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Etiqueta: Memo Acuña

Las aspas que mueven las ciencias sociales hoy

M.Sc. Guillermo Acuña González
Decano en funciones
Facultad de Ciencias Sociales

11 de marzo de 2024

Señor Rector de la Universidad Nacional, Máster Francisco González Alvarado; querida invitada especial, conferencista de esta noche, Doctora Arlette Pichardo Múñiz: bienvenida a esta su casa de siempre; queridos y queridas estudiantes, personal académico y administrativo que nos acompaña esta noche.

Queridos y queridas compañeras del Decanato de la Facultad de Ciencias Sociales, mi cariño y admiración siempre por el trabajo que realizan. Un reconocimiento especial para las personas que componen la Comisión de 50 aniversario: Martha, Ana Beatriz, Maria Eugenia, Aron, Jessica, Kerlyn, Hugo, Tamara, Mary Luz, Carolina, Karol, Mayela, Mariana, Milagro y Guisella.

Antes de compartir mis palabras de esta noche, me voy a permitir enviar un saludo muy especial a nuestra querida Decana, la Doctora Martha Sánchez López, quien no nos acompaña el día de hoy. Durante su ejercicio de muchos años en la decanatura de nuestra facultad, ha contribuido a fortalecer el trabajo, construir los sueños y pensar que todo es posible. Para vos, Martha querida, estas reflexiones que comparto. De igual manera, quisiera hacer un reconocimiento a nuestra directora ejecutiva, la Master Mayela Vega Fallas, cuya visión estratégica y acertada nos ha llevado a otros puertos durante todos estos años.

Estimados, estimadas.

En el año 2009, al emitir su discurso de aceptación del Premio Cervantes, el escritor mexicano José Emilio Pacheco evocó el poder de la historia, que siempre será una historia hecha desde la persona, primero, y que luego trasciende hacia la colectividad.

Recordó el año en el que junto con sus compañeros de clase de primaria arribó a la ciudad de México y presenció por primera vez en su vida una puesta teatral sobre la obra “El Quijote de la Mancha” y lo relacionó con la fecha de nacimiento del gran escritor universal. Dijo entonces:

“1947 es una fecha tan lejana como 1547. Ambas se han hundido en la sombra eterna y son irrecuperables. Tal vez la memoria inventa lo que evoca y la imaginación ilumina la densa cotidianeidad. Sin embargo, del mismo modo que para nosotros serán siempre gigantes los molinos de viento que acababan de instalarse en 1585 y eran la modernidad anterior a la invención de esta palabra, en algún plano es real otra experiencia: la de un niño que una mañana de Ciudad de México va con toda su escuela al Palacio de Bellas Artes y asiste asombrado a una representación del Quijote convertido en espectáculo”.

Hoy, quiénes estamos en esta sala, venimos a situarnos justo en esa dimensión en la que historia y memoria se vuelven una sola. Venimos a evocar, imaginar, continuar. Somos, seremos privilegiadas, privilegiados al coincidir en este momento histórico de nuestra facultad. Con toda seguridad, en 50 años nos recordarán como esa generación que transitó al mismo tiempo que lo hicieron unas ciencias sociales fuertes, vigorosas, necesarias, haciendo honor al lema que acompaña nuestra querida Universidad Nacional.

Celebrar de esta manera, significa acercarse a contemplar las aspas de esos molinos de viento a los que Pacheco hizo referencia. Son los que mueven el recuerdo, la evocación, la memoria. La cientista social argentina Elizabeth Jelin, a la que sigo con cierta devoción, ha sido especialmente sensible en recuperar la memoria como categoría de análisis, pero sobre todo, como lugar que debe anclarse en el cuerpo individual y en el cuerpo social.

En un trabajo ya revisitado sobre, justamente, “Los trabajos de la memoria” en 2002, Jelin apunta al desarrollo de una cultura que quiere rescatarlo todo. Esa necesidad de celebración, colección de artículos materiales, recuerdos, dice la investigadora, responde a la frugalidad del acto posmoderno, a la rapidez del tiempo, a la necesidad de construir sentido de pertenencia antes que también sea empacado en el vacío.

