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Etiqueta: Brasil

UCR, Voz experta: Las elecciones en Brasil y la presencia electoral de los grupos evangélicos

M. Sc. Alberto Rojas Rojas, Académico de la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión de la Universidad Nacional

El triunfo de Luis Inácio Lula da Silva en el gigante sudamericano contó con la ayuda de amplios sectores empobrecidos, tradicionalmente asociados al conservadurismo del presidente en ejercicio, Jair Bolsonaro.

El pasado 30 de octubre, el candidato del Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil, Luis Inácio Lula da Silvasuperó su propia marca de votos recibidos anteriormente y se convirtió en el presidente más votado en la historia del país. El petista fue electo por tercera vez presidente de Brasil con 60 345 999 votos (50,99 % de los sufragios válidos), contra Jair Bolsonaro, quien obtuvo 58 205 354 votos (49,1 % de los votos válidos), según datos del Tribunal Superior Electoral de Brasil (TSE).

Estas elecciones del 2022 no tienen precedentes en la historia brasileña, no solo por la mínima diferencia de votos entre los dos candidatos, sino porque fue considerada por los analistas políticos como una disputa entre dos formas antagónicas de concebir la sociedad, la democracia y el Estado brasileño. Los resultados satisfactorios para Lula no esconden una división política y social en el país sudamericano, ni tampoco que el nuevo presidente heredará un país dividido y con una parte significativa de su población armada, ya que hubo un aumento del porte de armas durante el gobierno de Bolsonaro.

Algunas preguntas que surgen ante este peculiar escenario político tienen un matiz religioso. ¿Por qué Bolsonaro tiene la simpatía y la mayoría de los votos entre los evangélicos, aunque sea un promotor del armamento de la población y asuma discursos discriminatorios y actitudes violentas? ¿Cómo se explica la victoria de Lula, definida por los votos recibidos en la región Nordeste, la más pobre del país?

El voto y la moral

En Brasil los grupos evangélicos son diversos y heterogéneos, y sus inclinaciones políticas también lo son. Existen personas evangélicas en casi todo el espectro político de Brasil. Sus preferencias electorales pueden variar de una elección a otra y no se comportan “en masa” a partir de su identidad religiosa. Dicho esto, es importante hacer algunas acotaciones.

Más que un voto evangélico existe un voto moral conservador, que aglutina a un número significativo de personas votantes evangélicas, pero también católicas y de otras confesiones.

Ahora, cuando las lealtades cambian de una elección a otra, las simpatías, las antipatías, las creencias asentadas por la religión o la cultura, las emociones y lo que la persona juzgue como bueno o malo de una candidatura o una agrupación, juegan más que los programas y las propuestas. La moral y los valores se convirtieron en un área de lucha para ganar y asegurar votos. Quienes tienen el poder simbólico para influir en la moral, se convierten en piezas que se deben ganar como asociados. Así, los liderazgos religiosos son aliados fundamentales que hay que acercar y en esta perspectiva, sobre todo, los pastores evangélicos son los socios por excelencia, ya que representan y lideran a los grupos religiosos que más crecen y se expanden en Brasil. Además, los pastores tienen mayor influencia en las decisiones de su feligresía.

Esta tendencia coincide con el creciente interés de líderes evangélicos de participar en política electoral y llegar a influir en los gobiernos del Estado, en la legislación de los países y en la política pública, a partir de una doctrina neopentecostal de amplia difusión entre agrupaciones evangélicas que plantea que los líderes y los valores cristianos (con acuerdo a la interpretación neopentecostal) deben orientar a las naciones.

En este contexto, Bolsonaro logró acaparar el favor de un amplio e influyente sector de liderazgo evangélico. Lo mismo había logrado Lula en las dos elecciones anteriores en que ganó la presidencia. Este hecho contribuyó para que Bolsonaro recibiera a su favor un voto moral conservador de muchas personas electoras que provenían del mundo evangélico. Al respecto, es ilustrativo indicar que cuando se cruzan datos del censo del 2010 en Brasil con los votos obtenidos por municipio en la primera vuelta electoral en las recientes elecciones de octubre, Bolsonaro obtuvo más votos en los municipios de más presencia evangélica; mientras que en los municipios de mayor número de personas católicas, Lula fue el ganador.

Ahora bien, muchas personas evangélicas votaron por Lula, aunque no hayan todavía datos fuertes para cuantificarlo en su debida proporción.

Lo que sí es cierto, es que lo moral y lo religioso son aspectos que han tomado una significativa relevancia en las elecciones actuales en países de América Latina, en contextos donde se establecen alianzas entre sectores políticos conservadores de derecha y sectores conservadores religiosos, sobre todo, de extracción evangélica. Estas alianzas funcionan mientras haya en la agenda y la política pública temas y acciones que se asocian a la forma en que personas conciben el alcance de la moral y la religión.

Códigos religiosos al servicio de objetivos políticos

Existe una nueva derecha que ha aprendido a reproducir el “performance” adecuado para atraer las preferencias electorales de quienes, de por sí, son personas conservadoras en temas de frontera simbólica y que, además, tienen mucho que cobrar a los políticos y partidos que les han sumido en la pobreza, o bien, han puesto en peligro su estatus social. Así, se estructura y desarrolla una trama en donde líderes políticos son ungidos y abrazados por pastores y apóstoles que aseguran que esos nuevos liderazgos asumen en sus programas y acciones lo que Dios quiere para la nación.

A su vez, los líderes políticos, a voz en cuello en plazas públicas, medios y redes, pronuncian discursos transversalizados por mensajes religiosos y asumen las posiciones corporales, los tonos de voz y la gestualidad necesaria para traspasar y ser aceptados por los códigos religiosos de su audiencia evangélica. En Brasil el lema de campaña de Bolsonaro fue “Dios sobre todo, Brasil sobre toda la gente” y el lema fue acompañado de abundantes oraciones, participación en rituales y plegarías difundidas a través de sus redes sociales y las de sus hijos.

Sin embargo, no todos los conservadores morales son de derecha, no todos los evangélicos son conservadores, no todos los evangélicos son pobres ni todos los pobres son evangélicos ni en todo tipo de elección y región se juegan temas con un marcado carácter moral. Lo religioso conservador tiene sus límites y sus alianzas políticas con la derecha también. Cuando en una campaña los temas de agenda pública y política no tienen un marcado énfasis moral, los religiosos políticos y sus alianzas pierden la plataforma que los sostiene.

Esta situación fue clara en el Noreste brasileño. Los programas sociales de los gobiernos anteriores de Lula todavía siguen en la memoria y en las conquistas alcanzadas por la gente del Nordeste. Sobre todo, en esta región, la grave crisis económica que vive Brasil, el alto desempleo, el hambre y las muertes durante pandemia agrandadas por la ineficiencia del gobierno bolsonarista, fueron decisivas para que Luis Inácio Lula da Silva venciera las elecciones en esta región y por medio de esta, en Brasil. También hay que decirlo, en el nordeste, los evangélicos conservadores no son tan significativos como en otras regiones.

 

M. Sc. Alberto Rojas Rojas
Académico de la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión de la Universidad Nacional

Dra. Cecilia Leme Garcez
Académica de la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión de la Universidad Nacional

Brasil progesista

Foto: Luis Britto.

Luis Britto García

1

El mapa de Nuestra América se  colorea de progresismos. Cuba, desde siempre, pero también México en América del Norte, Honduras y Nicaragua en Centroamérica; en América del Sur,  Venezuela, Argentina, Perú, Chile, Colombia, y ahora el colosal Brasil, el país más extenso y poblado de la región, séptima  economía del mundo, animador del Mercosur y afiliado al BRICS. Son triunfos difíciles, con fortalezas y debilidades. Concentrémonos en las de Brasil.

2

Se acostumbra llamar progresismo a cualquier acomodo de la superestructura que disienta de la incondicional adhesión al ilimitado sacrificio de las clases trabajadoras y los recursos naturales al capital transnacional.  Su aparición o desaparición sigue una mecánica precisa. Los países ingresados al redil del progresismo huyen de experiencias neoliberales que los llevaron al borde de la ruina. Los neoliberalismos cavan su tumba política siguiendo sus propios axiomas; los progresismos preparan la suya cuando abandonan sus banderas para compartir o seguir las neoliberales.

