Para el teólogo brasileño Rubem Alves la cultura es del orden del disfrute, no es una cosa útil, un medio, sino un fin en sí misma. No me como una fruta, dice Alves, pensando y contando las calorías, la disfruto sin cálculos utilitarios. Eso es cultura de la vida. Un razonamiento similar quedó esbozado en la frase del muralista mejicano, Leopoldo Flores (1934-2016) que creó la obra monumental “Cosmovitral Jardín Botánico” en Toluca: “El momento más importante es el momento de la creación, es el momento de la emoción, no cuando la obra se termina y firma puesto que entonces, ya no tiene importancia”. Tal debería ser también la motivación fundamental en el ejercicio del arte de la política o la política como arte.
La misión del político es servir al bien común de su pueblo con generosidad y gratuidad, atender a sus iniciativas y, de esta manera, contribuir a elevar los niveles de participación y organización ciudadana, para el fortalecimiento de nuestro régimen democrático.
Hoy, merece el apoyo la comunidad de Santa Ana que ha venido, durante 15 años, propiciando la idea de convertir una finca de 52 hectáreas, donada por la familia de Lorne Ross, en un Parque Natural Urbano, según un reciente reportaje del Semanario Universidad. Muy sabia la decisión de esa comunidad de crear un parque ecológico cantonal con loables objetivos, entre otros, preservar los recursos naturales y el patrimonio cultural, paliar los efectos del cambio climático y oxigenar nuestras urbes. De esta manera, se complementa el valioso esfuerzo de un país que con gran sabiduría convirtió buena parte de su territorio en Parques Nacionales y áreas de conservación. Con estas iniciativas avanzamos hacia un país “ecológicamente rico” (Silvia Rodríguez), para bien de las presentes y futuras generaciones.
Sin embargo, no solo debemos atender a las nuevas iniciativas en ese campo, sino brindar un apoyo más sustantivo a los proyectos ya existentes, como los Parques Nacionales, Áreas de Conservación y Estaciones Experimentales, que adolecen de recursos para su mejor manejo y funcionamiento.
Así, por ejemplo, contamos con un Parque Nacional del Agua en San Carlos, creado por ley en 1992 y que lleva el nombre de don Juan Castro Blanco, un campesino sancarleño de reconocida trayectoria municipal, y que contribuyó en la creación de varias obras para el progreso y bienestar de su pueblo, incluida la primera cañería del cantón. Este parque cuenta con una extensión de más de 14.000 hectáreas e innumerables nacientes de agua. Un reservorio natural del más preciado recurso para la reproducción de la vida, que hoy provee de agua potable a miles de familias tanto del cantón de San Carlos como de Zarcero. También con cuencas hidrográficas que alimentan ríos y quebradas, contribuyendo a la generación de energía limpia hidroeléctrica. Además, una hermosa laguna, Pozo Verde; un lugar que ha venido recibiendo el aporte de la Cooperativa de Electrificación Rural de San Carlos (COOPELESCA) para mejorar la infraestructura, propiciando mejores espacios para la educación ecológica y el turismo.
Este parque, según la opinión de lideres sancarleños, merece un mayor apoyo en recurso humano debidamente equipado para su cuido y mantenimiento, así como mejoras en infraestructura para atención a visitantes, que cada vez son más, también por esfuerzos promocionales en escuelas y colegios de la zona por parte de COOPELESCA. Sin duda, este tipo de mejoras también revierten en importantes beneficios por la mayor afluencia de turistas.
Como todos sabemos, San Carlos es una de las zonas del país más ricas en recurso hídrico; hay abundancia de quebradas y ríos y de nacientes de agua para consumo humano y animal, así como de aguas termales con propiedades medicinales. Los sancarleños de ayer al igual que los santaneños de hoy tuvieron la visión de impulsar un santuario natural que protegiera la montaña para la preservación del agua. Un ejemplo más de un país que ha sabido apostar con decisión y pasión por la protección y conservación de las fuentes de agua como bien público y no como un mero recurso mercantil para obtener dividendos económicos o políticos.
Hoy, de cara a los desafíos del cambio climático, que ya están devastando a muchas regiones del planeta, generando hambrunas y profundizando las olas migratorias, nuestro país debe renovar su apuesta por la preservación y buen uso de sus recursos naturales. Nuestros Parques Nacionales, áreas de Conservación y Estacione Experimentales deben constituirse en una prioridad de la política pública. Modernizar la infraestructura y contar con más personal especializado y equipo de monitoreo (drones) para una mejor vigilancia de las áreas de conservación y los hábitat de las diversas especies.