Venimos entonces, a celebrar un acto absolutamente consciente contra el olvido: las ciencias sociales, nuestra facultad, no deben ser nunca empacadas al vacío, al contrario, deberá reconocerse, como lo hará más adelante nuestra querida Arlette, su necesario aporte a una sociedad como la nuestra.

Conscientes de ese momento que nos tocó experimentar, no podemos abstraernos de las valoraciones sobre lo que corresponde: evaluar, revisar, fortalecer, para darle larga vida a las ciencias sociales en nuestro entorno. Recupero aquí, entonces, para seguir con los trabajos de la memoria, las reflexiones planteadas por Inmanuel Wallersteien, a finales de siglo anterior, a propósito de colocar en otra perspectiva el papel de las distintas disciplinas nuestras, en un mundo diametral opuesto al que les dieron origen, en el Siglo XIX.

En un ejercicio crítico sobre el rol de las ciencias sociales, Wallerstein indicaba la necesidad de hacer nueva ciencia social, repensando la relación entre el investigador y la investigación desde la idea de “reecantarse del mundo”, cuestionando marcos dominantes de pensamiento y colocando en un plano crítico la supuesta neutralidad de la ciencia misma.

Hoy, aquí, ahora, no podemos seguir pensando en una ciencia social enclaustrada. Ya no. Transitamos contextos complejos que requieren una apuesta cada vez más comprometida, cercana a las necesidades de las poblaciones y de nuestra sociedad como un todo, en absolutamente todas las dimensiones. Por ello, debemos cruzar puentes necesarios, armarnos de nuevas herramientas que nos permitan continuar esa vía de aporte. Pienso por ejemplo en la necesaria relación entre la ciencia social y el arte como forma de responder a las complejas características que nos entrega hoy el contrato colectivo.

Hace algunos años nos enfrentamos a algo inimaginable como especie humana. Pese a que el mundo se paralizó, nuestra facultad continuó su camino y no se confinó: continuaron las clases bajo modalidades ajustadas y la investigación y la extensión social siguieron rindiendo frutos. Por esto, también, nos recordarán como la generación que venció el miedo y continuó su camino.

Esto es una forma de romper con el ciclo de la neutralidad que durante mucho tiempo se le endosaron a las ciencias. Este contexto, este escenario presente, nos exige seguir aportando con excelencia, criticidad y pertinencia. Los desafíos están planteados, hay que ir por ellos con convicción.

Esto también es historia, memoria viva.

Ya en el presente, algunos datos confirman esa gran dimensión de nuestra facultad: en este año 2024, nuestra comunidad estudiantil la conforman 5.100 personas estudiantes, distribuidas en 4043 estudiantes regulares y 1057 de nuevo ingreso, con los que hace poco tuvimos un emotivo encuentro para mostrarles lo que somos, de lo que forman parte. Contamos con 2 diplomados, 12 bachilleratos, 10 licenciaturas, 14 maestrías y 2 doctorados.

Como la historia también se cuenta de forma inmediata, hace solo unas horas asistimos con júbilo y alegría, que continuamos teniendo esta noche, a la ceremonia de acreditación de algunas de nuestras carreras: Bachillerato en la Enseñanza de los Estudios Sociales y Educación Cívica, Bachillerato en Relaciones Internacionales y Licenciatura en Relaciones Internacionales con énfasis en política internacional, en política comercial y en Gestión de la Cooperación Internacional, Bachillerato y Licenciatura en Economía, Bachillerato en Administración y Licenciatura en Administración con especialidad en gestión de Recursos Humanos y Licenciatura en Administración con especialidad en Gestión Financiera y Bachillerato en educación comercial con salida lateral al Diplomado en Educación Comercial y Licenciatura en Educación Comercial. Este hecho solo reafirma el compromiso con la calidad y la excelencia que nuestras carreras presentan.

