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Etiqueta: Rogelio Cedeño Castro

La paz de Esquipulas, tres décadas después

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense.

“Esa campaña –titulada “La izquierda latinoamericana de espaldas a la dictadura”- es organizada por medios digitales de la oposición nicaragüense…Una campaña de esa naturaleza podría ofrecer a la izquierda latinoamericana una alternativa al gobierno de Ortega. Pero se limita a argumentar que el gobierno de Ortega no es de “izquierda”. Sería lógico pensar que la izquierda está en la oposición. Pero no es así”. Gilberto Lopes LA IZQUIERDA Y LA SITUACIÓN EN NICARAGUA.

Al cabo de un poco más de las tres décadas, transcurridas desde la firma de los acuerdos de paz de Esquipulas (Guatemala, agosto de 1986), firmados en un período que va de 1988 a 1996, los que estaban destinados a ponerle fin a la guerra civil centroamericana de la segunda mitad del siglo XX, un evento histórico que pasó desapercibido para muchas gentes, incapaces de captar o ubicar el fenómeno en toda su intensidad y alcances. Lo pude constatar cuando publiqué mi libro LA DESMOVILIZACIÓN MILITAR EN AMÉRICA CENTRAL (Dice Libro Editores, San José Costa Rica 2008), por las reacciones de asombro que ese trabajo produjo entonces: sólo se hablaba de guerras locales, como si el istmo no estuviera estrechamente relacionado e incluso condicionado, por circunstancias históricas, políticas, económicas, geopolíticas y de subordinación a los poderes imperiales del mundo(Gran Bretaña y los Estados Unidos, siendo este último el hegemónico a lo largo de todo el siglo XX).

En los inicios de la tercera década de la nueva centuria, durante y después del cambio de siglo, resulta más evidente que nunca la constatación del fracaso de esos acuerdos en lo referente a alcanzar la construcción de una paz positiva, la que sólo era posible conseguir a partir de la superación de las causas profundas y endógenas que dieron lugar al conflicto bélico que ensangrentó, durante varias décadas y de diversas maneras, a la totalidad de los cinco países que conformaron la vieja República Federal de Centroamérica, entre 1824 y 1848, amenazando con proyectarse hacia otras naciones como Panamá. Colombia y México que intentaron mediar y encontrar soluciones al conflicto bélico.

La miseria creciente, el desempleo, la destrucción del tejido social, el acaparamiento de la riqueza en pocas manos, la eliminación de las conquistas de la clase trabajadora, la destrucción del agro, entre otros factores a considerar, constituyen la mejor demostración del fracaso de los acuerdos de paz, muchos de cuyos componentes han sido deliberadamente omitidos u olvidados a conveniencia, por quienes conforman los poderes fácticos.

Es por eso, que la agudización del conflicto sociopolítico, por otras vías no armadas, o delincuenciales (maras o pandillas), en el intervalo transcurrido desde la firma de esos acuerdos, convertidos en un mero cese del fuego, no dieron lugar nunca a su superación, e implicaron serios problemas de legitimidad para las élites regionales, los que han llevado a las llamadas “democracias” del istmo a verdaderos callejones sin salida, al convertirse en países donde la convivencia pacífica y la solución de conflictos se torna imposible, al no poder encararlos sin acudir a la violencia simbólica e incluso física por parte de las clases dominantes y detentadores del poder real, la que conduce a la exclusión de los otros diferentes (percibidos como amenazantes o inferiores) en los órdenes de lo político, lo social, lo étnico y lo cultural.

Los casos de Nicaragua y El Salvador son particularmente dramáticos por los altos grados de confrontación que se dan entre las élites del poder, mientras las mayorías populares siguen siendo las espectadoras de una crisis que puede culminar en un nuevo conflicto bélico, con una intervención militar de la superpotencia estadounidense, la que ha invertido muchos millones de dólares para desestabilizar al actual gobierno nicaragüense.

Al respecto el sociólogo costarricense, Allen Cordero Ulate, manifestó lo siguiente en una publicación mexicana: Esta entrevista trata sobre mi participación en tanto coordinador costarricense de la Brigada Simón Bolívar. Fuimos dos coordinadores Franklin Sancho (q.e.p.d.) y yo. La BSB fue una iniciativa latinoamericana para luchar contra la dictadura somocista. Los integrantes de la brigada pensábamos, hace ya 44 años, que era posible iniciar una reconstrucción socialista en Nicaragua, por pensar eso fuimos echados de Nicaragua. Hoy en día por pensar cosas más inocuas las personas son expulsadas y hasta asesinadas en Nicaragua. Con nuestra temprana expulsión de ese hermano país ya se anunciaba lo que más tarde ocurrió claramente; el retroceso social y político de Nicaragua. Agradezco al POS -México el interesarse por esta historia. Una historia que puede verse utópica, ilusa, aventurera, lo que sea, pero prefiero tener este currículo utópico que haber sido parte del “realismo político” que en la Nicaragua de hoy en día se traduciría en ser parte de la dictadura orteguista o bien ser parte de alguna variante de restauración democrática”(Como enrolamos a más de 2 mil personas para participar armadas en la revolución nicaragüense Diálogo con Allen Cordero Ulate sobre la Brigada Simón Bolívar México marzo de 2023) dentro de lo que constituye un planteamiento muy revelador, acerca de la precariedad y vacilaciones de naciente “revolución sandinista”, el que sólo comparto parcialmente.

Por otra parte, la deriva delincuencial fruto de la no superación de la guerra civil centroamericana del siglo pasado, en el caso salvadoreño, ha conducido a ese país a una deriva autoritaria que ha podido, por el momento, contener la violencia acudiendo al estado de excepción, el que no podrá sostenerse en el mediano y en el largo plazo: el presidente Nayib Bukele ha optado por convertir a ese pequeño país en una inmensa cárcel, algo así como una nueva versión del Gulag del período estalinista en la antigua Unión Soviética, o del stalag de la Alemania Nazi, que fueron campos de concentración basados en la esclavitud y el trabajo forzado.

Todo esto, aunque no quedan excluidos del agravamiento de esos problemas de legitimación de las viejas élites los restantes países centroamericanos, especialmente Guatemala (un caso que habría que analizar por separado), e incluso Costa Rica que se viene deslizando hacia una profunda crisis, acelerada a medida en que se ha venido desmantelando el estado de bienestar social (impulsado durante las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta por el entonces socialdemócrata PLN, encabezado por José Figueres Ferrer) que la caracterizó durante la segunda mitad del siglo anterior, como bien indica el escritor y periodista Gilberto Lopes: “Es cierto, sin embargo, que desde principios de los años 80, cuando en el mundo se abría paso el modelo neoliberal y trataban de convencernos de que no había alternativa, un gobierno que se reivindicaba con la misma línea de Figueres dio comienzo a una proceso de privatizaciones que, con recursos de la AID, apunto, en primer lugar a la banca nacionalizada. En los 40 años siguientes ese mismo partido (el socialdemócrata Liberación Nacional) consolidó el camino neoliberal, incluyendo una campaña para la aprobación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos basada en una estrategia conocida como el “Memorando del miedo”. Hoy, el país también siente que ha perdido su rumbo, que un cierto orden, sustentado por un Estado preocupado por la vida de sus ciudadanos, ha ido, poco a poco, a mordiscos, siendo desarmado.” (Lopes op.cit).

La presencia perturbadora, cínica y prepotente de los Estados Unidos en la política centroamericana continúa gravitando sobre el destino de la región, las invasiones y ocupaciones militares de la infantería de marina de esa superpotencia se iniciaron en 1912, en el caso de Nicaragua, dando al traste con la democracia guatemalteca (la revolución democrática de 1944-1954), al invadir el país y forzar la renuncia del presidente Jacobo Árbenz Guzmán, dando inicio a otro ciclo de sangrientas y genocidas dictaduras militares que dieron origen a la ya mencionada “Guerra civil Centroamericana de la segunda mitad del siglo XX”.