Levantemos, una vez más, la bandera de un país que sabe valorar, promover y defender sus recursos naturales y patrimonio cultural, es decir, un país al servicio de una cultura de la vida. Emulemos la actitud ejemplar de solidaridad y gratuidad de personas nacionales y extranjeras, como don Juan Castro y don Lorne Ross, quienes supieron anteponer cualquier interés mercantil o personalista con tal de contribuir a la preservación de la vida en nuestro planeta.
Amigos nos dicen no entender, que exista un parque nacional marino para proteger a tortugas baula, que ya no anidan en los siete kilómetros protegidos de las playas Ventanas, Grande y Langosta. A ellos y a ustedes, les contamos que cuando se creó esa área de conservación, hace tres décadas, llegaban a desovar unas 400 baulas ¡por noche!, por lo cual se justificó, razonablemente, la protección de ese litoral para su anidación, por iniciativa y apoyo de los vecinos que tenían sus viviendas, más allá de los inalienables 50 m de zona pública. ¿Se imaginan lo maravilloso que habrá sido, admirar a lo largo de esos 7 km de playa, cientos de las más grandes tortugas marinas del planeta, en una noche? El espectáculo natural duraba unas 12 semanas, y la dicha de los habitantes que no solo las admiraban, sino que, además, las cuidaban, era indescriptible. ¿Quién, de ellos, querría hacerles daño?
Resulta que los que allí vivían, desde más de 20 años antes de la creación del parque, residían en casas, que, al haber sido construidas del año 1977 para atrás, se determinó la existencia de la «zona marítimo terrestre», que no fueron afectados por la nueva zonificación, pues para entonces, los lotes y viviendas eran propiedad privada, tal y como lo reconoció el expresidente don Daniel Oduber, promotor y ejecutor de la ley.
Así, fueron pasando los años, y los mismos habitantes cercanos a las playas del Parque Nacional, se convirtieron en dedicados guardianes de las tortugas y sus nidos, durante los cuatro meses que duraba la temporada de desove. ¡No existía otro lugar a lo largo de la vertiente del Pacífico latinoamericano, con similar atractivo!, y la conservación era más que una política; era, más bien, una forma responsable de vida, de la cual se sentían muy orgullosos.
Pero un día la situación cambió. Entró en acción, una organización estadounidense de «investigación» (“The Leatherback Trust”) que ejecutó experimentos que jamás entendimos ¡cómo fueren avalados por nuestras autoridades ambientales! Y no lo entendimos entonces, ni lo entendemos hoy, pues usaron procedimientos experimentales, en los cuales sacrificaron tortugas baula recién nacidas, 1- congelándolas hasta morir, 2- con inyecciones letales al corazón, 3- anestesiándolas o 4- decapitándolas, según las publicaciones científicas generadas a partir de ellos. El Fideicomiso Baulas (así conocida en español) era una Organización vinculada con autoridades ambientales del gobierno de la República, que compartían sus objetivos. Gracias a esa comunión de ideas, se «compró la idea» de que todas las propiedades ubicadas a lo largo de 7 km de playas, atrás de los 50m del parque marino, ¡eran parte del mismo!, y que, por tanto, tendrían que ser expropiadas. Ante dichas acciones impulsadas por el ente extranjero, lo primero que hicieron los habitantes que, de un día para otro, amanecieron viviendo dentro de un parque nacional, fue hacer una lectura de la Ley de Creación del parque marino, para tratar de entender, el origen de ese gran conflicto que sorprendía a cientos de propietarios vecinos del área de conservación. Al hacerlo así, por un momento la tranquilidad imperó nuevamente, pues en el texto del artículo 1°de la Ley N°7524 de 1995, se lee que, además de los 50m de playa, manglares y unos islotes, el parque cuenta, además, con un área marítima marcada por “una línea imaginaria paralela a la costa, distante 125 metros de la pleamar ordinaria aguas adentro». No había pues, nada especial o desconocido por qué preocuparse, pues la legislación reafirma cuáles son los límites del parque, y, de paso, reitera los derechos conocidos desde 1977 (Ley de la zona marítimo terrestre) y posteriormente, en 1995, como vemos, en la Ley de Creación del Parque Nacional marino.
Cabe mencionar, que con ello se cumplía a cabalidad, uno de los objetivos de los parques nacionales, cual es el de involucrar a las comunidades vecinas, a ser partícipes de los beneficios derivados de la conservación ambiental. En este caso, además de la sensación de orgullo, inherente a ser partícipes de la protección efectiva de las monumentales tortugas baula, y sus playas anidación, esas personas gozaban de un privilegio incomparable.