De la mano con este halagador contexto, nuestro compromiso como autoridades es entregar una facultad dinámica, propositiva y acorde con los nuevos tiempos. Por ello, el impulso a iniciativas como el Sistema de Comunicación para las Ciencias Sociales, El Sistema de Investigación, las Mesas de Trabajo y el Centro de Recursos para la acción sustantiva, es nuestra motivación para continuar acompañando con orgullo esta historia, este presente y el futuro por venir.

Estimado Señor rector, querida Arlette, amiga nuestra. Esta noche hemos venido a saludar la historia y honrar el presente de nuestra facultad. Como lo ha dicho Elizabeth Jelin, un acto de esta naturaleza solamente adquiere sentido si a el acudimos a construirnos en un sentido de pertenencia: esa debe ser la principal motivación de esta actividad.

Pensando en ese niño que observaba por primera vez el Quijote de Cervantes, y pensando en las aspas que deben movernos como Facultad (pertinencia, criticidad, compromiso) finalizo con uno de los textos para mi más evocadores que escribiera Jose Emilio Pacheco durante su trayectoria, recuperando eso de que he venido a cantar el cuento de la tribu:

“Yo, con mayúscula

En inglés, “yo”, es decir “I”

Se escribe siempre con mayúscula.

En español la lleva pero invisible.

“Yo”, por delante

y las demás personas del verbo

disminuidas siempre.

Por eso que presunción decirle al mundo:

“yo soy poeta.”

Falso: “yo” soy nada

Soy el que canta el cuento de la tribu

Y como “yo” hay muchísimos.

Ocupamos el puesto en el mercado

Que dejó el saltimbaqui muerto.

Y pronto nos iremos y otro vendrán

Con su “yo” por delante”

Buenas noches, muchas gracias.

¿Qué hay más allá del proscenio?

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Es difícil dimensionar la respuesta a la pregunta ¿A qué huele la cultura? En tiempos de inteligencia artificial, las múltiples posibilidades de resultados seguramente arrojarían una materia indeterminada, sin corazón, sin músculo.

Decir a qué huele el arte y la cultura es hoy, en este minuto en Costa Rica, un acto de absoluta resistencia, un acto político, que contiene al mismo tiempo todas las herramientas juntas de la expresión, la felicidad, el disfrute y la sensibilidad.

Si. Porque la cultura y el arte huelen a teatro. Al Teatro Arnoldo Herrera González. Ese “si” lugar en el que por más de 70 años generaciones de artistas de este país hemos entrado y salido siendo seres humanos completos, absolutos y dichosos: Alegres en la vida.

En este momento, en tiempos de rapiña empresarial, leo absorto en una publicación compartida por un grupo inmobiliario, la siguiente declaración de razón instrumental voraz, rampante, perversa:

“Teatro del Castella ya fue vendido y eso nos da más seguridad de que se aproxima el inicio de lo que podría ser el primer rascacielos de #CostaRica

Este viernes algunas personas molestas por la venta se reunieron para llevarse algunos objetos de valor de la propiedad donde se ubica el teatro Arnoldo Herrera en Sabana Norte.

Portafolio Inmobiliario”

En el país de los no lugares, los si lugares del corazón están siendo aniquilados. El arte y la cultura son borrados sistemáticamente del contorno social sin contrato en el que nos hemos convertido.

Tendremos el primer rascacielos, pero nos habremos quedado para siempre sin el olor de las butacas, el crujir del escenario, la luz que se proyectaba absoluta sobre quiénes amábamos estar allí creyendo, creando, creciendo. Esto, hay que decirlo, es la estocada final de un período iniciado hace más de 20 años por un grupo que se arrogó la auto representación de la institución benemérita de la patria y ha querido entregársela a intereses espurios.

Más allá del proscenio del Si lugar hay almas dispuestas a pulsionar desde el arte y la resistencia. Hay un olor a un lugar que debe ser remozado, cuando las herramientas jurídicas lo permitan, pero jamás destruido.

Ahora, a quienes amamos ese si lugar, nos toca representar y defender en carne viva el relieve de contornos hecho mural escultórico creado por Felo García y Néstor Zeledón que forma la fachada y está a punto de ser derribado junto con todo el teatro, por un tractor.

