Iniciativa de Acción Social de la UCR tiene objetivos de conservación y de integración comunal
Vista del Parque Nacional del Agua Juan Castro Blanco creado para proteger las fuentes de agua y la biodiversidad de la región, además de conservar los ecosistemas. Foto cortesía de la administración del parque.
Mejorar la conectividad de la biodiversidad entre la Reserva Ecológica Manuel Koss de la Universidad de Costa Rica (UCR) y el Parque Nacional del Agua Juan Castro Blanco, es el objetivo principal del proyecto de acción social que busca la unificación de ambas áreas de protección boscosa por medio de serie de corredores biológicos de los terrenos circundantes de la comunidad que rodea ambas reservas.
Este proyecto que busca tanto la conservación del medio ambiente como la integración con la comunidad, se plantea la consolidación de brigadas comunales de monitoreo biológico y de restauración del paisaje para instaurar microcorredores biológicos. Así lo comentó Gilberto Rojas, coordinador del proyecto ED-3657 “Conservación en paisajes productivos: vinculando la biodiversidad y las comunidades entre la Reserva Ecológica Manuel Koss (UCR) y el Parque Nacional del Agua Juan Castro Blanco”.
Tanto el parque como la reserva se encuentran en las cercanías de Sarchí, Zarcero, Grecia y San Carlos. Además, el parque tiene una alta biodiversidad. Sin embargo, la pérdida y fragmentación de los hábitats naturales en la zona de amortiguamiento del parque conlleva a la conversión de los bosques a otro tipo de uso del suelo, generando aislamiento entre remanentes de bosque, y la consecuente degradación de los ecosistemas y disminución de la biodiversidad.
Es por eso que ante esta problemática surge el proyecto, que también enfrenta el desafío de la falta de identificación de la comunidad con el parque nacional cercano.
Como iniciativas de este proyecto, se realizan actividades educativas con niños, se forman brigadas para monitoreo y restauración con la participación activa de la comunidad y se desarrollan invernaderos para reproducir árboles que formarán los corredores ecológicos. Además, se han identificado líderes comunitarios, para que el proyecto sea sostenible a largo plazo.
Bosque Vecino
Una parte importante del proyecto es la creación de una identidad para la reserva, denominada «Bosque Vecino», y la colocación de rótulos en las propiedades participantes. También se realiza un conteo de aves y se organizan eventos comunitarios para promover la participación y el sentido de pertenencia.
«En esta comunidad usted llegaba y le preguntaba a los niños, por ejemplo, ¿cuáles eran sus animales preferidos? Y los niños te empiezan a decir elefantes, jirafas, rinocerontes, todos los bichos de la selva africana o la sabana africana. Y uno se sorprende de eso, teniendo un parque nacional aquí a dos kilómetros y medio y no se les ocurre decir, por ejemplo, un mapache, un coyote» declaró Arias.
Es por eso que se implementaron actividades con niños, para aumentar su conocimiento y aprecio por la biodiversidad local; y actividades de investigación en donde se identifican especies locales y un levantamiento de biodiversidad.
Para Rojas, el proyecto ha tenido un impacto positivo en la comunidad, la cual ha comenzado a reconocer la importancia de la conservación. La presencia de la universidad en la zona ha generado una respuesta favorable, y se están realizando actividades en colaboración con diversas organizaciones, incluyendo el Instituto Meteorológico y la Cruz Roja.
Historia de la Reserva y el Parque Nacional
La Estación Biológica Manuel Koss Rubinstein es el resultado de la donación de los terrenos a la UCR en 2019 por la joven Iona Koss Stupp, como una forma de preservar el legado de su padre, Manuel Koss Rubistein, profesor por casi 30 años de la Escuela de Química y uno de los fundadores de la Escuela de Tecnología de Alimentos.
La Escuela de Biología y la Red de Áreas Protegidas, asumen la administración de la propiedad, que se convierte en una reserva ecológica. Luego de la pandemia por COVID-19 se decide ampliar el área y conectar la reserva con el Parque Nacional del Agua Juan Castro Blanco, mediante la creación de micro corredores entre parches boscosos.
La reserva tiene un área de 62 899,65 metros cuadrados, más de 100 especies de aves, más de 40 especies de anfibios y reptiles y una cantidad importante de mamíferos. Como parte de la fauna se han observado manigordos, dantas, pizotes, zorros pelones y garzas.
Mientras tanto el Parque Nacional del Agua Juan Castro Blanco, se fundó en 1992 como parte de una lucha de la comunidad para proteger las fuentes de agua y la biodiversidad de la región del avance de la minería de azufre en la zona, así lo declaró Fabio Arias, administrador del parque. Tiene una extensión de 14 258 hectáreas y un 93% de cobertura de bosque primario.
Arias destacó la importancia del parque en la protección del recurso hídrico para la región norte de Costa Rica y los esfuerzos en investigación y conservación, incluyendo la reaparición de la rana vibicaria en 2011.
Un efecto inmediato de la existencia del parque y la zona de protección es la conservación del recurso hídrico. Foto cortesía del proyecto: ED-3657
Este parque ofrece la apertura al público por Bajos del Toro, así como la posibilidad de establecer una estación en Venecia para ampliar el alcance de la investigación y conservación y gestión de proyectos.