La “izquierda centroamericana”, o buena parte de ella, no logra entender el alcance y el significado de los planes desestabilizadores financiados generosamente por las ONG estadounidenses (Gilberto Lopes op. Cit), las que han privado a las distintas fuerzas políticas nicaragüenses de otras opciones que no sean las de una confrontación absoluta, descarnada y cruel. Es por esta razón que la llamada izquierda light se ha quedado sin una política propia frente al intervencionismo estadounidense, sumándose al coro de una oposición que de izquierda no tiene nada, además de ser omisa en cuanto a son sus reales intenciones, en caso de que lograran sustituir al actual gobierno de Nicaragua. La paz en el istmo centroamericano se encuentra hoy más amenazada que nunca, no perdamos de vista el curso de los acontecimientos.

Golpe militar en Chile: cincuenta años después

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense.

La avalancha de lugares comunes, de frases acartonadas repetidas hasta el cansancio, la repetición de verdades a medias, o de mentiras a lo sumo piadosas, el encierro dentro de las percepciones colectivas de nuestro entorno, propias de algunos grupos o clases sociales o de los “patriotismos” adscritos a los estados nacionales, las que nos impiden –por así decirlo- ver más allá de nuestra propia nariz, conforman un conglomerado de equívocos y sinrazones inconmensurables, las que han terminado por petrificar e imposibilitarnos la asunción del “recuerdo” de un acontecimiento histórico determinado, como algo que vaya más allá de los mitos o de las profecías autocumplidas o no, acerca de la imposibilidad de escapar a la fatalidad de un cierto destino “histórico” que nos acecha, sin importar lo que hagamos o dejemos de hacer, llevándonos en muchos casos a sumirnos en las más inútiles y esterilizantes lamentaciones. Sucede así que el hecho histórico, en su especificidad, es por lo general asumido de manera fragmentaria, dentro de la óptica de un cierto presentismo y de una ubicuidad espacial a ultranza que nos impiden captar el sentido y la presencia de poderosas corrientes sociales, las que van mucho más allá del hecho en sí mismo, y que actúan como poderosos ríos subterráneos que amenazan con arrasar cualquier esperanza para una acción, de verdad revolucionaria en términos de la praxis y  de la forja del conocimiento, a partir del cual aprendamos de verdad de las enseñanzas implícitas en los acontecimientos históricos, conduciéndonos a retomar los caminos de la acción y la rectificación de lo actuado en cierta coyuntura, recuperando la memoria de nuestros muertos y de nuestros combatientes, aún en medio de la desesperanza, destacando el sentido de esas luchas para que no terminen siendo cooptadas para los intereses de unas clases dominantes que no han cesado de vencer (Walter Benjamin, dixit, sexta tesis sobre la historia).

La conmemoración de los cincuenta años del triunfo electoral de la Unidad Popular Chilena (el 4 de septiembre de 1970) y de los trágicos acontecimientos, acaecidos tres años después, exteriorizados en un primer momento por la brutal naturaleza del golpe militar del 11 septiembre de 1973, con el  que se puso fin al gobierno del presidente Salvador Allende (los mil días de la Unidad Popular Chilena) y se dio inicio a una era, no sólo de terror y de muerte masivas,  sino también de una reingeniería social retrógrada con pérdida de las conquistas sociales y económicas, alcanzadas tras décadas de duras luchas de la clase trabajadora, no sólo en Chile, sino en el resto de los países de la región( Argentina, Uruguay, Bolivia, Brasil, Paraguay, Perú y Ecuador), debe ir acompañada de un cuidadoso análisis de lo que en efecto ocurrió. Sin dejar de destacar la importancia de los hechos del 11 de septiembre de 1973, ubicándolos en su contexto nacional y dentro de la especificidad de la historia chilena, no podemos dejar de insistir en que se trató apenas de una parte de un evento histórico de más larga duración, y con alcances geopolíticos que trascienden con mucho los hechos luctuosos, tanto de aquel día como de los terribles años que siguieron. El golpe militar en Chile, considerado desde una perspectiva más amplia, fue apenas una parte de una contrarrevolución global y regional que se tradujo en el Plan Cóndor y cuyos orígenes pueden llegar hasta los tiempos del golpe militar contra el general Juan Domingo Perón, en el mes de septiembre de 1955 o bien, al derrocamiento del presidente brasileño Joao Goulart, en abril de 1964, con los que se puso fin a la era de los odiados “populismos” peronista y varguista en los dos países más extensos de la América del Sur.

La falta de reflexión crítica y la ausencia de una construcción de conocimiento que permitan superar (dialécticamente) esos “agujeros negros” de nuestra historia contemporánea, en todos los países de la región, siguen siendo los factores que impiden a muchas gentes de la “izquierda” mirar en retrospectiva, e intentar acercarse a lo que efectivamente ocurrió hace medio siglo, mientras otra encrucijada histórica tan temible como aquella nos envuelve ahora, sin que hayamos sido capaces aún de sacar las lecciones de lo ocurrido entonces y la importancia de dimensionarlo en sus alcances. El pico más alto de la represión en aquellos tiempos del Plan Cóndor no fue el que tuvo lugar en Chile, a pesar de lo dura que fue allí la represión, más bien fue la dictadura militar argentina, de más corta duración es cierto (1976-1983), precedida por la criminal traición de la derecha peronista, la que marcó el exterminio de toda una generación de jóvenes revolucionarios e importantes líderes y militantes de las organizaciones de la clase trabajadora, con más de treinta mil detenidos desaparecidos, además de que la Argentina fue desindustrializada en beneficio del capital financiero y de los intereses imperialistas durante esos años, tal era el odio hacia la clase obrera que tenía la vieja oligarquía rural en el país situado al otro lado de la Cordillera de los Andes. Empecemos por la verdad y un dimensionamiento más aproximado de lo ocurrido para empezar a marchar de nuevo, tal vez a la manera de Sísifo pero esperanzados y poniéndole cara a la realidad.

Los cincuenta años de la UNA y el ethos de sus fundadores (IV y final)

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y catedrático de la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA)

El surgimiento de la UNA o Universidad Nacional de Costa Rica estuvo marcado por grandes esperanzas y expectativas (en tiempos de crecimiento económico y auge del estado benefactor) de transformación de la sociedad costarricense, cuando los efectos del crecimiento demográfico sostenido desde los primeros años de la posguerra, una vez concluida la Segunda Guerra Mundial,  se hacían sentir con demandas crecientes de servicios en el campo de la educación, la salud, las edificaciones y la infraestructura vial, en la medida en que una nueva generación, la del Baby Boom, tocaba las puertas de la educación superior cuando la Universidad de Costa Rica era la única institución de educación superior en el país. Fue entonces cuando se crearon nuevas universidades públicas como la UNA, el TEC y la UNED y se produjo una diversificación parcial del sistema educación superior pública de Costa Rica que nació en esos tempranos años de la década de los setenta. Lo paradójico del caso de la UNA es que no figurara entre sus planes la creación de carreras como derecho y medicina más aun, teniendo en cuenta que con la avalancha de universidades privadas surgidas durante las décadas posteriores, y la conversión de la educación en un mero negocio, esas entidades crearon numerosas escuelas de derecho y medicina, valiéndose de los docentes y la investigación que se realiza en las universidades públicas.

En el año de 1977, cuando el doctor Celedonio Ramírez aspiró a la rectoría de la UNA, frente a la candidatura del doctor Alfio Piva Mesén, quien fuera el segundo rector de la institución, recuerdo muy bien la afirmación de quien posteriormente fuera rector de la UNED, de haber recibido la oferta de asumir el Hospital San Juan de Dios, lo que hubiera sido un insumo importante para que la UNA creara una escuela de Medicina mucho antes de que las universidades privadas lo hicieran. ¿será por ese motivo que algunos estudiantes de entonces se sintieron defraudados con la nueva institución, alegando que la UNA les quedó debiendo?