Más allá del proscenio, nos toca estar. Estaremos.

Cuando la crisis maquilla un proceso estructural

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Esta vez la reunión no fue en el propio Tapón del Darién. La parafernalia diplomática sucedió más bien en zona de frontera entre Costa Rica Y Panamá, justificada por la apertura de un centro aduanero y migratorio que respondiera a las necesidades fronterizas de ambos países.

Los presidentes de Costa Rica y Panamá inauguraron en una reciente reunión celebrada del lado costarricense, un Centro de Control Integrado de Migrantes, para la atención de los flujos en tránsito que aumentaron dramáticamente en 2023.

En lo que llevamos de 2024 cerca de 70.000 personas han cruzado la zona fronteriza entre Panamá y Colombia, constituyendo desde ya una expresión de un fenómeno sin vías de solucionarse.

Se estima que el paso por Costa Rica tenderá a duplicar las cifras alcanzadas el año anterior, en el que cerca de 450.000 personas cruzaron la frontera con Panamá, provenientes de ese otro paso peligroso.

Volviendo a la reunión presidencial para aperturar el centro mencionado, llamada la atención la continuación de un perfil afincado en los esquemas de seguridad (control y administración migratoria) como medida paliatoria. De nuevo el enfoque de los derechos humanos pareciera haber desaparecido.

Mientras se sigan maquillando bajo la “contención de la crisis”, las verdaderas causas estructurales que motivan la migración y el funcionamiento de industrias migratorias cuyas ganancias a costas de la corporalidad de las personas no haya sido realmente atendido, este tipo de respuestas estatales solamente aumentarán el drama y el riego para cientos de personas que se movilizan a nivel internacional, buscando mejores oportunidades para sus vidas.

Volver al futuro

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Es verano de 1987. Mis padres hacen esfuerzos para que conecte con la vida universitaria. Cumpliendo los mandatos de Don Arnoldo, me lanzan a la aventura de dejarme algo para el futuro. Y me llevan al encuentro de un enorme Joaquín Gutiérrez en un curso libre de ese verano, sobre literatura costarricense. Años más tarde, la obra de Gutiérrez sería encriptada en un necesario debate acerca del racismo en la narrativa doméstica. Me pregunto si es la obra o el autor. Entonces me lleno de perplejidad y cuestiono.

Ese verano, el primer día de clases en mi vida universitaria, iría a mi encuentro con la vida. Colmado de nervios, dudas y preguntas. Para acallarme en mis incertidumbres, entré a un café que por entonces dominaba la escena sanpedrana, revestido de un nombre de historieta latinoamericana, que aún hoy resuena en mi inconsciente. Un café y un arreglado serían mis armas para combatir la angustia de esa tarde.

Y entonces entro a mi primera clase de universidad, con el infortunio de toparme con alguien que decía ser docente, de arte, de teatro. Nunca olvidaré la vulgaridad de su pedagogía. Nunca estaría más claro para mí decirme a mí mismo que si sería docente alguna vez en la vida, no repetiría las imbecilidades de aquel mal profesor universitario.

Y fui y soy docente y sigo aprendiendo.

Todas estas cosas las pienso en el presente mientras recibo, ahora como vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional, estudiantes de primer ingreso el día de apertura del primer ciclo lectivo de 2024.

Desfilan ante mis ojos proyectos de vida que recién comienzan. Pienso en el contexto de un mundo post pandemia, acechado por los reacomodos de las hegemonías militares a nivel global. Pienso en el cardumen de las violencias, la imposición de los conservadurismos, el destino de los apátridas, la hora de la ingobernabilidad en una Costa Rica que no reconozco.

Pienso en todo eso mientras una joven proveniente de Río Frío de Sarapiqui, comunidad ubicada al norte del país, se nos acerca y nos pregunta a la decana Marta Sánchez y a mí persona, por el número de aula que le corresponde y porqué hace tanto frío una mañana de febrero.

Es la puerta al futuro la que se divisa para ella.