El administrador enfatizó la necesidad de involucrar a las comunidades en la conservación y gestión, la importancia de encontrar objetivos comunes en la gestión de áreas protegidas y la necesidad de cambiar el enfoque estático de la conservación a una visión más integral.
El parque tiene 3 estaciones de acuerdo a la altura: Estación Quetzal, Estación Volcán Viejo y Manuel de Koss que según Arias es vista como una estación más del parque pero administrada por la UCR.
Alados y nocturnos
Los invernaderos de la Reserva Manuel Koss es parte de los aportes del proyecto al abordaje integral y la relación simbiótica entre ambos terrenos destinados a la conversación. Foto cortesía del proyecto ED-3657
Alexa Morales, bióloga de la UCR, forma parte de la Red de Áreas Protegidas y de la Unidad Especial de Investigación en Áreas Protegidas, tiene una participación importante en el proyecto, donde colaboró en la elaboración del plan de manejo de la reserva. Asimismo, Morales destaca que el trabajo con las comunidades es de vital importancia.
Coyote captado en una cámara trampa instalada en la Reserva. Foto cortesía del proyecto: ED-3657
“Es fundamental que las áreas protegidas de la U no se vean solamente desde un enfoque biológico. La conservación no es solo Biología; también incluye lo social, lo artístico, y lo recreativo. Trabajar de forma interdisciplinaria y con la comunidad es esencial para entender y progresar en la conservación(…) una de las cosas que yo tenía muy claro es que si no trabajaba con la gente no iba a funcionar. Cualquier cosa, cualquier especie que esté en peligro de extinción, ¿generalmente, el problema quiénes somos? Los seres humanos”, finalizó Morales.
Morales resalta el “Taller de murciélagos” como una actividad importante, realizada en colaboración con la Fundación para la Conservación de Murciélagos en Costa Rica, el cual se enfocó en la importancia de los murciélagos en los ecosistemas y en la necesidad de su conservación. A pesar de las dudas iniciales sobre la participación, el taller recibió una excelente respuesta de la comunidad, con una alta asistencia de alrededor de 350 personas. Los participantes aprendieron sobre el rol ecológico de los murciélagos y participaron en actividades prácticas relacionadas con su conservación. El éxito de este taller también contribuyó a aumentar el interés y la participación en el proyecto de reserva ecológica y en otras actividades relacionadas.
Otras actividades que se llevan a cabo como parte del proyecto son: desarrollo de corredores biológicos, instalación de invernaderos y formación de las brigadas de monitoreo biológico y restauración ecológica.
Niños y niñas durante una actividad de monitoreo de macroinvertebrados en uno de los cuerpos de agua del Parque Nacional del Agua Juan Castro Blanco. Foto cortesía de la administración del parque.
Pese a los avances que ha tenido el proyecto y la aceptación en la comunidad, tanto Rojas como Morales coinciden en que enfrenta retos importantes como la sostenibilidad a largo plazo mediante la formación de líderes locales y el fortalecimiento de la identidad dentro de la comunidad, así como la coordinación administrativa y la expansión de la red de invernaderos, para incluir diferentes pisos altitudinales.
Tarzán el “Hombre mono” de las historietas, era el rey de la selva, cuidaba plantas y animales, los protegía.
En Costa Rica el hombre jaguar, le declaró jurada enemistad a los humildes monitos, dijo palabras más o menos, prefiere sacrificarlos en el altar de los negocios.
Lo acontecido en Gandoca-Manzanillo, en el caribe sur, es señal inequívoca, algunos están prestos a medrar con el medioambiente, máxime, cuando la señal desde arriba es dejar hacer, dejar pasar.
El abandono de los Parques Nacionales, la falta de presupuesto, escasez de vigilancia, invita a los depredadores.
En África el grito de tarzán convocaba al reino animal, en Costa Rica, el rugido de zantar (tarzán al revés) los tiene amedrentados.
La GUARIA MORADA fue escogida como FLOR NACIONAL en 1937, gracias al buen tino y el profundo conocimiento de la flora costarricense que tenía el Dr. José María Orozco, PADRE DE LOS PARQUES NACIONALES.
En 1938 (cuando pocos pensaban siquiera en sus beneficios socioambientales) propuso la creación del primero: El PARQUE NACIONAL VOLCÁN POAS, que, creemos, debería llevar el nombre de tan destacado Benemérito de la Patria.
HOY, con el cierre de la ZOOCÁRCEL que nos avergonzaba, don José María estaría encantado, pues, adelantándose a la época, promovió entre sus estudiantes del Liceo de Heredia, la liberación de los pajaritos, que sus familiares tenían enjaulados.
Por eso y mucho más, en su memoria acogemos con entusiasmo, la propuesta del profesor Édgar Suárez, para que el Parque Bolívar, pase a ser la casa en que se exhibirían, cientos de nuestras más de 1700 especies de orquídeas.
