Una experiencia en el San Juan de Dios

Alberto Salom Echeverría

El Hospital San Juan de Dios, es el nosocomio más antiguo del país. Su fundación data del año 1845, decretada por la Cámara de Representantes de aquella época. Algunos de los hombres de la élite política que contribuyeron a la creación y posterior edificación del primer centro de salud del país fueron José Rafael de Gallegos cuando fungía como presidente interino antes de que Costa Rica fuera declarada Republica; en 1845, siendo presidente de la Cámara de Representantes de la época, el prócer José María Castro Madriz presentó la moción que fuera aprobada por el plenario, para la fundación de la Junta de Caridad y la creación del Hospital San Juan de Dios. (Cfr. Carmona B. Arnulfo. “Reseña Histórica Hospital San Juan de Dios”.

La primera Junta de Caridad para administrar el Hospital, estuvo integrada por las siguientes personas, a quienes también deseo hacer hoy mi reconocimiento público, ellos fueron: Dr. Nazario Toledo (presidente), Lic. Cruz Alvarado (segundo), Eusebio Rodríguez (tesorero). Además, se nombró para colaborar en la mencionada Junta Directiva a los señores: Presbíteros José Ana Ulloa, Cecilio Umaña, José Madriz y Juan Carrillo; a los Doctores Víctor de Castañeda y José María Montealegre; los bachilleres Cruz Blanco y José María Zeledón; y los señores don Manuel de Alvarado, don Ramón Castro y don Cipriano Fernández. También menciono al Dr. Vicente Herrera que ocupó la presidencia de la misma Junta, pero, un poco después, en 1865, cuando por medio de una resolución, junto a sus compañeros de junta directiva habilitaron hasta 20 camas y los enfermos que se internaron fluctuaron entre 15 y 20 pacientes. Asimismo, menciono a don Federico Tinoco, quien fue presidente de la directiva en 1875, ocasión en la que la dinámica del Hospital ya era muy superior, ya que se nos informa que fueron recibidos 263 hombres y 78 mujeres en calidad de pacientes. Una parte importante de los que fueron internados provino de países centroamericanos y hasta de fuera de la región. En calidad de médicos encargados del Hospital aparecen los nombres del Dr. Bruno Carranza, el Dr. Rafael Hine, así como los doctores Daniel Núñez, Carlos Durán Cartín, José Ramón Boza, Pánfilo Valverde, Julián Blanco, Juan José Giralt y Martín Bonnefil. Don Francisco Peralta, tuvo a bien donar la suma de cinco mil pesos que fueron empleados para construir el pabellón que daría albergue a los niños enfermos, conformándose de esa manera el servicio de pediatría. (Cfr. Ibidem)

Me retrotraigo al año 1852, para afirmar que en esa fecha todavía no se había edificado el Hospital, con todo y los decretos, leyes y resoluciones aprobadas con anterioridad. Por esta razón me es grato mencionar también los nombres de los beneméritos de la Patria, Juan Rafael Mora Porras, bajo cuyo liderazgo en calidad de presidente de la República, se emite un decreto, que reforzó las decisiones anteriores y tuvo a bien además nombrar al señor Obispo Anselmo Llorente y Lafuente “protector del Hospital”. En tal virtud, como “protector del Hospital” de la ciudad se dan los primeros pasos para la erección del Hospital radicado en la ciudad de San José. Aun así, todavía en 1863, las condiciones del “San Juan de Dios” eran deplorables, por lo que intervino don Jesús Jiménez, a la sazón presidente de la República, para impulsar mediante otro decreto el reforzamiento de las paredes de la que hasta entonces era una enclenque construcción.

No puedo dejar de llamar la atención de ustedes, conforme entresaco de la lectura del detallado documento escrito por Arnulfo Carmona Benavides, en el sentido de que, en 1871 comparecen a administrar el Nosocomio las hermanas de la Caridad provenientes de Guatemala o de Francia; el país exacto del que provinieron no se precisa en el documento de Arnulfo Carmona. En 1874 se organizaron los primeros cursos de la facultad de medicina, los cuales fueron promovidos en la primera administración de don Tomás Guardia Gutiérrez. Incluyo en esta lista de personas célebres que contribuyeron decisivamente a conferirle al Hospital San Juan de Dios, el prestigio nacional e internacional que hoy posee, a una larga lista de enfermeras, auxiliares de enfermería, técnicos en el área de la medicina y un largo etcétera de servicios médicos y paramédicos constituido principalmente por mujeres, cuyos nombres he omitido, no por mi gusto, ni menos por menosprecio, sino porque no las he encontrado expresamente enunciadas. Pero su aporte al más antiguo Nosocomio de Costa Rica ha sido tan importante y, en determinadas circunstancias hasta más que el de todos los profesionales y hombres públicos que he antedicho.