La conmemoración de los cincuenta años de la nueva institución universitaria, que heredó buena parte de la tradición intelectual e instalaciones de la vieja Escuela Normal, fundada más de medio siglo atrás (1915), corre el riesgo de impregnarse del espíritu o ethos de estos tiempos marcados por el totalitarismo neoliberal, y el acelerado desmantelamiento del estado social de derecho que la acompañó durante la primera etapa de su desenvolvimiento institucional. Algunas de las reacciones. y comentarios de otros protagonistas de la vida institucional de entonces, publicadas en estos días, han sido omisas y acomodaticias hacia el presente neoliberal, soslayando así muchas dimensiones del proceso fundacional y el contexto sociopolítico en que se produjo (Ver al respecto José Eduardo Mora “La universidad “necesaria” del Padre Núñez” Semanario Universidad, edición 2454, 1 al 7 de marzo 2023,  página 18, Cultura, en especial en lo referente a las declaraciones de Rodrigo Carreras y Vladimir De La Cruz). Se tiende a obviar la naturaleza específica del proyecto llamado universidad necesaria, especialmente en lo académico, con sus implicaciones en un nuevo tipo de universidad (¿la universidad necesaria acaso?, la que más allá de su mera enunciación implicaba un proyecto académico muy ambicioso) y en cuanto al compromiso político con los sectores populares que planteaba, también en cuanto a la naturaleza del IESTRA y otras unidades académicas e investigativas, que representó una gran oportunidad para incursionar en las múltiples dimensiones del mundo del trabajo (algo que había planteado en una entrega anterior de este artículo), las que iban mucho allá de la docencia dirigida hacia el sindicalismo y el cooperativismo. Siempre estaremos expuestos a la naturaleza acomodaticia de las “verdades oficiales” o mentiras complacientes, motivo por el que sólo la vigilancia y el espíritu crítico, incluso hacia nosotros mismos, pueden librarnos de caer en esas trampas tan peligrosas en este medio siglo transcurrido, desde el nacimiento de la UNA.

En el área de las llamadas Ciencias de la Salud se optó por darle impulso a la Escuela de Medicina Veterinaria, con su hospital veterinario, ambos ubicados en el Campus Benjamín Núñez (Barreal de Heredia), los que han representado toda una revolución en ese campo, dada su enorme proyección hacia el conjunto del sector agropecuario, especialmente en los órdenes de la investigación y extensión.

En medio de la “normalización” y burocratización crecientes, los posgrados representaron una excelente oportunidad para el ensanchamiento de la investigación y la docencia universitaria, si bien la sincronía y la concreción de esas iniciativas no siempre fueron las que se requerían, incluso con urgencia, lo que puede haber dado lugar a una falta de retroalimentación hacia muchas de las propuestas académicas de los fundadores.

La creación de la Maestría en Política Económica, ligada a la Facultad de Ciencias Sociales marcó un punto de inflexión para la docencia y la investigación en la UNA, pues alimentó también los estudios de grado y se proyectó hacia el conjunto de la sociedad costarricense. Posteriormente, los posgrados en otras facultades y especialmente en la Filosofía y Letras, aceleraron el proceso de retroalimentación de la docencia en los estudios de grado. La doctora Magda Zavala jugó un gran papel para la expansión de esos estudios en la mencionada facultad, a pesar de las dificultades de orden institucional que tuvo que afrontar.

Concluyo manifestando que restan muchos temas y situaciones específicas de la vida universitaria, a lo largo de los cincuenta años transcurridos, sobre los que debería haber una discusión constructiva entre quienes fueron sus protagonistas, lo que resulta más urgente en la medida que muchos de ellos van abandonando el escenario histórico,  en especial los de la generación del baby boom.

Los cincuenta años de la UNA y el ethos de sus fundadores (II)

Rogelio Cedeño Castro

Sociólogo y catedrático de la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA).

La nueva institución universitaria que junto con el TEC o Instituto Tecnológico de Costa Rica, con sede en la ciudad de Cartago, vino a diversificar y a innovar la enseñanza superior universitaria pública de nuestro país, al menos durante los primeros años de su existencia, razón por la que resulta pertinente seguir reflexionando sobre sus orígenes.

Desde sus inicios, dentro de un contexto de intensas y enriquecedoras polémicas, tanto hacia el interior de la incipiente universidad, como con respecto del conjunto del país, se produjeron tensiones y reacciones en el orden de lo político, lo social, lo cultural y lo ideológico (en términos doctrinarios, relativos a la asunción de posturas de fondo frente a la realidad nacional y universitaria de entonces) en el seno del Partido Liberación Nacional (PLN), la organización o partido político más importante del país, la que en esos años mantenía desplegadas sus posiciones socialdemócratas y reformistas, tanto desde el Poder Ejecutivo como en la Asamblea Legislativa, desde donde impulsaron la fundación de la UNA, Francisco Morales Hernández y otros de sus compañeros de la Fracción Parlamentaria del PLN (1970-1974), de la que viven aún sólo Manuel Carballo Quintana y Ángel Edmundo Solano Calderón, según decía Francisco en días pasados.

En la primera elección para escoger al rector de la UNA se enfrentaron-por así decirlo- Benjamín Núñez Vargas, apoyado por la izquierda de su propio partido, y un numeroso grupo de académicos y estudiantes de las demás organizaciones o partidos de ese sector del espectro político, mientras en el otro lado, el filósofo y connotado académico, Francisco Antonio Pacheco, en representación de las fuerzas conservadoras que, desde hacía algún tiempo, consideraban a la UCR algo así como un “nido de comunistas”, razón por la que habían decidido emigrar al nuevo espacio universitario, dado el clima de efervescencia revolucionaria entre los jóvenes de aquella generación de los setenta, influenciados por el mayo francés de 1968 y la rebelión del estudiantado mexicano, pidiendo democracia (Esa democracia bárbara de México, como la llamaba el escritor José Revueltas) que fue aplastada a sangre y fuego en octubre de ese mismo año en la plaza de Tlatelolco, por la maquinaria político-militar del presidente Gustavo Díaz Ordaz, aconsejado por la CIA estadounidense. Benjamín Núñez fue el primer rector de la UNA, y paradoja de paradojas, con el paso del tiempo, en honor a la verdad, considero que fue el más académico y visionario de todos los que estuvieron al frente de la institución: tenía un proyecto universitario innovador, y era un sociólogo brillante, además de un estratega político singular que supo moverse en las turbulentas aguas de la política y la vida académica universitaria de hace medio siglo, pero sobre todo corría con colores propios y en un terreno que era el suyo, en toda la extensión de ese término. Al final fueron, o fuimos otros actores de ese proceso universitario, los que no estuvieron o estuvimos a la altura de las circunstancias.

En la perspectiva del tiempo de la larga duración histórica pienso que los logros académicos, tanto en el terreno de la enseñanza universitaria como en el de la investigación en todas las disciplinas hubieran sido mucho mayores, de haberse continuado la propuesta de Núñez-Ribeiro (¿UNIVERSIDAD NECESARIA? No como consigna, sino como esencia del quehacer de la joven institución que estaba destinada a grandes logros).

Fue así, como desde el principio entraron en pugna las visiones y enfoques, que partían del modelo universitario interdisciplinario y horizontal propuesto por Darcy Ribeiro, al que hicimos alusión supra en la primera parte de este artículo, el que impulsaron Benjamín Núñez y sus compañeros más cercanos, y por otra parte, la de los que buscaban un modelo universitario orientado hacia una fábrica de graduados estandarizados y de chicos “bien portados”, funcionales al establecimiento político, que con el tiempo deberían responder a la magia de la demanda empresarial y del mercado.