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Cuando cierta vez leímos que el Benemérito de la Patria, Dr. José María Orozco, en medio de su formidable trabajo conservacionista, había propuesto en 1938, crear «un parque nacional. El primero de los que ha de reclamar el adelanto del país… en el monte del volcán Poás», como hoy lo conocemos luego de formalizarse como el primer parque nacional de Costa Rica, de verdad que valoramos su visión, reconocimos su esfuerzo y lo vimos desde entonces, como «Padre de los Parques Nacionales». Y lo vislumbramos así por haberse adelantado más de 20 años, a lo que luego se iría forjando en Costa Rica, como parte de una tendencia mundial, por lo que abogamos junto a otros ciudadanos (obviamente sin éxito) porque con su ilustre nombre se bautizara el Parque Nacional Volcán Poás. Biólogo distinguido que también por esos años, propuso la creación de reservas naturales, la conversión de las islas San Lucas y Chira en sitios de conservación de especies forestales, y, por lo que es más conocido y admirado, por haber tenido el buen tino de escoger la guaria morada como Flor Nacional.
Pasó el tiempo y con el desarrollo de la ecología como ciencia, en momentos en que avanzaba la destrucción ambiental en el planeta y la preocupación ya provocaba reuniones internacionales, surgió una serie de costarricenses y científicos extranjeros especializados en temas ambientales, ocupados en la tarea urgente de crear áreas de conservación. Algunos, desde posiciones vinculadas a instituciones gubernamentales como el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), vieron la necesidad de avanzar en la preservación de, al menos, algo de la riqueza natural del país, cuyos bosques estaban siendo arrasados, a una tasa de deforestación que no tenía parangón a nivel mundial. Ello, entre otros, consecuencia de un concepto de «desarrollo», que consideraba la tala del bosque como una «mejora» que, incluso, propiciaba que se incentivara legalmente la destrucción de los “improductivos bosques”, por quienes consideraban que el país podría desarrollarse principalmente a partir de la ganadería extensiva y los monocultivos, cuya frontera se veía interrumpida por los árboles, arbustos, charrales, humedales, y todo lo que obstaculizaba, decían, el progreso nacional.
Pues bien, en medio de esa miopía circunstancial, hubo quienes, herederos de las iniciativas del Dr. Orozco, y en respuesta a la necesidad de contar con áreas de conservación que enfrentaran a los que efectivamente veían la destrucción como desarrollo, se ocuparon por preservar áreas del país. En esa carrera desigual, ¡había que crear parques nacionales y otras áreas de conservación!, pero no se sabía cómo acometer esa grandiosa tarea. Los recursos humanos y financieros, eran limitadísimos; lo que sí era inmensa, era la incomprensión hacia esa tarea marginal, improductiva, en un país que demandaba el cumplimiento de otras prioridades. El MAG estaba para fomentar la ganadería, aunque fuese extensiva, pues era fuente de divisas extranjeras que tanto necesitaba el país para pagar productos importados, para satisfacer ciertas necesidades. Y, por supuesto, para cultivar, ojalá productos de exportación, también generadores de divisas.
En medio de esa situación predominante, que aún persiste en algunas personas, estaban quienes hablaban de la necesidad de crear parques nacionales, sin saber cómo. Desde unos vetustos escritorios, rodeados de ingenieros agrónomos que de ecología no conocían ni su definición, se hablaba de ello, se pensaba qué hacer, pero no se avanzaba en forma significativa.
Las ideas volaban, pero los recursos humanos y materiales escaseaban, y la experiencia era apenas incipiente.
Por otro lado, los doctores Joseph Tosi, Leslie Holdridge y Alexander Skutch, muy especialmente, con sede en el Centro Científico Tropical (CCT), ya para fines de la década del 60, gozaban del conocimiento técnico-científico necesario para tomar decisiones sólidas y bien fundamentadas, sobre cuáles áreas de Costa Rica podrían ir conformando ese ansiado conjunto de áreas de conservación, en general, y parques nacionales, en particular. Ya en el CCT se conocían las zonas de vida y ecosistemas excepcionales que habría que documentar en el terreno, pero llegar a ellos con equipos de funcionarios era casi imposible, empezando por las vías de comunicación casi inexistentes.
Así que había un gran pero que no parecía poder resolverse fácilmente. ¿Quiénes se aventurarían hasta los rincones más inaccesible, para, desde el terreno, desde los humedales, desde los bosques secos, desde las cavernas, desde los páramos, desde los arrecifes marinos, desde los sitios arqueológicos, desde los grandes bosques, desde las playas con sus ecosistemas vegetales contiguos, desde las remotas playas en que anidan las tortugas marinas en ambas vertientes, sitios todos ellos remotos y de casi imposible acceso, en que habría de investigarse sus características biológicas y socioeconómicas, tomar notas, identificar especies, enfrentar peligros naturales y de personas hostiles, al tiempo que muy posiblemente, habría de enfrentar hambre y otros inconvenientes?