Pero sucedió algo insólito, que este biólogo todavía no logra entender. Como parte de movimientos de un juego de ajedrez, con dos reinas negras o algo equivalente, desde la Procuraduría General de la República, salió «un papel», que dice que, donde en la ley se lee «125 metros de la pleamar ordinaria aguas adentro«, se habrá de leer «125 metros de la pleamar ordinaria TIERRA ADENTRO». ¡Así como lo narramos! Con esa determinación estrictamente ilegal, pues no se puede calificar diferente, el ministro de Ambiente Carlos Manuel Rodríguez, puso a correr al personal del Minae, y en pocas semanas se empezaron a procesar expropiaciones millonarias, sin contar, además, con los dineros para ejecutarlas, pero sí con los instrumentos que evitaban, de paso, el desarrollo equilibrado que responsablemente propuso la Municipalidad de Santa Cruz, con la asesoría de la Universidad Nacional, para el área vecina a las playas del parque, definidas en su Ley de Creación. Reglamento de zonificación que fuese atacado en la Sala Constitucional, con argumentos que se reflejan en el oscuro voto que precipitadamente, lo rechazó.
Hoy, unos 20 años después de esa insólita acción gubernamental, como lo vaticinamos entonces a partir de la información disponible, la horrorosa matanza de tortugas baula en el Pacífico sur, a miles de kilómetros de las playas costarricenses, acabaría con las poblaciones de tortugas baula que justificaron la creación del Parque Nacional en Guanacaste. Ahora, una sensación de profunda tristeza invade a los habitantes cercanos a sus 7 km de playas, pues las grandes tortugas marinas, esos fósiles vivientes, que, desde hace unos 100 millones de años, surcan los mares del planeta, dejaron de anidar en las playas guanacastecas del área de conservación, creada para protegerlas. Así que, hoy, mis amigos, Costa Rica tiene un parque nacional para conservar baulas… ¡sin baulas!
Cuando cierta vez leímos que el Benemérito de la Patria, Dr. José María Orozco, en medio de su formidable trabajo conservacionista, había propuesto en 1938, crear «un parque nacional. El primero de los que ha de reclamar el adelanto del país… en el monte del volcán Poás», como hoy lo conocemos luego de formalizarse como el primer parque nacional de Costa Rica, de verdad que valoramos su visión, reconocimos su esfuerzo y lo vimos desde entonces, como «Padre de los Parques Nacionales». Y lo vislumbramos así por haberse adelantado más de 20 años, a lo que luego se iría forjando en Costa Rica, como parte de una tendencia mundial, por lo que abogamos junto a otros ciudadanos (obviamente sin éxito) porque con su ilustre nombre se bautizara el Parque Nacional Volcán Poás. Biólogo distinguido que también por esos años, propuso la creación de reservas naturales, la conversión de las islas San Lucas y Chira en sitios de conservación de especies forestales, y, por lo que es más conocido y admirado, por haber tenido el buen tino de escoger la guaria morada como Flor Nacional.
Pasó el tiempo y con el desarrollo de la ecología como ciencia, en momentos en que avanzaba la destrucción ambiental en el planeta y la preocupación ya provocaba reuniones internacionales, surgió una serie de costarricenses y científicos extranjeros especializados en temas ambientales, ocupados en la tarea urgente de crear áreas de conservación. Algunos, desde posiciones vinculadas a instituciones gubernamentales como el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), vieron la necesidad de avanzar en la preservación de, al menos, algo de la riqueza natural del país, cuyos bosques estaban siendo arrasados, a una tasa de deforestación que no tenía parangón a nivel mundial. Ello, entre otros, consecuencia de un concepto de «desarrollo», que consideraba la tala del bosque como una «mejora» que, incluso, propiciaba que se incentivara legalmente la destrucción de los “improductivos bosques”, por quienes consideraban que el país podría desarrollarse principalmente a partir de la ganadería extensiva y los monocultivos, cuya frontera se veía interrumpida por los árboles, arbustos, charrales, humedales, y todo lo que obstaculizaba, decían, el progreso nacional.
Pues bien, en medio de esa miopía circunstancial, hubo quienes, herederos de las iniciativas del Dr. Orozco, y en respuesta a la necesidad de contar con áreas de conservación que enfrentaran a los que efectivamente veían la destrucción como desarrollo, se ocuparon por preservar áreas del país. En esa carrera desigual, ¡había que crear parques nacionales y otras áreas de conservación!, pero no se sabía cómo acometer esa grandiosa tarea. Los recursos humanos y financieros, eran limitadísimos; lo que sí era inmensa, era la incomprensión hacia esa tarea marginal, improductiva, en un país que demandaba el cumplimiento de otras prioridades. El MAG estaba para fomentar la ganadería, aunque fuese extensiva, pues era fuente de divisas extranjeras que tanto necesitaba el país para pagar productos importados, para satisfacer ciertas necesidades. Y, por supuesto, para cultivar, ojalá productos de exportación, también generadores de divisas.
