Un tétrico viaje al futuro

Rolando Portilla Pastor (*)

rolando-portilla-pastor

Rolando Portilla Pastor

Anoche tuve un sueño, en el que viajé al futuro y pude observar el país en el año 2060. Vi grandes extensiones de ciudades compactas, con sistemas modernos y eficientes de transporte público, donde tranvías y trenes eléctricos de extrañas formas recorrían las ciudades y sus alrededores. Bulevares con zonas verdes daban vida y movilidad peatonal a las ciudades y miles de autos eléctricos, la mayoría autónomos, se movían por calles que los cargaban automáticamente a su paso. Los techos y paredes de casas y edificios eran paneles fotovoltaicos de muy alta eficiencia y sistemas de redes inteligentes comunicaban a personas y artefactos. Pude observar mucha gente caminando con celulares en sus manos que proyectaban curiosas imágenes holográficas y robots o androides compartiendo la vida en sociedad con las personas. Me complació mucho ver ciudades limpias, altamente tecnológicas y modernas, aunque noté demasiado concreto o metal y poca vegetación. Percibí además, que a pesar de tanta tecnología, la gente no era sinceramente feliz y había muchos corazones vacíos y faltos de valores.

Decidí entonces viajar hacia las zonas rurales, en busca de los Parques Nacionales, esperando encontrar la extensa y diversa naturaleza que hoy poseen. Conforme recorría zonas me iba dando cuenta cómo muchos parques habían perdido territorio, producto de la expansión de la frontera urbanística y agropecuaria, lo que quedaba con naturaleza inalterada eran si acaso las zonas centrales de dichas áreas protegidas.

Sobrevolé el Parque Nacional Rincón de la Vieja, en Guanacaste, y observé que estaba saturado de proyectos geotérmicos. Tuberías, pozos, caminos de penetración, tomas de agua, casas de máquinas, lagunas de residuos y otras estructuras se extendían por todo el parque y aunque había remanentes de los ecosistemas originales, el concepto y naturaleza del Parque Nacional como zona para la conservación se había perdido, y por el contrario, el desarrollo electro-energético era ahora la prioridad. Lo mismo hice con el Parque Internacional La Amistad y su vecino el Parque Nacional Chirripó y lo que descubrí me heló la sangre: decenas de proyectos hidroeléctricos habían sido construidos en las partes altas y medias de las cuencas, con represas, embalses, caminos de penetración, tuberías y casas de máquinas. Además, se había abierto el Parque al desarrollo turístico masivo, y muchos hoteles y cabinas de montaña, se instalaban en sitios estratégicos. El Valle de los Lagos y los Crestones, sitios icónicos del Parque Nacional Chirripó, eran lugares inundados de turistas, teleféricos, tranvías eléctricos y modernos cuadra-ciclos recorrían el parque de un lado a otro. Sentí mucha tristeza, porque de la magia, el misterio, la tranquilidad y la naturalidad que poseía el sitio, no quedaba más que el recuerdo.

Horrorizado por lo que observé, decidí huir más al sur, buscando el Parque Nacional Corcovado, otrora paraíso ecológico, pero el panorama no resultó muy diferente, el cambio en el parque era radical. Se permitía la explotación forestal por medio de modernos equipos aéreos, similares a helicópteros, que cortaban y levantaban los inmensos árboles y los trasladaban a los sitios de almacenamiento. Pozos de extracción de gas natural y petróleo se habían perforado en diversos puntos del parque y la minería de pequeña escala había obligado a otorgar territorios a los oreros, que finalmente le habían ganado la partida al Estado. Además, la cacería deportiva seguía siendo un serio problema en esa época, a pesar de los controles policiales. Ante tanto desarrollo y actividad humana, de los ecosistemas y la fauna silvestre original que tenía el parque no quedaba casi nada.

Decidí hablar con uno de los guarda-parques, en busca de explicaciones. Me indicó que en los inicios del siglo se habían promulgado leyes para abrir los parques nacionales a proyectos geotérmicos y de acueductos, y que este cambio radical en el paradigma de los parques como zonas para la conservación, dio origen a una cadena progresiva de posteriores desarrollos, entre ellos, el turismo masivo, supuestamente “sostenible”, las hidroeléctricas y el gas natural, argumentando conveniencia nacional y autonomía energética, primero con proyectos de carácter estatal y luego privados. El alto crecimiento poblacional obligó también a destinar algunas áreas protegidas para desarrollos urbanísticos y para actividades agrícolas y pecuarias.

Me contó que en esos años, a los que intentaron oponerse a esas aperturas los llamaron retrógrados y radicales y los acusaron de oponerse a lo conceptos supuestamente modernos en esa época, como el desarrollo sostenible y el eco-manejo, que se veían en esos años como la gran panacea que todo lo podía resolver y al final, por no fijar límites, solo constituyeron excusas para impulsar más explotaciones y aprovechamientos humanos de los Parques Nacionales. Me indicó que los líderes políticos y la sociedad se arrepentían profundamente de no haber protegido como debían esa enorme riqueza y de no haber mantenido al menos un porcentaje del país inalterado para el futuro, lo que hizo que se perdieran paisajes, biodiversidad, especies y material genético, para siempre. Con pesar señaló que los parques nacionales se habían convertido en zonas inundadas de proyectos de infraestructura comercial e industrial, con solo algunos pequeños bosques remanentes, totalmente fragmentados y aislados. La naturaleza prístina y los paisajes inalterados, ya no existían en nuestro país. Por un afán desmedido de beneficio económico o producción energética, se habían destruido los Parques Nacionales.

Me desperté sobresaltado, pero contento de darme cuenta que todo no fue más que un mal sueño, una terrible pesadilla. No pude dormir el resto de la noche, divagando en reflexiones filosóficas sobre si era posible cambiar el futuro con nuestras acciones o si el mismo ya estaba predeterminado. Me inclino por lo primero, y por creer que aún estamos a tiempo de mantener estas áreas protegidas como zonas para la conservación, libres de proyectos de infraestructura de gran escala, me aferro a la idea de poder salvaguardar su rica naturaleza y los servicios eco-sistémicos que nos brindan: agua, aire, suelo, biodiversidad, ecoturismo, belleza escénica, crecimiento mental y espiritual, como el legado natural fundamental que podamos heredar a las futuras generaciones.

Costarricenses, luchemos porque ese futuro que visualicé en mi sueño nunca llegue a ser realidad y que las pretensiones de algunas personas, instituciones, diputados o partidos políticos, que actualmente buscan desesperadamente como abrir estas áreas a explotaciones comerciales o industriales, no tengan nunca éxito. Aún estamos a tiempo. “Parques Nacionales para la conservación”, debería ser la consigna que nos una como país, por la defensa y protección a perpetuidad de estos importantes sitios.

(*)Ingeniero Civil. MSc en Manejo de Recursos Naturales y Cuencas Hidrográficas. Correo electrónico: rportilla23@yahoo.com.mx

 

Imagen con fines ilustrativos.

Enviado a SURCOS Digital por el autor.

Suscríbase a SURCOS Digital:

https://surcosdigital.com/suscribirse/