A Dios rogando y con el mazo dando

Por José Luis Callaci

El reciente condenable atentado contra la vicepresidente argentina, felizmente fallido, constituye un hecho que no debería verse como algo fortuito, sino como el resultado de esa habitual permisibilidad que existe en la sociedad argentina con las personas que incitan al odio y la violencia.

Viene al caso recordar un lamentable episodio ocurrido durante el diálogo con el chofer de un taxi. Cuando se tocó el tema de los desaparecidos durante la dictadura, esta persona con la mayor naturalidad del mundo nos dijo que había que matar a otros 30 mil, o mejor 60 mil. Cuando comentamos con tono crítico y un tanto alterado dicho episodio sentimos que nuestra reacción les pareció a nuestros interlocutores un tanto exagerada y no faltó quien soltara ese “bueno, es una opinión”.

Fue en ese momento en que nos aventuramos en señalar que tal comportamiento no se considera, al menos en muchas sociedades, que se jactan de ser democráticas, una simple opinión política sino algo muy grave y distinto.

Traemos a colación el popular refrán a Dios rogando y con el mazo dando, porque consideramos que el reciente lamentable hecho abre un espacio de oportunidad y un momento privilegiado para que la sociedad argentina se aboque a una profunda reflexión sobre este tipo de reprochables conductas, públicas y no públicas.

No bastan los llamados a la cordura, la tolerancia y el respeto a la opinión ajena. Algo está faltando y ese algo debería ser motivo de encuentros para llegar a amplios acuerdos que conlleven sanciones ejemplares para quienes incurren en comportamientos de tal naturaleza. La incitación al odio y la violencia contra un oponente, -fuere del color político que fuere, no cabe en la práctica cotidiana de la democracia.

En cuanto a los enunciados de buenas intenciones si solo se quedan ahí, sin remontarlos a acciones efectivas, todo seguirá igual, y aún peor, lo que puede desencadenar enfrentamientos no deseados y de tal magnitud que amenacen esa tan proclamada y ansiada paz social que los unos y los otros manifiestan en el discurso oficial.