En medio de esa situación predominante, que aún persiste en algunas personas, estaban quienes hablaban de la necesidad de crear parques nacionales, sin saber cómo. Desde unos vetustos escritorios, rodeados de ingenieros agrónomos que de ecología no conocían ni su definición, se hablaba de ello, se pensaba qué hacer, pero no se avanzaba en forma significativa.
Las ideas volaban, pero los recursos humanos y materiales escaseaban, y la experiencia era apenas incipiente.
Por otro lado, los doctores Joseph Tosi, Leslie Holdridge y Alexander Skutch, muy especialmente, con sede en el Centro Científico Tropical (CCT), ya para fines de la década del 60, gozaban del conocimiento técnico-científico necesario para tomar decisiones sólidas y bien fundamentadas, sobre cuáles áreas de Costa Rica podrían ir conformando ese ansiado conjunto de áreas de conservación, en general, y parques nacionales, en particular. Ya en el CCT se conocían las zonas de vida y ecosistemas excepcionales que habría que documentar en el terreno, pero llegar a ellos con equipos de funcionarios era casi imposible, empezando por las vías de comunicación casi inexistentes.
Así que había un gran pero que no parecía poder resolverse fácilmente. ¿Quiénes se aventurarían hasta los rincones más inaccesible, para, desde el terreno, desde los humedales, desde los bosques secos, desde las cavernas, desde los páramos, desde los arrecifes marinos, desde los sitios arqueológicos, desde los grandes bosques, desde las playas con sus ecosistemas vegetales contiguos, desde las remotas playas en que anidan las tortugas marinas en ambas vertientes, sitios todos ellos remotos y de casi imposible acceso, en que habría de investigarse sus características biológicas y socioeconómicas, tomar notas, identificar especies, enfrentar peligros naturales y de personas hostiles, al tiempo que muy posiblemente, habría de enfrentar hambre y otros inconvenientes?
Se miraba alrededor y no se veía cómo resolver esa tarea imprescindible, fundamental, insustituible. No se contaba con siquiera carreteras rústicas, y en los lugares a estudiar, no había ni senderos que pudieran seguirse con seguridad, por lo que la ausencia de facilidades materiales, indiscutiblemente eran barreras casi infranqueables. Habría que emprender peligrosas caminatas, en lugares secos, boscosos y en pantanos, hasta quién sabría dónde, sin conocer los caminos de regreso, en medio de la incomprensión de dispersas comunidades que les mirarían con sumo recelo, pues temían por sus tierras casi todas adquiridas informalmente, por lo cual los extraños podrían andar como parte de las gestiones que les cuestionarían su presencia en ellas. ¿Quiénes se aventurarían?, reiteraban, y todo ello sin poder ganar un salario consecuente a la magna tarea.
Se reconocía que en Costa Rica no habría cómo conformar un equipo humano calificado, dispuesto a aceptar retos semejantes, con la energía y convicción necesarias, que garantizaran los resultados soñados, mientras los días, meses y años seguían pasando.
Mientras se cavilaba alrededor de esa casi imposible tarea, que estaba impidiendo avanzar sustancialmente en la creación de parques nacionales y otras áreas de conservación, se crea, prácticamente en el papel, en un rincón del MAG, un Servicio de Parques Nacionales, encargado de volcanes como el Poás, el Irazú, el Turrialba y otras áreas cercanas al valle central. Álvaro Ugalde y Mario Boza, cumplieron esa tarea y otras conexas, sin lograr avances significativos, pues aún dentro de los gobernantes, se expresaban contradicciones propias del desconocimiento sobre la importancia de preservar la riqueza natural. Ejemplo de ello, fue el proyecto de ley publicado en La Gaceta del 25 de diciembre de 1966, con que se pretendía alquilar la isla del Coco, por 40 años, por un colón al año, para un desarrollo turístico con capital alemán, aprobado así, con evidente entusiasmo, en comisión legislativa. La situación pues, no era fácil.
Mientras eso pasaba, allá en un pueblito rural estadounidense en la cuenca del río Misisipi, un muchacho que como niño había hecho «diabluras» en pro de la protección de especies silvestres, metiéndose en problemas con sus maestros y profesores, e incluso con su familia, se desarrollaba como un rebelde adolescente, quien no solo convirtió la bañera familiar en refugio temporal de tortugas, serpientes y renacuajos, sino que además protestó indignado por las ranas que habrían de ser disecadas en clases de laboratorio de biología. Luego, en «college», regresó a su hábitat las ardillas que su profesor había prometido no sacrificar como parte de un experimento, muchas veces sin sentido, como los que nosotros también vimos en la Universidad, sin que protestáramos como él sí lo hizo valientemente, a riesgo de ser expulsado de la institución.