Se miraba alrededor y no se veía cómo resolver esa tarea imprescindible, fundamental, insustituible. No se contaba con siquiera carreteras rústicas, y en los lugares a estudiar, no había ni senderos que pudieran seguirse con seguridad, por lo que la ausencia de facilidades materiales, indiscutiblemente eran barreras casi infranqueables. Habría que emprender peligrosas caminatas, en lugares secos, boscosos y en pantanos, hasta quién sabría dónde, sin conocer los caminos de regreso, en medio de la incomprensión de dispersas comunidades que les mirarían con sumo recelo, pues temían por sus tierras casi todas adquiridas informalmente, por lo cual los extraños podrían andar como parte de las gestiones que les cuestionarían su presencia en ellas. ¿Quiénes se aventurarían?, reiteraban, y todo ello sin poder ganar un salario consecuente a la magna tarea.
Se reconocía que en Costa Rica no habría cómo conformar un equipo humano calificado, dispuesto a aceptar retos semejantes, con la energía y convicción necesarias, que garantizaran los resultados soñados, mientras los días, meses y años seguían pasando.
Mientras se cavilaba alrededor de esa casi imposible tarea, que estaba impidiendo avanzar sustancialmente en la creación de parques nacionales y otras áreas de conservación, se crea, prácticamente en el papel, en un rincón del MAG, un Servicio de Parques Nacionales, encargado de volcanes como el Poás, el Irazú, el Turrialba y otras áreas cercanas al valle central. Álvaro Ugalde y Mario Boza, cumplieron esa tarea y otras conexas, sin lograr avances significativos, pues aún dentro de los gobernantes, se expresaban contradicciones propias del desconocimiento sobre la importancia de preservar la riqueza natural. Ejemplo de ello, fue el proyecto de ley publicado en La Gaceta del 25 de diciembre de 1966, con que se pretendía alquilar la isla del Coco, por 40 años, por un colón al año, para un desarrollo turístico con capital alemán, aprobado así, con evidente entusiasmo, en comisión legislativa. La situación pues, no era fácil.
Mientras eso pasaba, allá en un pueblito rural estadounidense en la cuenca del río Misisipi, un muchacho que como niño había hecho «diabluras» en pro de la protección de especies silvestres, metiéndose en problemas con sus maestros y profesores, e incluso con su familia, se desarrollaba como un rebelde adolescente, quien no solo convirtió la bañera familiar en refugio temporal de tortugas, serpientes y renacuajos, sino que además protestó indignado por las ranas que habrían de ser disecadas en clases de laboratorio de biología. Luego, en «college», regresó a su hábitat las ardillas que su profesor había prometido no sacrificar como parte de un experimento, muchas veces sin sentido, como los que nosotros también vimos en la Universidad, sin que protestáramos como él sí lo hizo valientemente, a riesgo de ser expulsado de la institución.
Corría la década del 60, y las manifestaciones contra la masacre que Estados Unidos llevaba a cabo en el lejano Viet Nam, tampoco le fueron indiferentes. Su conciencia le impedía aceptar la quema de los bosques con una gasolina gelatinosa llamada napalm, y mucho menos, el dolor y muerte, de niños y adultos, mujeres y hombres, que los bombarderos B52 y las fuerzas terrestres, infringían a millones de civiles, por órdenes recibidas desde la Casa Blanca en Washington. Tan real fue su actitud, tan convincente, que no les quedó más que ubicarlo como «objetor de conciencia», lo que lo libró ser cómplice de esa criminal matanza, que tantas consecuencias físicas y psicológicas, paradójicamente, ha tenido para los entonces jóvenes que fueron forzados a participar de esa guerra injusta.
Deseoso de alejarse del ambiente racista y de represión que se vivía en muchas ciudades de los Estados Unidos en 1968, ese muchacho, casi adolescente, buscó el aire fresco y la naturaleza que ya había conocido meses antes y que añoraba, en un país centroamericano de gente amable, sin fuerzas armadas desde unas dos décadas antes, llamado Costa Rica. Y la oportunidad se le presentó, cuando se alistó en el Cuerpo de Paz, creado por el Congreso de los Estados Unidos en 1961, con el fin de que jóvenes voluntarios pudieran “promover la paz y la amistad mundial… bajo condiciones difíciles si es necesario”.
Así, con esa misión 13 muchachos voluntarios, entre ellos el muchacho rebelde con causa de que hablamos, el hoy Dr. Christopher Vaughan, llegó un día de 1971 al Aeropuerto Internacional El Coco, “armado” con dos cámaras fotográficas, compradas con lo ganado trabajando en una gasolinera en 1969, una mochila y su libreta de apuntes diarios, pero dispuesto a disfrutar del verdor del país del que se había enamorado, y de la paz y amabilidad que imperaba entre su gente.
No más llegando, y sin conocerlo, pero consciente de las grandes necesidades que estaban impidiendo avanzar en la creación de parques nacionales que el país requería, desde la dirección de parques nacionales en el Ministerio de Agricultura y Ganadería, el ingeniero agrónomo Mario Boza, en un papel le anotó cuál iría a ser su tarea: BUSCAR ÁREAS QUE PUDIERAN CONVERTIRSE EN PARQUES O RESERVAS. Para lo cual, por supuesto, debía hacer un inventario a nivel nacional para hallar áreas con características excepcionales o una zona de vida determinada, para luego escribir informes con los límites preliminares, planos, recursos, urgencia, estimación de costo de la tierra. Tarea seguramente pensada para un equipo multidisciplinario, pero que se le estaba planteando a él individualmente, cuando apenas estaba llegando al país.