3

Impreciso o aproximativo será todo lo que se diga desde lejos sobre  sobre Brasil, ese universo de casi nueve millones de kilómetros cuadrados y 215 millones de habitantes. Intentemos fundarlo en testimonios creíbles. Cuando el Partido de los Trabajadores llega al poder en 2002, enfrenta Lula un compacto bloque de intereses privados nacionales y multinacionales que le vetan reformas profundas. Opta por el asistencialismo, por políticas indispensables como la distribución de alimentos subsidiados Fome Zero (Cero Hambre), oportunidades de educación universitaria para los pobres y grandes construcciones de vivienda popular (Minha Casa, Minha Vita). Pero a pesar del decisivo apoyo del Movimiento de los Sin Tierra, no realizó una Reforma Agraria que aniquilara o moderara la extrema concentración de la propiedad latifundista en un país cuyas principales exportaciones son agrícolas. Tampoco evitó la privatización de 45% de las acciones de Petrobras en la Bolsa de Nueva York, ni impidió que fueran privatizadas por el agronegocio porciones crecientes de las tierras e incluso de las aguas de la Amazonia. Como testimonia Theotonio dos Santos, siguiendo las recetas neoliberales “anti inflacionarias” de su Banco Central, “Lula continuó la política de altas tasas de interés manteniendo la emisión de títulos de la deuda federal para pagar intereses de la deuda que fue construida sobre la nada con el único propósito de transferir recursos a una minoría que vive de estos intereses inexplicables (…) con lo cual el pueblo brasileño dejaba transferir cerca del 50% del ´gasto público´ a este sector reducido de la población”

(http://www.alainet.org/pt/articulo/172474). Era la misma política del Carlos Andrés Pérez, que en 1990 pagaba intereses anuales del 100% a los capitales ociosos que invertían en Bonos Cero Cupón.
4

Así, dejó el Presidente Obrero que su imagen se asociara a grandes empresas como Odrebrecht; no actuó con el necesario rigor contra los latrocinios de éstas,  y aunque jamás se  probó que hubiera incurrido en manejos ilícitos, parte del pueblo llegó a creer que existía una generalizada corrupción, y no reaccionó de manera contundente ante el amañado proceso que intentó inhabilitar a Lula  políticamente. Como resume Silvio Schachter, “El maridaje histórico de los empresarios con la política y los políticos, se materializa en los conocidos y crónicos casos de corrupción propios del sistema, pero para el PT  formó parte de una estrategia premeditada. En Brasil, la conciliación y alianza con los grupos económicos hegemónicos fue la fórmula mágica del PT para avanzar en el proyecto neo-desarrollista, conciliar el capital y el trabajo, al mismo tiempo que se garantizaba la gobernabilidad sin afectar las causas de la desigualdad, los privilegios de la élite, ni modificar ninguno de los pilares sobre los que se estructuran las relaciones sociales  de dominación” (“Bolsonario, la dictacracia y el suicidio populista” https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=2932).

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A pesar de la crisis capitalista de 2008 y la baja del precio de las exportaciones,  el inmediato gobierno del PT presidido por Dilma Roussef presentó crecimientos del PIB superiores al 7% anual, acumuló superávits fiscales, redujo el desempleo y para 2012 mostró índices de aprobación popular de más del 60%. En general, los gobiernos del PT aumentaron en 54% el salario mínimo, disminuyeron el índice de GINI de  desigualdad a 0,522,  redujeron el desempleo a 4,5% y sacaron a unos 50 millones de la pobreza. Sin embargo, postergó  Dilma las iniciativas contra el latifundio y las oligarquías económicas, y cayó asimismo en la trampa neoliberal recesiva de las altas tasas de interés para contener una inflación que para el momento era sumamente moderada. Como añade Theotonio dos Santos: “Nadie imaginaba que, en lugar de continuar con la política aprobada por la abrumadora mayoría de la población, el segundo gobierno de nuestra compañera de muchas luchas adoptaría la política económica de la oposición brasileña”. Y, según añade Schachter: “En ese camino el PT decide abandonar su prédica socialista, los proyectos de transformación social radicales, moderar su discurso y ser un partido de la conciliación, del pacto social que garantizaría el orden institucional frente a un momento en que la desigualdad social amenazaba con quebrarlo”.

Foto: Luis Britto.

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Igualmente grave,  los dos gobiernos del PT habrían sido capturados progresivamente por “o mecanismo”, vale decir, por la práctica brasileña de la corrupción. Como señala Esteban Valenti  “En estos 13 años “O mecanismo” fue ganando partes enteras del PT, comenzando por con el Mensalao y de allí en adelante. Nadie puede creer y defender con seriedad que estando 13 años en el gobierno, el PT no sabía de esos esquemas, no conocía que los 13 mayores contratistas del país hacían ganancias exorbitantes con los sobreprecios de las obras públicas (Petrobras, Juegos Olímpicos, Mundial de Fútbol y todas las enormes obras de infraestructura). Que alguien se atreva a negarlo con un mínimo de seriedad” (Other News16/4/2018). Estratégicas “revelaciones” de escándalos como el de Odebrecht o Lava Jato arrojaron dudas sobre el PT y sus dirigencias. Fuera o no cierta esta percepción, abrió  el camino para que  se procesara a Lula para evitar su reelección,  y que  en 2016 Dilma Roussef fuera depuesta por un  golpe de Estado judicial activado por su vicepresidente Temer, su oportunista “aliado” de la centroderecha, sin que una decisiva protesta social trabara el ascenso al poder de éste ni su aplicación del resto del paquete neoliberal.

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En tal situación, cualquiera que pregonara principios éticos invocando los valores más tradicionales –religión, propiedad, familia, patriarcalismo, autoritarismo- podía convocar una especie de voto protesta. Así fue electo presidente el oscuro ex capitán  neopentecotalista Bolsonaro en un país donde el 64,6% de la población es católica, y protestante sólo 22,2%.  Pero es una minoría retrógrada que aplica los más modernos instrumentos del “marketing” ideológico con 20 televisoras, 40 radioemisoras, editoriales, disqueras y estrategias de boots, big data, fake news, empleo saturativo de redes sociales como whatsapp, adiestra grupos paramilitares como los “Gladiadores del Altar” y copió del PT los programas de distribución de alimentos subsidiados. Este mensaje alcanzó a casi la mitad del electorado. Advertencia para todos los países expuestos a la nociva mezcla de política y religión.  

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A Lula corresponde responder con un nuevo mensaje, humanista, igualitario, socialista, pero sobre todo con actos que correspondan a él.  Progresismo que se duerme se lo lleva la corriente.

Foto: Luis Britto.

 

Texto y fotos: Luis Britto

Compartido con SURCOS por Roberto Salom Echeverría.

Fuente: http://luisbrittogarcia.blogspot.com/2022/11/brasil-progresista.html

Lula, defensor de derechos

Rodrigo Aguilar Arce

La necesidad le obligó a empezar a trabajar con tan solo doce años, en cualquier empleo que fuese saliendo: limpiabotas, ayudante de tintorería, vendedor ambulante de tapioca, frutero…

Más tarde, con catorce años, comenzó a trabajar en una planta de producción de tornillos y abandonó la escuela, también como consecuencia de la mala situación económica de la familia.

Con 21 años arrancó su andadura en la industria metalúrgica, lugar donde se inició en el sindicalismo del sector, de la mano de su hermano mayor, repartiendo boletines críticos con el régimen militar de Costa e Silva y sus sucesores, y defendiendo los derechos de los trabajadores.

¿Dónde se quedó el centro?

Óscar Madrigal

Hace un tiempo leí una afirmación que me pareció interesante. Decía: “Desde hace muchos años en Latinoamérica EL CENTRO NO GANA ELECCIONES”, refiriéndose lógicamente al llamado centro político.

Las elecciones brasileñas de ayer confirman lo dicho. Lula ha vencido al fascismo en Brasil, en Perú, Castillo derrota a la ultraderecha de Fujimori, en Chile se triunfa sobre un simpatizante de los nazis al igual que en Colombia ante un candidato que decía admirar a Hitler, en Argentina, Méjico se derrota a las fuerzas ultraderechistas. Es la izquierda en toda América Latina que pone la cara a las derechas más derechas.

Los partidos que se llaman del centro político se han difuminado hasta prácticamente desaparecer, en unos casos por ser servidores del neoliberalismo y del proyecto político de la austeridad como nuestro PLN, y en otros casos por no enfrentar con fortaleza esas políticas.

El triunfo de Lula es recibido con los brazos abiertos por toda la izquierda latinoamericana.

Los dos gigantes de nuestra América, Brasil y Méjico, caminarán en un mismo sentido, junto con Argentina, Perú, Chile y Colombia, para hacer de nuestro Continente un bloque fuerte que defienda los intereses latinoamericanos y enfrente las arremetidas de los otros bloques políticos y económicos que se están configurando en el mundo. América Latina puede dejar de ser el continente solo y sin importancia para darse a respetar como unidad ante las grandes potencias.

En Brasil se logró conformar en la segunda vuelta, un amplio movimiento con partidos de centro aglutinados y dirigidos por el Partido de los Trabajadores y por un político de izquierda. El centro político parece entender que solo tendrá futuro al lado de los partidos y movimientos populares porque la derecha latinoamericana está muy enraizada con las fuerzas más retrógradas del mundo.

