Por Carlos Meneses Reyes
Había preparado los pasos a seguir, antes de abordar el avión San José- Panamá- Bogotá. De previo, las constancias actualizadas de 32 sedes de la Fiscalía General de Colombia y del Certificado nacional policial, de no haber existido, ni existir, proceso judicial en mi contra, en ningún momento.
Revoloteaban en mi memoria las anotaciones de la fatídica policía política- DAS- colombiana; en la que a los opositores políticos de plaza pública los signaban de colaboradores de las guerrillas; cuando no de miembros activos “de café” de las mismas y la posición de izquierda significaba la fuente de información a las Convivir Uribeñas y a los nacientes grupos paramilitares, en una fase de “lavada de cara” a las fuerzas armadas institucionales del estado colombiano, conforme a la aplicación del experimento antisubversivo de la guerra sucia narco-paramilitar.
Había salido en el mes de julio de 1994 del aeropuerto El Dorado, vía al exilio. Retornaba, el primer día del mismo mes, veinte años después. El colega y defensor de presos políticos, Dr. Eduardo Umaña Mendoza, me había alertado de pasos de animal grande en mi contra y recomendado salir “por unos meses” de Colombia. Tan abanderado y convencido de la causa política popular, alentaba de los peligros que corríamos los demás y su fe de servicio jamás concibió que fuera asesinado por los esbirros estatales en su propia oficina de abogado, en Bogotá.
En principio, efectivos de civil de la policía política me impedían el acceso a abordar el avión, que por circunstancias del destino estaba atrasado, por haber presentado una falla en acarreo de un avión de carga en la pista habilitada para mi vuelo. Esa circunstancia facilitó dos efectos: una, impedir que pudiera perder el vuelo y no abordar, ante lo cual quedaría en el área internacional sin destino fijo; debiendo regresar a la entrada de la terminal área expuesto a la detención arbitraria o al desaparecimiento físico. Otro, dilatar la acción encubierta de los cuerpos represivos policiales, quienes como abejorros zumban a mí al alrededor y por entre las frágiles paredes divisorias alentaban expresiones como las de “…cayó un pajarito…”. “…que dizque va a dictar una conferencia en el exterior…”. “…el Dr. López ordena que no debe salir…”. La odisea a que fui expuesto no concluyó al abordar el avión, puesto que la última carta de inteligencia policial fue acudir a una “aeromoza” con uniforme de la Aerocivil, quien abordó el avión de una y me requirió le presentara mi pasaporte. Más tardó ella en tenerlo en su mano que la reacción de la malicia indígena de mis ancestros arrebatárselo, saliendo la actora pies en polvorosa del avión. Así de accidentada fue mi salida desde Bogotá a Costa Rica. Ya en el aeropuerto Juan Santamaría me esperaba la compañera Donhelia, viuda de Martin Caballero, ex militante del M- 19, que había sido asesinado por el ejército colombiano en San Martin – Cesar y era protegida por el Instituto Interamericano de Derechos Humanos(IIDH).
DE LA LLEGADA. Tan indescriptible como impresionante asomar desde la ventanilla del avión y observar el piélago verde, inmenso, de la Sabana de Bogotá. Absorto recordaba pasaje en el piso 19 desde la oficina del Dr. Ciro Quiroz M. cuando describía la belleza del paisaje aún no tan entretejida de la selva de cemento actual y él exclamaba: “Imagínate cual sería la impresión de Gonzalo Jiménez de Quezada, cuando desde lo alto de los cerros descubrió ese mar verde de la Sabana de Bacatá”.
Para mí, pisar tierra colombiana, significó un nuevo descubrimiento. Pisaba fuerte y fijo para creerlo. El limitado terminal aéreo de antaño, daba paso a la exigencia del monstruo urbanístico que es la ciudad de Bogotá. Mis puntos de referencia cardinales de norte a sur resultaron ineficientes para ubicarme. Asombrado detenía me sobre las soluciones de vivienda multifamiliares; donde antes había potreros y existían humedales. Majestosos puentes viales y retorcidos puentes peatonales. Todo cambiado. Me perdí. Ya no la conocía. Acudí al mapa y al croquis actualizado, cual novel turista. Sabía que era de esa tierra. Perplejo miraba los semblantes de sus habitantes. Sentía que era mi gente. Palpaba mi nacionalidad. Pese a conocer de pie a pá la Historia de Colombia; de no perder ni un día, análisis acerca de su situación política y el conflicto armado, experimenté la realidad de no manejar los dígitos de la moneda nacional y a las primeras de cambio me tumbaron algunos pesos… pero ya estaba de nuevo en Colombia!.
La motivación de mi regreso y visita a Colombia, fue esencialmente personal y familiar. En el desgaje de los idos reseñaba en crónicas y correspondencia familiar, la muerte de tíos, primos, parientes, amigos, colegas. Ya llegada la tercera edad, cómo no reunirme con mis hermanos y hermanas. Conocer y tratar a mis nietos. Saber de un yerno del que solo veía por fotografías. Conocer sus familias; de donde vendrían. Y lo logré, sin importar el por qué. Cómo se pasan dos semanas de agrado.
Tan solo me reuní con dos de mis amigos del alma. Como para que quedara “entre nosotros doce…” lo de mi visita; la cual se fue extendiendo como noticia, rumor, especulación y encanto.
Pues obvio que me ubico entre los que no conocemos la inmensa geografía colombiana. Por eso destiné una semana a conocer las tierras del Huila. Fui recibido en bienvenida por la familia de un yerno. Recorrí los municipios y al sur, al sur, conocí el Cerro del Pacandé- pirámide natural recubierta de vegetal, de concentrados secretos y reclamos subversivos- rememorando la musicalidad de Silvia y Villalba. Con ojo atento y visor ausculté la opinión popular. Pasé en fechas de festejos sanjuaneros y en estrofas y versos populares resaltaba la inquietud por la defenestración a la naturaleza de las megas represas como las del Quimbo.”El Quimbo resultó un cheque chimbo”, pregonaban. La picaresca popular no asimilaba como era que el señor alcalde de Garzón, suspendía dos conciertos populares con artistas nacionales y orquestas internacionales presentes; además de impedir el desfile de más de quinientos caballistas inscritos “por el peligro que representaba una peste porcina…”.Algo debía pasar por sus alrededores para tal decisión pública; aunado a ello la presencia de patrullas militares, desplazando a la inexistente policía cívica en Colombia. A una pregunta capciosa mía acerca de cuál era el nivel de corrupción en ese municipio, un desperezado vecino me respondió: “cero, por que los del Monte lo controlan todo”. Así comprendí que ya estaba de nuevo en Colombia.
Se sabe cuando se sale de un país; no cuando se regresa. Recuento la dicotomía del ido vuelto y el vuelto ido. Nada dialectico. Resulta un suceso lineal vivido. Logré descargar el costal de penas y recuerdos. Cuantos miles más de compatriotas, podrán o se atreverán a hacerlo. ¡Todo está por dárselo!
San José, Costa Rica, 20 de julio de 2014.
Foto tomada en Museo Casa Botero, Bogotá.
Enviado a SURCOS por el autor.