Corría la década del 60, y las manifestaciones contra la masacre que Estados Unidos llevaba a cabo en el lejano Viet Nam, tampoco le fueron indiferentes. Su conciencia le impedía aceptar la quema de los bosques con una gasolina gelatinosa llamada napalm, y mucho menos, el dolor y muerte, de niños y adultos, mujeres y hombres, que los bombarderos B52 y las fuerzas terrestres, infringían a millones de civiles, por órdenes recibidas desde la Casa Blanca en Washington. Tan real fue su actitud, tan convincente, que no les quedó más que ubicarlo como «objetor de conciencia», lo que lo libró ser cómplice de esa criminal matanza, que tantas consecuencias físicas y psicológicas, paradójicamente, ha tenido para los entonces jóvenes que fueron forzados a participar de esa guerra injusta.
Deseoso de alejarse del ambiente racista y de represión que se vivía en muchas ciudades de los Estados Unidos en 1968, ese muchacho, casi adolescente, buscó el aire fresco y la naturaleza que ya había conocido meses antes y que añoraba, en un país centroamericano de gente amable, sin fuerzas armadas desde unas dos décadas antes, llamado Costa Rica. Y la oportunidad se le presentó, cuando se alistó en el Cuerpo de Paz, creado por el Congreso de los Estados Unidos en 1961, con el fin de que jóvenes voluntarios pudieran “promover la paz y la amistad mundial… bajo condiciones difíciles si es necesario”.
Así, con esa misión 13 muchachos voluntarios, entre ellos el muchacho rebelde con causa de que hablamos, el hoy Dr. Christopher Vaughan, llegó un día de 1971 al Aeropuerto Internacional El Coco, “armado” con dos cámaras fotográficas, compradas con lo ganado trabajando en una gasolinera en 1969, una mochila y su libreta de apuntes diarios, pero dispuesto a disfrutar del verdor del país del que se había enamorado, y de la paz y amabilidad que imperaba entre su gente.
No más llegando, y sin conocerlo, pero consciente de las grandes necesidades que estaban impidiendo avanzar en la creación de parques nacionales que el país requería, desde la dirección de parques nacionales en el Ministerio de Agricultura y Ganadería, el ingeniero agrónomo Mario Boza, en un papel le anotó cuál iría a ser su tarea: BUSCAR ÁREAS QUE PUDIERAN CONVERTIRSE EN PARQUES O RESERVAS. Para lo cual, por supuesto, debía hacer un inventario a nivel nacional para hallar áreas con características excepcionales o una zona de vida determinada, para luego escribir informes con los límites preliminares, planos, recursos, urgencia, estimación de costo de la tierra. Tarea seguramente pensada para un equipo multidisciplinario, pero que se le estaba planteando a él individualmente, cuando apenas estaba llegando al país.
Cuenta Chris en su extraordinario libro “Parques nacionales de Costa Rica: su búsqueda en los 70”, “estaba horrorizado, pues mi tarea era descomunal”.
Como apoyo “de oficina” principalmente, contaba con el equipo científico del Centro Científico Tropical, Tosi, Holdridge, Skutch, y el naturalista Olof Wessberg, con quienes se reunía (principalmente con Tosi), para analizar sus apuntes y señalar tareas inmediatas, antes de partir de gira y a su regreso, después de literalmente, haber pasado hambre, soportado situaciones impensadas, desvelado muchas veces, bajo situaciones de incertidumbre frecuentes.
Pero fue tal el éxito logrado por Christopher Vaughan (Chris, como le conocemos sus amigos y discípulos) que no le importaban los sacrificios y penalidades vividas, ¡siempre sin quejarse ante nadie!, mientras caminaba por senderos de dantas, porque el baqueano estaba “de goma”; mientras se exponía a los enfrentamientos violentos que se deban por lucha de tierras entre campesinos y empresas poderosas como Osa Productos Forestales (OPF), principalmente en la península de Osa, donde luego se establecería el Parque Nacional Corcovado; por las inclemencias del tiempo en zonas de humedales con abundante fauna amenazante; mientras se alimentaba solo de atún enlatado y algunas galletas; mientras dormía en un rancho con alacranes por doquier que para evitar que se subieran a los camones, la patas se introducían en latas con agua; mientras las pulgas, las hormigas y otros insectos no lo abandonaban durante los días en que, con gran esfuerzo, trataba de cumplir bien su misión; mientras se encontraba en media selva con visitantes imprevistos como los felinos; mientras se vio comprometido a comer carne de puma y de danta, ofrecido por unos buenos vecinos, a los que no se les podía decir que no para que no lo vieran como un enemigo; mientras exhausto y empapado, tenía que meterse en su bolsa de dormir, dominado por el cansancio; mientras se quedó “varado” en un lejano lugar en espera de un bote, que irregularmente hacía recorridos hacia los destinos a los que esperaba llegar; mientras tenía que dejar escondida su moto en la maleza, ante la ausencia siquiera de un trillo que le permitiera seguir adelante.