Cuenta Chris en su extraordinario libro “Parques nacionales de Costa Rica: su búsqueda en los 70”, “estaba horrorizado, pues mi tarea era descomunal”.
Como apoyo “de oficina” principalmente, contaba con el equipo científico del Centro Científico Tropical, Tosi, Holdridge, Skutch, y el naturalista Olof Wessberg, con quienes se reunía (principalmente con Tosi), para analizar sus apuntes y señalar tareas inmediatas, antes de partir de gira y a su regreso, después de literalmente, haber pasado hambre, soportado situaciones impensadas, desvelado muchas veces, bajo situaciones de incertidumbre frecuentes.
Pero fue tal el éxito logrado por Christopher Vaughan (Chris, como le conocemos sus amigos y discípulos) que no le importaban los sacrificios y penalidades vividas, ¡siempre sin quejarse ante nadie!, mientras caminaba por senderos de dantas, porque el baqueano estaba “de goma”; mientras se exponía a los enfrentamientos violentos que se deban por lucha de tierras entre campesinos y empresas poderosas como Osa Productos Forestales (OPF), principalmente en la península de Osa, donde luego se establecería el Parque Nacional Corcovado; por las inclemencias del tiempo en zonas de humedales con abundante fauna amenazante; mientras se alimentaba solo de atún enlatado y algunas galletas; mientras dormía en un rancho con alacranes por doquier que para evitar que se subieran a los camones, la patas se introducían en latas con agua; mientras las pulgas, las hormigas y otros insectos no lo abandonaban durante los días en que, con gran esfuerzo, trataba de cumplir bien su misión; mientras se encontraba en media selva con visitantes imprevistos como los felinos; mientras se vio comprometido a comer carne de puma y de danta, ofrecido por unos buenos vecinos, a los que no se les podía decir que no para que no lo vieran como un enemigo; mientras exhausto y empapado, tenía que meterse en su bolsa de dormir, dominado por el cansancio; mientras se quedó “varado” en un lejano lugar en espera de un bote, que irregularmente hacía recorridos hacia los destinos a los que esperaba llegar; mientras tenía que dejar escondida su moto en la maleza, ante la ausencia siquiera de un trillo que le permitiera seguir adelante.
¡Mas qué importan todas esas situaciones si veía, casi cotidianamente, cómo se iban creando los parques nacionales que, con su invaluable aporte, se estaban forjando!, y que, de otra manera, no se podrían haber creado.
“A finales de 1985, 19 de los 26 sitios que visité entre 1971 y 1974 estaban legalmente creados: nueve parques nacionales, un monumento nacional, cinco reservas biológicas, una reserva privada, una zona protectora y dos refugios nacionales de vida silvestre”, nos narra en su libro, por lo que no en vano, confiesa que esos años fueron “los más emocionantes y gratificantes de mi vida”.
Pues si para Chris así fueron esos años, para nosotros los costarricenses, fueron una bendición. Leyendo el libro nos preguntábamos sobre lo que sería hoy el sistema de áreas de conservación en Costa Rica, que pasó de poco más de 33.000 hectáreas, a tener más de un millón trescientas mil hectáreas, si aquel muchacho de genuino espíritu conservacionista, jamás se hubiera enamorado de nuestro país. Si aquel joven voluntario del Cuerpo de Paz, hubiera rechazado las tareas monumentales que le asignaron, o si unas semanas después, hubiera dicho, comprensiblemente, ¡ya no puedo más!
No tenemos duda alguna, que esa lucha diaria de Chris, en contra de las motosierras, las hachas, los machetes, las escopetas, los tractores, que casi alcanzaban sus talones, se habría perdido sin su entrega a la conservación ambiental. Los grandes científicos y atentos administradores que recibían de él los informes muy completos, acompañados de cientos de fotografías valiosísimas (cientos de ellas copiadas generosamente en el citado libro), seguramente se maravillaban por el estupendo trabajo que, casi siempre solitario, realizaba ese joven amante de la naturaleza y, circunstancialmente, forjador de nuestros parques nacionales.
Por ello, y más, los costarricenses, y los amantes de la naturaleza de todo el planeta, tenemos una gigantesca deuda con Christopher Vaughan, aunque ni él la reconoce como tal, ni la está cobrando.
Lo único que seguramente estará pidiendo, es que no se considere que la obra está terminada, pues como vimos recientemente con el presidente Chaves, hay mucha ignorancia alrededor de los asuntos ambientales, cuando dijo sarcásticamente, que tiene un plan para Caño Negro que señalará “cuántos predios están en disputa, cuánta tierra hay que declarar refugio, para compensarle a las ranitas, las culebras y los venados”, para agregar, “Por ahí de los años 90 a alguien se le ocurrió la ocurrencia de ay, qué bonito, desde algún escritorio ahí en Zapote le echan la firma a un decreto ejecutivo…”. Si alguna vez leyera el libro publicado por la Editorial Tecnológica de Costa Rica, seguros estamos de que su criterio sería justo.
