Baulas en su paradoja

Freddy Pacheco León

Amigos nos dicen no entender, que exista un parque nacional marino para proteger a tortugas baula, que ya no anidan en los siete kilómetros protegidos de las playas Ventanas, Grande y Langosta. A ellos y a ustedes, les contamos que cuando se creó esa área de conservación, hace tres décadas, llegaban a desovar unas 400 baulas ¡por noche!, por lo cual se justificó, razonablemente, la protección de ese litoral para su anidación, por iniciativa y apoyo de los vecinos que tenían sus viviendas, más allá de los inalienables 50 m de zona pública. ¿Se imaginan lo maravilloso que habrá sido, admirar a lo largo de esos 7 km de playa, cientos de las más grandes tortugas marinas del planeta, en una noche? El espectáculo natural duraba unas 12 semanas, y la dicha de los habitantes que no solo las admiraban, sino que, además, las cuidaban, era indescriptible. ¿Quién, de ellos, querría hacerles daño?

Resulta que los que allí vivían, desde más de 20 años antes de la creación del parque, residían en casas, que, al haber sido construidas del año 1977 para atrás, se determinó la existencia de la «zona marítimo terrestre», que no fueron afectados por la nueva zonificación, pues para entonces, los lotes y viviendas eran propiedad privada, tal y como lo reconoció el expresidente don Daniel Oduber, promotor y ejecutor de la ley.

Así, fueron pasando los años, y los mismos habitantes cercanos a las playas del Parque Nacional, se convirtieron en dedicados guardianes de las tortugas y sus nidos, durante los cuatro meses que duraba la temporada de desove. ¡No existía otro lugar a lo largo de la vertiente del Pacífico latinoamericano, con similar atractivo!, y la conservación era más que una política; era, más bien, una forma responsable de vida, de la cual se sentían muy orgullosos.

Pero un día la situación cambió. Entró en acción, una organización estadounidense de «investigación» (“The Leatherback Trust”) que ejecutó experimentos que jamás entendimos ¡cómo fueren avalados por nuestras autoridades ambientales! Y no lo entendimos entonces, ni lo entendemos hoy, pues usaron procedimientos experimentales, en los cuales sacrificaron tortugas baula recién nacidas, 1- congelándolas hasta morir, 2- con inyecciones letales al corazón, 3- anestesiándolas o 4- decapitándolas, según las publicaciones científicas generadas a partir de ellos. El Fideicomiso Baulas (así conocida en español) era una Organización vinculada con autoridades ambientales del gobierno de la República, que compartían sus objetivos. Gracias a esa comunión de ideas, se «compró la idea» de que todas las propiedades ubicadas a lo largo de 7 km de playas, atrás de los 50m del parque marino, ¡eran parte del mismo!, y que, por tanto, tendrían que ser expropiadas. Ante dichas acciones impulsadas por el ente extranjero, lo primero que hicieron los habitantes que, de un día para otro, amanecieron viviendo dentro de un parque nacional, fue hacer una lectura de la Ley de Creación del parque marino, para tratar de entender, el origen de ese gran conflicto que sorprendía a cientos de propietarios vecinos del área de conservación. Al hacerlo así, por un momento la tranquilidad imperó nuevamente, pues en el texto del artículo 1°de la Ley N°7524 de 1995, se lee que, además de los 50m de playa, manglares y unos islotes, el parque cuenta, además, con un área marítima marcada por una línea imaginaria paralela a la costa, distante 125 metros de la pleamar ordinaria aguas adentro». No había pues, nada especial o desconocido por qué preocuparse, pues la legislación reafirma cuáles son los límites del parque, y, de paso, reitera los derechos conocidos desde 1977 (Ley de la zona marítimo terrestre) y posteriormente, en 1995, como vemos, en la Ley de Creación del Parque Nacional marino.

Cabe mencionar, que con ello se cumplía a cabalidad, uno de los objetivos de los parques nacionales, cual es el de involucrar a las comunidades vecinas, a ser partícipes de los beneficios derivados de la conservación ambiental. En este caso, además de la sensación de orgullo, inherente a ser partícipes de la protección efectiva de las monumentales tortugas baula, y sus playas anidación, esas personas gozaban de un privilegio incomparable.

Pero sucedió algo insólito, que este biólogo todavía no logra entender. Como parte de movimientos de un juego de ajedrez, con dos reinas negras o algo equivalente, desde la Procuraduría General de la República, salió «un papel», que dice que, donde en la ley se lee «125 metros de la pleamar ordinaria aguas adentro«, se habrá de leer «125 metros de la pleamar ordinaria TIERRA ADENTRO». ¡Así como lo narramos! Con esa determinación estrictamente ilegal, pues no se puede calificar diferente, el ministro de Ambiente Carlos Manuel Rodríguez, puso a correr al personal del Minae, y en pocas semanas se empezaron a procesar expropiaciones millonarias, sin contar, además, con los dineros para ejecutarlas, pero sí con los instrumentos que evitaban, de paso, el desarrollo equilibrado que responsablemente propuso la Municipalidad de Santa Cruz, con la asesoría de la Universidad Nacional, para el área vecina a las playas del parque, definidas en su Ley de Creación. Reglamento de zonificación que fuese atacado en la Sala Constitucional, con argumentos que se reflejan en el oscuro voto que precipitadamente, lo rechazó.

Hoy, unos 20 años después de esa insólita acción gubernamental, como lo vaticinamos entonces a partir de la información disponible, la horrorosa matanza de tortugas baula en el Pacífico sur, a miles de kilómetros de las playas costarricenses, acabaría con las poblaciones de tortugas baula que justificaron la creación del Parque Nacional en Guanacaste. Ahora, una sensación de profunda tristeza invade a los habitantes cercanos a sus 7 km de playas, pues las grandes tortugas marinas, esos fósiles vivientes, que, desde hace unos 100 millones de años, surcan los mares del planeta, dejaron de anidar en las playas guanacastecas del área de conservación, creada para protegerlas. Así que, hoy, mis amigos, Costa Rica tiene un parque nacional para conservar baulas… ¡sin baulas!