Hoy se ha abierto para nuestra América un nuevo futuro, que es contrario al neoliberalismo, al neoconservadurismo y a las fuerzas de la derecha facha o fascistas.

Como en muy pocos momentos de la historia contemporánea estamos ante la posibilidad de la Unidad Latinoamericana para la reivindicación y defensa de nuestros sufridos pueblos.

Discurso de Lula en español

«Mis amigos y mis amigas.

Hemos llegado al final de una de las elecciones más importantes de nuestra historia. Una elección que puso cara a cara dos proyectos de país contrapuestos, y que hoy tiene un único y gran vencedor: el pueblo brasileño.

Esto no es una victoria para mí, ni para el PT, ni para los partidos que me apoyaron en esta campaña. Es la victoria de un inmenso movimiento democrático que se formó, por encima de los partidos políticos, de los intereses personales y de las ideologías, para que triunfara la democracia.

En este histórico 30 de octubre, la mayoría del pueblo brasileño dejó muy claro que quiere más, no menos, democracia.

Quiere más, no menos, inclusión social y oportunidades para todos. Quiere más, no menos, respeto y comprensión entre los brasileños. En definitiva, quiere más, no menos, libertad, igualdad y fraternidad en nuestro país.

El pueblo brasileño demostró hoy que quiere más que ejercer el derecho sagrado de elegir quién gobernará su vida. Quiere participar activamente en las decisiones gubernamentales.

El pueblo brasileño demostró hoy que quiere más que el derecho a protestar, que tiene hambre, que no hay trabajo, que su salario es insuficiente para vivir con dignidad, que no tiene acceso a la salud y a la educación, que le faltan un techo para vivir y criar a sus hijos en seguridad, que no hay perspectiva de futuro.

El pueblo brasileño quiere vivir bien, comer bien, vivir bien. Quiere un buen trabajo, un salario que siempre se reajusta por encima de la inflación, quiere tener salud pública y educación de calidad.

Quiere libertad religiosa. Quiere libros en lugar de armas. Quiere ir al teatro, ver el cine, tener acceso a todos los bienes culturales, porque la cultura alimenta nuestra alma.

El pueblo brasileño quiere recuperar la esperanza.

Así entiendo yo la democracia. No solo como una hermosa palabra inscrita en la Ley, sino como algo palpable, que sentimos en la piel, y que podemos construir en el día a día.

Fue esta democracia, en el sentido más amplio del término, la que el pueblo brasileño eligió hoy en las urnas. Fue con esta democracia -real, concreta- con la que nos comprometimos a lo largo de toda nuestra campaña.

Y es esta democracia la que buscaremos construir cada día de nuestro gobierno. Con un crecimiento económico compartido entre toda la población, porque así debe funcionar la economía, como instrumento para mejorar la vida de todos, no para perpetuar las desigualdades.

La rueda de la economía volverá a girar, con la creación de empleo, la revalorización de los salarios y la renegociación de la deuda de las familias que han perdido su poder adquisitivo.

La rueda de la economía volverá a girar con los pobres como parte del presupuesto. Con apoyo a pequeños y medianos productores rurales, responsables del 70% de los alimentos que llegan a nuestras mesas.

Con todos los incentivos posibles a los micro y pequeños empresarios, para que pongan su extraordinario potencial creativo al servicio del desarrollo del país.

Es necesario ir más allá. Fortalecer las políticas para combatir la violencia contra las mujeres y garantizar que ganen los mismos salarios que los hombres en el mismo rol.

Enfrentar sin tregua el racismo, los prejuicios y la discriminación, para que blancos, negros e indígenas tengan los mismos derechos y oportunidades.

Solo así podremos construir un país para todos. Un Brasil igualitario, cuya prioridad sean las personas que más lo necesitan.

Un Brasil con paz, democracia y oportunidades.

Mis amigos y mis amigas.

A partir del 1 de enero de 2023, gobernaré para 215 millones de brasileños, no solo para los que votaron por mí. No hay dos Brasiles. Somos un solo país, un solo pueblo, una gran nación.

A nadie le interesa vivir en una familia donde reina la discordia. Es hora de volver a unir a las familias, reconstruir los lazos de amistad rotos por la propagación criminal del odio.

A nadie le interesa vivir en un país dividido, en estado de guerra permanente.

Este país necesita paz y unidad. Esta gente ya no quiere pelear. Estas personas están cansadas de ver en el otro un enemigo al que temer o destruir.

Es hora de deponer las armas que nunca debieron empuñarse. Las armas matan. Y elegimos la vida.

El reto es inmenso. Es necesario reconstruir este país en todas sus dimensiones. En la política, en la economía, en la gestión pública, en la concordia institucional, en las relaciones internacionales y, sobre todo, en la atención a los más necesitados.

Es necesario reconstruir el alma misma de este país. Recuperar la generosidad, la solidaridad, el respeto a las diferencias y el amor al prójimo.

Traer de vuelta la alegría de ser brasileños y el orgullo que siempre tuvimos en el verde-amarillo y en la bandera de nuestro país. Ese verde-amarillo y esa bandera que no es de nadie, excepto del pueblo brasileño.

Nuestro compromiso más urgente es volver a acabar con el hambre. No podemos aceptar como normal que millones de hombres, mujeres y niños en este país no tengan qué comer, o que consuman menos calorías y proteínas de las necesarias.

Si somos el tercer mayor productor de alimentos del mundo y el primero en proteína animal, si tenemos tecnología y una inmensidad de tierra cultivable, si somos capaces de exportar para todo el mundo, tenemos el deber de garantizar que cada brasileño Puede desayunar, almorzar y cenar todos los días.

Este será, nuevamente, el compromiso número uno de nuestro gobierno.

No podemos aceptar como normal que familias enteras se vean obligadas a dormir en la calle, expuestas al frío, la lluvia y la violencia.

Por lo tanto, retomaremos Minha Casa Minha Vida, con prioridad para familias de bajos ingresos, y recuperaremos los programas de inclusión que sacaron a 36 millones de brasileños de la pobreza extrema.

Brasil ya no puede vivir con esta inmensa brecha sin fondo, este muro de cemento y desigualdad que separa a Brasil en partes desiguales que no se pueden reconocer. Este país necesita reconocerse a sí mismo. Necesitas encontrarte a ti mismo de nuevo.

Además de combatir la pobreza extrema y el hambre, restauraremos el diálogo en este país.

Es necesario retomar el diálogo con el Poder Legislativo y Judicial. Sin intentos de exorbitar, intervenir, controlar, cooptar, pero buscando reconstruir la convivencia armoniosa y republicana entre los tres poderes.

La normalidad democrática está consagrada en la Constitución. Es lo que establece los derechos y obligaciones de cada poder, de cada institución, de las Fuerzas Armadas y de cada uno de nosotros.

La Constitución rige nuestra existencia colectiva, y nadie, absolutamente nadie, está por encima de ella, nadie tiene derecho a ignorarla o desafiarla.

También es más que urgente retomar el diálogo entre el pueblo y el gobierno.

Así que traigamos de vuelta las conferencias nacionales. Para que los interesados elijan sus prioridades y presenten al gobierno sugerencias de política pública en cada área: educación, salud, seguridad, derechos de la mujer, igualdad racial, juventud, vivienda y muchas otras.

Retomemos el diálogo con los gobernadores y alcaldes, para definir juntos las obras prioritarias para cada población.

No importa a qué partido pertenezcan el gobernador y el alcalde. Nuestro compromiso siempre será mejorar la vida de la población de cada estado, de cada municipio de este país.

También vamos a restablecer el diálogo entre el gobierno, los empresarios, los trabajadores y la sociedad civil organizada, con el regreso del Consejo de Desarrollo Económico y Social.

En otras palabras, las grandes decisiones políticas que impactan la vida de 215 millones de brasileños no serán tomadas en secreto, en la oscuridad de la noche, sino después de un amplio diálogo con la sociedad.

Creo que los principales problemas de Brasil, del mundo, del ser humano, se pueden resolver con el diálogo, y no con la fuerza bruta.

Que nadie dude del poder de la palabra cuando se trata de buscar la comprensión y el bien común.

Mis amigos y mis amigas

En mis viajes internacionales y en los contactos que he tenido con líderes de diferentes países, lo que más escucho es que el mundo extraña a Brasil.

Extraño a ese Brasil soberano, que hablaba de igual a igual con los países más ricos y poderosos. Y que al mismo tiempo contribuyó al desarrollo de los países más pobres.

Brasil que apoyó el desarrollo de los países africanos a través de la cooperación, la inversión y la transferencia de tecnología.