Entonces me apresuro a desdibujar el continente de dudas, para llegar a un puerto seguro. Una tarde de marzo de 1987 me incliné a la pregunta. Y aún hoy sigo esperando la respuesta.

La educación pública es un bien histórico, que hay que salir a defender sí o sí. Las armas de la integración social están allí, en esa joven de Río Frío o en el muchacho que se acercó tímidamente a preguntar por su futuro en la carrera de Comercio Internacional: ¿dónde está?, preguntó.

Pienso, por un momento, en esas cuatro clases de verano de 1987 que me desafiaron como persona y me delinearon el camino.

“Para adelante”, le dijimos. “El futuro está adelante”.

Democracia a la carta

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

El anuncio de los resultados en las elecciones nacionales celebradas el domingo 4 de febrero en El Salvador, solo confirmó la inminencia de un proceso a todas luces particular, por no decir otra cosa.

Se ha confirmado que Nayib Bukele, presidente en funciones y candidato plenipotenciario de su partido Nuevas Ideas, ha triunfado con un 82,66%, una de las cifras más demoledoras y contundentes de la historia de ese país. Cualquier lector medio interpretaría este porcentaje como un espaldarazo voluntario del pueblo que eligió en un segundo periodo a aquel que no asistió a un solo debate ni presentó una nueva propuesta de plan de gobierno, centrándose en solo un tema: la seguridad, es decir, el mantenimiento del régimen de excepción que ha instalado como política pública en su país.

Razón tendrá ese lector promedio en su interpretación. Razón a medias.

Con un discurso único relacionado con la disminución visible de la tasa de homicidios en el que otrora fuera uno de los países más violentos del mundo, Bukele basó su estrategia de ir por encima de los argumentos constitucionales acerca de la reelección, para lograr presentarse ante el electorado salvadoreño como la salvación posible.

Las dudas sobre la validez del proceso electoral del domingo 4 de febrero son muchas y evidentes. La autoproclamación del triunfo aún sin conocer las versiones oficiales del órgano electoral solo alimenta la sospecha de un proceso amañado y falto de sustento. Las denuncias sobre material electoral adulterado son incontables.

Llevarle la contraria al presidente del tweet puede ser contraproducente. Cientos de personas civiles, profesionales y de actividad laboral comprobada, han sido detenidas y confinadas por “sospechas”, dados sus atributos físicos, tatuajes de por medio, entre otras raras causas para el confinamiento.

Hoy, desaparecidos, engrosan tal vez la lista de ingresados en esa vergüenza de centro de detención que Bukele y sus secuaces políticos y académicos tanto en El Salvador como en otros países de la región, defienden como una cárcel modelo, para acabar con el flagelo de la violencia en este país.

El mismo día de las elecciones, miembros de sociedad civil, académicos comprometidos y desafectos con el gobierno bukelista y organizaciones sociales, artísticas y políticas denunciaron la detención ilegítima del ciudadano canadiense-salvadoreño Carlos Bucio Borja, por aparentemente haber cometido desacato por leer de forma pública y en un centro de votación los seis artículos de la constitución salvadoreña que prohíben y penalizan la reelección.

Cuando la democracia tiene precio y está ofrecida a la carta, como en el caso salvadoreño, poca esperanza queda. Aún no es posible dimensionar las millonarias ganancias que se han granjeado las industrias carcelarias de naturaleza pública y privada que han sido favorecidas con la política de cero violencia, impulsadas por Bukele.

Los populismos tienen la peligrosa acción de marear a las mayorías con ideas básicas pero bien hilvanadas. Despertar una respuesta colectiva y contundente es un imperativo y urgencia, en una sociedad que está pagando muy cara su opción por esos peligrosos populismos.

Esperemos que su memoria no sea corta.

Nosotros el pueblo

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Enfundados con banderas republicanas del candidato Donald Trump y bajo el lema “Recuperemos nuestra frontera”, un grupo de personas autodenominadas “El ejército de Dios” llegó en los últimos días a las inmediaciones de Río Bravo, fronterizo entre México y Estados Unidos, uno de los principales puntos de ingreso de personas migrantes provenientes de Centro y Sur América.