Por este legendario hospital, han pasado muchas generaciones de personas enfermas, o estudiantes de medicina, que recibieron servicios médicos y educativos, cada vez de mayor calidad. Fui internado en este emblemático establecimiento de salud pública, el 1 de agosto del presente año, para que se me practicara un reemplazo total de mi cadera izquierda. Estoy en capacidad de decir, que la cirugía, dirigida por el Dr. Jimmy Angulo De la O, fue extraordinariamente buena, excelsa diría yo, a juzgar por el rápido restablecimiento que he obtenido hasta este momento, al extremo de encontrarme caminando, en ciertos momentos, sin siquiera cojear en solo dos semanas sin apoyo de la andadera. Algo extraordinario según el criterio de pacientes que fueron intervenidos de la misma cirugía que se me practicó a mí, según también el criterio de mis hermanos, y personal paramédico que ha contribuido en mi recuperación. Tengo que dar las gracias por ello, al Dr. Angulo De la O, a la anestesióloga, al personal médico y paramédico que participó en mi cirugía. Asimismo, agradezco a todas las personas que se desempeñan como enfermeras, auxiliares de enfermería, al personal de limpieza que conocí en el día y medio que permanecí internado en la sección de ortopedia.

No dejo de agradecer a la hermosa familia extensa a la que pertenezco, los Salom y los Echeverría, incluyendo a toda la primada Salom de Barranquilla, Medellín, España y otros sitios que desde la distancia me han dado constantemente una voz de aliento por medio de los chats. Guardaré eterna gratitud a mis hijos, José Carlos y su cónyuge Adri, Rodrigo, Esteban y su compañero Felipe, constantemente preocupados, más que eso ocupados en mi ayuda; a mis hermanos, son cuatro, una mujer y tres varones que nos hemos acompañado a lo largo de nuestra existencia, apoyándonos unos a otros. Hago una mención especial a mi hermano Nacho, inmunólogo e internista de profesión, quien siempre se echa encima la supervisión de todos los enfermos de nuestra familia y de muchas de sus amistades. Lo sé. Pero, a los otros tres, a Lyannette, Roberto, mi hermano gemelo y a Mauricio, mi caluroso abrazo y agradecimiento, porque también se han desplazado, han dormido conmigo para asistirme durante las noches, me han inyectado y un sinfín de otros menesteres. Mis pequeños nietos, se me estruja el corazón cuando los incluyo, porque a tan tierna edad tienen que encontrarse con extrañeza a su abuelo, de un momento al otro, convaleciente de una cirugía invasiva. Los tres son unas hermosas criaturas. Mis sobrinos son una pléyade de espléndidas personas, cuya valía ha salido a relucir en estas circunstancias. Con enternecimiento también menciono a la servidora doméstica, Ileana Caballero, que me ha proporcionado calor humano y un servicio laboral de primera. No me refiero a mis amistades una por una por el nombre propio, porque son muchas las personas que me han brindado ayuda oportuna, y se han preocupado por mí. Qué importante es tener buenas amistades, lo constata uno en ocasiones como esta.

He dejado atrás, pero no olvidaré jamás a todos los compañeros de cuarto (todos varones obviamente), durante la breve estancia mía en el posoperatorio. Tampoco voy a mencionarlos por su nombre, no solo porque me aprendí el de muy pocos, sino porque no estoy autorizado a mencionarlos. No tengo ese derecho. Todos ellos seres humanos valientes. La sección de ortopedia se caracteriza en suma, por un panorama a ratos desolador, uno de ellos con una prótesis externa en su pierna, otro que se movilizaba en una silla de ruedas sin perder su carácter afable, bromeando con todos como si estuviera en una fiesta. Al paciente que estaba a la par mía, un hombre mayor, se le iban a tener que amputar las dos piernas, un día después de mi salida. Cómo me hubiese gustado estar allí para haberlo apoyado emocionalmente. Aunque debo reconocer que en casos como este soy en extremo sensible y vulnerable; casi frágil diría más bien. Pero lo hubiera apoyado. No llegué a conocerlos a todos, no me dio tiempo, pero los llevo en mi corazón por el solo hecho de que hubiésemos coincidido en el mismo momento y lugar como pacientes de cuidado.

Hospital San Juan de Dios, el primero en haberse fundado en nuestra gloriosa Patria. ¿Confronta dificultades?, las confronta, ¿adónde no las hay en instituciones de esta naturaleza? Pero qué horrible, qué bochornoso, en cuanto salí del Hospital, haber tenido que escuchar al presidente de la República referirse en términos insoportablemente despectivos, con una pésima información, en extremo descontextualizada respecto de la Caja Costarricense del Seguro Social.

 

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