Hacia finales de la década de los setenta y comienzos de los ochenta el proyecto universitario inicial de Núñez y sus compañeros se encontraba bajo el fuego sistemático de los grandes medios de comunicación social (prensa impresa, radio y televisión), en especial el diario La Nación dirigido entonces por Eduardo Ulibarri, que contaba con el concurso la acerada pluma del columnista Enrique Benavides, quien llegó hablar de la teratología o monstruosidades  de una universidad, de la que afirmaba que se había tragado y deformado a la parroquial ciudad de Heredia, con su discurso político e innovador, al parecer altisonante: el herediocomunismo (Ver Rodrigo Quesada Monge, revista ABRA de Ciencias Sociales # 19 20 II semestre 1994 p.p. 123-129), ese cuco que  tanto asustaba a los defensores del statu quo, los que ya empezaban a tranquilizarse con la llegada de la larga contrarrevolución neoliberal de Margaret Thatcher y Ronald Reagan (entre 1979 y 1981) que ha prevalecido desde entonces.

A pesar de todo, los logros en este medio siglo de la UNA han sido muchos, y hablaremos de ellos en una tercera entrega de este artículo. Lo cierto es que el proyecto de aquella universidad necesaria de los fundadores de la nueva institución de educación superior se fue abandonando gradualmente, para dar paso a la departamentalización de las disciplinas, o en escuelas que optaron por programas de estudio verticales y por materia.

El abandono del IESTRA o liquidación en su espíritu inicial del Instituto de Estudios del Trabajo es una demostración de lo que hemos venido afirmando, para acelerarse poco después luego cuando se puso fin a los cursos o estudios propedéuticos que formaban el tronco común en todas las facultades, asediados por los sectores de una derecha, cada vez más agresiva, hacia el interior de la UNA.

De ahí en adelante se apostó por ofrecer menos al país, exigir poco o no tanto a los estudiantes (que estaban en el proceso de convertirse en “clientes” del sistema preconizado por el pensamiento único neoliberal), encuadrando su formación hacia posturas tecnocráticas, de meros graduados que tanto interesaban a las élites del poder: el orden y el progreso decimonónicos han terminado reinando en los años finales del siglo pasado.

Los cincuenta años de la UNA y el ethos de sus fundadores(I)

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y catedrático de la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA).

De aquella Universidad Nacional de Costa Rica (UNA), que fuera fundada hoy hace medio siglo, un 15 de febrero de 1973, durante la tercera administración de José Figueres Ferrer (1970-1974) queda, como suele suceder, la institucionalidad que se ha venido consolidando con el paso del tiempo de larga duración histórica. El riesgo de que la propia institucionalidad se haya convertido en un fin sí mismo existe, y resulta ser el producto de una encrucijada inevitable una vez que la fase carismática (Max Weber, dixit) de la “dominación” (entendida en el buen sentido del término, no en el peyorativo), propia del proceso fundacional se fue agotando, de manera gradual y casi imperceptible, durante la primera década de su existencia, para entrar en otro proceso de racionalización y burocratización creciente, como resultado de la influencia y las presiones externas a la institución, especialmente de las fuerzas conservadoras y los medios de comunicación interesados en encuadrar a la UNA, dentro de los intereses del establecimiento político imperante, e incluso de aquellos que responden a los poderes fácticos, por lo general hostiles a los procesos democráticos.

A lo anterior, se une la fragilidad de la “memoria histórica” de la gran mayoría de las gentes, como un factor que se acentúa con la llegada de nuevas generaciones de académicos, estudiantes y administradores que, por lo general, ya no vienen impregnados del ethos que quisieron imprimirle a la institución sus fundadores. Además la nueva universidad recogía la herencia del importante proyecto académico que representó la vieja Escuela Normal de Costa Rica, fundada en 1915, por Alfredo González Flores, un presidente reformista que marcó una ruptura dentro de la república liberal.

Convendría entonces, examinar o explicitar ¿cuáles fueron las visiones y las expectativas de los fundadores de la entonces nueva institución universitaria, ubicada en la ciudad de Heredia, sin que aquellos se hicieran manifiestos, como por arte de magia, para la totalidad de las gentes que intervinieron en la vida de la naciente universidad. Lo cierto que algunos de sus fundadores más importantes como el sociólogo y presbítero Benjamín Núñez Vargas y el abogado, politólogo y notorio dirigente liberacionista Francisco Morales Hernández, entre otros que no vienen por ahora a mi memoria, se inspiraron e impulsaron un modelo universitario, propuesto por el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro (autor de obras tan importantes como EL PROCESO CIVILIZATORIO) que buscaba, entre otras cosas, una integración horizontal de los saberes y disciplinas universitarias, partiendo de una sólida base humanista y propedéutica que encontraron eco en muchos de los académicos y estudiantes de aquellas generación que dieron el punto de partida a la nueva universidad.

La existencia de los certificados integrados que se aprobaban en bloque en las distintas carreras, a diferencia de las redes curriculares de cursos, con años o niveles, por lo general verticales marcaban un nuevo paradigma educativo en la institucionalidad universitaria de Costa Rica. Todo esto, sin que el nuevo proyecto abandonara en lo esencial muchas de las premisas de lo que fuera el espíritu de la Reforma Universitaria, de 1954, promovida por Rodrigo Facio Brenes desde la Rectoría de la Universidad de Costa Rica (UCR), la que marcó un parteaguas en el fortalecimiento de los valores humanistas, al lado del conocimiento científico y los saberes disciplinarios e interdisciplinarios en las universidades públicas de Costa Rica.

No en vano, el propio Benjamín Núñez Vargas, quien fuera el primer rector de la UNA (1974-1977) había sido parte importante de la Cátedra de Fundamentos de Sociología en la UCR, y se había impregnado del espíritu de aquella Reforma Universitaria tan importante, durante la segunda mitad de los años cincuenta y los sesenta del siglo anterior. El propio Núñez nos dejó un importante opúsculo, bajo el título de LA UNIVERSIDAD NECESARIA, el que muy pocos académicos y estudiantes se preocuparon de examinar con detenimiento para asumirlo como hecho consciente, esencial para marcar los vectores más importantes del propio proceso fundacional, evitando convertirlo en una mera consigna con propósitos electorales, dentro de la toma de decisiones en la administración y la política universitaria.

El Perú en un callejón sin salida

«Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua». Con esta frase, hoy 18 de enero, recordamos el nacimiento del escritor, antropólogo y etnólogo peruano autor de “Los ríos profundos”, José María Arguedas.

Rogelio Cedeño Castro. Sociólogo y escritor costarricense.

La pérdida de más sesenta vidas de ciudadanos peruanos, como fruto de la represión del gobierno instaurado, mediante un golpe de estado congresal militar, por los perdedores de las elecciones de 2021, no es un acto que se pueda calificar como democrático, más bien representa la instauración de una dictadura sangrienta y represora, un régimen donde los derechos humanos y el estado de derecho no existen. Las grandes mayorías del Perú Profundo: gentes de los Andes, la costa y la selva que han salido a defender su voto, además de su derecho legítimo de participar en la toma de decisiones en un país profundamente desigual, racista y discriminador de las grandes mayorías urbanas y rurales.

Cuando se mencionó el caso de Brasil, con el asalto a los edificios de los poderes públicos en la capital brasileña, y los peligros que estas acciones representan para la democracia en la región latinoamericana, se omitió profundizar en las condiciones mínimas de legitimidad y de respeto al estado de derecho que se requieren para que la democracia latinoamericana vaya más allá de las mascaradas electorales que se organizan cada cuatro o cinco años en nuestros países. La ausencia o el irrespeto sistemático al debido proceso, la presunción de inocencia, las garantías de contar con una defensa legal y el habeas corpus conforman una peligrosa corriente que nos deslizan hacia el autoritarismo y el totalitarismo de una derecha agresiva, inculta, mentirosa y enemiga de la libertad de pensamiento: todo ello con el concurso decisivo de los poderosos medios de comunicación corporativos, y de un poder judicial manipulado por los poderes fácticos e imperiales, donde algunos jueces, y fiscales manipulan descaradamente los mecanismos de la “justicia” tornándola inviable, tanto como la democracia misma en los países de América Latina, al judicializar la política en beneficio de sus intereses acusando falsamente, a través de los mecanismos del lawfare, a aquellos políticos que se quieran salir de la disciplina neoliberal, con sus políticas de saqueo sistemático de nuestros países y de irrespeto a los derechos humanos. En síntesis una institucionalidad presuntamente democrática de espaldas al pueblo, sin su participación más allá del manipulado sufragio.