Quien trabajó por la integración de América del Sur, América Latina y el Caribe, que fortaleció al Mercosur, y ayudó a crear el G-20, UnaSul, CELAC y los BRICS.

Hoy le estamos diciendo al mundo que Brasil está de regreso. Que Brasil es demasiado grande para ser relegado a este triste papel de paria en el mundo.

Vamos a recuperar la credibilidad, la previsibilidad y la estabilidad del país, para que los inversores, nacionales y extranjeros, puedan recuperar la confianza en Brasil. Para que dejen de ver a nuestro país como una fuente de lucro inmediato y depredador, y se conviertan en nuestros socios en la reanudación del crecimiento económico con inclusión social y sustentabilidad ambiental.

Queremos un comercio internacional más justo. Reanudar nuestras asociaciones con los Estados Unidos y la Unión Europea sobre nuevas bases. No nos interesan los acuerdos comerciales que condenan a nuestro país al eterno papel de exportador de commodities y materias primas.

Reindustrialicemos Brasil, invirtamos en la economía verde y digital, apoyemos la creatividad de nuestros emprendedores y emprendedoras. También queremos exportar conocimiento.

Volveremos a luchar por una nueva gobernanza global, con la inclusión de más países en el Consejo de Seguridad de la ONU y con el fin del derecho de veto, que daña el equilibrio entre las naciones.

Estamos listos para volver a participar en la lucha contra el hambre y la desigualdad en el mundo, y en los esfuerzos para promover la paz entre los pueblos.

Brasil está listo para retomar su papel de liderazgo en la lucha contra la crisis climática, protegiendo todos nuestros biomas, especialmente la Selva Amazónica.

En nuestro gobierno logramos reducir la deforestación en la Amazonía en un 80%, reduciendo considerablemente la emisión de gases causantes del calentamiento global.

Ahora, luchemos por la deforestación cero en la Amazonía

Brasil y el planeta necesitan una Amazonía viva. Un árbol en pie vale más que toneladas de madera talada ilegalmente por quienes sólo piensan en el beneficio fácil, a costa del deterioro de la vida en la Tierra.

Un río de agua clara vale mucho más que todo el oro extraído a costa del mercurio que mata la fauna y pone en riesgo la vida humana.

Cuando un niño indígena muere asesinado por la codicia de los depredadores del medio ambiente, una parte de la humanidad muere con él.

Por lo tanto, retomaremos el monitoreo y la vigilancia de la Amazonía y combatiremos toda actividad ilegal, ya sea minería, minería, explotación forestal u ocupación agrícola indebida.

Al mismo tiempo, promoveremos el desarrollo sostenible de las comunidades que viven en la región amazónica. Demostremos una vez más que es posible generar riqueza sin destruir el medio ambiente.

Estamos abiertos a la cooperación internacional para preservar la Amazonía, ya sea en forma de inversión o investigación científica. Pero siempre bajo el liderazgo de Brasil, sin renunciar nunca a nuestra soberanía.

Estamos comprometidos con los pueblos indígenas, otros pueblos del bosque y la biodiversidad. Queremos la pacificación ambiental.

No nos interesa una guerra por el medio ambiente, pero estamos listos para defenderlo de cualquier amenaza.

Mis amigos y mis amigas

El nuevo Brasil que construiremos a partir del 1 de enero no sólo interesa al pueblo brasileño, sino a todas las personas que trabajan por la paz, la solidaridad y la fraternidad, en cualquier parte del mundo.

El miércoles pasado, el Papa Francisco envió un mensaje importante a Brasil, rezando para que el pueblo brasileño esté libre del odio, la intolerancia y la violencia.

Quiero decir que queremos lo mismo y trabajaremos incansablemente por un Brasil donde el amor prevalece sobre el odio, la verdad vence a la mentira y la esperanza es mayor que el miedo.

Cada día de mi vida recuerdo la mayor enseñanza de Jesucristo, que es el amor al prójimo. Por lo tanto, creo que la virtud más importante de un buen gobernante siempre será el amor, por su país y por su pueblo.

En lo que de nosotros dependa, no faltará el amor en este país. Cuidaremos mucho a Brasil y al pueblo brasileño. Viviremos en un tiempo nuevo. De paz, de amor y de esperanza.

Un tiempo en que el pueblo brasileño tiene derecho a soñar de nuevo. Y las oportunidades para realizar lo que sueñas.

Con ese fin, invito a todos los brasileños, independientemente del candidato por el que hayan votado en esta elección. Más que nunca, estamos recorriendo Brasil juntos, mirando más lo que nos une que nuestras diferencias.

Sé la magnitud de la misión que me tiene reservada la historia, y sé que solo no podré cumplirla. Necesitaré a todos: partidos políticos, trabajadores, empresarios, parlamentarios, gobernadores, alcaldes, personas de todas las religiones. Brasileños que sueñan con un Brasil más desarrollado, más justo y más fraterno.

Vuelvo a decir lo que dije durante toda la campaña. Lo que nunca fue una simple promesa de candidato, sino una profesión de fe, un compromiso de vida:

Brasil tiene un camino. Todos juntos podremos arreglar este país y construir un Brasil del tamaño de nuestros sueños, con oportunidades para convertirlos en realidad.

Una vez más, renuevo mi eterna gratitud al pueblo brasileño. Un fuerte abrazo, y que Dios bendiga nuestro viaje».

Compartido con SURCOS por Oscar Jara Holliday.

Imagen: https://www.cubanet.org/

Elecciones en Brasil y la lucha de la izquierda: La cuestión decisiva sigue siendo la de formar una mayoría popular

Gilberto Lopes
9 oct 2022

La frase es de Juarez Guimarães, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Federal de Minas Gerais: –La cuestión decisiva sigue siendo la de formar una mayoría popular.

Conocidos los resultados de la primera vuelta electoral en Brasil, podríamos decir –siguiendo la sugerencia del profesor Guimarães– que la cuestión decisiva es cómo formar esa mayoría popular, necesaria para cambiar el rumbo de Brasil.

En Brasil este es un tema urgente, que tiene fecha: 30 de octubre de 2022. Se trata de consolidar un frente capaz de derrotar el formado por el presidente Jair Bolsonaro, iniciativa que actualmente encabeza el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva.

Es un esfuerzo por darle un nuevo rumbo al país que, en general, se ha definido como una confrontación entre un líder democrático y uno fascista. Una definición que simplifica las cosas, pero deja de lado otras muy importantes. Pero se ha usado mucho en la campaña.

En todos los ámbitos de la vida pública –en el económico, el cultural, el educativo, en la salud, el ambiental, el de seguridad, el racial, el de género- en todos, habrá que redefinir políticas.

Pero el secreto de todo es cómo se organizará el Estado para que el país produzca y distribuya mejor lo producido entre toda la población brasileña.

El “Puente al Futuro”, programa neoliberal en el que el entonces vicepresidente Michel Temer sustentó el golpe de Estado contra Dilma Rousseff, proponía:

implementar una política de desarrollo enfocada en el sector privado, a través de las transferencias de activos que sean necesarias, concesiones amplias en todas las áreas de logística e infraestructura, alianzas para complementar la oferta de servicios públicos y volver al régimen anterior de concesiones en el área petrolera, dando Petrobras el derecho de preferencia.

La ley que fija un tope a los gastos públicos limita las posibilidades de ofrecer servicios -incluyendo salud y educación- a la mayoría de la población del país.

“Estoy en contra de los topes de gasto”, dijo Lula, que ya está haciendo campaña para la segunda vuelta. “Lo que se hizo fue evitar inversiones en educación, en salud, en el SUS, para garantizar dinero a los banqueros. Y quiero garantizar el dinero de la política social, del arroz, del frijol, de la carne, la cebolla, el tomate, del litro de leche. Por eso, tendremos mucha responsabilidad fiscal, social y con el Brasil”, dijo.

Este será el centro de la lucha política, especialmente si Lula gana las elecciones.