Autoconvovados bajo la idea de servir de muro de contención humana al ingreso de cientos de personas a su país (EEUU), llegaron a la zona fronteriza en caravanas identificadas con consignas religiosas, en defensa de la vida, las armas, el país y en contra de lo que consideran la amenaza migrante.

Dueños de un enfoque restrictivo, buscan posicionar desde ya las ideas antiinmigrantes impulsadas por Donald Trump de cara a las elecciones nacionales de noviembre próximo. Con este enfoque, se identifica una inmensa mayoría de votantes, a los cuales las ideas populistas de la amenaza migrante les han calado profundamente.

“El ejército de Dios”, como se hacen llamar, está listo para actuar de oficio “cazando” migrantes en la frontera y defender así su territorio de “gente mala”, concepto que han logrado socializar de forma amplia.

Se llaman así mismos “Nosotros el pueblo”, frase con que inicia la Constitución de Estados Unidos. Uno se pregunta entonces cual idea de pueblo es la que subyace tras estos esquemas excluyentes y discriminatorios.

Arrogarse el derecho de decidir quién entra a un país bajo conceptos racializados, habla de cuán distintantes estamos de construir sociedades inclusivas y solidarias. No quisiera pertenecer a ningún “nosotros” ni ningún pueblo con estas ideas despectivas.

Hay otras formas de construirnos como experiencia colectiva. Seamos ese otro pueblo incluyente y amplio. Seamos nosotros ese otro pueblo levantado desde la inclusión y la convivencia.

Precariedad laboral: una marca registrada del mundo Covid

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

En el mes de marzo de 2020, cuando el planeta detenía sus pasos ante la llegada de la primera pandemia posmoderna, saltó a la luz una nueva forma de actividad económica caracterizada por su concentración en los servicios, las entregas express y principalmente la precarización en el trabajo.

Pronto el mundo se haría consciente de que al tiempo que una porción de su población privilegiada era enviada a sus casas a guardar cuarentena y, en el mejor de los casos, a hacer teletrabajo, otro grupo de personas trabajadoras menos privilegiado continuaban sus labores cotidianas desde la “uberización”, el “delivery” y la entrega personalizada puerta a puerta, propiciada por una de las formas más despersonalizadas y desubjetivadoras que llegó para quedarse en el marco de la coyuntura: las plataformas de servicios de entrega a domicilio.

Conocer esa modalidad de trabajo y sus alcances socio laborales fue uno de los objetivos perseguidos por un equipo investigador de la Escuela de Economía de la Universidad Nacional. Los resultados de su estudio fueron recientemente socializados.

Tres datos llamaron mi atención, dado el carácter profundamente informal que reviste la actividad: la alta proporción de personas trabajadoras de estas plataformas sin ningún tipo de seguro social (un 78%); más de un 65% reconoció la posibilidad de quedar excluido de la plataforma en cualquier momento, revelando una profunda desprotección e inseguridad laboral; un 40% de la población consultada en el marco del estudio percibe menos del salario mínimo de ley.

Es ya lugar común escuchar esa frase contundente de “lo que llegó para quedarse” en el marco de la pandemia: la modalidad de teletrabajo, las medidas de higiene y, yo diría, la precariedad laboral para un conjunto considerable de personas trabajadoras a nivel global.

El equipo investigador fue concluyente acerca de la necesidad de una respuesta organizativa y colectiva para hacerle frente a estas condiciones de trabajo. Una primera forma de cambiar la comprensión de la precariedad que les aqueja es modificar los designios de poder producidos desde el lenguaje: la “colaborización” como mecanismo de desubjetivación de la identidad laboral de la persona, debe ser erradicada. No son “colaboradores” quienes hoy se enfrentan a estas dinámicas excluyentes. Son personas trabajadoras con derechos, que deben empezar a ser respetados.

La impunidad como política

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

En lo que enero se acaba, ya el país ha entrado en un punto sin retorno en aquello que le quedaba como Estado observador de las garantías y derechos de sus ciudadanos.