Además, la intervención descarada de los defensores incondicionales de los intereses de las corporaciones transnacionales europeas y estadounidenses (incluida la jefe del Comando Sur de los Estados Unidos) acentúan lo que constituye el mecanismo, mediante el que se ha tornado imposible el ejercicio democrático efectivo en la mayoría de los países de nuestra región, por lo que nos encontramos en una profunda crisis de la democracia, sólo equivalente a la que planteó en 1966, el expresidente dominicano Juan Bosch (1909-2001) en su libro CRISIS DE LA DEMOCRACIA DE AMÉRICA EN LA REPÚBLICA DOMINICANA, a raíz de la invasión de la República Dominicana, en abril de 1965, por cuarenta mil marinos estadounidenses, con el propósito de impedir el retorno a la democracia en ese país caribeño, emprendido por los revolucionarios constitucionalistas de aquella generación dominicana. Bosch calificó esa figura dándole el nombre de pentagonismo, ahora estamos ante un ascenso neofascista a escala internacional y regional.

Dado lo anterior, es que surge la obsesión de algunas gentes, por descalificar el recurso de acudir a los planteamientos teóricos de algunos autores y estudiosos de la sociología política, o la sociología del conocimiento (que trata de destrabar-por así decirlo- o explicitar la intrincada y compleja relación entre el conocimiento y la existencia social en sí misma), para intentar explicar o entender los alcances y componentes de la presente crisis peruana y latinoamericana, no importa si los aportes de los años sesenta y setenta del siglo pasado, o los de este cambio de siglo, en cuanto a los alcances de sus elaboraciones teóricas y trabajo de campo sobre estos temas, esa hostilidad latente aunque agresiva es algo que raya en el desvarío, el ridículo y la sinrazón manifiesta por parte de algunas gentes de la derecha totalitaria, que incluso se atreven a opinar sobre temas que no conocen o de los que no han leído ni una página.

Lo cierto es que, tanto la sociología como la antropología y la historia social, como las mismas sociedades latinoamericanas en tanto objeto de estudio, han experimentado grandes cambios en este medio siglo transcurrido, dentro del tiempo de la larga duración histórica: un hecho esencial, en el caso del Perú, es que hasta la década de los sesenta las grandes mayorías campesinas de los Andes Centrales del Perú estaban sometidas a un régimen de servidumbre, discriminación y racismo manifiesto, un tema que trataron con una dosis de empatía, e identificación con los pueblos originarios, no carentes del rigor analítico y el conocimiento sobre el terreno en el que se ponen de manifiesto esas realidades, autores como el antropólogo, novelista, poeta y traductor quechuahablante José María Arguedas Altamirano (Andahuaylas 1911-Lima 1969) y el periodista, escritor, cronista, poeta y novelista Manuel Scorza ( Lima 1928- Madrid 1983), con su saga de novelas cortas sobre las luchas campesinas en los Andes Centrales en aquellos años, previos a las reformas que introdujo el general Juan Velasco Alvarado, entre 1968 y 1975, quienes no necesariamente fueron sociólogos o se asumieron como tales, además de Héctor Béjar, el gran maestro de la sociología peruana, dada la inmensa producción bibliográfica producto de varias décadas de investigación y reflexión sistemática.

La verdad es que en un texto como este no pretendo, ni podría jamás agotar todo el complejo problema de la nación peruana, desde sus orígenes en cuanto a estado-nación, dos siglos hacia atrás, cuando fue inventada por los criollos herederos de los colonizadores españoles como un país, sin tener en cuenta a los pueblos originarios y poblaciones afrodescendientes.

La sociología, en tanto ciencia social, al igual que historia y la economía política no legitima en sí misma a los gobernantes de una nación, pero el apoyo del pueblo sí. En el caso peruano, nos encontramos con que Dina Boluarte, la presidenta de facto y sus titiriteros militares y oligarcas fujimoristas son rechazados por casi el noventa por ciento de la población(88 por ciento, según una encuesta de las más recientes).

A propósito de las acusaciones contra el presidente derrocado Pedro Castillo Terrones. formuladas por jueces y una fiscal oficiosa, además de parcializada, alguna gente parece olvidarse del debido proceso, la presunción de inocencia y el habeas corpus pilares del estado de derecho en una sociedad que sea democrática de verdad, tal y como habíamos mencionado al inicio de este texto. Ahora bien, de lo que se acusa a Pedro Castillo es de “acciones ilícitas” por las que no podía ser juzgado siendo presidente, las que, de ser ciertas, resultan ser insignificantes a la par del prontuario de todos los presidentes que lo antecedieron en el cargo, a lo largo de los últimos treinta años: unos presos, otros en fuga y uno suicidado (Alan García Pérez).

En el contexto actual, resulta inocultable la necesidad de destacar lo antidemocrática y mala perdedora que es la mayoría de la derecha en esta parte del mundo, no sólo en el Perú, sino también en Bolivia y hasta en Brasil, donde hace unos días trataron de dar un golpe de Estado. Por supuesto que esos son temas que a algunas gentes de la derecha no les interesan por lo que prefieren obviarlos, al igual que las más de sesenta víctimas mortales ocasionados por la represión ultraderechista ¿será que esos peruanos asesinados no son seres humanos? algo muy similar, a lo que pasó en Bolivia, en noviembre de 2019, con las víctimas de Sakata y Senkaba (alrededor de 40) durante la dictadura de Yanine Áñez, esa que el valiente pueblo boliviano supo revertir.

El presidente legítimo del Perú, el señor Pedro Castillo Terrones continúa secuestrado por gentes que usurparon el mando de la fuerza pública, cuando aún no había sido vacado por el congreso, ni se había seguido el debido proceso para concretarla. En lo que fue una clara violación del orden constitucional, algo que resulta de suyo evidente.

La lamentable ignorancia y cinismo manifiesto de algunas gentes las alejan cada vez más de la realidad. A fin de cuentas, tal vez no haya ciencia social o ciencias sociales(tal vez la brujería y la nigromancia podrían resultar mejores para algunos) como suelen afirmar sin ningún fundamento, pero lo cierto es que la mentira descarada sobre lo social tampoco nos aproxima al conocimiento de lo que de verdad ocurre: Todos los anteriores presidentes del Perú se agacharon ante la oligarquía y firmaron su hoja de ruta, a pesar de ello Alan García Pérez se suicidó cuando iba a ser detenido hace ya tres años(¿se asiló en los infiernos acaso?) al haber graves evidencias en su contra, Alejandro Toledo sigue detenido en Estados Unidos esperando ser deportado por defraudaciones multimillonarias, Ollanta Humala sigue procesado y con detención domiciliaria, Alberto Fujimori en la cárcel por crímenes contra la humanidad y así sucesivamente. Lo extraño es que a Pedro Castillo Terrones, que de socialista o comunista no tiene nada, no se le siguió el debido proceso y continúa secuestrado por el nuevo régimen, ese que ya ha asesinado a más de sesenta peruanos. Dina Boluarte, al igual que Jeanine o Yanine Áñez, la aprendiz de dictadora de Bolivia en 2019-2020, tiene manchadas las manos de sangre, al igual que su premier militar ultraderechista Alberto Otárola, terminará en la cárcel como la boliviana y el ultraderechista Fernando Camacho, otro de los ejecutores del golpe de estado de 2019 en Bolivia.