Finalmente, creemos que la obra de Chris habrá de continuarse, como tarea individual de todos los habitantes de esta tierra venerada. Solo así, saldaremos al menos un poquito la deuda que con él tenemos. Costa Rica sería muy diferente, hoy si aquel joven no hubiera venido a compartir sus anhelos y sueños en pro de la naturaleza. Si el “Forjador de los Parques Nacionales” no nos hubiera regalado, con su entrega desinteresada, ese valioso tesoro que honra a Costa Rica.
A pesar de que desde 1999 el turismo es la principal fuente de divisas del país, y gran parte de esta actividad se desarrolla alrededor de la vida silvestre, expertos de la Universidad Nacional (UNA), consideran que el país tiene grandes retos para su conservación, de lo contrario estaríamos acabando con la “gallina de los huevos de oro”.
En 51.100 km2 Costa Rica alberga el cinco por ciento de la biodiversidad mundial, dato que no contempla la riqueza de la fauna marina que habita en sus costas. La observación de ranas de ojos rojos, lapas, monos y dantas, ballenas y delfines, es solo una de las actividades que el país promueve para la atracción del turismo, y miles de extranjeros y nacionales, son cautivados por estas y otras especies en las visitas a parques nacionales y áreas protegidas.
Expertos de la Universidad Nacional (UNA), consideran que la falta de capacitación a guardaparques, la escasa educación ambiental y sensibilidad hacia estos recursos, falta de regulación y ejecución de la reglamentación vigente y el inevitable desarrollo urbano, podrían pasarle factura al país, y acabar poco a poco con la “gallina de los huevos de oro”.
Para Laura Porras, académica del Icomvis-UNA, uno de los principales desafíos se centra en la interacción entre la gente y los animales silvestres. “En los parques tenemos un rótulo que dice prohibido alimentar a los animales, pero tanto los visitantes como el sector turístico desarrollan esta práctica porque con ello los atraen y llevan la mejor foto”.
Según Grace Wong, también investigadora de dicho Instituto, el sector tiene contradicciones. “Un hotelero llama al Sinac porque hay un cocodrilo cerca de la playa y ellos consideran que es una amenaza para el turista, los funcionarios remueven el animal, pero resulta que este individuo era un controlador de poblaciones de mapaches, con el aumento de mapaches hay más personas mordidas por estos animales que se han acostumbrado a robar comida de los visitantes y el sector hotelero llama de nuevo porque los mapaches ponen en riesgo al turista. ¿son los animales responsables de este comportamiento?”.
De acuerdo con la investigadora hace falta la aplicación de la normativa legal, pero también es necesario educar a los visitantes para que comprendan que los animales silvestres no deben de recibir alimento de los turistas porque los afecta negativamente.
Tal es el caso del Parque Nacional Manuel Antonio que se ha visto en el ojo de la polémica por la cantidad de visitantes que ingresan. “Manuel Antonio es una zona protegida y tiene como prioridad conservar la biodiversidad que alberga, además, tiene la peculiaridad de proteger una subespecie endémica del país en un área bastante pequeña. Es importante mantener esa prioridad de conservación, se puede visitar claro que sí, para eso se hacen las zonificaciones de áreas de uso público pero esas zonificaciones tienen que aclarar cómo, cuándo y dónde pueden estar los turistas. Cabe resaltar que la mayoría de las interacciones las provoca la presencia de alimento de los turistas, y la necesidad de los asistentes de acercarse a la fauna para las fotografías, el contacto y ese tipo de cosas”, detalló Porras.
Para Eduardo Carrillo, académico jubilado de la UNA, quien por más de 35 años ha trabajado en estimar el estado de salud de los bosques a través de especies indicadoras como el jaguar y sus presas, existen suficientes políticas para la protección pero que no se ponen en práctica.
“El país hizo un gran esfuerzo en los 70 con la creación de las áreas protegidas, pero después de eso las abandonamos paulatinamente, los guardaparques no tienen la suficiente capacitación ni el equipo para trabajar, todos sabemos que hay extracción ilegal de oro en Corcovado, pero hacemos muy poco para resolver el problema. Políticas nos sobran, lo que hace falta es ponerlas en práctica”.
Carreteras asesinas
Por otra parte, la creación de infraestructura, aunque necesaria para el desarrollo económico, tiene su impacto en la vida silvestre. Joel Sáenz, director del Icomvis-UNA, fue uno de los pioneros en evaluar el impacto de carreteras construidas y en ampliación, en el futuro se plantea ver los impactos de los parques eólicos y represas, y de acuerdo con sus investigaciones, es urgente que el país norme este tipo de construcciones.
“En carreteras nacionales como la de la Ruta 32, Carara o la que atraviesa el Área de Conservación Guanacaste, puede haber entre 1000 y 3000 animales muertos por año, siendo este un dato conservador porque son producto de un muestreo en un tiempo específico; anfibios y reptiles son las principales víctimas, pero en 10 años hemos podido observar jaguares y pumas”.