Resultados de la primera ronda El profesor Juarez Guimarães es uno de los que interpreta de forma optimista los resultados de la primera vuelta. Hay otros, con una visión más pesimista. Para él, el hecho más decisivo de la primera vuelta “fue la casi mayoría alcanzada por la fórmula Lula-Alckmin”. Una candidatura de izquierda nunca alcanzó el 48,2% en elecciones presidenciales en primera vuelta, destacando que esto representa un crecimiento en todas las regiones del país y en todos los niveles de ingresos, de color o de escolaridad, en comparación con las elecciones de 2018.Pero los resultados pueden analizarse desde otra perspectiva, como lo hace el economista Flavio Tavares de Lyra. Para él, las fuerzas de izquierda sufrieron un impacto “algo pesimista con los resultados”, aunque reconoce las muchas posibilidades de la victoria de Lula en la segunda vuelta. La victoria de la derecha en las elecciones legislativas no debe sorprendernos, agregó, “en vista de los recursos públicos que el gobierno ha destinado a favorecer a sus candidatos”. Naturalmente, esa no es la única razón del desempeño del bolsonarismo, mejor de lo previsto en las encuestas. El mismo Lyra cita, además de un “presupuesto secreto” (aprobado por el Congreso), la influencia de las iglesias evangélicas en la campaña. Para un analista del diario O Globo (un medio conservador, tradicional adversario del PT y de Lula), en artículo publicado el lunes posterior a las elecciones, “Bolsonaro mostró fuerza y ​​debilidad. La fuerza fue el porcentaje de votación, más alto de lo previsto. La debilidad, el hecho de que, a pesar de aspirar a la reelección –lo que, tradicionalmente, representa una gran ventaja– Bolsonaro quedó en segundo lugar, a cinco puntos de Lula, con una diferencia de poco más de seis millones de votos. Pero la realidad es que, aunque ganara en segunda vuelta –según el analista Thomas Traumann–, “Lula tendrá una Cámara de Diputados mucho menos dispuesta a negociar con él” que durante sus dos mandatos anteriores. Giro al centro. En ese escenario, ¿cuál debe ser la estrategia de Lula para afrontar la segunda vuelta? No es sólo un debate brasileño, aunque, por el momento, en ningún otro lugar tiene tanta urgencia y efectos prácticos tan inmediatos. Una opción es “moverse al centro”, en la línea del “nuevo capitalismo” propuesto por Tony Blair y Gerard Schroeder a fines del siglo pasado, con los catastróficos resultados de una creciente disparidad social, ya bien conocida. Para Leonardo Attuch, editor de la página Brasil 247, esta exigencia tiene dos objetivos: el derecho a elegir al ministro de Hacienda, alguien capaz de retomar la propuesta del “Puente al futuro” –él cita el nombre del expresidente del Banco Central, Henrique Meirelles– pero, sobre todo, “el mantenimiento de la política de precios de Petrobras y la desmembración de la empresa estatal, que transfiere los ingresos de la sociedad brasileña a fondos locales e internacionales”. Una vez más se destaca el papel decisivo de la petrolera brasileña y los enormes recursos del pre-sal, aún más valorados en el escenario político mundial actual. El debate gira en torno a la propiedad de los recursos naturales –en este caso, del petróleo– y la distribución de los fondos públicos. El mismo diario O Globo dijo, en su editorial del lunes, que el gran desafío de Lula es la economía. Y preguntó: ¿Cuál es su propuesta para reemplazar el techo de gastos? ¿Qué hará con la reforma laboral y las privatizaciones? ¿O sobre la reforma fiscal y administrativa y el papel del Estado y la banca pública en el desarrollo? Para Attuch, “todo lo que ha pasado en Brasil desde las ‘jornadas de junio de 2013′ (cuando se desarrollaron grandes protestas populares contra el gobierno de Dilma Rousseff), incluyendo la Lava Jato y el juicio político, sin delito de responsabilidad, contra la expresidente Dilma Rousseff, siempre ha tenido como objetivo central robar las rentas del petróleo brasileño, después del descubrimiento del pre-sal”.El peligro de “girar al centro” es destacado por varios autores, entre ellos el profesor Valerio Arcary, para quien, en cambio, la campaña debería estar guiada por una “polarización implacable contra Jair Bolsonaro y el peligro fascista”.“Lula y el comando del Frente no deben reducir la campaña a la nostalgia del pasado. Necesitamos presentar propuestas de cambios concretos de vida”, dice Arcary, quien sugiere una amplia lista de medidas: aumento del salario mínimo, obras públicas para generar empleo, fortalecimiento del SUS, ampliación de las cuotas raciales en educación y servicios públicos, revisión de la reforma laboral, derogación del techo de gastos, impuestos a las grandes fortunas, elevación de la exención del impuesto a la renta, cero deforestación, defensa de las reservas de población indígena, derechos de las mujeres y población LGBTQIA+. Y finaliza sugiriendo “no ceder a la presión de girar al centro”. Pero la campaña no comienza hoy. Empezó hace varios meses y una de las primeras decisiones fue invitar a Geraldo Alckmin –hasta entonces un duro opositor a Lula y al PT, vinculado a las políticas neoliberales– para ser candidato a la vicepresidencia. Lula también accedió a mantener la independencia del Banco Central, pero ya dijo que no acepta el techo de gastos. En otras palabras, ya se produjo ese “giro al centro”, que estará en el centro de las tensiones políticas en un eventual gobierno de Lula. Decisión tomada. El debate ilustra bien la correlación de fuerzas en estas elecciones. Pero no solo eso. Si para la campaña de Lula esta opción era inevitable (y ya quedó resuelta, como sabemos) sigue siendo un desafío para la izquierda en todo el mundo, incapaz de ofrecer una propuesta coherente que entusiasme a los votantes, incapaz de encontrar un programa viable, una alternativa al proyecto neoliberal que se expandió por el mundo, como resultado del fin de la Guerra Fría. Esta izquierda, muchas veces, ha preferido esquivar este debate o sustituirlo por otros, como el de las luchas identitarias. El camino es combinar y no oponer o separar las luchas de las clases trabajadoras de las luchas identitarias, dice Guimarães, con razón. Pero es necesario colocarlos en su debida relación para que todas se potencialicen y una no debilite a la otra. Tiene razón al decir que “se cae por los suelos la política de oponer la reivindicación de las identidades oprimidas a las luchas de clases”, pero falta establecer una relación más clara entre ambas, porque no son lo mismo, ni tampoco definen de la misma manera un proyecto político. Nadie tiene derecho a equivocarse sobre el escenario político de un posible nuevo gobierno de Lula, que ha conformado una vasta coalición para enfrentar la campaña electoral. Quizás por eso mismo, la advertencia del expresidente de la Asociación Brasileña de Estudios de Defensa (ABED) y ex vicepresidente del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq), Manuel Domingos Neto, sea más valiosa: “La izquierda institucional dejó hace tiempo de llamar a la lucha a los más sufridos”, dijo. “Se acostumbró a llamarlos a las urnas para consagrar una representación política que les promete beneficios”. En este escenario, es Bolsonaro quien llega al corazón de muchos, clamando por la lucha contra el sistema, advirtió“. Contra este farsante –dice Domingos– Lula debe llamar a la gente a cambiar Brasil, no para volver a la época en que comía picaña, viajaba en avión y tenía la oportunidad de llegar a la educación superior”.Pero para eso, primero tiene que llegar al Palacio del Planalto, la sede del gobierno brasileño.

FIN

Feliz martes- feliz día de San Francisco de Asís – felicidades a los Franciscos y Franciscas

José Luis Pacheco Murillo

Las elecciones en Brasil y sus resultados han sido sorpresivos en el tanto que lo que se esperaba fuera una victoria contundente de Lula resultó en una cerrada disputa que obliga a una segunda ronda el próximo 30 de octubre. Bolsonaro tuvo un apoyo superior al que manifestaban las encuestas, es decir, los votantes prefieren no identificarse con el candidato, pero apoyarlo al final. Lo mismo sucedió con el apoyo a Trump en Estados Unidos.

Fue una campaña encarnizada y la que ya se está dando lo será mucho más. Y cualquiera que sea el resultado lo que ya sabemos es que, al igual que otros países latinoamericanos, la polarización es un hecho.

Las estrategias para sumar votos ya se han empezado a dar y eso obligará a alianzas y a acuerdos que alentarán a algunos y molestarán a otros. Lula y Bolsonaro deberán de ceder espacios incluso a nivel de gobierno para quienes deseen apoyarlos y eso posiblemente moleste a quienes creían tener puestos seguros.

Nuevamente el abstencionismo, superior al 20% es el que ha hecho que no haya un ganador y que por ende tengan que ir a una segunda ronda. Esos que no votaron también adquieren relevancia en la segunda ronda o balotaje y efectivamente pueden decidir la elección.

Estas elecciones en Brasil son de suma importancia para Latinoamérica, pues con su liderazgo en el sur pueden venir cosas diferentes en el panorama geopolítico.

Dios quiera que logren concluirse estas elecciones en Brasil sin que haya violencia y que los brasileños puedan escoger lo mejor para su país y para latinoamericana.

Brasil: Fin del debate, ¡ahora a las urnas!

Gilberto Lopes, em São Paulo
Viernes, 30 sep 2022

Eran más de las dos de la mañana cuando los siete –¡siete! – candidatos pusieron fin al largo debate (otros tres, por no tener suficiente representación parlamentaria, no participaron). Era jueves y, a tres días de las elecciones del próximo domingo, 2 de octubre, la campaña electoral entra en obligado silencio.