¡Mas qué importan todas esas situaciones si veía, casi cotidianamente, cómo se iban creando los parques nacionales que, con su invaluable aporte, se estaban forjando!, y que, de otra manera, no se podrían haber creado.
“A finales de 1985, 19 de los 26 sitios que visité entre 1971 y 1974 estaban legalmente creados: nueve parques nacionales, un monumento nacional, cinco reservas biológicas, una reserva privada, una zona protectora y dos refugios nacionales de vida silvestre”, nos narra en su libro, por lo que no en vano, confiesa que esos años fueron “los más emocionantes y gratificantes de mi vida”.
Pues si para Chris así fueron esos años, para nosotros los costarricenses, fueron una bendición. Leyendo el libro nos preguntábamos sobre lo que sería hoy el sistema de áreas de conservación en Costa Rica, que pasó de poco más de 33.000 hectáreas, a tener más de un millón trescientas mil hectáreas, si aquel muchacho de genuino espíritu conservacionista, jamás se hubiera enamorado de nuestro país. Si aquel joven voluntario del Cuerpo de Paz, hubiera rechazado las tareas monumentales que le asignaron, o si unas semanas después, hubiera dicho, comprensiblemente, ¡ya no puedo más!
No tenemos duda alguna, que esa lucha diaria de Chris, en contra de las motosierras, las hachas, los machetes, las escopetas, los tractores, que casi alcanzaban sus talones, se habría perdido sin su entrega a la conservación ambiental. Los grandes científicos y atentos administradores que recibían de él los informes muy completos, acompañados de cientos de fotografías valiosísimas (cientos de ellas copiadas generosamente en el citado libro), seguramente se maravillaban por el estupendo trabajo que, casi siempre solitario, realizaba ese joven amante de la naturaleza y, circunstancialmente, forjador de nuestros parques nacionales.
Por ello, y más, los costarricenses, y los amantes de la naturaleza de todo el planeta, tenemos una gigantesca deuda con Christopher Vaughan, aunque ni él la reconoce como tal, ni la está cobrando.
Lo único que seguramente estará pidiendo, es que no se considere que la obra está terminada, pues como vimos recientemente con el presidente Chaves, hay mucha ignorancia alrededor de los asuntos ambientales, cuando dijo sarcásticamente, que tiene un plan para Caño Negro que señalará “cuántos predios están en disputa, cuánta tierra hay que declarar refugio, para compensarle a las ranitas, las culebras y los venados”, para agregar, “Por ahí de los años 90 a alguien se le ocurrió la ocurrencia de ay, qué bonito, desde algún escritorio ahí en Zapote le echan la firma a un decreto ejecutivo…”. Si alguna vez leyera el libro publicado por la Editorial Tecnológica de Costa Rica, seguros estamos de que su criterio sería justo.
Finalmente, creemos que la obra de Chris habrá de continuarse, como tarea individual de todos los habitantes de esta tierra venerada. Solo así, saldaremos al menos un poquito la deuda que con él tenemos. Costa Rica sería muy diferente, hoy si aquel joven no hubiera venido a compartir sus anhelos y sueños en pro de la naturaleza. Si el “Forjador de los Parques Nacionales” no nos hubiera regalado, con su entrega desinteresada, ese valioso tesoro que honra a Costa Rica.
Para justificar la presentación de un proyecto de ley, heredado de la administración de Carlos Alvarado, con el cual crear un mecanismo legal que permitiera a pobladores, que una mala decisión del Instituto Geográfico Nacional (IGN) dejó dentro del Refugio de Vida Silvestre Corredor Fronterizo Norte, y que injustificadamente (como en México de Upala), ¡ubicó en territorio nicaragüense! parte de sus propiedades, el presidente Chaves dijo unas cosas que preocupan mucho y dan coraje. Y es así, porque a partir de su desconocimiento de cuán grande ha sido el esfuerzo por salvar de la destrucción, áreas de conservación vitales para los costarricenses, al contrario de presidentes de la República anteriores, como Oduber y Figueres Ferrer, especialmente, que comprendieron la trascendencia de salvar para las futuras generaciones, riqueza natural que estaba a punto de perderse por acciones depredadores de personas sin conciencia ambiental, Chaves se burla de esos magnos esfuerzos.
Al ignorar que, gracias a ese refugio fronterizo, se ha logrado proteger una rica variedad de especies vegetales, hábitat de importantes poblaciones de jaguares, venados, coyotes, zaínos, aves palmípedas y zancudas, tiburones toro, peces sierra, así como poblaciones de manatíes y peces gaspar, Chaves lanza una de sus amargas ironías, para, según él, impulsar, con esos «argumentos», el proyecto de ley que, según prometió en Upala, enviaría a la Asamblea Legislativa dentro de diez meses.