Según Sáenz, es necesario que el Ministerio de Obras Públicas y Transportes (Mopt), incluya una norma o disposición en el Manual de Carreteras para mitigar el impacto tanto en el diseño, como durante la construcción y funcionamiento de la infraestructura.
También es vida silvestre
Para Lilliana Piedra, investigadora de la Escuela de Ciencias Biológicas de la UNA, la conservación está más relacionada a una parte ética y moral del ser humano. “Si me limitan a acercarme a 20 metros de una ballena, quiero estar a cinco, esto no se arregla con una ley, yo coincido en que hace falta educación ambiental y una mayor sensibilización de que aquello no es un objeto, sino un ser vivo que al igual que yo merece respeto”.
De acuerdo con Piedra, en materia marítima existe además mucha inseguridad jurídica. “El Sinac maneja una parte, el Incopesca emite ciertas regulaciones, pero el control es del Servicio Nacional de Guardacostas, y hacer de estas entidades un engranaje es algo complejo. Los procesos de gestión y manejo están concentrados en la parte continental, eso limita a que haya buenas iniciativas para conservar los recursos pesqueros”.
Acciones como el pésimo manejo de aguas residuales, la deforestación en la zona continental, técnicas de producción agrícolas poco sostenibles, sobreexplotación pesquera y el manejo inadecuado de los desechos sólidos, asfixian, según Piedra, la vida marina.
Los investigadores coinciden en que el país no necesita de más leyes para la conservación de la vida silvestre, sino de una aplicación más efectiva de las mismas, de lo contrario, uno de los principales atractivos del país estaría en riesgo.
Oficina de Comunicación Universidad Nacional, Costa Rica
La creciente demanda turística de los parques nacionales representa un reto para quienes velan por la conservación de estos recursos. Este 16 de mayo, 18 guardaparques del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac), obtuvieron su título universitario para el Diplomado en Conservación y Manejo de Áreas Protegidas, otorgado por la Universidad Nacional (UNA), cuyo objetivo es que el personal encargado de la protección directa de los recursos naturales y culturales existentes en cada área protegida, adquieran conocimientos, habilidades, destrezas y actitudes, para la realización de un trabajo de calidad que cumpla con las condiciones de eficiencia y seguridad, que asegure las tareas de gestión y planificación pertinentes.
Este programa, impulsado desde el 2013 por el Instituto Internacional de Conservación y Manejo de Vida Silvestre de la Universidad Nacional (Icomvis-UNA) con el apoyo del Sinac, ha graduado a 85 profesionales, quienes cumplen funciones de control y vigilancia, seguridad y atención de los visitantes, educación ambiental / interpretación de la naturaleza, apoyo a la investigación científica, relación con las comunidades y resolución de conflictos, entre otros.
Sello UNA
Estos guardaparques, forman parte de los más de 170 profesionales graduados de la Facultad de Ciencias de la Tierra y el Mar (FCTM) de la UNA, quienes aportarán al país con conocimientos en materia de ambiente, ordenamiento del territorio, información geoespacial, producción agropecuaria y forestal, conservación y manejo de recursos naturales, salud humana, monitoreo de amenazas, variabilidad climática, gestión de riesgos ambientales y ocupacionales, conocimientos adquiridos en las carreras que se imparten en las escuelas de ciencias Agrarias, Ambientales y Geográficas, con el apoyo de los institutos de Conservación, y Manejo de Vida Silvestre, Regional de Estudios en Sustancias Tóxicas, de Investigación y Servicios Forestales, el Centro de Investigaciones Apícolas Tropicales y el Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica, quienes también conforman esta facultad.
“Entregamos al servicio de la sociedad costarricense personas graduadas con una gran calidad académica, gracias a la actualización constante de los planes de estudio y al acompañamiento de personal académico altamente capacitado, comprometido y con gran sentido humanista. Con gran orgullo decimos; que más de un 70% de los graduandos estudiaron gracias al apoyo que se les ofreció durante su paso para esta casa de estudio, a través de becas, horas asistentes, e incluso en ocasiones el apoyo decidido de personas de la universidad que en momentos difíciles dieron su apoyo”, dijo Lilliam Quirós Arias, decana de la FCTM-UNA.
La crisis ambiental y social en sus diversas formas, el cambio climático y sus afectaciones en los sistemas agroalimentarios, las poblaciones, los ecosistemas, los desastres naturales manifiestos en sequías, inundaciones producto de eventos cada vez más catastróficos, como los huracanes; la degradación de los recursos naturales, el despojo a los campesinos de sus tierras debilitando la agricultura familiar y la agricultura en general, la expansión desaforada de las transnacionales, el uso excesivo de agroquímicos en detrimento de sistemas más sostenibles como la agroecología, el aumento de la pobreza y la desigualdad, manifiesta que generan como consecuencia migraciones, entre otros. Son parte de ese complejo mosaico que vivimos hoy.
