Contra la corrupción

Esteban Beltrán.

Por Esteban Beltrán Ulate. Educador.

Hoy parece ser que nos encontramos unidos respirando el mismo aire, o dicho de otra manera: conspirando, por un objetivo común, encadenar cualquier intento de corrupción en nuestro país.

Personas de diferentes regiones, algunos adheridos a algún partido político y otros no, con una definición clara ideológica y otros no tanto, pero con un anhelo común que mueve cada corazón, es el fuego de la esperanza, que nos impulsa a encontrarnos en este momento histórico de nuestro país, para luchar contra un enemigo común: la corrupción.

Pero la corrupción no es un monstruo que anda caminando en media calle, tampoco lo podemos encontrar a través de una foto de perfil en una red social, la corrupción no se sienta a comer en un restaurante, la corrupción no sale a pasear al perro. La corrupción más bien es un sentido que se instala en las prácticas de algunas personas y de algunas instituciones, es un modo de ser mediante el cual se considera normal sacar ventaja de una situación para satisfacer una vanidad individual o de un grupo particular.

La corrupción es la inclinación del ser humano por lograr un beneficio mayor del necesario siendo que éste afecta a otras personas o al medio en el que se habita, desde un lenguaje religioso podríamos decir incluso que la corrupción es un pecado social. No quiero detenerme en lenguajes religiosos, por lo tanto procuraré continuar mi exposición desde una óptica civil.

El ser humano es de naturaleza bueno, pero existe en él una inclinación que debe ser sujetada en primer lugar por la formación familiar, y en segundo lugar por la educación otorgada por el Estado. Si frente a estos dos primeros procesos la corrupción aflora inevitablemente, como mala hierba, las leyes deben de actuar en su talante coercitivo para impedir un mal mayor en la sociedad.

El gran problema que afrontamos como sociedad deriva de la normalización de prácticas de corrupción en las instituciones creadas por la sociedad, así como por la falta de orientación política de ciertas agrupaciones para prevenir acciones deshonestas por parte de personas que sean elegidas en puestos de elección popular.

La corrupción no la podemos erradicar de la sociedad ni del Estado, sin embargo se puede llevar a cabo una tarea permanente de fiscalización, de supervisión, de prevención, de formación. Es algo así como levantarse cada mañana y arrancar la mala hierba que crece en nuestro jardín, teniendo en consideración que dicha tarea debe ser diaria y permanente.

Frente a la corrupción de algunos la responsabilidad debe ser de todos. Y con mayor rigor de aquellos que se asocian libremente a partir de un proyecto político que pretende hacer valer los principios que orientan el buen vivir de nuestro país. Por esta razón es que debemos considerar seriamente la lucha contra la corrupción como un eje fundamental de cualquier proyecto político que pretenda liderar la vida de nuestro país.

Hoy más que nunca en la lucha es contra la corrupción, una lucha permanente de todas y todos, pero principalmente de aquellos que asuman el rumbo político institucional de nuestra nación, que así sea.