La derecha peruana masacra al pueblo y acusa a las víctimas

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

La profunda crisis de legitimidad política en la que se ha venido sumiendo la nación peruana, a partir de la elección del profesor Pedro Castillo Terrones, como resultado de la segunda vuelta electoral efectuada en el mes de junio de 2021, es el resultado de la incapacidad –por así llamarla- de la derecha de aceptar un resultado electoral que le sea adverso, a semejanza de lo ocurrido hace apenas unos días en Brasil: la legitimidad reside en el elegido para el período 2021-2026 y no en sus detractores.

Desde el momento en que se conocieron los resultados electorales, la candidata ultraderechista Keiko Fujimori, hija del dictador Alberto Fujimori, que gobernó ese país con mano de hierro, a lo largo de toda la década de los noventa, desconoció los resultados de esas elecciones generales, llegando a acusar a algunos votantes andinos del Perú Profundo de haber actuado de manera tramposa e irregular, cosa que fue desmentida con sólidas pruebas. Era su tercer intento fallido de alcanzar la presidencia de ese país sudamericano.

Durante la mayor parte de junio y julio de ese año, cuando faltaban pocos días para la proclamación del presidente electo, que debía asumir el día 28 de julio de 2021, la derecha bruta y achorada del Perú acudió a todos los recursos que pudo para impedir que el organismo electoral proclamara al ganador. Después, ante el inevitable juramento del nuevo presidente, emprendieron la ruta hacia la vacancia o destitución de Castillo, acusándolo de “terrorista” y enemigo de la democracia (en realidad del corrupto régimen oligárquico imperante). De ahí en adelante, se sucedieron dieciséis meses de hostigamiento incesante, por parte de la prensa, el congreso y un poder judicial sujeto a los designios de los poderes fácticos del país, cuyos jueces y fiscales acudieron a la figura del lawfare, judicializando la política para enlodar al gobernante rechazado por los poderes fácticos.

Se acudió a dos intentos fallidos de vacancia, a negar el voto de confianza a numerosos ministros que debieron renunciar, por lo no pudo llevar adelante su gestión, asediada por una prensa corporativa y totalitaria. El hecho de que el nuevo presidente no fuera un hombre de izquierda ni cosa que se le parezca, tampoco condujo a un cambio de actitud de sus adversarios limeños (e incluso algunos señorones serranos, como la presidenta del congreso María del Carmen Alva). La condición de campesino serrano y mestizo lo hacía inaceptable e indigerible para las viejas élites del Perú, las que terminaron acorralándolo, y dándole un golpe de estado con la abierta intervención de la Embajada de los Estados Unidos, a pesar de los intentos reiterados de Pedro Castillo de obtener el respaldo de la Casa Blanca.

Lo más probable es que la negativa del presidente Castillo de emplear la fuerza contra las comunidades campesinas, las que se oponen a los depredadores proyectos mineros en la región de los Andes, basados en contratos ley típicamente colonialistas, propiedad de empresas canadienses y españolas, entre otras condujo al desenlace: un fallido intento del presidente de cerrar el congreso y llamar a elecciones para una asamblea constituyente, ocurrido el día 7 de diciembre tal y como había prometido durante la campaña electoral, un hecho del que no se sabe mucho porque el presidente fue secuestrado por las propias fuerzas de seguridad, cuando intentaba llegar a la Embajada de México en Lima. Un mes después el presidente legítimo permanece en la misma condición sin que haya sido posible conocer su versión libre de los hechos.

La hasta entonces vicepresidenta, Dina Boluarte asumió el mando del ejecutivo, dándole la espalda a sus antiguos aliados, y acudiendo de inmediato a la represión más sanguinaria contra las poblaciones rurales y urbanas de los Andes que rechazan el golpe dado por los militares, la prensa y el congreso. Por otra parte ante la evidente falta de legitimidad del nuevo régimen, escudado en una débil legalidad e ignorando el abierto rechazo de más del 90 por ciento de la población, Boluarte y los militares han optado por la represión y una campaña de calumnias contra las mayorías que protestan, las que hasta el momento han sufrido la pérdida de medio centenar de vidas en los departamentos de Ayacucho, Apurímac, Cuzco, Arequipa, Puno y otros puntos de la geografía peruana, pensando erróneamente que con el mero ejercicio de la fuerza militar y policial se fortalecen, pudiendo así perpetuarse en el poder, cuando en realidad acontece todo lo contrario, conforme pasan las horas y los días.

Estos fascistas, disfrazados de demócratas, llenos de odio racista y clasista, se aferran al poder a sangre y fuego, llevando a cabo limpiezas étnicas contra los aymaras y quechuas del altiplano ¿cuántos muertos más se necesitarán para que se vayan? o ¿es que acaso pretenden perpetuarse en el poder mediante una masacre de dimensiones colosales?  De lo que no hay duda es de que la frágil institucionalidad democrática latinoamericana se encuentra en serio peligro de muerte: lo ocurrido en la vecina Bolivia en noviembre de 2019 y en Brasil el domingo 8 de enero de 2023, revelan la necesidad de enfrentar con firmeza, inteligencia y prudencia la amenaza totalitaria de una derecha que jamás ha sido democrática.

Ética y estética de una sociedad decadente

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

La decadencia cultural de una nación, o incluso de un área continental entera, dentro de determinado período histórico, es un evento paulatino que se expresa en muchas dimensiones hasta alcanzar la totalidad de la vida social. A la decadencia ética, en la que el cinismo tanto como la mentira y la hipocresía no conocen límites, se une la que se pone de manifiesto en el plano estético que impide a la gran mayoría de la población apreciar, y valorar en su justa medida la belleza o singularidad del patrimonio cultural de una ciudad, por no decir de una nación entera.

La ciudad de San José, capital de la centroamericana (a pesar suyo) Costa Rica, una ciudad que en los años cincuenta del siglo pasado, apenas había superado los cien mil habitantes, fue perdiendo su patrimonio histórico cultural y la estética arquitectónica que la habían venido caracterizando, a partir de la segunda mitad del siglo XIX y durante la primera del siglo XX, un período de casi un siglo durante el que alcanzó su mayor esplendor, convirtiéndose después de manera gradual en una aglomeración urbana, cada vez más horrible, e incluso disfuncional para sus moradores originarios, que perdió esas cualidades que la hicieron destacable en estas latitudes, además de perder eso que alguna gente llama el “rostro humano” de la ciudad.

Con el derribo del Palacio Nacional, diseñado  por arquitectos y empresarios alemanes, entre 1855 y 1857, durante la gestión del presidente Juan Rafael Mora Porras, a mediados de los 1950 dio inicio esta involución que nos lleva dejar de ser el París en miniatura( María del Carmen Araya Jiménez SAN JOSÉ De “París en miniatura” al malestar en la ciudad EUNED  Costa Rica 2010) para convertirnos en un espacio urbano hostil al ser humano de carne y hueso, además de destructor del tejido social, y jamás un espacio para el “ocio creador” de otros tiempos. (Don´t forget the meaning of this ancient sentence: wasting time, wasting money).

Unido a todo este proceso de decadencia estética, encontramos que de manera paralela, y a escala planetaria existe un culto a la degradación ética que encuentra su correlato en una refinada estética. Puedo dar fe de ello, a lo largo del medio siglo transcurrido desde el golpe militar al presidente chileno Salvador Allende, ocurrido en el mes de septiembre de 1973, que me llevó a conocer la prisión e incluso la tortura en el Estado Nacional de Santiago, poco tiempo después, sin pretender por ello la condición de mártir, ni mucho menos la de héroe ni cosa que se le parezca, en cambio esa circunstancia adversa de entonces me permite ahora, hurgando en mis recuerdos, traer a cuento el inesperado y feliz encuentro que tuve con la impecable obra literaria del escritor neoyorkino, de origen italiano, Mario Puzzo, titulada EL PADRINO (GOODFATHER), una vez que me permitieron abandonar aquellas instalaciones deportivas convertidas en campo de concentración para miles de presos políticos, por parte de los militares chilenos, principales protagonistas de aquella dictadura que recién empezaba.