“Ustedes tienen entre sus manos grandes retos: a) ofrecer su aporte al servicio de la sociedad, y b) potenciar sus competencias, habilidades y valores construidos a lo largo de su formación para contribuir con un mundo mejor, que cada vez necesita mentes abiertas, innovativas, que comprenden la diversidad y sobre todo con un sentido humanista”, puntualizó Quirós.
Oficina de Comunicación Universidad Nacional, Costa Rica
Si se desprecia un parque nacional, se desprecian todos.
El Parque Nacional Manuel Antonio, tiene menos de 2.000 ha en su sección terrestre, por lo cual, entre otras consideraciones, no puede recibir un número de turistas tan alto, que pudiese superar su capacidad de carga, y como consecuencia, que pudiese impactar muy sensiblemente, su rica flora, fauna y su formidable hábitat.
Sin embargo, vemos cómo Chaves hasta amenaza despedir a funcionarios que podrían haberse manifestado ante la Sala IV, en defensa de esta maravilla natural, en contra de una directriz política que decía lo contrario. “Si alguien no hizo caso van a haber consecuencias», sentenció.
Y es que lo que Chaves parece ignorar, es que Manuel Antonio es uno de los 12 parques más bellos del mundo, según la revista Forbes, y que en él subsisten 352 especies de aves, 109 de mamíferos, y una flora dominada por bosques primarios, secundarios, y de manglar, que lo hacen extraordinario.
Dentro de las especies animales y vegetales más relevantes, se encuentran mapaches, venados, pizotes, guatuzas, perezosos de dos y tres dedos, monos cariblanco y monos tití. Todos conviviendo en equilibrio trófico, con árboles como guácimo colorado, pilón, cedro maría, guapinol blanco, surá, guapinol, cenízaro, ceiba, manzanillo, almendro, roble sabana y coco, algunos en peligro de extinción. Riqueza natural, casi toda concentrada en Punta Catedral, que sería imperdonable poner en peligro, sólo porque alguien se pudiere incomodar.
Gracias Karen Mogensen (Dinamarca) y Nicolás Wessberg (Suecia), impulsores de las áreas protegidas y los parques nacionales en Costa Rica. En este lugar vivieron y aquí fueron enterrados sus cuerpos. «Buen Vivir Costa Rica».
Puede ver el vídeo del santuario en el siguiente enlace.
Compartido con SURCOS por Édison Valverde Araya de Buen Vivir Costa Rica.
Mario Boza Loría. Fuente de la imagen Universidad Estatal a Distancia (UNED).
Comunicado de prensa Universidad Estatal a Distancia (UNED)
El Consejo Universitario (CU) de la Universidad Estatal a Distancia (UNED) otorgó, de manera póstuma, el título de Doctor Honoris Causa al ingeniero, científico e historiador Mario Boza Loría, “por el significativo legado en pro de la conservación de la naturaleza en beneficio de la humanidad, por ser promotor de la creación y el mantenimiento de los diferentes tipos de áreas naturales protegidas, en Costa Rica como en otros lugares del mundo”.
En reconocimiento a su trayectoria conservacionista, el Consejo Universitario de la UNED tomó esta decisión, en la sesión celebrada el 20 de enero del 2022. Boza Loría, considerado el último padre de los Parques Nacionales en Costa Rica, falleció a los 79 años de edad, el 29 de octubre de 2021, luego de una vida dedicada a la conservación de la naturaleza.
“Para el Consejo Universitario de la UNED ha sido un honor otorgar el Doctorado Honoris Causa como homenaje póstumo al señor Mario Boza Loría. Le debemos a don Mario, el Departamento de Parques Nacionales y Vida Silvestre, la promoción del Turismo Ecológico y el reconocimiento de la importante labor de las personas guardaparques”, comentó Ana Catalina Montenegro Granados, miembro del Consejo Universitario y coordinadora de la comisión especial nombrada para tal efecto.
Boza Loría fue profesor y académico en temas de conservación ambiental en universidades públicas, entre ellas: la Universidad Nacional (1973-1976 y 2015), la Universidad de Costa Rica (1977) y la UNED (1977-1987), institución en la que también fue gestor del Programa de Educación Ambiental, el primero, en su género, en el país.
Montenegro Granados indicó además que la perspectiva ambiental de Boza Loría “se demostró con hechos. En la UNED fungió como profesor y académico, autor de innumerables libros y gestor del Programa de Educación Ambiental. Al reconocer su amplia trayectoria y legado, brindamos la oportunidad de visibilizar su trabajo comprometido, para que esta y futuras generaciones defendamos sus luchas y nos inspiremos en su ejemplo”.
Al divulgar una semblanza del extinto científico, el Consejo Universitario destacó “su exitosa gestión para establecer alianzas y conseguir recursos económicos y humanos, ser el cogestor del Departamento de Parques Nacionales y Vida Silvestre”, la primera instancia gubernamental destinada exclusivamente a realizar labores en estos temas.
Una de las obras más sobresalientes de Boza Loría es el libro Historia de la Conservación de la Naturaleza en Costa Rica, publicado en el año 2015 por la Editorial Tecnológica del Tecnológico de Costa Rica (TEC), que resume la historia de la conservación en Costa Rica durante el periodo comprendido entre 1754- 2012.