No hay duda. Tenemos ciudadanos de primera, segunda, tercera categoría y nuestros pueblos originarios, hacia los cuales el desprecio de la justicia y la omisión institucional, han acabado por marginarlos aún más de lo que históricamente los hemos mantenido.

En tanto el circo de las actuales autoridades gubernamentales mantiene mareada a la población con su comunicación lesiva y vulgar, sus funcionarios un día sí y otro también dan pena merced a sus actuaciones públicas, al tiempo que problemáticas sustantivas como la inseguridad y la pobreza siguen siendo observadas (y omitidas) de lejos por sus tecnócratas.

A contrapelo de este triste espectáculo, una acción a todas luces perjudicial de las autoridades de justicia del país decidió de buenas a primeras cerrar ad portas el caso del asesinato del líder indígena Sergio Rojas. El portazo, hay que decirlo, le dio en la cara a los pueblos originarios, el reconocimiento de sus derechos a sus tierras y sus tradiciones ancestrales.

Por este caso el estado costarricense ya había sido apercibido. Incluso antes de la muerte de Rojas se le había prevenido con medidas cautelares para su protección.

De nada sirvieron.

Hoy nos balanceamos entre la razón jurídica (menos justa ya) y la razón fáctica que controla territorios, normativas e instituciones. El mismo escenario que hoy tiene a países como Ecuador en una disputa entre actores del poder, donde las poblaciones en su gran mayoría resultan las grandes perdedoras.

La decisión de cerrar el caso por homicidio del líder indígena Sergio Rojas abona un terreno propicio para que la impunidad continúe haciendo su trabajo y se constituya en como política pública en un país en el que la justicia luce desequilibrada.

Un argumento más para cuestionarnos ese mito de la sociedad inclusiva que decimos ser.

¿Sombras nada más?

Por Memo Acuña. Sociólogo y escritor costarricense.

En la transición entre el 2023 y este recién estrenado 2024, algunos medios de comunicación internacionales y especializados colocaron en la agenda la discusión sobre un nuevo término para definir el impacto de las acciones humanas sobre el planeta.

Al parecer ya la fatiga del término “huella de carbono” ha hecho de las suyas y no es útil para abordar la complejidad de las acciones humanas sobre su entorno.

Ahora la propuesta resulta un tanto más integral: “sombra climática”, que implica una visión más holistica (según los propios medios) y recupera la sumatoria de las decisiones individuales (y colectivas) sobre el ambiente.

Este concepto, por interesante y novedoso, asume por ejemplo que las decisiones como votar o tener conciencia sobre el cambio climático, son aspectos que van dejando tras de sí una estela, una especie de sombra que afectará de forma individual y luego colectiva, la vida en este mundo.

Me resulta evocador y provocador este término. No solo porque la evidencia de que algo con este clima veraniego está pasando y tiene que ver de forma irrefutable con nuestras acciones sobre la misma naturaleza, sino porque ya empieza uno a entender que los impactos de las formas como estamos eligiendo van más allá de entregarle la gerencia del país a personas sin expertiz, o lo que peor, con oscuras intenciones.

Este 2024, en todo caso, inicia con claroscuros a nivel político. Lo ocurrido en Guatemala en la toma de posesión del nuevo presidente, Bernardo Arévalo, solo confirma que las decisiones en el pasado se expresarán en el presente e impactarán definitivamente nuestro camino. En Costa Rica y a la vuelta de la esquina decidiremos en pocos días el destino del ámbito local en las elecciones municipales. No es menor lo que se juega. Por ejemplo, el desarrollo de localidades realmente deterioradas, su cohesión social.

No son sombras nada más las que se ciernen sobre nosotros cuando actuamos como actuamos al tomar decisiones políticas. Son huellas que se quedarán definitivamente y para siempre reflejadas en nuestra vida y nuestro entorno colectivo. Ya estamos pagando estas consecuencias en la sociedad costarricense con el finiquito de lo que alguna vez fue excepcional.

Disipemos esas sombras. Construyamos algo distinto.