Estando en la Embajada de Costa Rica, en Santiago de Chile, me encontré con un ejemplar de mencionada novela de Mario Puzzo, de cuya lectura disfruté página a página, unos años antes de que Francis Coppola, el gran director cinematográfico estadounidense, lanzara al público la gran saga fílmica de Don Coleone, como una especie de gran fresco acerca de la conformación y hasta si se quiere fenomenología de esa particular institucionalidad de la dinástica familia de la maffia siciliana, a lo largo del siglo XX. Con actores como Marlon Brando y Al Pacino esa obra, llevada al cine durante los años setenta, se transformó en un clásico y en la expresión de una elaborada, además de refinada estética, vinculada a un particular universo y a unos personajes de muy dudoso comportamiento o filiación ética.

En la segunda película de la saga de Don Coleone, cuyo inicio se ubica alrededor de 1945, nos encontramos con un fascinante contraste entre las distintas formas que puede asumir la violencia organizada en las sociedades contemporáneas. El hijo del huérfano siciliano, que creó la dinastía en la ciudad de Nueva York, regresa de la recién concluida Segunda Guerra Mundial convertido en un héroe a los ojos de los suyos, e incluso de los allegados más cercanos que acuden a una fiesta familiar. Pronto el joven oficial estadounidense de apellido Coleone tendrá que dejar el elegante uniforme militar para ponerse al frente del ejercicio de la violencia, de una manera radicalmente distinta, a raíz de un atentado contra su padre proveniente de otras familias de la maffia interesadas en incursionar en el negocio de las drogas, el que el primer Don Coleone rechaza. Después de estar al frente de numerosos soldados en el campo de batalla, en el transcurso de una guerra regular, se ve sometido a la presión del clan, debiendo acatar instrucciones de gentes al parecer no tan calificadas como él, incluso acerca de qué tipo de armas emplear como ejecutor de un crimen o venganza, después del que deberá huir y refugiarse en su Sicilia natal.

Con el tiempo, más de un cuarto de siglo después, el segundo Don Coleone se verá enfrentado a la gran tragedia de su larga vida, cuando se ve obligado –una vez más- a volver a Sicilia, por razones que oscilan entre lo estético y lo familiar, un medio en que las diferencias y las venganzas o vendettas continúan, aún dentro de su propia familia. Es ya en la tercera película de Francis Coppola, cuando irrumpen en escena los compases musicales, las voces y la extraordinaria coreografía de la gran ópera de Pietro Mascagni (1863-1945) “Cavaleria Rusticana”, una tragedia típicamente siciliana expresada en una obra del género dramático que conoció el éxito, desde de su primera representación en 1890 y que ha continuado in crescendo, dándole una tonalidad estética impresionante, paradojal y conmovedora a la vez, a uno de los momentos más dramáticos de la saga familiar de los Coleone. Presente en Sicilia, para la representación de la ópera de Mascagni, donde su hijo actuará como una voz destacada, por presión de su segunda esposa estadounidense, y madre de sus dos hijos, será testigo de la violencia entre los distintos clanes en el propio Teatro (convertido en teatro de operaciones, por decirlo en la jerga militar), mientras de fondo aparecen las escenas más violentas de la propia opera y con el fondo de la música del increíble, además de lírico e incluso lánguido INTERMEZZO de la Cavaleria Rusticana. Al salir del Teatro, una bala dirigida hacia él alcanza a su hija, la que muere en sus brazos, mientras el eco de la música se va apagando, en tanto que en el epílogo que se muestra en las últimas escenas, al parecer muchos años después, el protagonista aparece en una silla de ruedas no sabemos si evocando un pasado lejano, durante el cual, y a lo largo de varias décadas décadas había procurado adecentar y legitimar el negocio que había heredado de su padre. De manera, simultánea un Papa había sido asesinado (quien poco antes de ser electo le había mostrado al mismo Coleone la imposibilidad de una Europa Cristiana, dada su impermeabilidad o rechazo implícito del mensaje esencial del Jesucristo histórico, a semejanza de lo que para él ocurre con una piedra en el agua) y un escándalo se había desatado en las finanzas del Vaticano, con cuyo banco Coleone habría tratado de hacer negocios. En fin, la estética y la ética aparecen entremezcladas en el estrecho marco de una dialéctica imparable, y reducidas ambas al principio de suma cero, dentro del despliegue de un mundo y una sociedad cada vez más complejos.

Recuperando la memoria mesoamericana: José León

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

“Así como Sánchez (José León) reescribió la historia del México precolombino, lo espera hacer también para Costa Rica, a partir de una profusa investigación sobre La Gran Nicoya, la cual ha desarrollado por décadas. De acuerdo con los datos que ha recabado, la cultura que habitó la península de Nicoya y buena parte de Nicaragua 1 000 años a. C. tenía conocimientos científicos y tecnológicos mucho más avanzados que los imperios azteca, inca y maya. Sin embargo, casi toda la información se perdió en el momento en el que los conquistadores borraron la memoria del pueblo originario y destruyeron sus posesiones más valiosas, entre ellas la biblioteca. Ahora, Sánchez propone reconstruir la historia de La Gran Nicoya por medio de los mensajes que guardan las miles de piezas de cerámica de esta cultura que se encuentran en las bodegas del Museo Nacional de Costa Rica.» Fernando Montero Bolaños, Amanda Vargas Corrales, DIVULGACIÓN  UCR  2022.

Un hecho tan singular como el deceso de uno de los escritores costarricenses más importantes y conocidos, tanto dentro como fuera de las fronteras nacionales, asume las dimensiones más diversas entre las gentes de los distintos sectores sociales o estratos culturales (si es que cabe el término para el caso), es como si su mera percepción diera lugar a que su sola mención, aún desapasionada, estuviera dando lugar a que se estuviera hablando de personas distintas, tanto como a las valoraciones más disímiles entre sí, incluso en términos de su significado más profundo y humano. Tal es el caso del novelista, poeta e investigador cultural José León Sánchez (1929-2022), cuyo sólo nacimiento estuvo revestido de las mayores adversidades, de la vida de un hombre que desde su infancia tuvo que luchar solo contra el mundo, siempre en un medio de suyo medio hostil para un niño que careció, casi por completo, de algo que pudiéramos llamar “el apoyo familiar”.

Sucede que para la gran mayoría de las gentes de este pequeño país veleidoso por el predominio de personas que suelen serlo, de muchas maneras, incluso entre las clases menos privilegiadas, las que se caracterizan por ser poco habituadas a la lectura, a la reflexión crítica acerca del medio social y a una valoración justa de la cultura y sus manifestaciones, razón por la que ante la muerte del gran escritor se quedaron sumidas en sus estrechas percepciones vallecentralinas, en sus visiones mezquinas que no les permitieron ver más allá de sus narices, acerca de un pasado donde muchos se ensañaron con el ser humano y escritor, quien pasó numerosos años en prisión, e incluso fue torturado para que aceptara delitos que jamás cometió.

