimos hoy en América Latina, es una valiosa oportunidad para contribuir a afianzar los vínculos de cooperación y solidaridad regionales. En un contexto geopolítico agitado por una sucesión de conflictos bélicos con participación directa de potencias militares, como Estados Unidos y Rusia, América Latina tiene que asumir el desafío de afianzar un rumbo propio para no dejarse arrastrar por estos vientos bélicos, y convertirse en fácil presa de intereses geopolíticos que no favorecen su desarrollo como región.

América Latina cuenta con los recursos suficientes para convertirse en una de las regiones, humana y ecológicamente, más prósperas del mundo. Para ello, es fundamental, como señalan los pensadores de la decolonialidad, superar, entre otras, la colonización epistémica (Enrique Dussel). Reconocernos, desde nuestras raíces ancestrales, como pueblos con valores, dignidad, conocimientos y capacidades suficientes para levantarnos sobre nuestros propios pies. En esta búsqueda, por afirmarnos como región, hay que leer y releer la novela decolonial por excelencia Tenochtitlán del insigne y laureado escritor costarricense, y adoptado por México, José León Sánchez. Nuestra visión de mundo está en nuestras novelas, dijo Ernesto Sábato.  

Es la hora de América Latina. El tiempo oportuno para articular y ofrecer, como región, una alternativa al modelo dominante de globalización neocolonial. Mostrar que sí es posible, según lo expresado por el Papa Francisco, construir fraternidad universal y amistad social. Que la cultura de la violencia, el odio, el miedo y la insolidaridad tiene todavía un frente de resistencia cultural y político en una región latinoamericana decidida a apostar por la promoción y defensa de los derechos humanos y la convivencia pacífica, digna y solidaria entre los pueblos.

Y que el ruido ensordecedor de las bombas no ha opacado las voces de la no-violencia activa por la paz con justicia social, para hacer posible que los niños y niñas sigan sonriendo y sembrando esperanza, mientras sus madres y padres abonan el jardín sin “junglas” de la hermandad universal.

“Los niños estaban ahí escondidos cuando entró el soldado castellano y elevó la espada para rematar al anciano… Orinó con un chorro caliente de orines sobre el rostro ya sin ojos de esmeralda del señor Huitzilopochtli…y salió. El anciano miró a los niños. Luego se dirigió hacia un viejo arcón empotrado en una de las paredes pintadas de rosa y verde con la historia de las batallas de Tezcatlipoca y sacó una manta de cabuya.

La ciudad está perdida…les dijo, pero yo les regalo esto…y les enseñó un puñado de granos de maíz´[…]

“Un grano de maíz para que tengan vida y puedan ver el camino ahora que va a caer la noche. Un grano de maíz para que puedan vivir… El otro grano de maíz no es para alimentar el cuerpo, sino el corazón…Llévenlo a su lado…Cuando lleguen al otro lado de la laguna busquen un lugar y siémbrenlo. Mientras un grano de maíz pueda germinar sobre la tierra extensa de Anáhuac, México Tenochtitlán, nunca, nunca, nunca… ha de morir.” (Sánchez A., José L. (2012) Tenochtitlán. La última batalla de los aztecas. México, Random House Mondadori.  p. 400-4001)