El arte: resistencia en tiempos regresivos

Por Memo Acuña (Sociólogo y escritor costarricense)

Hace mucho la racionalidad neoliberal nos quitó la capacidad de soñar y el sentido de la colectividad. Nos fragmentó y nos fatigó hasta el extremo. Nos hizo creer en el acto sacrificial para alcanzar el éxito. Entonces se inventó palabras que borraran para siempre la subjetividad, tales como emprendedor o colaborador.

Preguntarse el porqué del éxito de un esfuerzo grupal que no es el fútbol en un país como Costa Rica, implica hacer referencia al valor del arte y la cultura sobre esa racionalidad rampante, ajusticiadora y aniquiladora de esperanzas.

La Banda Municipal de Zarcero (BMZ) se presentó este 1 de enero en el Desfile de las Rosas en Pasadena, California, siendo su segunda presentación en el evento. Fue la única banda representativa de un país de América Latina en esta edición. Para mi gusto ha sido la mejor representación colectiva mediática costarricense en décadas, incluso más allá de la coyuntural gesta futbolística en Brasil 2014. Este performance ha generado una manifestación generalizada de alegría y reconocimiento que hace mucho tiempo no observaba en Costa Rica. Una sociedad que necesita tanto estos hechos para subir su autoestima, debe ser intervenida en su crisis, la crisis que el capitalismo salvaje neoliberal le ha impuesto.

Al ser la única representación musical latinoamericana en esta edición, la banda incluyó en su repertorio una muestra amplia de ritmos y géneros de la región. De allí que sonaran piezas como Rebelión, del músico colombiano Joe Arroyo, acerca de la historia de la esclavitud en nuestros contextos, un flagelo que Costa Rica recién dejó en la época post independencia. O la tan recordada “Violencia”, que acaso refiere a un país como el nuestro, que acaba de cerrar un año récord en homicidios y muertes de mujeres a manos de sus compañeros y conocidos.

Formada por jóvenes provenientes de muchos lugares del país, constituye uno de los proyectos culturales y artísticos más importantes en momentos que el apoyo al arte y la cultura pende del carácter, la emoción y el gusto del gobierno de turno. Estamos claros que la exposición mediática ha sido el impulsador para que mucha gente conozca el desarrollo de este proceso que ya lleva años de funcionamiento. Pero por encima de las cámaras y reflectores, se debe hacer referencia a una práctica que tiene en el arte su principal material sensible.

A un costado del emblemático Parque Central de la localidad, se erige un modesto edificio que alberga a la banda. De allí surge la organización, el empeño y las ganas de hacer arte y cultura en medio de un contexto en el que las autoridades gubernamentales y sus aliados empresariales han restado méritos, apoyo y valor a estas expresiones humanas.

Explicarse porqué tantas manifestaciones de orgullo y alegría por una presentación artística que, además, le mostró al mundo el valor de la cultura originaria Boruca a través de sus trajes y máscaras, tiene que ver en su respuesta con la recuperación de ese ADN soñador y colectivo que nos quitó la racionalidad neoliberal y su proyecto cultural orientado al individualismo y el sacrificio humano como principal motivo económico.

La representación de los pueblos originarios debería ser útil también para evidenciar en lo doméstico, los deberes de un Estado omiso con sus condiciones de vida, el derecho consuetudinario a los territorios que por historia les pertenecen y el respeto a su autonomía y autodeterminación. Si esto no puede ser garantizado, seguiremos siendo una sociedad incompleta, excluyente y desigual.

Durante muchas décadas, el fútbol-mercancía se ha apropiado del sentido de identidad del proyecto costarricense como sociedad. El fútbol-mercancía ha puesto en funcionamiento dispositivos de unión, símbolos de identidad de una nación que pronto empezó a desdibujarse.

El valor del arte y la cultura enmarcados en experiencias como las de la Banda Municipal de Zarcero, bien podría medirse de acuerdo con su importancia para devolverle a la sociedad un poco del ADN primario que la razón instrumental economicista le ha sustraído. Representa una forma de resistencia con la que empezamos a transitar este lento 2024.

Que cada quien se coloque una banda con música, arte y resistencia en su pecho y transite con luz este camino que recién empieza.