A diferencia del mismo José León Sánchez, en su incesante evolucionar, las susodichas gentes se quedaron encerradas en el espacio-tiempo histórico de “La isla de los hombres solos”, reflejada en las páginas de una extraordinaria obra testimonial de resonancias poéticas, y que tuvo proyecciones universales que lo llevaron a convertirse en el escritor, nacido en este país, más conocido en el casi todo el globo terráqueo. Mientras tanto, sucedió  que  otras de sus obras tempranas, sumamente valiosas tales como  los cuentos “una guitarra para José de Jesús, “El poeta, el niño y el río” o novelas como «La niña que vino de la luna», “La colina del buey”, “La catleya negra” y «La luna de la hierba roja», una obra novelada de los años ochenta, pasaron desapercibidas para un gran sector de la población, a pesar del enorme interés suscitado por el conjunto de  su obra, entre algunos estudiosos y difusores literarios como el estadounidense Seymur Menton (con sus famosas antologías del cuento latinoamericano, publicadas durante décadas por el Fondo de Cultura Económica FCE de México), los académicos costarricenses José Ángel Vargas (Testimonio, discurso histórico y memoria de José León Sánchez), Benedicto Víquez Ramírez(de grata memoria) y más recientemente Óscar Alvarado Vega, quienes no pudieron sacar a ese sector de la población de su retraimiento y sus obsesiones por encasillarlo, dentro de las versiones más limitadas y estrechas de su duro pasado, cuando la sociedad lo satanizó hasta dimensiones insospechadas, oscurantistas y absurdas, vistas desde el presente en que ocurre su deceso, en este cambio de siglo.

Su gran producción novelística de su etapa madura, ya en los ochenta y durante las décadas siguientes con obras de tanta resonancia universal como fueron “Tenochtitlán la última batalla de los aztecas”, “Campanas para llamar al viento”, Mujer la noche es joven aún”, “Al florecer las rosas madrugaron…” traducidas a numerosas lenguas al igual que “La Isla de los hombre solos”, ese compendio narrativo de soledades y carencias de las primeras décadas de su vida e incluso de la violencia que de que fue objeto, convirtiéndolo en un chivo expiatorio,  ni siquiera fueron percibidas en la conversación cotidiana de muchas gentes aldeanas, mientras que la inmensa obra de José León, el extraordinario prosista y poeta mesoamericano, se tornó universal e inalcanzable para un medio tan estrecho, al menos en términos de un presente que estamos seguros irá cambiando con el paso de las décadas que vendrán.

No sin cierta nostalgia vuelvo a mirar una foto de hace casi cuatro años, a principios del 2019 cuando eso que llamaron «la pandemia» no había aparecido en el horizonte. Celebrábamos el cumpleaños de mi esposa Marielos Azofeifa Víquez en San Joaquín de Flores. La feliz circunstancia nos reunió por última vez. Hasta siempre José León Sánchez, el más universal de nuestros escritores, sin demérito de otros que tengo también en gran aprecio. Pasará mucho tiempo antes de que las gentes del común reconozcan la inmensidad de su obra, la del escritor maldito y universal en que se convirtió, para gran pesar de quienes lo denostaron a través de varios decenios con sus hipócritas, además de  envidiosas santurronerías, su racismo tenaz, su odioso clasismo frente a su inocultable e imperdonable éxito en el plano planetaria, en medio de esta no tan consensual “suiza centroamericana”, al decir franco y sincero su colega, el destacado novelista y periodista Carlos Cortés. Ese fue su duro e inmenso privilegio y el mío rendirle tributo a su preciada memoria que perdurará entre quienes tuvimos el privilegio de su cercanía, la que se hará extensiva a todo un pueblo, el que todavía tiene que despertar de su letargo cultural frente a la obra de quien fuera un gigante prometeico, digno de las grandes culturas mesoamericanas por las que tanto se apasionó.

Ni por el fondo, ni por la forma: la mediocridad siempre reina

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense.
Columna LIBERTARIOS Y LIBERTICIDAS (35).
Tercera época.

En el ejercicio del poder político, tanto como en otras actividades incluso lúdicas, quehaceres y perspectivas que conforman el universo de la vida social de los seres humanos, los asuntos de la forma y el fondo que adoptan en el transcurso del tiempo resultan ser de una crucial importancia: la política en general, considerada en su especificidad y sin obviar su naturaleza abstracta y cambiante, nos ofrece valiosas e insospechadas posibilidades para la reflexión y el posicionamiento que podamos adoptar frente a su inevitable presencia, evitando caer en la trampa de los escenarios ficticios y en las de la pérdida del valor semántico de muchos de los términos o vocablos que empleamos para calificar los hechos políticos más visibles en nuestra cotidianidad. De ahí las hondas resonancias que produjo el reciente artículo del escritor y periodista Carlos Morales Castro, bajo el título SOBRE R. CHAVES Y LAS FORMAS EN LA POLÍTICA, un sugestivo título y un texto que puso a desvariar a muchos, hablando de lo humano y de lo divino, pero sin distinguir en el hecho esencial del fenómeno político del poder: ¿quién? o ¿Quiénes son los que mandan? ¿Cuáles son orientaciones, su línea política?, otra muy diferente sus estilos, en un medio donde al personaje, allí mencionado: “…se le critica duro porque es duro. Pero eso es porque nos habíamos acostumbrado a los suaves, ya la gente no quería más guante de seda con tanto pillaje entronizado…el estilo chocón puede conducir al desbarranque, si el jerarca no aprende a negociar… (Morales op. Cit).

La acelerada decadencia del hecho político en sí mismo y de los individuos o actores que lo materializan, nos ha llevado hasta ignorar (en el peor sentido del término) lo esencial e incluso elemental de la cultura de lo político, como algo que resulta ser demasiado notorio excepto para nuestra mediocre casta de políticos y sus incondicionales seguidores en este cambio de siglo, como un hecho social que coincide con la desvalorización hasta del lenguaje que empleamos para referirnos a “la política” y a los entretelones de “lo político”, en el tanto en que son expresiones concretas del naufragio cultural en que nos encontramos, al que hacíamos referencia hace unos días, a propósito del otorgamiento del llamado benemeritazgo de las “Artes Patrias” (seguimos sin saber cuáles son esas artes patrias), a Chavela Vargas (1919-2012) una figura cultural y artística que trasciende las fronteras nacionales, asumiendo dimensiones planetarias, en un vivo contraste con nuestro frustrado localismo, retroceso e ignorancia supina que nos privan hasta de la elemental racionalidad.

La obra interpretativa del sentir más hondo de la música popular en tierras mexicanas de esta mujer tan poco común, nacida en San Joaquín de Flores, en Costa Rica, se desplegó dentro de un cierto contrapunto entre lo mexicano, o dentro de una cierta mexicanidad, que emergió más del México profundo, enraizado en lo más antiguo de su historia milenaria: ese del bajío guanajuatense con la nota melancólica de la canción ranchera de José Alfredo Jiménez(1926-1973), colindante con el blues (Carlos Monsiváis) y con ciertas reminiscencias prehispánicas de un mundo todavía encantado (grítenme piedras del campo), en mayor medida que la proveniente de los altos de Jalisco con su alegre música charra, de raíces más bien mestizas…de esa negra que la quiero ver aquí,,,.y bajo la luna cantar en Chapala…ese cielito lindo que alegra los corazones… Fue desde ahí, proyectándose hacia lo continental y universal donde Chavela Vargas y José Alfredo Jiménez dieron lugar a esa síntesis extraordinaria que tanto nos conmueve(paloma negra, un mundo raro, no volveré e incluso Camino de Guanajuato, que pasas por tanto pueblo), como nos sucede también con los blues o los negro spirituals del sur estadounidense, o las lejanas resonancias de la ópera Porgy and Bess del maestro George Gerswin.

En la cultura, tanto como en la política, cuestiones de estilo unas veces, y de profundidad en otras, gravitan en nuestros sentimientos y racionalizaciones. Mientras unos se conmueven o se agitan con la gestualidad y el estilo de R. Chaves, como lo llama Carlos Morales Castro, otros lo denuestan llamándolo autoritario olvidando que el autoritarismo neoliberal, y las conductas agresivas que le abren paso al neofascismo erosionando nuestra democracia, se encuentran entre nosotros hace ya mucho rato. Es ahí donde cierta izquierda blandengue cree haber descubierto la temperatura de ebullición del agua, olvidando su actitud complaciente hacia quienes nos enrumbaron en esa dirección durante los ocho años transcurridos, a partir de 2014, porque con matices de estilo para gobernar el rumbo de las élites, en lo esencial no ha cambiado.