Dijo Chaves, que “Por ahí de los años noventa a alguien se le ocurrió la ocurrencia de ‘ay, qué bonito hacer una reserva natural en Caño Negro, qué bonito, desde algún escritorio ahí en Zapote le echan la firma a un decreto ejecutivo y, como decía Pancho Villa, ‘afusílenlos y pregunten después’. ¿Había escuelas ahí? ¿Había pueblos ahí? ¿Había iglesias ahí? Décadas de esa ocurrencia. Le pusieron la firma y les quitaron a ustedes cualquier derecho y acceso a los servicios públicos”.
Afirmación demagógica que permite vislumbrar que, efectivamente, nunca llegó a conocer el formidable trabajo realizado por el forjador más dedicado a la creación de áreas de conservación, en momentos en que, en Costa Rica, pocos habían oído hablar siquiera de un «parque nacional». Y es que gracias al entonces jovencito Christopher Vaugham, en el campo, y a la guía de grandes científicos del Centro Científico Tropical, como Joseph Tosi y Leslie Holdridge, en San José, para el muchacho del Cuerpo de Paz, no existieron barreras para que pudiese cumplir, con gran sacrificio, la monumental tarea de recorrer, soportando las condiciones más precarias y peligrosas, todos los rincones del país, desde ambas vertientes a las montañas más altas, observando, investigando, dialogando, tomando notas de las especies que habría que proteger, mientras trataba de ganarle la carrera, a las amenazas hijas de la mayor tasa de deforestación en el planeta, que sufría Costa Rica en los años 70.
Agregó Chaves: “Yo amo la naturaleza, yo creo en proteger el ambiente; pero antes uno se va a fijar. Yo no me quejo de las tortas de alguien más; mi trabajo es arreglarlas. Se acabó el humo, la hablada, el hay que hacer, porque ya estamos haciendo. Este es un Gobierno de gerentes; no de habladores. El plan señala cuántos predios están en disputa, cuánta tierra hay que declarar refugio, para compensarle a las ranitas, las culebras y los venados».
Pues han de saber los que escucharon y leyeron al presidente, que la creación de parques nacionales y otras áreas de conservación, no han sido ocurrencias sin fundamento, ni tampoco se puede disminuir al mínimo grotesco, la importancia de la flora y fauna que se ha logrado preservar. No es un asunto de unas «ranitas», sino de una riqueza natural invaluable, irreparable, que hoy se protege en más de un millón trescientas mil hectáreas del territorio nacional, aunque ello moleste a Chaves, quien se dice amante de la naturaleza.
El proyecto “Vínculo interdisciplinario para la contribución a la salud ecosistémica en la Áreas de Conservación Pacífico Central” (ACOPAC) desarrollado de manera interdisciplinaria por el Dr. Mauricio Jiménez de la Escuela de Veterinaria UNA, la Dra. Mónica Retamosa del Instituto de Internacional de Conservación y Manejo Vida Silvestre-UNA y la Dra. Marisol Vidal Castillo de la División de Educación Rural del CIDE-UNA, han entregado a la Embajada de Bolivia y al señor Vice-Ministro de Educación, el módulo “Sentir, pensar y convivir con los animales”, documento elaborado de manera participativa con la Escuela de Manuel Antonio.
Desde el proyecto se ha premiado con una medalla a los niños y niñas que han participado en tan importante investigación, que ha permitido documentar el estado de salud de las mascotas en los hogares y a la vez, ha generado proceso un educativo para construir un acercamiento respetuoso y amoroso con la Madre Tierra y los animales con quienes convivimos día con día.
La UNA inspira su accionar en el lema de Universidad Necesaria, por este motivo en el material educativo se destacan los Derechos de la Madre Tierra, los Derechos de los Animales y los Derechos de los niños y las niñas. De esta manera, aportamos a construir un pensamiento social como alternativa para que seamos conscientes de la urgente necesidad de tejer la vida a partir de trascender el antropocentrismo y darnos a la tarea de asumir el enfoque bio-céntrico.
El módulo trascendió las fronteras nacionales y fue entregado en la nación hermana Nicaragua; ahora viajará a Guatemala, Honduras, Belice, Panamá, El Salvador, Colombia y Ecuador.
Colaboración
Master Marisol Vidal Castillo
Académica UNA
Enviado a SURCOS Digital por Msc. Efrain Cavallini Acuña, Asesor Comunicación, Rectoría UNA.
Universitarios fueron galardonados en el Festival de la Tortuga Baula 2015
Los universitarios recibieron el premio, el pasado 7 de marzo, de manos del señor Rodney Piedra, administrador del Parque Nacional Marino las Baulas (foto: cortesía Programa de Voluntariado).