Con Lula orillando la mayoría absoluta –que le permitiría evitar un segundo turno, el 30 de octubre–, parecía haber mucho en juego. Podría haber sido un escenario propicio para inclinar la balanza, sumando los votos indecisos que hacen falta para consolidar el triunfo.

Creo que no lo fue. Si para un importante diario conservador de São Paulo, Lula ganó por puntos a su rival más inmediato, el presidente Jair Bolsonaro, para Valter Pomar, miembro del Directorio Nacional del Partido de los Trabajadores (PT) –el de Lula– “el debate contribuyó para que ocurra un segundo turno”.

Lo explica así: con el resultado dependiendo de una diferencia tan pequeña de votos (si nos atenemos al resultado de casi todas las encuestas), cualquier variación puede ser fundamental. Y, en el debate –cuyo formato puso a discutir los candidatos entre sí–, eran todos contra Lula.

Un formato de debate

Hace mucho desistí de ver esos debates, aquí o en cualquier lugar. En este, hice una excepción. ¡Y me decepcioné! Me parece que la televisión no sirve para eso. Si no me equivoco, esa moda comenzó en Estados Unidos y hoy tratan de convencernos de que son un ejemplo de “democracia”.

En los Estados Unidos funciona. Son dos candidatos que parten de una misma visión básica y que discrepan en aspectos bien determinados. Aquí (y en América Latina, en general) con siete candidatos (en Costa Rica, por ejemplo, hubo 25 en las elecciones de febrero pasado), es imposible. Además, hay una divergencia mayor, imposible de analizar en tres minutos.

De modo que –me parece– pagamos un precio muy alto (y muy negativo) por transformar la televisión en un escenario político. No es un escenario para el análisis, es una inyección directa en la vena. En el caso del debate de Brasil, el jueves, el mensaje más claro (y más cínico) fue el de un partido que se llama “Novo” (Nuevo), de una fantasía liberal que pide “sacar el peso del Estado de las espaldas de la gente”, privatizar todo, y nos asegura que la competencia es el camino para abaratar costos. ¡Como si el mundo no transitara ese camino desde el fin de la Guerra Fría, con las dramáticas consecuencias de la polarización económica y social que ha llevado al actual caos político!

Pero en el minuto de televisión, el mensaje puede llegar. De un modo u otro, en diferentes versiones, con matices, era el mismo de los seis candidatos, excepto Lula.
Me resultó imposible terminar de ver el debate. Empezó a las 22:30 y terminó pasadas las dos de la mañana. No valía la pena.

Pero no dejó de llamarme la atención el riferafe entre Lula y un candidato disfrazado de cura, patético (que seguramente no llegará a 0,5% de los votos), que salió a provocar al expresidente. Y lo logró. Lo insultó y Lula respondió. Me sorprendió ver a Lula caer en esa provocación. Pero, en un inteligente artículo sobre “De lo que depende la elección en el primer turno”, la periodista Maria Cristina Fernandes ya nos había advertido de que el escenario mejor para Lula era la plaza pública, no el debate reglado de televisión.

Lula nunca habló para el público, habló para su interlocutor, uno a la vez, todos contra él. Para mí, un error.

Nunca asumió su papel de candidato ganador, de claro favorito, no se diferenció de los demás. Debió haberlo hecho, podía haberlo hecho.

Y algo más: faltó el sentido del humor. A todos. Una cierta alegría. Ninguno la tuvo.

La oferta política

Hace menos de una semana Lula habló en un acto llamado “Brasil de la esperanza”. Explicó su acercamiento al su hoy candidato a la vicepresidencia, Geraldo Alckmin, un tradicional adversario político. “Hay que unir a los divergentes, para enfrentar a los antagónicos”, explicó. Y lo ha hecho de una manera que parecía inimaginable, atrayendo a empresarios y políticos, a líderes de las más diversas áreas, hasta hace no mucho, enemigos del PT. Después de cuatro años de un presidente no solo corrupto sino cínico, sin ninguna preparación para el cargo, Brasil aspira al retorno de una cierta “normalidad”.

Para algunos, el esfuerzo de Lula en ese sentido es espurio; pero al parecer, para una mayoría, es necesario. Al inicio –dijo Lula– éramos solo tres partidos. ¡Ahora somos diez!

Recordó que, en sus dos gobiernos anteriores, se generaron 22 millones de empleos, que Brasil era la sexta economía del mundo. Que hoy, 33 millones de personas no tienen qué comer en el país; que diez millones están desempleadas y casi 40 millones viven en la informalidad.

¡Un escenario pavoroso, insostenible!

Prometió volver a invertir en infraestructura, retomar los programas sociales que Bolsonaro acabó; renegociar las deudas que atenazan a 70% de las familias brasileñas; corregir las distorsiones del impuesto a la renta; volver a invertir en los pequeños y medianos productores rurales y en la agricultura familiar, además de otras muchas medidas. Entre ellas, la de fortalecer las empresas nacionales estratégicas, como la petrolera Petrobrás, escenario de enormes actos de corrupción que sirvieron de base para la llamada Lava Jato, una operación judicial que, mediante todo tipo de triquiñuelas, luego descalificadas por tribunales superiores, lo llevó a prisión y contribuyó a entregar esos recursos a inversionistas privados.

Como en campaña todo está a debate, los adversarios acusan a Lula de haber otorgado más beneficios a los banqueros que a la gente común durante sus gobiernos anteriores. “Es verdad que los empresarios ganaron dinero”, dijo Lula, que se reunió en São Paulo con algunos de los más importantes del país, casi todos tradicionales adversarios suyos. No será muy diferente en un nuevo gobierno suyo.

Pero un Brasil con una política soberana hará toda la diferencia en América Latina.

Con un mundo polarizado, con Washington empeñado en soluciones militares en los frentes más sensibles en rusia y en China, con Europa silenciada y sometida a esas políticas, el mundo nunca vio tan de cerca la posibilidad de un conflicto nuclear.

Un triunfo de Lula crea la posibilidad de un frente latinoamericano capaz de abrir una ventana para hacer oír voces hoy acalladas –incluyendo las europeas y las norteamericanas más sensatas– que contribuyan a encauzar el nuevo escenario mundial. Un esfuerzo que el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, ya inició. ¡No será poca cosa!

FIN

Brasil. Una nueva oportunidad

Lic. José A. Amesty Rivera
Setiembre 2022

Las elecciones generales de Brasil, están previstas que se lleven a cabo el próximo domingo, 2 de octubre de 2022, donde 156 millones de electores brasileños tendrán la opción de elegir Presidente, Vicepresidente y al Congreso Nacional.

De acuerdo con la legislación actual brasileña, el candidato que alcance la mitad más uno, de los votos válidos saldrá vencedor. Si ningún candidato alcanza ese número de votos, habrá una segunda vuelta.

Recordemos los hechos de 2016, cuando luego de un golpe parlamentario contra Dilma Rousseff, Presidenta en ese momento y que interrumpió su mandato, completándose con aquel montaje llamado operación Lava Jato (este involucro a Lula da Silva en supuestos actos de corrupción).

Aquel montaje fue llevado a cabo por el poder judicial y policial brasileño, deteniendo y condenando a Lula da Silva sin pruebas, lo que impidió que este último, participara en las elecciones del 2018, significando el triunfo del ultraderechista Jair Bolsonaro y llegara a la presidencia de Brasil. Este ardid salió como lo habían planeado las elites brasileñas y EEUU.

Más adelante, el 9 de noviembre del 2019, luego de 580 días de detención, la Corte Suprema de Brasil, reconoció la parcialidad del juez del caso en ese tiempo, y autorizó la salida de Lula da Silva.

Durante la gestión de gobierno de Bolsonaro, los adjetivos para significar y definir su régimen son los de, medieval, reaccionario, genocida, anticivilizacional, fascista, extremista, entre otros. A su vez, las mayores preocupaciones de los brasileños/as, de cara a las próximas elecciones, son: el tema económico, el desempleo y la inflación, así como el tema de la salud, según diversos sondeos.

Por ejemplo, según el periodista de la BBC News Mundo, Gerardo Lissardy, «La economía brasileña entró en recesión en 2021 y, la tasa de desempleo cayó a 9,1% en julio, la mejora está lejos de ser percibida por la población en general. El 15% de brasileños (unos 33 millones de personas) pasa hambre y otra cantidad similar sufre de inseguridad alimentaria moderada, de acuerdo con un estudio divulgado el miércoles por la red Penssan. Si a ellos se suma el 28% de la población considerado con inseguridad alimentaria leve, más de la mitad de los brasileños padece o se inquieta en alguna medida por el problema: 125 millones de personas«.

