Recuperando la memoria mesoamericana: José León

Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor costarricense

“Así como Sánchez (José León) reescribió la historia del México precolombino, lo espera hacer también para Costa Rica, a partir de una profusa investigación sobre La Gran Nicoya, la cual ha desarrollado por décadas. De acuerdo con los datos que ha recabado, la cultura que habitó la península de Nicoya y buena parte de Nicaragua 1 000 años a. C. tenía conocimientos científicos y tecnológicos mucho más avanzados que los imperios azteca, inca y maya. Sin embargo, casi toda la información se perdió en el momento en el que los conquistadores borraron la memoria del pueblo originario y destruyeron sus posesiones más valiosas, entre ellas la biblioteca. Ahora, Sánchez propone reconstruir la historia de La Gran Nicoya por medio de los mensajes que guardan las miles de piezas de cerámica de esta cultura que se encuentran en las bodegas del Museo Nacional de Costa Rica.» Fernando Montero Bolaños, Amanda Vargas Corrales, DIVULGACIÓN  UCR  2022.

Un hecho tan singular como el deceso de uno de los escritores costarricenses más importantes y conocidos, tanto dentro como fuera de las fronteras nacionales, asume las dimensiones más diversas entre las gentes de los distintos sectores sociales o estratos culturales (si es que cabe el término para el caso), es como si su mera percepción diera lugar a que su sola mención, aún desapasionada, estuviera dando lugar a que se estuviera hablando de personas distintas, tanto como a las valoraciones más disímiles entre sí, incluso en términos de su significado más profundo y humano. Tal es el caso del novelista, poeta e investigador cultural José León Sánchez (1929-2022), cuyo sólo nacimiento estuvo revestido de las mayores adversidades, de la vida de un hombre que desde su infancia tuvo que luchar solo contra el mundo, siempre en un medio de suyo medio hostil para un niño que careció, casi por completo, de algo que pudiéramos llamar “el apoyo familiar”.

Sucede que para la gran mayoría de las gentes de este pequeño país veleidoso por el predominio de personas que suelen serlo, de muchas maneras, incluso entre las clases menos privilegiadas, las que se caracterizan por ser poco habituadas a la lectura, a la reflexión crítica acerca del medio social y a una valoración justa de la cultura y sus manifestaciones, razón por la que ante la muerte del gran escritor se quedaron sumidas en sus estrechas percepciones vallecentralinas, en sus visiones mezquinas que no les permitieron ver más allá de sus narices, acerca de un pasado donde muchos se ensañaron con el ser humano y escritor, quien pasó numerosos años en prisión, e incluso fue torturado para que aceptara delitos que jamás cometió.

A diferencia del mismo José León Sánchez, en su incesante evolucionar, las susodichas gentes se quedaron encerradas en el espacio-tiempo histórico de “La isla de los hombres solos”, reflejada en las páginas de una extraordinaria obra testimonial de resonancias poéticas, y que tuvo proyecciones universales que lo llevaron a convertirse en el escritor, nacido en este país, más conocido en el casi todo el globo terráqueo. Mientras tanto, sucedió  que  otras de sus obras tempranas, sumamente valiosas tales como  los cuentos “una guitarra para José de Jesús, “El poeta, el niño y el río” o novelas como «La niña que vino de la luna», “La colina del buey”, “La catleya negra” y «La luna de la hierba roja», una obra novelada de los años ochenta, pasaron desapercibidas para un gran sector de la población, a pesar del enorme interés suscitado por el conjunto de  su obra, entre algunos estudiosos y difusores literarios como el estadounidense Seymur Menton (con sus famosas antologías del cuento latinoamericano, publicadas durante décadas por el Fondo de Cultura Económica FCE de México), los académicos costarricenses José Ángel Vargas (Testimonio, discurso histórico y memoria de José León Sánchez), Benedicto Víquez Ramírez(de grata memoria) y más recientemente Óscar Alvarado Vega, quienes no pudieron sacar a ese sector de la población de su retraimiento y sus obsesiones por encasillarlo, dentro de las versiones más limitadas y estrechas de su duro pasado, cuando la sociedad lo satanizó hasta dimensiones insospechadas, oscurantistas y absurdas, vistas desde el presente en que ocurre su deceso, en este cambio de siglo.

Su gran producción novelística de su etapa madura, ya en los ochenta y durante las décadas siguientes con obras de tanta resonancia universal como fueron “Tenochtitlán la última batalla de los aztecas”, “Campanas para llamar al viento”, Mujer la noche es joven aún”, “Al florecer las rosas madrugaron…” traducidas a numerosas lenguas al igual que “La Isla de los hombre solos”, ese compendio narrativo de soledades y carencias de las primeras décadas de su vida e incluso de la violencia que de que fue objeto, convirtiéndolo en un chivo expiatorio,  ni siquiera fueron percibidas en la conversación cotidiana de muchas gentes aldeanas, mientras que la inmensa obra de José León, el extraordinario prosista y poeta mesoamericano, se tornó universal e inalcanzable para un medio tan estrecho, al menos en términos de un presente que estamos seguros irá cambiando con el paso de las décadas que vendrán.

No sin cierta nostalgia vuelvo a mirar una foto de hace casi cuatro años, a principios del 2019 cuando eso que llamaron «la pandemia» no había aparecido en el horizonte. Celebrábamos el cumpleaños de mi esposa Marielos Azofeifa Víquez en San Joaquín de Flores. La feliz circunstancia nos reunió por última vez. Hasta siempre José León Sánchez, el más universal de nuestros escritores, sin demérito de otros que tengo también en gran aprecio. Pasará mucho tiempo antes de que las gentes del común reconozcan la inmensidad de su obra, la del escritor maldito y universal en que se convirtió, para gran pesar de quienes lo denostaron a través de varios decenios con sus hipócritas, además de  envidiosas santurronerías, su racismo tenaz, su odioso clasismo frente a su inocultable e imperdonable éxito en el plano planetaria, en medio de esta no tan consensual “suiza centroamericana”, al decir franco y sincero su colega, el destacado novelista y periodista Carlos Cortés. Ese fue su duro e inmenso privilegio y el mío rendirle tributo a su preciada memoria que perdurará entre quienes tuvimos el privilegio de su cercanía, la que se hará extensiva a todo un pueblo, el que todavía tiene que despertar de su letargo cultural frente a la obra de quien fuera un gigante prometeico, digno de las grandes culturas mesoamericanas por las que tanto se apasionó.