El Programa de Voluntariado de la Universidad de Costa Rica recibió un reconocimiento por parte de funcionarios del Parque Nacional Marino las Baulas, por su trayectoria y apoyo en materia de conservación de la fauna marina y del ambiente.
Los universitarios recibieron este premio, el 7 de marzo, en el marco de celebración del XII Festival de la Tortuga Baula, actividad en la que miembros del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (SINAC) y del Área de Conservación Tempisque (ATC) junto a vecinos de la comunidad festejaron el cierre de la temporada de anidación de las tortugas marinas.
El Programa de Voluntariado de la Universidad de Costa Rica recibió un premio por el apoyo que le ha brindado al Parque Nacional Marino las Baulas (foto: cortesía Programa de Voluntariado).
El premio le fue otorgado al Programa de Voluntariado de la UCR por su contribución en la organización de las 12 ediciones del Festival de la Tortuga Baula, así como por su apoyo en labores de conservación del ambiente y la fauna marina.
Por más de una década, el Programa de Voluntariado ha apoyado al Parque Nacional Marino las Baulas en labores de cuido de tortugas y de los nacimientos; patrullaje en conjunto con los guarda parques; reciclaje y recolección de residuos sólidos; así como en la logística y ejecución de todas las ediciones del Festival de la Tortuga Baula.
Durante el festival, estudiantes del Programa de Voluntariado de la UCR realizaron presentaciones musicales y de break dance (foto: cortesía Programa de Voluntariado).
La M.Sc. Ligia Delgadillo, coordinadora del Programa de Voluntariado manifestó que fue muy satisfactorio recibir el reconocimiento por parte de estudiantes, miembros de la comunidad, funcionarios del Área de Conservación Tempisque (ATC) y del Viceministro de de Aguas, Mares, Costas y Humedales, el Mag. Fernando Mora Rodríguez, quien también estuvo presente en la duodécima edición del festival.
“Esta es una de las ediciones que quedará plasmada en la historia de este festival y de la trayectoria que ha tenido el Programa de Voluntariado UCR; esto nos motiva a seguir brindando el apoyo en los próximos años, y que con el pasar de cada año, este siga creciendo aportando talento y el sentimiento voluntario a este festival” añadió Delgadillo.
Además de participar con presentaciones culturales, los y las estudiantes del Programa de Voluntariado contribuyeron con la organización del Festival de la Tortuga Baula 2015 (foto: cortesía Programa de Voluntariado).
Asimismo, la coordinadora general del Programa de Voluntariado de la UCR explicó que este reconocimiento respalda el aporte y el impacto que tiene el voluntariado nacional.
“Este premio visibiliza que el voluntariado nacional existe y es fuerte, y asimismo reconoce el esfuerzo que hace la universidad para lograr enviar a los estudiantes a distintos áreas de conservación y a las comunidades en beneficio de la sociedad costarricense” agregó Delgadillo.
Vecinos de la comunidad, miembros del Programa de Voluntariado de la UCR y funcionarios del Parque Marino las Baulas se unieron para celebrar la duodécima edición del Festival de la Tortuga Baula 2015 (foto: cortesía Programa de Voluntariado).
Entre el 2013 y el 2014, el Programa de Voluntariado de la Universidad de Costa Rica involucró a más de 1500 estudiantes, en 93 proyectos de conservación del ambiente y de apoyo a las comunidades.
Festival de la Tortuga Baula 2015
La M. Sc. Ligia Delgadillo junto al Viceministro de de Aguas, Mares, Costas y Humedales, el Mag. Fernando Mora Rodríguez, en la celebración del duodécimo Festival de la Tortuga Baula 2015 (foto: cortesía Programa de Voluntariado).
Vecinos de la comunidad, estudiantes de escuelas aledañas, miembros del Programa de Voluntariado de la UCR y funcionarios del Parque Marino las Baulas celebraron a través de actividades culturales y artísticas, la duodécima edición del Festival de la Tortuga Baula 2015.
En medio de la música de las bandas estudiantiles, los participantes del festival celebraron la culminación del período de anidación de tortugas marinas en la zona y aprovecharon para hacer un llamado a conservar el recurso hídrico, la fauna marina y el ambiente en general.
Con pancartas y otras ilustraciones, los participantes se movilizaron por los alrededores de la comunidad para concienciar a la población sobre la importancia de preservar el legado natural del país.
Como parte de las actividades culturales, miembros del Programa de Voluntariado de la UCR deleitaron al público con presentaciones musicales y de break dance.
El Programa de Voluntariado de la UCR ha estado presente en todas las ediciones del Festival de la Tortuga Baula, durante 12 años consecutivos miembros de este programa han contribuido con las actividades y organización del festival.