El autor Zainer Pimentel enfatiza, «el actual presidente, Jair Bolsonaro, es tan solo el corolario de un terrible proceso de destrucción del país a todos los niveles: político, institucional, económico y social. Es el fruto de la estrategia política del odio, aplicada por los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales, y patrocinada por importantes empresarios del país (con el apoyo abierto de la patronal de la industria FIESP) y con la conveniencia, de todos los poderes de la República«.

Igualmente, según el filósofo Marcos Nobre, «uno de los motivos por el que podría estar fallando la remontada de Bolsonaro es la poca incidencia que tuvo entre los más pobres el Auxilio Brasil, subsidio masivo de 600 reales que comenzó a pagar en agosto con un claro fin proselitista. Los derechistas tienen, sin embargo, algunas armas que pueden influir en el resultado final, como la bajada de línea evangélica«.

Aunque, el escritor Emir Sader, señala: «Lula aún no ganó, pero Bolsonaro ya perdió«. ¿Cuál es la estrategia de Bolsonaro de cara a las elecciones del próximo domingo?

Bolsonaro, provocando a la democracia brasileña, avanza en su escalada militarista y señala que «las fuerzas armadas pueden normalizar a Brasil y que el ministro de Defensa es el más importante de los 23 integrantes de su gabinete, porque tiene la tropa en sus manos«.

Recordemos que Bolsonaro, despidió a nueve de sus 23 ministros, para qué aspirarán a cargos electivos, y comenzó a perfilar su fórmula militar, junto al saliente ministro de Defensa, general Walter Souza Braga Netto, a la vez que reiteró sus críticas a la Justicia electoral y a la Corte Suprema y asoció a la izquierda a la corrupción desenfrenada que hubo en Brasil, en abierta alusión a Lula da Silva, según la autora Juraima Almeida.

Según Gerardo Lissardy, «en los actos de Bolsonaro es común ver carteles pidiendo «intervención militar» y el mes pasado agosto 2022) la policía registró las casas de empresarios simpatizantes del presidente por discutir en WhatsApp sobre la posibilidad de un golpe de Estado, aunque ellos niegan haber cometido delito alguno. Las Fuerzas Armadas ganaron protagonismo en el gobierno de Bolsonaro, un excapitán del Ejército que ha expresado nostalgia por el régimen militar que gobernó Brasil entre 1964 y 1985 y ha elogiado a uno de los torturadores de ese régimen. Para estas elecciones, los militares plantearon cuestionamientos a la justicia electoral sobre las urnas electrónicas y prevén hacer un seguimiento propio del escrutinio, algo también novedoso en el país«.

Ahora, ¿cuál es la estrategia de Lula da Silva, para enfrentar este aspecto militarista de Bolsonaro?

Para alejar a los militares del gobierno, Lula ha montado una coalición de partidos que van desde la izquierda hasta el centro, aunque se reconoce que muchos estén en contraposición al PT, pero, Lula es consciente que no solo basta con ganar, sino que necesita estabilidad política, le interesa que todos estén unidos en defensa de la democracia y el respeto a las reglas del juego constitucional, sin duda, no es tarea fácil.

Según, Zainer Pimentel, para parar a Bolsonaro, «la estrategia es movilización popular en defensa de la democracia y justicia social, cosa que solo Lula da Silva es capaz de crear entre los sectores que le apoyan«.

¿Cuál es la situación electoral ahora?

Muchos ciudadanos/as brasileños recuerdan y añoran los años de 2003 a 2010, cuando Lula gobernó en medio de unas excelentes condiciones económicas (altos precios de las materias primas), donde millones de personas subieron a la escala de clase media, por medio de programas sociales del gobierno, quizás es por esto que recientemente Lula ha tenido un repunte en la aceptación electoral.

Según los diarios Folha de San Pablo y el grupo Globo de Brasil, según las últimas encuestas, «el cambio favorece a Lula, que asciende por primera vez desde hace varios meses, pasando de 45% a 47%, mientras Bolsonaro se estanca en 33%. Y lo más importante: al contabilizar el voto válido, es decir, excluyendo los nulos y blancos, la cosecha del candidato del PT asciende al 50% lo cual le permitiría ganar la presidencia en primera vuelta. Prácticamente, los mismos números brindó otra encuestadora que publicó su estudio el lunes, el IPEC (Inteligencia en Pesquisa y Consultoría Estratégica)«.

No obstante, aunque las últimas encuestas le dan una ventaja de varios puntos porcentuales sobre Bolsonaro, Lula da Silva sabe de lo determinante que son las fake news en internet, producidas desde el despacho controlado por Carlos Bolsonaro (hijo del presidente). De hecho, la avalancha de noticias falsas en las redes sociales, fueron en 2018, las grandes responsables por la victoria Jair Bolsonaro sobre el candidato del PT, Fernando Haddad.

Finalmente, llegamos a dos conclusiones: la primera es que, para Lula da Silva, «derrotar a Bolsonaro en las elecciones también debe significar la derrota política de los militares, comprometidos con la candidatura de Bolsonaro, con un militar retirado. Ese es el desafío que enfrentará la generación actual de brasileños, de la mano del dos veces presidente Lula da Silva. La democratización en Brasil también debería significar la derrota política de los militares y la desmilitarización del Estado brasileño«, según la investigadora Juraima Almeida.

Y segundo, según Vijay Prashad, historiador, periodista y editor indio, en conversaciones con Dilma Rousseff y Fernando Haddad indica: «las condiciones internacionales para una tercera presidencia de Lula son providenciales, me dijo Rousseff. Un amplio abanico de gobiernos de centro-izquierda ha llegado al poder en América Latina (incluidos Chile y Colombia). Aunque no sean gobiernos socialistas, sí están comprometidos con la construcción de la soberanía de sus países y con la creación de una vida digna para sus ciudadanos.

Brasil, el tercer país más grande de América (después de Canadá y Estados Unidos), puede desempeñar un papel de liderazgo en la orientación de esta nueva ola de gobiernos de izquierda en el hemisferio, dijo Rousseff. Haddad, por su parte, me dijo que Brasil debería liderar un nuevo proyecto regional, que incluirá la creación de una moneda regional (el sur) que no solo pueda utilizarse para el comercio transfronterizo, sino también para guardar reservas. Haddad es actualmente candidato a gobernador de São Paulo, cuya principal ciudad es la capital financiera del país. En opinión de Haddad, una moneda regional de este tipo solucionará los conflictos en el hemisferio y creará nuevos vínculos comerciales que no tengan que depender de las largas cadenas de suministro desestabilizadas por la pandemia. «Si Dios quiere, crearemos una moneda común en América Latina, porque no debemos depender del dólar», dijo Lula en mayo de 2022«.

Un comentario y pregunta del portal Página 12 es: «perdiendo en primera o segunda vuelta, Bolsonaro tendrá tres o dos meses en la presidencia. Y la gran pregunta es: ¿qué hará de aquí al primer día de 2023, cuando perderá el derecho de depositar el trasero en el sillón presidencial«?

Esperamos que las elecciones en Brasil, transcurran en un ambiente de paz, y la vez, Lula da Silva resulte ganador, por el bien del pueblo brasileño y latinoamericano.

 

Imagen tomada de http://www.nuevospapeles.com

Marilena Chauí: La tarea del nuevo gobierno brasileño será enorme, difícil, y exige un punto de vista común de la izquierda en aspectos esenciales

Gilberto Lopes, en São Paulo

Convencida de que fue golpe el impeachment contra la presidente Dilma Rousseff, de que el proyecto “Ponte para el Futuro” –una ambiciosa propuesta neoliberal– impulsada por el entonces vicepresidente, Michel Temer, era un regreso al pasado, de que la operación Lava Jato buscaba destruir y entregar la petrolera brasileña Petrobras a intereses privados extranjeros, Marilena Chauí (filósofa, miembro fundadora del Partido de los Trabajadores – PT), analiza las perspectivas de un probable nuevo gobierno de Lula y advierte que se necesitará una visión común de la izquierda para enfrentar lo que considera las “dificultades gigantescas” de ese gobierno. Habrá que “rehacer el país”, afirma.

Lo que sigue es una versión editada de una entrevista realizada con Marilena Chauí, en São Paulo, el 15 de septiembre pasado.

Gilberto Lopes – Su diagnóstico es que Brasil sufrió un desmantelamiento institucional en los últimos cinco años y que la próxima disputa política será un test para la izquierda. ¿Cuál será la tarea de esa izquierda?

Marilena Chauí – Hay una visión ideologizada y, por tanto, ilusoria, de que la pluralidad de la izquierda representa una crisis. Yo pienso que, al contrario, la multiplicidad enriquece la concepción de la izquierda. Sin borrar las diferencias, ni pretender una falsa unidad, la reunión periódica de la izquierda, en determinadas circunstancias, es esencial. Hay momentos en que un sector se paraliza y otros actúan. De repente el PT se paraliza, pero eso es compensado por innovaciones del PSOL (Partido Socialismo y Libertad, aliado del PT en estas elecciones).

He insistido en que, por lo menos en el primer año de gobierno, tiene que haber un acuerdo, una perspectiva común, porque el gobierno va a enfrentar una dificultad gigantesca. Va a tener que rehacer el país.

Hay 33 millones de desempleados en Brasil, 30 millones de personas pasando hambre.

No hay como pensar en un plan económico y de reestructuración si la izquierda no trabaja en conjunto. Porque la oposición que enfrentará, tanto de la derecha como del centro, va a ser gigantesca. La tarea es enorme, difícil, lenta, y exige que la izquierda encuentre sus puntos en común.

GL – Ud. habla de tres o cuatro puntos comunes de una izquierda diversa. ¿Cuáles son esos puntos comunes?

MC – Hará falta recuperar una propuesta contra la economía neoliberal. Hay que recuperar el papel del fondo público y dirigirlo a atender los derechos sociales. El fondo público tiene que asumir nuevamente su papel de garantizar esos derechos.

Un segundo punto es retomar lo que fue una característica muy importante del primer gobierno de Lula: las conferencias nacionales. El PSOL las llama consulta continua a las bases. Hay que retomar, de forma más intensa, esas conferencias nacionales. El Poder Ejecutivo y una parte del Legislativo deben estar en contacto permanente con las demandas sociales.

Un tercer punto común es la idea de una reconfiguración del Legislativo. No se si tendrá éxito, ni si será posible, pero es necesario promover una reforma política, desde el inicio.

Un cuarto punto es el lugar destacado de la educación, retomar la educación y desmontar lo que trajo Olavo de Carvalho (un astrólogo, filósofo conservador, partidario de las teorías de conspiración, muy influyente en el gobierno de Jair Bolsonaro). No hubo siquiera un ministro de Educación en este gobierno que se salvara. No intervinieron contra la docencia, pero no hubo financiamiento para investigaciones, se desarmaron las universidades técnicas, un proyecto muy caro a la presidente Dilma.

Un quinto punto es la cuestión de género. No me parecía posible, en Brasil, el machismo exhibido en las formas más perversas como en estos últimos cinco años. No se trata solo del machismo, sino de la sexualidad, del género, de las mujeres. Conversé mucho con la gente del PSOL y con Luiza Erundina (exalcaldesa de São Paulo) y creo que si hay alguien capaz de unir a la izquierda, esa figura es ella (Chauí fue Secretaria Municipal de Cultura durante la administración de Erundina, entre 1989 y 1992).

GL – En su opinión, una burguesía nacional, carente de proyecto de nación, ha actuado de manera irresponsable. Bolsonaro no era el incompetente incontrolable para una extrema derecha que tiene una agenda. Era su punta de lanza. Es difícil vislumbrar la agenda de esa extrema derecha. Era fácil, cuando era anticomunista. Pero, ¿qué es ahora?

MC – Me lo he preguntado con frecuencia. La agenda anticomunista se vació y se subieron a la agenda Trump, que también se vació.

El desarme de esas dos perspectivas hizo que la extrema derecha se encaminara en dirección al totalitarismo (no al fascismo), mediante las iglesias evangélicas, que desarticulan la clase trabajadora, se apropian del precariado e impiden la organización de la base social.

Ese es el proyecto: impedir la organización de la base social, de la clase trabajadora. Ese era el programa de la “Escuela sin partido”, de Olavo de Carvalho.

Al mismo tiempo, la trayectoria política va a contemplar una amenaza permanente contra el gobierno, de intervención del legislativo y de amenaza cotidiana de golpe. Tengo miedo de lo que pueda pasar entre octubre o noviembre (fechas del primer turno o del segundo, si hubiera) y el 1 de enero (cuando asume el nuevo presidente). No solo por la posibilidad de un golpe, sino también del asesinato de Lula. Hay muchos voluntarios dispuestos a eso.

GL – ¿Qué representaría, en su opinión, una victoria de Lula en este escenario?

MC – Es la única posibilidad que tenemos de rehacer el país. Por un lado representa una exigencia social y política de encontrar una barrera para la extrema derecha y para las formas más perversas del neoliberalismo.

Yo veo a Lula como un estadista. Representa la percepción de Brasil en América Latina y en el mundo; de nuestro papel, que aparece con la creación del Mercosur y se desarrolla con nuestra presencia en grupos como el G-20 y el G-8, en nuestra política externa de afirmación y no de subordinación.

En términos populares, es la esperanza del retorno de los derechos sociales, de recomposición de la economía y de la educación, que se necesita reformar de arriba abajo.

Lula va a tener que negociar mucho. No por casualidad lleva como candidato a vicepresidente a Geraldo Alckmin (un político del que estuvo distanciado). Lo veo capaz de percibir cuales son las negociaciones que garantizarán derechos a su base social. No se trata de una negociación para mantenerse en el poder, sino de definir cuáles son las exigencias básicas que deben ser negociadas. Lula es capaz de hacer eso.

GL – Hoy, ya clara la naturaleza política perversa de la Lava Jato, considerada en algún momento como un ejemplo de la lucha contra la corrupción en Brasil, ¿cuál es su evaluación de ese proyecto?

MC – En ningún momento le atribuí cualquier seriedad a la Lava Jato. Fui contra ese proyecto desde el primer instante, cuando todavía aparecía como algo honesto. Nunca dejé de relacionar el surgimiento del proyecto con las dificultades de la economía en el gobierno de Dilma. Había dificultades en el manejo de la economía, con el cambio de ministros, mientras la Lava Jato funcionaba. Dilma es una mujer de principios, que no negocia. No se desconocía, en el país, el antagonismo entre ella y el vicepresidente Temer. Ella lo toleró, pero no lo dejaba participar en nada del gobierno.

La Lava Jato me recordaba la figura de Carlos Lacerda (un líder de la derecha en Brasil que, en 1950, dijo, refiriéndose a una nueva candidatura de Vargas: –El señor Vargas, senador, no debe ser candidato a la presidencia. Candidato, no debe elegirse. Electo, no debe asumir. Si asume, debemos promover una revolución para impedirlo gobernar. Lacerda fue uno de los responsables de crear el clima político que llevó al suicidio de Vargas, en agosto de 1954).

Analicé la Lava Jato como una operación del Departamento de Estado norteamericano. La vi como una operación política, lo que luego quedó en evidencia total. El hecho de que su objetivo fuera la petrolera brasileña Petrobras (sabemos lo que eso quiere decir), deja claro lo que había detrás.

Investigué algo sobre la formación y el trabajo de los principales promotores de la Lava Jato. Ninguno de ellos era representante de lo que había de excelente en el mundo jurídico brasileño. Eran inexistentes.

GL – Ud. dice que las fuerzas armadas de 2022 no son las fuerzas armada de 1964 (año en que dieron un golpe militar). Que ellas perdieron su compromiso con la formación nacional. ¿Cómo explicar esa diferencia?

MC – Cuando se considera el golpe de 1964 es claro que ocurre bajo el paraguas de la Alianza para el Progreso, de la política del Departamento de Estado de los Estados Unidos y del gobierno Kennedy. Militares brasileños, educados en Estados Unidos, trajeron la idea de que Cuba era una amenaza, vinieron con un proyecto, luego adaptado a la realidad brasileña.

Había, en el gobierno, gente bien formada, informada, con proyectos. No es lo que tenemos ahora. Al inicio del gobierno militar de Castelo Branco (1964) y en el período final de la dictadura, con el general Golbery do Couto e Silva, ellos tenían una idea de lo que era el Brasil, de lo que debía ser América Latina y de lo que debían hacer. La respuesta armada de la izquierda al gobierno militar provocó algo no previsto: el Acto Institucional número 5 (que renovó las medidas represivas, en 1968). Después de ese acto tienen que reelaborar el proyecto. Eso es lo que hace Golbery.

Hoy tenemos, en la activa, unas fuerzas armadas tradicionales, pero no se ve un proyecto nacional. Del lado del Ejecutivo tenemos simplemente una apropiación económica de los recursos del Estado. Bolsonaro cooptó, en el Poder Ejecutivo, a un sector de las fuerzas armadas. Hay casi diez mil militares en el gobierno. Por primera vez los militares se vieron en una posición de poder sobre el mundo civil y, mediante una corrupción sin fin, la posibilidad de hacerse realmente ricos.

Si hay golpe de Estado, los responsables serán los integrantes de ese grupo, que se encaramó en el poder del Estado y que no quiere perder los privilegios que consiguieron.

FIN

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